domingo, 15 de febrero de 2015

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Voy a publicar en este lugar algunas de las obras ya sean cuadros al óleo como relatos literarios en forma de relatos cortos (cuentos), novelas cortas, novelas largas y ensayos.

En el sitio voy a colocar también videos de Youtube con cuadros al óleo de mis distintas épocas creativas.
En este sentido una primera época pictórica fue hace años en mi juventud. Comencé estudiando dibujo y pintura en forma académica clásica. Con profesores particulares y copiando a los grandes maestros como Leonardo da Vinci, Rembrandt, Velázquez, Boucher, Constable, etc.

Fue un aprendizaje largo pero que no me sirvió para desarrollar la creatividad. Sólo copiaba, imitaba, reproducía pero no creaba.
Finalmente me cansé de copiar y dejé la pintura para dedicarme a la abogacía.
Pero en el fondo yo soy un artista y con el estímulo de mi querida esposa Patricia renació mi temperamento creativo ahora con una línea distinta: sólo crear y cada vez con más imaginación.

Antes de comenzar esta segunda etapa pictórica escribí cuentos, relatos, novelas cortas y novelas largas, además de ensayos y artículos de opinión. Estos trabajos los iré publicando.

La segunda etapa pictórica se caracteriza por cuadros con rostros y figuras en paisajes imaginarios. Paulatinamente aparecen rocas, grutas y elementos abstractos que rodean a los rostros y las figuras. Son numerosos los cuadros de ninfas en medio de estos parajes exóticos. Luego viene la serie de los enigmas. En los videos desarrollo estos enigmas algunos con personajes históricos. Comienzan a emerger caricaturas, monigotes y formas abstractas en los fondos como creación principal.

En la tercera etapa surgen gauchos, damas, venus, valquirias y demás seres inventados. El color es siempre intenso. Recuerda al fauvismo y ya aparecen notas expresionistas. En los fondos surgen más caricaturas y formas raras que cada espectador interpreta a su manera. A veces se ven formas distintas mirando de cerca que de lejos y/o inclinando la cabeza para ver en sentido horizontal, es decir, de frente se observa algo distinto que visto con la cabeza inclinada. Estas formas múltiples de acuerdo a cómo se observe el cuadro le dan a la obra una complejidad que, quizá, mucha gente considere que se corta la unidad visual.

En la cuarta etapa creativa los cuadros tienen aún más complejos los fondos y hay diferencias técnicas y en el trato del color con respecto a las otras épocas. Estos detalles los irá advirtiendo un espectador atento.

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lunes, 9 de febrero de 2015

Novela corta


EL DRAMA DEL SIGLO XXII

Autor: Héctor Carlos Reis





1


Estaba arrellanado en un cómodo sillón. Habían pasado varios días de aquel extraño suceso y aún sentía la exaltación producida esa tarde. Cerré los ojos lentamente y mis pensamientos fueron hilvanando los hechos previos con ese raro deleite que produce el saber como sucedieron las cosas mientras la incógnita subsiste para quien lea mi relato. Sí, admito que hay algo de sadismo en esto. Yo sé todo mientras el lector nada sabe. Pero cuanto esfuerzo me costó llegar a descifrar tamaña cuestión. ¿Es que acaso no puedo tener el premio, al menos, de un instante de mórbido placer? Más aún, muchas dudas tuve antes de narrar estos eventos pues se corre peligro de ...

Este año 2154 es difícil para mí. Soy antropólogo y las cosas no están para una profesión como la mía. Las tres regiones del planeta sólo buscan el perfeccionamiento tecnológico y no valoran la investigación sobre nosotros mismos. Los burócratas que han tomado el mando de las regiones tienen objetivos comunes; el principal es conocer todos los rincones cercanos de la galaxia. Nuestras naves (dije "nuestras", ya estoy impregnándome del léxico imperial)... las naves exploran planetas de estrellas vecinas y sólo cuenta el saber técnico para trabajar en esos proyectos. Nosotros los humanos hemos quedado relegados. ¡Sí, la gente sale toda cortada por la misma tijera!. Somos casi autómatas como esos lindos androides que nos limpian la casa...
Estos últimos pensamientos los expresé en voz alta, lo cual permitió a mi mujer replicarme con un dejo de ironía.
-Max, ya estás refunfuñando nuevamente. No te acostumbras a ser un desocupado-.
-¡Ay Numar!, no puedo entender como estás tan tranquila cuando tú también peligras en el trabajo. En el momento que detecten tus opiniones negativas sobre el imperio serás una colega mía-, dije con tristeza.
Ambos permanecimos en silencio durante varios minutos. Sabíamos que nuestra situación era grave en dos aspectos; uno, el económico dado que teníamos escasas reservas si los dos nos quedábamos sin trabajo; otro las posibles represalias penales pues era delito manifestar contra la seguridad imperial. Si bien los desocupados gozaban de un seguro, éste sólo nos permitiría vivir satisfaciendo las mínimas necesidades y nosotros teníamos gastos extras por nuestras investigaciones. Numar era psicohistoriadora y las autoridades necesitaban personas de esa profesión para trabajar en los distintos proyectos, el fin era influir en la gente para anular rebeldías. Por supuesto Numar no hacía lo requerido y siempre estaba en la mira de sus superiores. La continuidad en su trabajo no era segura...
Mi mujer cortó el silencio con su límpida voz de soprano (ya esos deleites líricos muy pocos los tienen).
-Max Her, [llamarme por mi nombre completo era grave, sólo lo hacía cuando estaba muy preocupada], yo no quería decírtelo pues intuyo una respuesta emocional pero es necesario que hablemos racional y serenamente-.
Sabía que cuando Numar hacía esos preámbulos la situación requería seriedad, pero no pude con mi temperamento irónico y proclive siempre al humor; incluso a reírme de mí mismo y le espeté apelando a su erotismo: -Amor de mi vida dulce, que me quiere decir tu boquita con esa lengüita picarona-.
Numar hizo la mirada tan especial que infundía terror a cuantos no la conocieran bien y luego de unos segundos que se prolongaron hasta hacerme sentir ese miedo de tantos me respondió pesando cada palabra y con voz cavernosa.
-Max Her, no estoy para sutilezas lascivas-.
Luego de un instante agregó, repentinamente y a borbotones como para que el impacto fuera rudo pero rápido: "-hay en el Consejo una plaza vacante; necesitan un antropólogo y yo pensé que tú podrías cubrirla-", terminó bajando el tono y con un ligero temblor en la voz.
Y sí que el golpe fue duro. Yo había notado que desde la noche anterior Numar estaba más seria que de costumbre. Ese sentido trágico de la vida que había heredado de sus ancestros permanecía latente y sólo con mis ironías podía sonreir. ¡Ah, raros los tiempos en que las personas reían! Los humanos nos habíamos transformado casi en androides, esas máquinas con forma humana que hacían los trabajos más pesados...ellos no conocían el buen humor, ni sabían de sarcasmos.
-Numar ¿por qué piensas que yo podría cubrir ese puesto vacante?- Señalé ya concentrado en el tema y dispuesto a dialogar con serenidad.
-Desde ese lugar puedes saber con exactitud los planes imperiales y quizás ayudar a frustrarlos o al menos estar en contacto con otros que sientan y piensen como tú, pues estoy segura que somos más y me consta que en el Consejo alguna gente no está de acuerdo con las autoridades-. Numar con estas palabras me demostraba que sabía mucho más de lo que yo suponía; lo extraño era que antes no lo hubiera comentado conmigo.
-¿Por qué no hablaste antes del tema conmigo?-. Pregunté molesto por su falta de comunicación.
-Porque me enteré ayer, tonto-. Contestó con ternura y una suave caricia sobre mi cabeza, resbalando su mano hacia la nuca para terminar el corto camino con un chasquido de los dedos junto a mis oídos.
Sonreí. Ese gesto quería decir: "más rapidez mental, muchacho". ¡Cómo nos apresuramos a veces en sacar conclusiones sin los datos suficientes!

Esa noche no podía dormir; daba vueltas en la cama y aún cuando mis movimientos eran constantes Numar permanecía dormida y con lindos ensueños pues a veces sonreía. Ella descansaba placenteramente mientras yo era presa del insomnio precursor de grandes decisiones... Finalmente logré conciliar el sueño y yo también tuve mis bellos ensueños (¡que embromar! ¿sólo Numar puede sonreir?).
"Estaba en una verde campiña. Flores y pájaros eran sus moradores. Echado bajo la sombra de un hermoso nogal, disfrutaba embelesado de ese instante singular. Por esos años momentos así eran muy raros pues la vida agitada y en permanente cambio nos impedía gozar de la naturaleza y sus criaturas más primitivas. Todo era aturdimiento tecnológico. Las máquinas nos reemplazaban en todo menos...en mis momentos de pensar, donde dejaba volar mi imaginación y soñaba, despierto o dormido...de pronto un fruto del árbol cayó sobre mi cabeza y .....¡me desperté!".
Al hacerlo veo a Numar acariciando mi cara y mirándome con ternura (¡soy un mimoso empedernido! ¿verdad?).
-¿Qué soñabas que te hacía sonreir tanto, amor?- Preguntó con voz meliflua.
-¿Quieres satisfacer tu curiosidad o deseas compartir mi bello momento de placer?- Repliqué punzante.
Numar se echó sobre mí y ambos cabalgamos amorosamente las rientes campiñas de mi ensueño.....
Amar es compartir; sentir que no estamos solos pues de a dos todo es más fácil, inclusive tomar decisiones que afecten sustancialmente el futuro. En un ámbito hostil esto es aún más importante; la vida en el planeta se hacía cada vez más difícil y nuestra unión nos ayudaba a sobrevivir. Ambos todavía nos emocionábamos al escuchar el gorgeo de un pájaro o al sentir la tersura de los pétalos de una flor o ver los colores de un atardecer fulgurante. Ambos también sentíamos el dolor humano: la injusticia y la estupidez se habían enseñoreado de este bello planeta azul. Ambos sabíamos el riesgo que se corría al pensar y sentir distinto a lo estipulado por las autoridades, que ya no eran elegidas...aunque si así hubiera sido lo mismo tendríamos burócratas demagogos que usarían esa característica humana de imitar. Numar y yo en nuestras investigaciones habíamos llegado a la conclusión de que las personas imitan (sí, como los chimpancés esos antropoides tan similares a nosotros) de allí las modas, las costumbres, los ritos, las ceremonias, etc.. Esa predisposición llevaba a la gente a actuar movida por una presión social intensa; se dejaban llevar por algunos especiales humanos que atraían fuertemente. Se eligiera o no siempre mandaban los más seductores que controlaban a las mayorías a través de un sutil mecanismo neurótico. Tan fuerte era esa simbiosis entre conductor y conducidos que los supuestos reemplazantes seguían los pasos del líder anterior. Nada cambiaba.
Numar trabajaba en uno de los tantos organismos que componían la sede central del Consejo Planetario, organización ésta que controlaba la administración de las tres regiones del planeta. En la oficina donde ella estaba se centralizaban todos los proyectos de búsqueda estelar en las cercanías de nuestra "vía láctea". Se cubría un díametro de aproximadamente 7 años luz; más distancia por el momento era imposible. La velocidad de las naves imperiales no era aún suficiente para que la tripulación pudiera ir y volver en un tiempo razonable. La actividad con radiotelescopios también era muy activa pues se rastreaba el espacio en búsqueda de alguna organización inteligente pero mucho más lejos e inclusive en galaxias cercanas de nuestro grupo local. Específicamente en la oficina de Numar el trabajo era con los viajes cercanos, no obstante una amiga nuestra actuaba en la oficina de rastreo radiotelescópico y por eso estábamos al tanto de las actividades. Este Consejo Planetario estaba perfectamente sincronizado por computadoras; la actividad humana simplemente era de control pero todavía las políticas generales seguían siendo manejadas por personas...

Varios días estuve meditando acerca de la propuesta de trabajo. Necesitaba una actividad rentada con urgencia y por mi formación profesional y predisposición temperamental mi ámbito normal de trabajo era en cuestiones humanas. Las máquinas simplemente las usaba, no deseaba introducirme en la tecnología pues mi mundo más querido era el humano; ¡por eso sufría tanto con la injusticia y la estupidez!, características especificamente humanas. Las máquinas no tienen moral, al menos por ahora...
Numar tenía razón ese trabajo me permitiría estar informado y además poder actuar de conformidad con otros. Pero ¿existían ésos "otros"?. De existir ¿que gravitación podrían tener ellos en las resoluciones del Consejo?. Además ¿cómo podría yo ponerme en contacto con ellos sin hacer peligrar mi situación personal?. Concretamente podía ir a la cárcel por atentar contra la seguridad imperial y allí no valdrían las influencias de la familia de Numar. Sí, todavía no he relatado que la familia de Numar, en especial su rama paterna, tiene un rancio abolengo y proviene de estirpe casi imperial. Si bien estoy exagerando un poco movido por mi natural inclinación al sarcasmo lo cierto es que la familia de mi mujer tiene influencia en el Consejo Planetario y punto. Tanto ella como yo jamás hemos utilizado ese privilegio.
No nos gustan las prerrogativas, ni la corrupción que ellas traen. Numar como psicohistoriadora investigó mucho sobre el problema de la corrupción en las esferas del poder a lo largo de la historia y su conclusión es lapidaria: El poder trae corrupción.
La familia imperial era de nuestra región pero en realidad los que detentaban el poder y manejaban el Consejo Planetario eran del hemisferio norte, es decir, la zona más desarrollada tecnológicamente. De esta manera se conseguía disimular ante los residentes en el exterior del planeta dando una imagen de liberalidad. La realidad era todo lo contrario. El imperio era tiránico pero se hacía todo con un arte refinado. El dominio sobre la mente de los humanos era total. Lo tremendo es que nadie se daba cuenta; es decir, la mayoría no advertía la situación. Numar y yo suponíamos que habría algunos sectores resistentes pero no actuaban a la luz por temor a ser detectados y anulados. Sabíamos por Alavea (ella era nuestra amiga en la oficina de rastreo radiotelescópico) que la situación estaba en un período crítico. Se sabía que un grupo de científicos planeaba alguna acción que cambiara la situación; pero nadie sabía con certeza quienes eran los rebeldes, ni donde estaban, cuántos eran y mucho menos cuáles serían sus planes. El único dato realmente importante que teníamos consistía en que la clave de todo estaba en el Consejo Planetario. Éste era un organismo multiregional que aglutinaba a representantes de todas las partes inclusive de las zonas exteriores, es decir, las bases en satélites, artificiales o de planetas de nuestro sistema, y en las colonias con pioneros en planetas de estrellas vecinas. El Consejo Planetario actuaba por delegación del emperador y éste era una figura meramente decorativa, sólo servía para funciones protocolares tan estimadas por todos los burócratas del imperio. El protocolo servía para dar una imagen de poder omnímodo y esto apaciguaba los ánimos, infundía temor, siendo también real que a la gente le gustaba toda la aparatosidad imperial pues les daba la impresión de mayor seguridad. Habíamos cambiado la libertad por la seguridad, aun cuando ésta era ficticia; sólo existía para quienes estaban dentro del sistema. Numar decía que no habíamos cambiado nada... Sin embargo algo había cambiado. Ya no había miseria en el planeta; toda la gente tenía asegurada sus necesidades mínimas. El imperio daba pan, espectáculos, diversiones a granel y las personas sólo deseaban disfrutar de los placeres, ¿estaban drogados?
Cualquier observador imparcial podría pensar que yo me encontraba sugestionado o que mi simple oposición al sistema me hacía ver las cosas deformadas. Es que acaso tener las necesidades satisfechas ¿no era suficiente para ser feliz? La humanidad doliente durante toda su existencia había bregado para obtener bienes y un reparto equitativo. Durante milenios ninguna organización social había logrado obtener ésos resultados. Habían fracasado religiones, políticas y sistemas económicos. Sólo las ciencias y su aplicación, es decir la tecnología, lograron el grato hecho de eliminar la miseria. ¿Era razonable que ahora yo criticara tan enconadamente la adquisición más grande de la historia humana? Por primera vez todos vivíamos sin el flagelo del hambre y las enfermedades; los requerimientos mínimos para vivir con dignidad estaban saciados. Ese observador imparcial diría: "Max Her, eres un necio y un desagradecido"...
Muchas veces reflexioné: ¿no estaría yo equivocado? Si la gente parece tan feliz ¿que derecho tengo yo a frustrar esa sensación? ¿Acaso no sería más justo dejar las cosas como están y yo seguir mi camino solo? En rigor estaba con Numar, no solo. Quizá lo mejor sería averiguar la existencia de esos grupos disidentes para actuar en forma limitada, es decir, sólo para nosotros. ¿Egoísmo o Justicia? ¿Cual sería el nombre de ese acto? ¡Ah cuántas cavilaciones!




2

Esa mañana en el desayuno ya estaba decidido pero antes quería saber la opinión de Numar.
-Numar, voy a aceptar la propuesta necesito ese trabajo para poder seguir nuestras investigaciones sobre el comportamiento humano-, dije con voz cansada pues durante la noche no había dormido lo suficiente. Mi mujer quizá consideró mi cansancio motivado por dudas en la decisión y se lanzó a una apubullante conferencia defensiva de mi resolución.
-Max querido, te vas a sentir mejor actuando en el Consejo pues comprobarás la utilidad de tus conocimientos sobre las personas y podrás contactarte con otros que piensen igual, pudiendo ser esto fructífero como te dije los otros días. No podemos pasar por la vida sin dejar alguna huella que sea útil para los demás. Esto siempre lo señalas tú y ahora llegó el instante de hacerlo efectivo en la realidad no en los meros discursos. Además este momento es propicio para hacer algo pues te repito que hay gente planeando una acción que nadie sabe con certeza pero de la cual todos murmuran-..... La corté abruptamente en su consoladora disquisición.
-Amor tú sabes que a poca gente le importa lo que nos sucede. La mayoría vive el momento y trata de disfrutar todo lo que puede; las personas están adormecidas-...
Numar permaneció algunos minutos en silencio. La expresión de su rostro denotaba una profunda reflexión que no quise interrumpir. Sólo se oía el tintineo de sus dedos golpeteando la copa de cristal que airosa regía, con dos fresias, nuestro debate desde el centro de la mesa. Siempre buscábamos alguna flor para presidir nuestros desayunos...
-Es cierto lo que tú dices. El imperio logró consolidar lo que siempre desearon todos los gobernantes. Con el pan, la diversión y el consumismo pueril ya casi nadie piensa. La tecnología sin racionalidad anuló la inventiva. Somos esclavos como en la antigüedad. La historia se repite pero ahora masivamente se anuló al hombre; si hasta tenemos a los robots que trabajan por nosotros y las computadoras "piensan" a cambio de nuestro holgazanear-. La amargura en la voz de Numar era notoria; ella sufría pues conocía a fondo los avatares de nuestra especie...

Las oficinas que me habían asignado estaban en uno de los edificios más importantes del Consejo Planetario. Así era pues en los aledaños solían reunirse los Asesores de los Consejeros. Estos Asesores eran personajes muy particulares. Su principal característica: la volubilidad. Cambiaban de criterio constantemente aun cuando la realidad era que no tenían criterio. Ellos simplemente esbozaban alguna propuesta con objetivos generales sin explicar la manera efectiva de concretarlos. Luego sobre la marcha hacían las cosas de tal forma que salían exactamente a la inversa de lo planteado al comienzo; como los objetivos eran genéricos la realización se hacía ambigua. Pero todo daba igual pues en el fondo la cosa iba bien. No existían las protestas al no haber necesidades insatisfechas.
Todo estaba centrado en la investigación de las estrellas cercanas en busca de planetas habitables o con vida propia. El trabajo pesado lo hacían las máquinas androides. Pero había un punto que no estaba claro; para hacer el viaje interestelar se necesitaban personas de peculiares características: dóciles (más aún que lo común), alegres (en realidad superficiales) y dotados de escasa inteligencia (!). Mi trabajo era seleccionar personas que reunieran ésos rasgos tan distintos a los que yo hubiera considerado. ¿Por qué se buscaba personas tontas?. Había una terrible razón. Con el tiempo puede descubrirla. Pero debo ir por partes en este relato para no perturbar anticipadamente.

Numar en sus investigaciones históricas había detectado un comportamiento humano muy generalizado durante la época del llamado feudalismo; ella estaba convencida de que ésa conducta era la que se buscaba en las personas que se seleccionaran para viajar. Antes del advenimiento de la era científica las personas actuaban por impulsos basados en el pensamiento mágico que era el dominante. No existía la necesidad de averiguar. Ni siquiera los hechos naturales requerían una explicación. Todo era atribuído a los designios "divinos" y nada podía hacer el ser humano para alterar lo preestablecido por la divinidad. Esta conducta producía una subordinación muy estricta a las reglas que se suponían dictadas a los hombres por el dios. La realidad era que dichas normas emanaban de seres tan mortales como el resto; simplemente usaban la credulidad de la gente para afianzar su poder. Pero ¿qué hacían para lograr su objetivo de dominio? ¿Qué actos eran requeridos para obtener tan integral sometimiento? Numar había investigado la historia de la parte occidental del planeta durante ése período y conjeturó que existía una predisposición al pensamiento mágico. Lo irracional priva por sobre lo racional. La psico-historia era una ciencia que había afianzado notablemente el conocimiento humano al relacionar la psicología individual con el comportamiento social y a través del devenir histórico. Básicamente establecía que la conducta en el fondo no cambiaba a pesar del avance en la ciencia y en la tecnología. No cabía duda alguna de que había evolución, lo que no existía era madurez. Por consiguiente ella discurría que el pensamiento mágico y la credulidad subsistirían a pesar de nuestra desarrollada tecnología. Serían los pilares sobre los que se sustentarían los nuevos amos: los tecnócratas científicos. Mantener a la gente con todas sus necesidades básicas satisfechas y entretenida con los juguetes de nuestra poderosa electrónica. Numar recordaba siempre un antiguo dicho: pan y circo... Nuestro siglo XXII proporcionaba todo el pan y todo el circo. La gente parecía feliz. Los únicos idiotas éramos nosotros. La edad de la razón duró poco tiempo; sólo los instantes iniciales de la era científica. Con la brillante tecnología se facilitó el no pensar: volvimos a la magia. Sólo que ahora era con aparatos...

Mis primeros días en el Consejo Planetario fueron rutinarios. Tenía entrevistas con las personas que se presentaban para la selección y debía evaluarlas conforme a los parámetros relatados anteriormente pero con gran sorpresa de mi parte encontré un nivel superior al esperado. La tecnología había producido por un lado desarrollo del conformismo pero por el otro los jóvenes buscaban espacios de acción que en la era antigua les eran negados. Así pude comprobar, con alguna esperanza, que la gente era básicamente inteligente; eran rápidos en captar todas las novedades que la autopista informática producía y asimilaban aplicando las modernas técnicas de inmediato. Por momentos se me hacía difícil evaluar y no hallaba gente obtusa como supuestamente encontraría. Eran dóciles y alegres, eso sí; pero el requisito de la escasa inteligencia no lo podía cumplimentar. Después de varias semanas estaba por llegar a la conclusión de que me había equivocado cuando advierto que todos los entrevistados tenían un rasgo común: aceptaban la información producida por las máquinas sin someterla a un análisis crítico.
El control de los datos era fundamental si bien hacerlo requería de imaginación... Dí un respingo. Aquí estaba el meollo de la cuestión. La imaginación era cosa del pasado. Las máquinas eran las que creaban; nos estaban reemplazando en la formulación de hipótesis. Lo que hacían las personas era grabar información; nada más. Ni siquiera manejaban la información sabiéndola relacionar y comparar. ¡Lo avispado de los candidatos era que repetían como androides!



3

Imprevistamente anunciaron para la tarde siguiente una reunión general de asesores y empleados de todos los Departamentos del Consejo Planetario. Los días previos habían corrido rumores de toda índole y la expectativa era creciente.
Alavea (nuestra amiga en la oficina de rastreo radiotelescópico) nos previno: "Hay un complot". Numar y yo estábamos convencidos de que habían descubierto al grupo de científicos que resistían al poder imperial. Pero en esa reunión no se mencionó nada al respecto; en cambio se anunció "una gigantesca fiesta donde todos los habitantes del Planeta y los residentes del Exterior tanto de las ciudades satélites como de los planetas colonizados nos reuniríamos fraternalmente en nuestra querida Tierra". En pocos minutos la noticia fue conocida por todos los humanos. El día de la fiesta comenzaría una nueva era pues se había logrado alcanzar la velocidad máxima de 175.000 kilómetros por segundo en naves imperiales. La euforia que se produjo en todas partes eclipsó cualquier otro asunto. Finalmente las investigaciones habían culminado luego de 75 años de esfuerzos gigantescos. La ordenadora matriz Fatia V que controlaba todos los sistemas informáticos había captado una mutación en un compuesto orgánico sintetizado en el laboratorio del Dr. Fanegio, eminencia en macro-genética. Apareció entonces un elemento nuevo que se denominó Fanegius en homenaje a su "descubridor" (las comillas tienen una connotación irónica; en realidad fue la gigante ordenadora Fatia V la descubridora). Este elemento Fanegius permitió alcanzar la velocidad referida; pero no sólo eso sino además, al reciclarse con ínfima pérdida, se obtenía un escaso volumen de almacenaje de combustible. Tal situación permitía realizar viajes a sistemas estelares distantes. En dos o tres decenas de años los viajeros podrían explorarlos y regresar si no encontraban condiciones adecuadas en los planetas de ésos sistemas.
Todo apuntaba a una colonización masiva de las cercanías; concretamente las estrellas ubicadas dentro de los 15 años-luz de nuestro sistema solar estaban en la mira de la exploración.
Todas las regiones del Imperio se habían contagiado de la histeria colectiva provocada. Por varias semanas el Cónclave Mundial fue publicitado por la autopista informática.

Justo una semana antes del gigantesco evento, nos reunimos a cenar con Alavea y su esposo. Tanto Numar como yo estábamos hastiados de la propaganda imperial y no nos contagiábamos la histeria general. Durante la comida no hablamos del tema y nos regodeamos con anécdotas pintorescas contadas por Nucio, el ingenioso esposo de Alavea. El buen humor de Nucio contrastaba con la gravedad de Alavea pero finalmente hasta ella rió con sus ocurrencias. En rigor todos necesitábamos aliviar tensiones y lo mejor era a través de la comicidad. Durante dos horas los cuatro hicimos catarsis y mientras saboreábamos un exquisito licor, lenta, paulatinamente fue introduciéndose el tema general. Sorpresivamente Alavea recobró su seriedad habitual y frunciendo el ceño en gesto característico, nos espetó:
-Muchachos, ¿no les resulta raro esto de reunir a todos los humanos en el Planeta?-
-Yo lo veo razonable; un descubrimiento así debe festejarse con toda la pompa-. Señaló Nucio levantando ambos brazos abarcando un imaginario globo terráqueo.
-El costo de traer a todos los colonizadores y residentes en ciudades satélites es elevadísimo y no hay nada que pueda justificarlo. ¡Sí, es extraño todo esto!- Acoté al meditar ya más sereno luego de tanta risa.
-Tienes razón, Max Her-. Dijo mi mujer con voz cavernosa y tono enigmático.
Se generalizó un silencio que taladró los vapores etílicos y prontamente todos caímos en la cuenta de que, efectivamente, era insólito reunir a 25.000 millones de humanos simplemente para festejar.
-La característica básica de los humanos a los ritos y solemnidades de todo tipo fue aprovechada sagazmente por el Consejo Planetario y su decreto convocando a la fiesta mundial fue acatado por todos con jubilosa satisfacción-. Dije casi pensando en voz alta.
Retornó el silencio. Cada uno conjeturaba arduamente en su fuero interno y la imaginación comenzó a trabajar.
-Aquí se está tramando algo-. Manifestó sorpresivamente mi mujer con la típica intuición que yo tantas veces he admirado.
Una extraña sensación pobló el ambiente; los cuatro comenzamos a lucubrar con extrema lucidez. Pactamos iniciar de inmediato investigaciones a todo nivel para averiguar si nuestras presunciones eran correctas y había algo, ya presentíamos siniestro, en aquella fiesta mundial...


A los dos días Alavea nos previene por el telecomunicador: -Muchachos, esta noche debo verlos urgente; Nucio y yo estaremos a las nueve-.
Como una tromba entró Alavea, seguida por Nucio y en una fresca noche de verano los cuatro, aterrados, fuimos partícipes del terrible secreto. El complot existía, pero era.....del Poder Imperial. El Plan: Reunir a toda la población para aniquilarla... mientras el Consejo Planetario y sus aláteres huirían en naves con el nuevo combustible y especialmente equipadas para exiliarse en un sistema estelar ubicado más al centro de la galaxia.
-¿Por qué aniquilar a la población?- Inquirí horrorizado.
-Además del combustible han descubierto una mutación cromosomática que permite mejorar sustancialmente los genes de nuestra especie y pretenden disfrutarla ellos solos pues parece que es imposible masificar la técnica-. Respondió Alavea con voz entrecortada y extrema palidez en el rostro.
-Nuestra única esperanza es contactarnos con los científicos resistentes que organizan la rebelión para impedir ese terrorífico plan-. Añadió Nucio con excitación pero decidido.
-Debemos actuar rápidamente-. Vociferamos al unísono.


Al día siguiente aprovechando el ajetreo producido por la próxima fiesta mundial y al disminuir las medidas de control por la congestión de los sistemas informáticos logramos asistir a una reunión con resistentes que, luego de convencerlos, nos llevaron a un Plenario de científicos que se hallaba en sesión permanente.
En una sala de un subsuelo lateral de un edificio secundario pudimos finalmente escuchar a los rebeldes. Estaba terminando la sesión y votarían una moción que, al ser leída, nos hizo temblar de espanto. Al reaccionar los cuatro, luego de varios minutos de parálisis, ya se aprobaba por unanimidad. Los científicos rebeldes decidieron..... huir ellos (con una sonrisa de nuestro contacto nos involucraban también a nosotros) previo aniquilamiento del resto de la población incluído el Consejo Planetario.
La cita era al día siguiente en un suburbio de la metrópolis; desde un cosmodromo camuflado se haría el despegue. Atrás quedaría un sistema informático neutrónico que a los quince minutos destruiría sólo la vida humana dejando intacto al resto.....



-Max, acércate-, susurró Numar con expresión de infinita ternura.
Arrellanados en la amplia butaca admiramos un maravilloso atardecer de rojos, naranjas, amarillos y violetas. Las nubes formaban en el horizonte un extraño y descomunal paisaje: semejaba un lago rodeado de montañas. El sol, cabalgando entre dos alargados cirrus, era una inmensa bola de fuego. Unimos nuestras mejillas en la contemplación y tomándonos de las manos lanzamos un tenue silbido que concluyó en sordo quejido. La angustia, nuestra angustia abismal, era sólo un lastimero vagido como de un bebé al nacer.
Nuestros ojos se fueron cerrando lentamente y el letargo eterno fue sumiéndonos en la nada... La pastilla que el obediente androide había disuelto en nuestras copas comenzaba a producir su efecto.............................


La novela en audio:

domingo, 8 de febrero de 2015

Relatos Cortos


EL FACTOR CONSTANTE



Autor: Héctor Carlos Reis

Todo hacía presumir que nunca llegaría. A lo lejos la montaña se perfilaba como un colmillo en las fauces de un gigante tumbado. Corrió hacia el arroyo dando tropezones; sus piernas se magullaron y fluyó sangre al caer de bruces sobre la roca. La frescura del agua mitigó el dolor.
Así, tendido sobre el basalto, acunó pensamientos que creía olvidados. La huída le había consumido todo menos su laboriosa mente. Siempre pensaba, era su descanso.
 
Los años en la mísera prisión no lo habían dañado. Su cuerpo, elástico por las constantes mediciones que hicieron sus pies sobre el duro cemento, mantenía el vigor a pesar de sus casi sesenta años.
La potente luz solar lo hizo pestañear; las oscuras celdas de la dictadura menguaron la adaptación de sus ojos a la claridad pero ya se iba acostumbrando: los ojos eran un reflejo de su mente; la rapidez para sortear peligros lo mantenía vivo. Siempre había tenido claro cómo funcionaban las cosas y por eso su agudo escepticismo. Sólo había fallado una vez: así lo detuvieron los malditos gendarmes.
Luego de aquella noche oscura de bastonazos que hirieron la dignidad de tantos como él, nunca cesó la persecución. Su mente brillante de físico y de astrónomo abarcaba también la miseria de la condición humana y no sólo la vastedad del cosmos. Por eso, porque veía más allá de los límites y escuchaba por sobre los ecos del "big bang" de los totalitarismos, siempre estaba en la mira de los idiotas inútiles.
El reservado científico hundía su modestia en una banqueta de mimbre y sus ojos hurgaban (con la tecnología que a cuentagotas llegaba por los magros presupuestos), ya en microscopios ya en telescopios; la aceleración de partículas y, sobre todo, los movimientos azarosos del electrón eran su campo preferido. Había descubierto que existía un "factor constante": se podía prever y conjeturar con altas probabilidades de acertar los movimientos de las partículas. De este modo quizás el azar no fuese tan inevitable. Guardó, como su tesoro más preciado, el hallazgo hasta comprobarlo con total rigor científico. Mientras tanto fue acomodando su vida y todos sus actos eran pensados en función de las probabilidades calculadas; esta metodología le sirvió para sobrevivir durante las dictaduras que sometieron al país.
Aplicaba un mimetismo singular pareciendo ratón, como los que usaban sus colegas biólogos, siendo en realidad, águila; depredador y no presa. Todas sus teorías las anotaba minuciosamente y en función de su "factor constante" descubrió las trampas de la cultura: los inventos del hombre para dominar y manejar al hombre. Así fueron cayendo creencias e ideologías.
Buscando el conocimiento encontró el factor constante de los hombres: agresividad, ritualismo, jerarquía, territorialidad, estupidez, hipocresía y codicia; la terrible codicia de poder sobre bienes y sobre personas...
 
Desde el duro basalto siguió evocando una niñez golpeada; había sido un rebelde, sus padres (¡su madre!) nunca lo habían acariciado; la falta de ternura hizo que una mueca de tristeza asomara en su rostro. Sintió un inmenso abatimiento. ¿Quizá por eso buscó siempre ser amado? La congoja surgió y apretó su garganta. La angustia le pareció letal. Oscuras sombras surgieron del pasado y un sollozo lo sofocó. Quizo rehacerse rescatando lo bueno de sus padres: quedó flotando la imagen del hombre con el traje azul y su sombrero gris y la sonrisa de la mujer engarzando coquetamente el brazo del esposo. Así los dos se fueron esfumando en el recuerdo...
Conoció el amor; el simple amor sensual de su primera esposa y el buen amor de su última mujer. Los años compartidos con ella lo ayudaron a comprender la diferencia. El enamoramiento es ilusorio, dependiente y corto; los deseos propios satisfechos a través del otro; la codicia sobre personas... El buen amor es conocimiento del otro, respeto, responsabilidad y cuidado. Amar es dar sin esperar nada a cambio. Su "factor constante", aplicado a los sentimientos, le ayudó a ver que el buen amor casi no existe.
 
Echado sobre la roca tembló súbitamente: ¿cómo podía ser que pasara tan rápido de la angustia asfixiante a la lucidez de su pensamiento analítico-crítico? Como en un torbellino surgían ideas sin ilación y sin coherencia. ¿Qué le estaba pasando?
 
Domesticado por su "factor constante", buscó explicaciones para ése cabo suelto. Las relaciones de todo tipo pulularon por su cerebro adiestrado; en segundos pasaron años de su vida...
Recordó el primer encuentro con su gran amor. Un ascensor, una mirada y la invitación, de ella, a ver el crepúsculo al anochecer desde un piso dieciocho. Charla amable tomando café; dos historias que tenían en común el abandono y la deslealtad. La amistad primero que tres meses transformaron en amor. El sexo comenzó de manera tierna y sutil. Ambos, leales, hacía tiempo que extrañaban el paroxismo de la pasión. Vivieron como nunca antes un amor libre, cuidando del otro; estaban juntos y separados al mismo tiempo: se respetaban.
 
Repuesto en su trabajo luego de meses de espera, dejó de opinar no por miedo sino por convicción. Ya había descubierto que el hombre inventó la cultura (para él todo lo realizado por el hombre era cultura) como medio para dominar; él quería ser libre y lo era en sus pensamientos. Comenzó a escribir; todo lo que iba descubriendo en el campo científico así como sus propuestas de cambio cultural lo volcaba a textos de curiosa forma.
Había advertido que las ciencias y su aplicación, la tecnología, eran causantes de la verdadera transformación cultural y no las ideologías; la vida cotidiana transmutaba rápidamente. El futuro inmediato sería muy diferente pero nuevos problemas reemplazarían al viejo mundo construído sobre la base de las creencias. Una ley biológica tremenda empezaba a ocasionar estragos: la supervivencia del más apto. La ciencia y la tecnología creaban la obsolescencia de aquellos que no se adaptaran. Lo angustiaba el sufrimiento de quienes quedaban desamparados: el planeta no era para ellos. Al mismo tiempo los dioses ilusorios inventados por la vieja cultura cedían el paso a un dios real, tangible y terrible: el Dios Dinero... El arcaico juego del poder y la codicia avasallando a los más débiles.
Habló. La dictadura de turno (espadas, cruces, dinero, todas actuaban igual) no soportó su voz y lo hizo callar. Entonces sus amigos guardaron sus tesis en enigmáticos envases ocultos en textos inocuos y, a veces, con alguna belleza literaria. Para descifrarlos en plenitud era menester conocer algunos códigos y en el futuro se comprenderían mejor sus investigaciones. Sin embargo, algunas personas comenzaron a debatir secretamente sus tesis y añadían retazos que completaban un valioso mosaico. Desde la cárcel estaba al tanto del revuelo armado entre colegas y otros individuos inquietos por el futuro inmediato. Había dejado una huella que otros seguirían...
La vida en la cárcel era dura. Muchas veces escuchaba gemidos y otras alaridos de compañeros de infortunio; en su imaginación surgían bestiales rostros de sádicos inquisidores y hogueras orladas con beatíficos portadores de cruces que oraban cínicamente. ¡Ah la hipocresía de las creencias! ¡Ah la angustia del crédulo y el dolor del manso!
Las confidencias de los presos que habían cometido delitos reales lo puso en conocimiento de que una enorme telaraña tejida por los "cerebro-arañas" de organizaciones mafiosas que estaban detrás y sobre el poder, controlaba los gobiernos; éstos cambiaban de rostro pero aquéllas subsistían voraces.
 
El recuerdo de su amada retornó como en el girar de un calidoscopio. ¡Cómo amaba su porte!; parecía un pingüino: sus brazos pendiendo a los costados y un suave balanceo al apoyar cada pie. ¡Cómo amaba sus ojos de un verde claro indefinido!: como el fondo de un mar; centelleaban a veces con ira, otras con ternura. ¡Cómo amaba sus dedos de alejada pianista!, en especial sus pulgares que se arqueaban barrocos como su Domenico Scarlatti. ¡Y aquélla vez al correr su querida pingüinita hacia el mar!, retozando entre las olas y riendo como nunca antes lo había hecho; entraba y salía del agua demasiado fría para su cálido cuerpo; riendo y buscándolo con picardía. Esa risa inolvidable se repitió cuando en otro verano ella, sin saber manejar, quiso tomar el volante de un extraño coche: pequeño motor en un chasis y casi sin carrocería; por los senderos arenosos de un bosque zizagueó sin control, riendo como aquella vez en el mar y él a su lado compartiendo el fugaz instante que quedó en su memoria para siempre. Su descanso era el pensar y su placer, el recordar. Su amada estaba siempre allí, con él.
 
Giró su cuerpo sobre la peña y al hacerlo, de sus ojos resbalaron lágrimas de amor y de ternura que cayeron como lluvia dispersándose, atomizadas, llevadas por la brisa. Así sus recuerdos, pequeños, intrascendentes, emergiendo del olvido cubrían su pena inexplicable. No entendía porqué surgía todo de manera abarrotada y sin quererlo. Su voluntad paralizada. Sólo imágenes simultáneas de un pasado vivido en un raro país; un lugar donde la fantasía es realidad; donde el cinismo, la mentira y la hipocresía son las virtudes innatas de los dirigentes; la inocencia, la mansedumbre, la evasión, son las virtudes de los dirigidos; el delito y la impunidad son las constantes de un poder consentido pero sin sentido. Un raro y extraño país donde todo es posible, es decir, sin justicia (ni imaginar la Justicia). La cárcel, rápidamente, para los rateros pobres; el sobreseimiento definitivo sin que afecte su buen nombre y honor para los ricos jefes de mafias; "no hay pruebas o las pruebas se fabrican" ¡Ah, el Dios Dinero y sus devotos creyentes hincados en su altar! Los nuevos sacrificios de víctimas curiosas; ¡pobres de aquéllos que hurguetean la intimidad de los negocios!; la nueva Inquisición quema como la vieja. Nada cambia si no cambia el hombre. Nada cambia si no cambia el Hombre. Su mente rápida tomó la agudeza y allí sobre la roca quiso encontrar ése Hombre dentro de sí mismo. No lo encontró. No existe todavía.
Se refugió en un nuevo recuerdo evadiendo su responsabilidad. Era débil. Quizás un cobarde. Pensó en Galileo Galilei: él pudo vivir y sacar, por medio de sus amigos, sus descubrimientos hacia un país más libre. La cruel Inquisición lo doblegó. No luchó como Giordano Bruno; no se defendió, acató las órdenes del mandamás pero vivió; pudo seguir trabajando. Admiraba a Giordano Bruno. El astrónomo Bruno, a través de sus observaciones, había llegado a una serie de conclusiones como la existencia de infinitos mundos muchos de ellos habitados: ya no era solamente el hombre criatura de Dios; él sostuvo que había otras criaturas y lo planteó como hipótesis. Infinitos mundos en órbita alrededor de otros soles; ése fue su "crimen" y por eso la "santa" Inquisición ordenó quemarlo en la hoguera. No se "rectificó" como Galileo; lo torturaron alevosa y salvajemente en la boca, arrancando dientes, muelas y lengua; finalmente, en enero del año 1600, lo quemaron vivo... Su endeblez o su flaqueza lo hacía preferir ser como Galileo para sobrevivir. Por eso no lo habían torturado en la cárcel y por eso estaba ahora en esa roca; vivo, huyendo, escapando de los modernos inquisidores. ¡Ah, pero detrás de sí cuántos Giordanos Brunos habían caído! Se hablaba de miles.
 
De pronto oyó un lejano aullido de perros; los infames gendarmes, acosándolo, llegaban con sus mastines. Se irguió en la roca y oteando descubrió a los perseguidores. Comenzó a correr hacia la montaña salvadora; más allá estaba la frontera y con ella el asilo liberador. Al principio la carrera fue rápida: el miedo lo impulsaba. Encontró un sendero pero se bifurcaba en distintas direcciones; temió girar en redondo. La marcha se hizo dificultosa por lo abrupto del terreno y la abundancia de piedras. Cayendo y levantándose corría, en su desesperación, sin pensar. Actuaba sólo por reflejos. Por primera vez sintió pavor. Los ladridos se oían cada vez más cercanos. Cayó de bruces y su rostro se lastimó al rozar el filo de una roca; restañó la sangre, que manó en rojo borbollón, con el dorso de una mano y entre sus dedos quedaron varios trozos de dientes. Prosiguió la carrera; jadeante subió la cuesta que lo acercaba a la frontera. Pocos metros lo separaban de la libertad. Aplicando su factor constante había estudiado todas las probabilidades para huir y allí estaba, en la pendiente y a sus pies la salvación. Sería como Galileo, pero...sus neuronas entraron en cortocircuito y la figura de Bruno, señera en su hoguera, cubrió como única representación su mente febril. Pisó una piedra, resbaló y cayó rodando por la cuesta. Abajo, su cráneo golpeó con estrépito un verdinegro basalto. Trozos de su cerebro cayeron dispersos a ambos lados de la frontera.
 

Epitafio
 
Al día siguiente sus amigos pudieron rescatar los restos. Hallaron entre sus ropas un trozo, ajado, de un manuscrito más extenso escrito con letra despareja. Sólo podía leerse: "..... Motivan mi vida y por eso escribo: un ansia de buen amor, la búsqueda de conocimiento y una insoportable angustia por el sufrimiento humano....."











EL GOLPE BAJO


O UN REENCUENTRO INESPERADO


Autor: Héctor Carlos Reis


Esta es una historia real. Me fue referida por una amiga. El protagonista se la relató casi sin respirar, como en una fugaz descarga. Mi amiga, que lo conoce bien, completó frases apenas insinuadas; la comprensión de la amistad logró dar forma reconocible a sentimientos profundos de seres anónimos.

Todo comenzó (me refiero al instante de esta historia) una soleada tarde de invierno. Regresaba él con dos bolsas de comestibles (su soledad la matizaba los sábados buscando víveres para el resto de la semana); repentinamente sintió la necesidad de conversar con el portero; más bien de escucharlo. Ambos quedaron a las puertas de los ascensores como viejos amigos; en realidad él rara vez conversaba; siempre estaba apurado. Esa tarde estuvo un cuarto de hora escuchando una letanía de provincias y viajes por verdes comarcas; el portero se despachó a gusto. De pronto se abrió la puerta de uno de los ascensores; surgió una cara conocida y un amable beso en la mejilla; recién en ése momento advirtió la presencia de «ella». Giró su rostro y, por inercia, también besó su mejilla; fugazmente rozó sus labios. Ella estaba allí; él quedó paralizado y sólo murmuró, al rostro conocido, una amiga de ambos, algunas palabras ininteligibles. Ambas se retiraron prontamente; él regresó a su departamento.

Hacía dos años que se habían separado. Ella decidió estar sola; él era inmaduro; había competido con los dos hijos de ella buscando un lugar desde allí…desde la adolescencia. Su historia era de niño golpeado, sin la ternura de una madre; con la rudeza del padre apabullándolo. La rebeldía fue su escudo y se defendió así siempre. Al encontrar la ternura de ella se refugió como en un cálido nido. Jamás olvidó cómo ella desgajaba un pomelo y, quitando todas las hebras blancas, ponía el trozo en su boca mientras, sentados en un sillón, observaban la noche estrellada desde un piso dieciocho. Jamás olvidó cuando ella recostaba la cabeza de él en su regazo y depilaba sus orejas con una pequeña pinza, lentamente, con la exquisita fruición de la ternura nueva.

Cuando ella decidió tener a su lado a un hombre y no a un niño grande se produjo la ruptura.

En esos dos años él sufrió el abandono; ya había aprendido a quererla con el buen amor del adulto pero había llegado tarde. Sus tiempos (los de él y los de ella) eran distintos. Ella había perdido a su padre siendo niña aún; asumió el rol de madre de su madre. Cuidó de la madre inválida (real o exagerada, nunca se supo; quizá la madre también buscó a una madre y halló a su hija). La niña, raudamente adulta, tuvo responsabilidades prematuras. Por eso ahora, de adulta, necesitaba el mimo y el cuidado de un hombre; él, como siempre tarde, se dio cuenta en esos dos años de separación. Sin embargo el dolor lo hizo madurar. Comprendió, y asumió, su edad real: no era un adolescente. Ella había estado acertada. Ambos no podían estar juntos aunque se amaran.

Sí, se amaban. En esos dos años estuvieron solos. En una sociedad que rinde culto a la mentira, a la hipocresía, al engaño, ellos fueron leales. El sexo y la pasión lo guardaban, como un tesoro, para el amor; rara especie en un extraño país de falsedades y de artificiosas tretas buscando impunidades. Por eso él valoraba a ésa sencilla mujer de ojos claros, transparentes y de un dulce mirar (¡cómo extrañaba su miradita!), aunque admitía su esporádica cólera al transmutarse en breves iras; tan efímeras que las recordaba con afecto. Todo en ella era ternura hasta sus enojos… De ella había aprendido a mirar los retoños de los árboles, «las hojas bebés», en las primaveras y la música al crujir las hojas (¿quizá las mismas?) pisándolas en paseos otoñales. De ella y con ella había descubierto las callejuelas que «llaman» como un dedo índice que se flexiona invitando a transitarlas. ¡Ah cómo extrañaba aquéllas caminatas unidos de la mano! Sólo con ella había disfrutado los atardeceres. Sólo con ella había sentido la fugaz alegría de la caricia espontánea; aquélla que se brinda ante una palabra o una mirada sutil… ¡Cómo amaba su mano al deslizarse sobre su nuca! En esos dos años él sintió que había acopiado para siempre, hasta el final de sus días, miles de recuerdos, de momentos que sólo el arte podía inmovilizar.

Decidió escribir, aunando vivencias con reflexiones.

Antes del encuentro a la salida del ascensor había escrito un relato corto; era la historia de un científico que huía de los gendarmes de una dictadura y que lo perseguían con mastines. Durante el relato había volcado, sin quererlo y como siempre hacen los autores, algunos recuerdos que pululaban en su cerebro. Y…¿cuáles eran las vivencias más hermosas de su vida? Sin ninguna duda: las que tuvo con ella, con su buen amor.

Esa noche deslizó bajo su puerta, (a esta altura es obvio aclarar que ambos vivían en el mismo edificio y su buen amor de catorce años lo vivieron juntos pero separados por quince pisos) y antes de que ella regresase de su quiosco, un sobre con el relato.

Es menester hacer una aclaración para comprender en profundidad esta historia. Ellos se habían conocido un veinte de julio, día internacional del amigo, y él pensaba echar bajo la puerta de ella la narración del científico en la noche del día diecinueve; así ella encontraría su cuento como obsequio en el día del amigo y que era, a la vez, su aniversario. El fugaz encuentro a la salida del ascensor determinó que él adelantara la entrega. ¡Ah!…, el azar hizo que ésa tarde demorara con el portero los minutos necesarios; parecía que todo llevaba a que ella y él tuvieran que encontrarse. Parece una ficción, salvo que imaginemos destinos implacables o simplemente la casualidad…


A las 21,30 él echó el sobre y luego se puso a preparar su solitaria cena como todos los sábados; pero ésa noche acumuló ingredientes para una mejor pizza (su especialidad era una exquisita pizza mezcla de harina integral, germen de trigo, salvado, harina blanca y otras delicias dietéticas). También la casualidad hizo que tuviese tomates frescos y cebolla porque de haber previsto lo que sucedería habría comprado vino. No, todo lo sucedido fue espontáneo e impensado. Por eso actuó como lo hizo: con reflejos.

A las 22 sonó el timbre de su departamento: era ella; con lágrimas en los ojos entró en el living. Atónito, él sólo atinó a invitarla a pasar y a sentarse. Ella, entre copiosas lágrimas, balbuceaba: «es un golpe bajo, es un golpe bajo»… No supo él, quizá como todos los hombres, reaccionar ante las lágrimas de una mujer. Escuchaba las palabras: «es un golpe bajo, es un golpe bajo»…sin entender qué significaban. Ella habló. Le dijo que lo quería, que lo deseaba, que era una buena persona… Había tardado años (antes de la separación real) en decidir que lo mejor era terminar la relación. Sus tiempos diferentes no la hacían feliz, sufría el egoísmo de él y su inmadurez. No quería otro niño, buscaba al hombre.

En los dos años de separación él ya había comprendido qué había pasado en la mente de ella y por eso jamás sintió rencor; más aún, estaba de acuerdo con ella. La desunión lo hizo crecer pero era tarde.


Entre lágrimas ella decía que no podía restaurar el amor. Se había roto y ella no tenía las fuerzas necesarias para comenzar de nuevo. Le dijo él entonces que había cambiado: la separación además de dolor lo había hecho madurar. «No puedo empezar nuevamente; no puedo recuperar»…insistía ella; él se levantó yendo a la cocina y regresando con un plato. Ella reconoció de inmediato un viejo plato roto que había tirado a la basura y que él le pidió para pegarlo; por azar, la rotura era en dos trozos casi iguales. Al mostrarlo, él dijo: «mira, unidos en el medio; yo los pegué; tengo la fuerza para restaurar nuestro amor, este plato lo conservo como un símbolo; a veces lo uso y lo guardo con cariño». Ella acotó, ya con menos lágrimas y con pizca de su sutil femineidad: «no son trozos iguales, éste (dijo señalando el de la izquierda) es más grande». Respondió él (hombre al fin): «claro ése es el macho y ésta la hembrita». Una sonrisa iluminó la cara de ella.

La invitó él a cenar. Ella resistió algunos momentos pero sabedora de que él es un buen cocinero finalmente aceptó. Al regresar a la cocina advirtió él con estupor que la suculenta pizza la había dejado en el horno y se estaba endureciendo como suela de zapato. Hombre de infinitos recursos y conociendo los materiales con los que trabajaba, rápidamente echó agua dentro de la pizzera; la exquisitez absorbió el líquido como una esponja y recuperó su fresca lozanía. La cena estaba salvada. Ella comenzó a reír al verlo maniobrar con los ingredientes y él, para entretenerla, le mostró los licores caseros y de alta artesanía que preparaba en frascos de perfume o similares. Estaban etiquetados y con un certificado de garantía. Todo prolijo. Había licor de frutillas, de menta, de naranjas. Ella reía con ganas y aseveraba que él estaba loco y que no cambiaba más. La risa, la alegría que había llenado sus vidas durante tantos años regresó. Hubiera querido él abrazarla, levantarla en el aire y decirle: «te quiero, te quiero, amada, amada de siempre y para siempre» pero era hombre, es decir, un cerdo estúpido… Tenía razón ella los hombres son eternamente niños…

Ella mencionó que su hija, residente en el interior del país, de visita y con sus dos niños, podría estar llamándola por teléfono; había salido a ver a una amiga y se inquietaría al no encontrarla. Deseaba volver a su departamento pero también quería quedarse con él a cenar. Mientras él apuraba la preparación de la pizza…sonó el timbre. Al abrir la puerta vieron, con sorpresa, a la hija con sus niños; ella pensaba que regresarían mucho más tarde. Por azar volvió antes y para colmo de males había olvidado las llaves que la madre (ella) le entregaba cada vez que la hija la visitaba. La casualidad hizo que olvidara las llaves y pensó, por sugerencia del niño, verlo a él. La hija de ella comentó que estaba aturdida al no poder entrar y hasta pensó en regresar a la casa de su amiga; la indicación del niño y su intuición la llevaron a la casa de él… El encuentro de casi toda la familia se produjo por mero azar…

Entre todos prepararon la mesa pues aceptaron la invitación de él para cenar. Ella abrió un cajón para buscar más cubiertos y al no encontrarlos preguntó donde estaban; él, riendo, los buscó debajo de otros enseres; «como hacía tiempo que no recibía visitas…», se justificó. Faltaban sillas. El buscó mientras ellas acomodaban. La última silla la trajo de un recóndito rincón; tuvo que limpiarla. Los hombres son reacios a la limpieza a fondo de una casa; cuando viven solos el polvo se acumula. Ellas, pacientes, lo esperaban ya sentadas, los niños ubicados y él, presuroso, apareció con la silla en alto; parecía el Quijote con su lanza. Se ubicó frente a la hija que tenía en su falda a la beba de diez meses; a su derecha, el niño de tres años y ocho meses; a su izquierda, ella. La magnífica pizza fue cortada en trozos. Ella y la hija señalaron que estaba muy rica; el niño, cansado del intenso trajín, estaba inapetente. Con inmensa ternura, él puso un trozo envuelto en papel en las manitas de la querida criatura; logró poco; el cuerpecito ya palpitaba y la mente quizás intuía la pronta partida de la mamá viajera.

Así, el reencuentro inesperado se produjo con una familia casi a pleno (sólo faltaba el hijo de ella que quizás estaría con alguna novia). Ella siempre lo había querido como padre para sus hijos; él, como siempre tarde, empezó a sentir a los hijos de ella como sus hijos y a los niños…¿cómo sus nietos?

Acompañó a las dos mujeres y los niños al departamento de ella. Se quedó un momento junto al niño que quiso ver dibujos por televisión (es su pasión). El pequeño cuerpo se instaló en una mecedora; parecía un principito. Sobre el piso se sentó él, en silencio y tomando las manitas de la criatura pensó que no había comprendido la dulzura que Ella (su querido buen amor) le había ofrecido años atrás con sus hijos pequeños. ¿Cómo podría restaurar sus falencias?

Se retiró en silencio a su departamento. Cabizbajo y meditabundo al acomodar cansinamente los utensillos, vio un frasco de mermelada de frutillas que había preparado pensando en ella (era una fantasía suya pues estaban separados pero él imaginaba que todos sus productos artesanales los hacía para ella; por eso duraban tanto…) El envase estaba por la mitad; pensó: la otra mitad es para ella…al fin había aprendido a compartir… Subió. Le abrió la puerta la hija; ingresando a la cocina le entregó el frasco a ella, quién, al quitar el envoltorio y leer la etiqueta con el consabido certificado que garantizaba la calidad artesanal del exquisito producto estalló en una risa única e inolvidable… Mi amiga terminó su relato diciendo que él la esperaba en un bar (era un tipo de café) para contarle el resto pero…esa, ésa es otra historia…

inteligibles. Ambas se retiraron prontamente; él regresó a su departamento.
Hacía dos años que se habían separado. Ella decidió estar sola; él era inmaduro; había competido con los dos hijos de ella buscando un lugar desde allí...desde la adolescencia. Su historia era de niño golpeado, sin la ternura de una madre; con la rudeza del padre apabullándolo. La rebeldía fue su escudo y se defendió así siempre. Al encontrar la ternura de ella se refugió como en un cálido nido. Jamás olvidó cómo ella desgajaba un pomelo y, quitando todas las hebras blancas, ponía el trozo en su boca mientras, sentados en un sillón, observaban la noche estrellada desde un piso dieciocho. Jamás olvidó cuando ella recostaba la cabeza de él en su regazo y depilaba sus orejas con una pequeña pinza, lentamente, con la exquisita fruición de la ternura nueva. Cuando ella decidió tener a su lado a un hombre y no a un niño grande se produjo la ruptura.
En esos dos años él sufrió el abandono; ya había aprendido a quererla con el buen amor del adulto pero había llegado tarde. Sus tiempos (los de él y los de ella) eran distintos. Ella había perdido a su padre siendo niña aún; asumió el rol de madre de su madre. Cuidó de la madre inválida (real o exagerada, nunca se supo; quizá la madre también buscó a una madre y halló a su hija). La niña, raudamente adulta, tuvo responsabilidades prematuras. Por eso ahora, de adulta, necesitaba el mimo y el cuidado de un hombre; él, como siempre tarde, se dio cuenta en esos dos años de separación. Sin embargo el dolor lo hizo madurar. Comprendió, y asumió, su edad real: no era un adolescente. Ella había estado acertada. Ambos no podían estar juntos aunque se amaran.
Sí, se amaban. En esos dos años estuvieron solos. En una sociedad que rinde culto a la mentira, a la hipocresía, al engaño, ellos fueron leales. El sexo y la pasión lo guardaban, como un tesoro, para el amor; rara especie en un extraño país de falsedades y de artificiosas tretas buscando impunidades. Por eso él valoraba a ésa sencilla mujer de ojos claros, transparentes y de un dulce mirar (¡cómo extrañaba su miradita!), aunque admitía su esporádica cólera al transmutarse en breves iras; tan efímeras que las recordaba con afecto. Todo en ella era ternura hasta sus enojos... De ella había aprendido a mirar los retoños de los árboles, "las hojas bebés", en las primaveras y la música al crujir las hojas (¿quizá las mismas?) pisándolas en paseos otoñales. De ella y con ella había descubierto las callejuelas que "llaman" como un dedo índice que se flexiona invitando a transitarlas. ¡Ah cómo extrañaba aquéllas caminatas unidos de la mano! Sólo con ella había disfrutado los atardeceres. Sólo con ella había sentido la fugaz alegría de la caricia espontánea; aquélla que se brinda ante una palabra o una mirada sutil... ¡Cómo amaba su mano al deslizarse sobre su nuca! En esos dos años él sintió que había acopiado para siempre, hasta el final de sus días, miles de recuerdos, de momentos que sólo el arte podía inmovilizar. Decidió escribir, aunando vivencias con reflexiones.
Antes del encuentro a la salida del ascensor había escrito un relato corto; era la historia de un científico que huía de los gendarmes de una dictadura y que lo perseguían con mastines. Durante el relato había volcado, sin quererlo y como siempre hacen los autores, algunos recuerdos que pululaban en su cerebro. Y...¿cuáles eran las vivencias más hermosas de su vida? Sin ninguna duda: las que tuvo con ella, con su buen amor.
Esa noche deslizó bajo su puerta, (a esta altura es obvio aclarar que ambos vivían en el mismo edificio y su buen amor de catorce años lo vivieron juntos pero separados por quince pisos) y antes de que ella regresase de su quiosco, un sobre con el relato. Es menester hacer una aclaración para comprender en profundidad esta historia. Ellos se habían conocido un veinte de julio, día internacional del amigo, y él pensaba echar bajo la puerta de ella la narración del científico en la noche del día diecinueve; así ella encontraría su cuento como obsequio en el día del amigo y que era, a la vez, su aniversario.
El fugaz encuentro a la salida del ascensor determinó que él adelantara la entrega. ¡Ah!..., el azar hizo que ésa tarde demorara con el portero los minutos necesarios; parecía que todo llevaba a que ella y él tuvieran que encontrarse. Parece una ficción, salvo que imaginemos destinos implacables o simplemente la casualidad...
A las 21,30 él echó el sobre y luego se puso a preparar su solitaria cena como todos los sábados; pero ésa noche acumuló ingredientes para una mejor pizza (su especialidad era una exquisita pizza mezcla de harina integral, germen de trigo, salvado, harina blanca y otras delicias dietéticas). También la casualidad hizo que tuviese tomates frescos y cebolla porque de haber previsto lo que sucedería habría comprado vino. No, todo lo sucedido fue espontáneo e impensado. Por eso actuó como lo hizo: con reflejos.
A las 22 sonó el timbre de su departamento: era ella; con lágrimas en los ojos entró en el living. Atónito, él sólo atinó a invitarla a pasar y a sentarse. Ella, entre copiosas lágrimas, balbuceaba: "es un golpe bajo, es un golpe bajo"...
No supo él, quizá como todos los hombres, reaccionar ante las lágrimas de una mujer. Escuchaba las palabras: "es un golpe bajo, es un golpe bajo"...sin entender qué significaban. Ella habló. Le dijo que lo quería, que lo deseaba, que era una buena persona... Había tardado años (antes de la separación real) en decidir que lo mejor era terminar la relación. Sus tiempos diferentes no la hacían feliz, sufría el egoísmo de él y su inmadurez. No quería otro niño, buscaba al hombre.
En los dos años de separación él ya había comprendido qué había pasado en la mente de ella y por eso jamás sintió rencor; más aún, estaba de acuerdo con ella. La desunión lo hizo crecer pero era tarde.
Entre lágrimas ella decía que no podía restaurar el amor. Se había roto y ella no tenía las fuerzas necesarias para comenzar de nuevo. Le dijo él entonces que había cambiado: la separación además de dolor lo había hecho madurar. "No puedo empezar nuevamente; no puedo recuperar"...insistía ella; él se levantó yendo a la cocina y regresando con un plato. Ella reconoció de inmediato un viejo plato roto que había tirado a la basura y que él le pidió para pegarlo; por azar, la rotura era en dos trozos casi iguales. Al mostrarlo, él dijo: "mira, unidos en el medio; yo los pegué; tengo la fuerza para restaurar nuestro amor, este plato lo conservo como un símbolo; a veces lo uso y lo guardo con cariño". Ella acotó, ya con menos lágrimas y con pizca de su sutil femeneidad: "no son trozos iguales, éste (dijo señalando el de la izquierda) es más grande". Respondió él (hombre al fin): "claro ése es el macho y ésta la hembrita". Una sonrisa iluminó la cara de ella.
La invitó él a cenar. Ella resistió algunos momentos pero sabedora de que él es un buen cocinero finalmente aceptó. Al regresar a la cocina advirtió él con estupor que la suculenta pizza la había dejado en el horno y se estaba endureciendo como suela de zapato. Hombre de infinitos recursos y conociendo los materiales con los que trabajaba, rápidamente echó agua dentro de la pizzera; la exquisitez absorbió el líquido como una esponja y recuperó su fresca lozanía. La cena estaba salvada. Ella comenzó a reir al verlo maniobrar con los ingredientes y él, para entretenerla, le mostró los licores caseros y de alta artesanía que preparaba en frascos de perfume o similares. Estaban etiquetados y con un certificado de garantía. Todo prolijo. Había licor de frutillas, de menta, de naranjas. Ella reía con ganas y aseveraba que él estaba loco y que no cambiaba más. La risa, la alegría que había llenado sus vidas durante tantos años regresó. Hubiera querido él abrazarla, levantarla en el aire y decirle: "te quiero, te quiero, amada, amada de siempre y para siempre" pero era hombre, es decir, un cerdo estúpido... Tenía razón ella los hombres son eternamente niños...
Ella mencionó que su hija, residente en el interior del país, de visita y con sus dos niños, podría estar llamándola por teléfono; había salido a ver a una amiga y se inquietaría al no encontrarla. Deseaba volver a su departamento pero también quería quedarse con él a cenar. Mientras él apuraba la preparación de la pizza...sonó el timbre. Al abrir la puerta vieron, con sorpresa, a la hija con sus niños; ella pensaba que regresarían mucho más tarde. Por azar volvió antes y para colmo de males había olvidado las llaves que la madre (ella) le entregaba cada vez que la hija la visitaba. La casualidad hizo que olvidara las llaves y pensó, por sugerencia del niño, verlo a él. La hija de ella comentó que estaba aturdida al no poder entrar y hasta pensó en regresar a la casa de su amiga; la indicación del niño y su intuición la llevaron a la casa de él... El encuentro de casi toda la familia se produjo por mero azar...
Entre todos prepararon la mesa pues aceptaron la invitación de él para cenar. Ella abrió un cajón para buscar más cubiertos y al no encontrarlos preguntó donde estaban; él, riendo, los buscó debajo de otros enseres; "como hacía tiempo que no recibía visitas...", se justificó.
Faltaban sillas. El buscó mientras ellas acomodaban. La última silla la trajo de un recóndito rincón; tuvo que limpiarla. Los hombres son reacios a la limpieza a fondo de una casa; cuando viven solos el polvo se acumula. Ellas, pacientes, lo esperaban ya sentadas, los niños ubicados y él, presuroso, apareció con la silla en alto; parecía el Quijote con su lanza. Se ubicó frente a la hija que tenía en su falda a la beba de diez meses; a su derecha, el niño de tres años y ocho meses; a su izquierda, ella. La magnífica pizza fue cortada en trozos. Ella y la hija señalaron que estaba muy rica; el niño, cansado del intenso trajín, estaba inapetente. Con inmensa ternura, él puso un trozo envuelto en papel en las manitas de la querida criatura; logró poco; el cuerpecito ya palpitaba y la mente quizás intuía la pronta partida de la mamá viajera.
Así, el reencuentro inesperado se produjo con una familia casi a pleno (sólo faltaba el hijo de ella que quizás estaría con alguna novia). Ella siempre lo había querido como padre para sus hijos; él, como siempre tarde, empezó a sentir a los hijos de ella como sus hijos y a los niños...¿cómo sus nietos?
Acompañó a las dos mujeres y los niños al departamento de ella. Se quedó un momento junto al niño que quiso ver dibujos por televisión (es su pasión). El pequeño cuerpo se instaló en una mecedora; parecía un principito. Sobre el piso se sentó él, en silencio y tomando las manitas de la criatura pensó que no había comprendido la dulzura que Ella (su querido buen amor) le había ofrecido años atrás con sus hijos pequeños. ¿Cómo podría restaurar sus falencias?
Se retiró en silencio a su departamento. Cabizbajo y meditabundo al acomodar cansinamente los utensillos, vio un frasco de mermelada de frutillas que había preparado pensando en ella (era una fantasía suya pues estaban separados pero él imaginaba que todos sus productos artesanales los hacía para ella; por eso duraban tanto...) El envase estaba por la mitad; pensó: la otra mitad es para ella...al fin había aprendido a compartir...
Subió. Le abrió la puerta la hija; ingresando a la cocina le entregó el frasco a ella, quién, al quitar el envoltorio y leer la etiqueta con el consabido certificado que garantizaba la calidad artesanal del exquisito producto estalló en una risa única e inolvidable...
 
 
Mi amiga terminó su relato diciendo que él la esperaba en un bar (era un tipo de café) para contarle el resto pero...esa, ésa es otra historia...