EL
GRAN ATENTADO
Autor: Héctor Carlos Reis
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2004, Héctor Carlos Reis
PRÓLOGO
"El gran atentado"
es una descripción que intenta esclarecer para evitar un probable
hecho antes de que suceda. La investigación pertinente se encarga a
dos personajes muy particulares que, con métodos fuera de lo común,
sin ejercer violencia de ningún tipo indagan y llegan al fondo del
asunto. Viven aventuras muy exóticas y peligrosas a cada instante
pero ellos, sin armas salvo su intelecto, logran sobrellevar los
riesgos, las contingencias, los impedimentos y hasta esquivan la
muerte por centímetros.
La prevención de los delitos
es mejor que cualquier represión.
El lector sutil encontrará
además muchos elementos que enriquecerán su imaginación junto con
su discernimiento y que le servirán para descifrar la gran metáfora
que es "El gran atentado" y encontrar el informe final de
los investigadores oculto a través del texto. Como pista le sugiero
al lector que preste atención cuando, similares ideas están
expresadas con distintas palabras y por diferentes personajes;
apuntando, es decir tomando nota por escrito, con sus propias
palabras puede ir construyendo el referido informe final que, espero,
lo conmoverá, aunque es probable que haya tantos informes finales
como lectores... Como dice Augusto Lecón: ..."cada uno ve lo
que quiere ver. El meollo es saber qué quiere cada cual....."
Motivan mi vida, y por eso
escribo: un ansia de buen amor, la búsqueda de conocimiento y una
insoportable angustia por el sufrimiento humano; mi objetivo
principal es que al terminar, el lector se encuentre en mejor
situación que al comienzo para reflexionar sobre la condición
humana.
El autor
"Mi nombre es Augusto
Lecón, encantado de conocerlo". Esas fueron sus primeras
palabras y a partir de ellas cambió el curso de una vida simple,
dedicada al estudio, por otra complicada pletórica de riesgosos
sucesos. Yo estaba en un bar leyendo cuando escuché una voz conocida
llamarme en tono alegre. Al levantar la vista vi a mi amigo
acompañado por un señor de aspecto exótico. Luego del abrazo
amigable, el extraño sujeto se presentó con la frase del comienzo y
dándome la mano prosiguió: -su amigo me habló mucho de Ud., él lo
considera un gran estudioso en la materia. Precisamente yo soy todo
lo contrario pues me baso en la intuición y por eso quiso que nos
conociéramos; a lo mejor nos complementamos...- Concluyó cambiando
el timbre de la voz y sonriendo.
Mi amigo Hugo, como siempre,
exagera en sus conceptos pues yo simplemente conozco algo de la
historia delictiva pero no soy un estudioso y mucho menos un
especialista del tema. Simplemente observo en los delincuentes
facetas comunes que los hacen parecerse unos a otros. Mi tesis es que
hay un tipo muy definido, con ribetes especiales y característicos
que diferencian desde el comienzo a un delincuente de otra persona.
No en su conformación física (como algunos autores entre ellos C.
Lombroso lo han expresado) sino en su estructura mental. Estas
personas, así tipificadas mentalmente, tienen una predisposición a
delinquir en algún momento de su vida. Algunas no lo hacen por no
tener circunstancias propicias pero de manera latente subsiste esta
capacidad que sólo necesita del disparador adecuado para
manifestarse. Ahora aparece este Augusto Lecón diciendo que es un
intuitivo en materia tan difícil... Mientras Hugo comenzó a contar
un caso que tenía en manos, yo me dediqué a observar con
detenimiento al "intuitivo".
Augusto Lecón era un hombre de
unos cuarenta años. De estatura mediana, alrededor de un metro
setenta y cinco, cabello negro y con algunas canas, ojos castaños
claros de un mirar persistente, nariz recta, boca mediana que se
contraía en un rictus de extraña reminiscencia egipcia (hacía
recordar relieves de tumbas del antiguo Egipto), su rostro era raro
pues a su pequeño tamaño aunaba un mentón muy agudizado que le
daba un aspecto intrascendente pero esto sólo era hasta que
comenzaba a hablar; a partir de ese momento cambiaba todo. Augusto
Lecón se transformaba en una persona de lo más entretenida y fuera
de lo común pues su conversación concitaba de inmediato la atención
pero estos detalles los comentaré luego porque antes deseo continuar
con su aspecto físico que incide para comprender el relato
posterior. Su contextura era delgada pero fuerte aunque se notaba que
distaba mucho de ser un atleta. Su fortaleza radicaba más en el
carácter que en su físico ya que éste era más bien esmirriado
aunque resistente. Tenía una tendencia a marchar ligeramente
encorvado lo cual le daba una apariencia más intrascendente aún.
Podríamos decir que Augusto Lecón no brillaba por su presencia
incluso para algunos era desdeñable. Sin embargo yo advertí desde
el inicio una gran personalidad. Es probable que me llamara la
atención el hecho de haber manifestado que se manejaba con la
intuición; las personas intuitivas siempre han sido objeto de mi
asombro, quizá porque yo no lo soy...
A lo mejor tiene razón Hugo:
Augusto Lecón y yo nos complementamos; pero...¿para hacer qué?
Cuando Hugo terminó el parloteo
del caso que llevaba (yo oía pero no escuchaba) comenzó a
dilucidarse cuál era la necesidad del "intuitivo".
-Amigo Javier, -[había omitido
presentarme mi nombre es: Javier Reybaj, tengo cuarenta y ocho años,
soy ...pero lo importante de esta historia no soy yo] -desde hace
tiempo conozco a Augusto Lecón y me enorgullece el ser su amigo.
Tiene notables condiciones para su trabajo pero él siempre se
lamenta de no poseer conocimientos más profundos sobre las personas.
Cree que rendiría mucho más si tuviera el consejo de alguien como
tú-. Comentó Hugo confiando en mi aquiescencia.
-Todavía no me han dicho de qué
se trata y ya buscan mi conformidad. No lo entiendo-. Manifesté algo
molesto.
-Tienes razón; pretendemos tu
acuerdo y aún no te hemos explicado nada al respecto pero quizá
nuestra vacilación se explique por la índole del asunto-. Manifestó
Hugo dándole más vueltas a la cuestión.
-Lo que pasa es que soy
detective privado y tengo un caso que no puedo encuadrar con mi
instinto solamente-. Desembuchó finalmente Augusto Lecón.
-¡Al fin!- Expresé aliviado y
con cierto orgullo.
El hecho de constatar que
alguien hubiera pensado en mis servicios para asesorar en la materia
me dio ese toque de presunción pero de inmediato advertí mi error:
estaban engolosinándome para obtener el consentimiento. Me
necesitaban pero ¿no sería de pantalla...? Desconfiado como
siempre, opté por saber mucho más del asunto antes de aceptar
cualquier oferta.
-¿Aceptas colaborar con Augusto
Lecón?- Preguntó el astuto Hugo.
-Antes necesito saber todos los
detalles del caso en cuestión-. Manifesté decidido a que se me
informara con precisión.
En este estado del relato
conviene hacer algunas consideraciones previas y que hacen al fondo
de esta historia. Estamos atravesando una época de extrema
dificultad en cuanto a la vida misma de las personas. Por motivos
fútiles muchas veces se mata y generalmente los instrumentos son
personajes muy especiales adiestrados exclusivamente para aniquilar
al semejante. En la jerga lo denominan ajuste de cuentas pero es lisa
y llanamente un homicidio premeditado por los "cerebros" y
ejecutado por los "profesionales". Es decir que el delito
tiene dos facetas: el análisis minucioso de cómo llevarlo a cabo y
la ulterior ejecución. Los organismos de seguridad de los diversos
Estados generalmente toman en cuenta prioritariamente el aspecto más
notorio: la ejecución y descuidan casi todas las facetas
preventivas. En realidad tienen razón: no hay delito mientras éste
no se consuma; pero existe la figura denominada tentativa en casi
todos los códigos penales y ella generalmente tiene una pena, menor
pero pena al fin. Sin embargo para que exista tentativa debe haber un
comienzo de ejecución del delito pero éste no llega a consumarse
por circunstancias ajenas a la voluntad del autor de la tentativa.
Generalmente se agrega que si éste desistiere voluntariamente del
delito no estará sujeto a pena. Algunas modernas leyes penales
tipifican la figura del arrepentido
y del agente
encubierto. El
"cerebro", es decir aquel que planea todos los detalles de
un futuro delito y deja la ejecución del mismo al "profesional",
generalmente cae dentro de la figura de la instigación con la misma
pena del ejecutor. Un tercer personaje aparece en la escena delictiva
moderna y antigua (yo, Javier Reybaj, que estudio la historia, la
prehistoria y la paleoantropología lo puedo asegurar): el
intermediario. El "cerebro" contrata al "profesional"
a través del intermediario; si existiera una cadena
de intermediarios el
panorama se complica para llegar al "cerebro". Precisamente
esta cadena de intermediación es la usual en casi toda organización
y no sólo en las delictivas. Las
intermediaciones son el meollo de todo acontecimiento.
-Hemos tenido conocimiento de
que está por consumarse un atentado de enorme envergadura-. Comenzó
diciendo Hugo que trabajaba en una repartición estatal.
-En el Departamento Seccional le
encargaron a Hugo que contratara a un detective privado para
investigar a fondo y sin compromisos de forma legal-. Agregó Augusto
Lecón con un temblor en la voz apenas perceptible que me hizo pensar
en un ligero nerviosismo inexplicable para mí.
-¿Qué tipo de atentado?-
Pregunté intrigado.
-No sabemos nada. Sólo el dato
de que un atentado gigantesco se perpetrará-. Dijo Hugo secamente y
medio amoscado.
-No entiendo el porqué de mi
participación en el asunto-. Repliqué yo también molesto por tanta
ambigüedad.
-Tú entiendes el comportamiento
humano y puedes detectar a un delincuente antes de que delinca-.
Siguió inflexible Hugo.
-Eso es un disparate; yo no soy
mago. Por lo demás nadie puede predecir el futuro y los que lo hacen
o son delincuentes porque estafan a la gente o son enfermos que no
saben lo que dicen-. Refuté con vehemencia.
-Sin embargo tú dices que con
sólo ver y hablar con una persona puedes determinar si será o no un
criminal-. Prosiguió Hugo.
-Eso es falso; no sostengo
semejante desatino. Lo que yo considero es que ver y hablar con
alguien me permite deducir si esa persona tiene o no tiene
predisposición para delinquir, que no es lo mismo. No puedo asegurar
nada del futuro pero puedo inferir una generalidad sobre una persona
(basándome en inducciones) ésta tendría una predisposición a
delinquir en algún momento de su vida; si no lo hace es por no tener
circunstancias propicias pero en forma aletargada existe la aptitud
que sólo necesita de un detonante adecuado para exteriorizarse. Esta
predisposición varía en intensidad y depende de cada sujeto en
forma estrictamente individual sin intervención del grupo social al
cual perteneciere-. Señalé.
-Es muy general tu aseveración
y no la comprendo del todo-. Dijo tímidamente Augusto Lecón que ya
comenzaba hábilmente a tutearme.
-Muchacho, no se puede
sintetizar en una frase años de investigaciones sobre las personas-.
Repliqué tomando su confianza pero con estúpida soberbia que de
inmediato traté de rectificar: -Quiero decir que todas las personas
tenemos una estructura mental reconocible por un observador exterior
avezado y que se puede inducir una ley general para las actitudes de
cada persona y determinar predisposiciones. Por ejemplo, si observo
que una persona en una fiesta fuma mucho y que mira constantemente
hacia la puerta de entrada, estas dos actitudes me pueden señalar
que el sujeto está esperando impaciente a alguien pero no puedo
asegurar aún que el sujeto en cuestión sea un adicto al cigarrillo
aunque sí puedo suponer que algo importante podría acontecer; como
precaución interrogaría a ese señor. Observar y dialogar serían
las dos premisas básicas de toda acción precautoria. Otro ejemplo,
una persona va todos los domingos a su iglesia; de ese dato podemos
conjeturar que ella es muy devota pero también es posible que esté
tramando un delito y vaya a la iglesia para despistar o que
simplemente esté estudiando la manera de hurtar o robar en el propio
templo. Una sola observación no es suficiente para deducir las
predisposiciones de alguien y mucho menos su probable conducta.
Cuantas más observaciones precisas y concordantes se hagan, mejor
pero el trato directo, personal y el diálogo son fundamentales para
determinar las predisposiciones de cada individuo. Por todo esto no
veo como les puedo ser útil en el asunto del atentado-.
-Tú dices que necesitas un
diálogo para opinar. Pues lo tendrás. ¿Qué más necesitas?- Dijo
Hugo descolocándome.
-Un momento. Si se está
gestando un atentado, ¿con quién voy a dialogar? Los posibles
implicados están incógnitos; ni siquiera la punta del ovillo. Uds.
bromean-. Aseveré sin comprender todavía de qué se trataba ya que
eran ellos los ambiguos.
-Hagamos esto, te explicamos
bien todo el asunto si tú antes aceptas colaborar con nosotros. Tu
función es asesorarnos sobre las distintas personas que vayamos
ubicando durante el transcurso de la investigación. Te comento que
se requiere dedicación exclusiva y deberás viajar, cuando fuere
necesario, por distintos lugares dentro y fuera del país-. Explicó
Hugo, sin agregar mucho pero entendible por la índole del tema.
-Necesito pensar unos
instantes-. Respondí lacónicamente.
-Piénsalo tranquilo; nosotros
realizaremos una gestión a pocas cuadras de aquí y regresaremos en
cincuenta minutos-. Dijo Hugo levantándose y se retiró seguido de
Augusto Lecón.
Quedé meditando ¿por qué
cincuenta minutos y no una hora? Lo lógico es decir cifras redondas
y no tanta precisión de minutos. Instintivamente miré la hora: eran
las 16:35; los cincuenta minutos se cumplirían a las 17:25... La
precisión era una deformación profesional; en su trabajo ambos la
necesitaban y eso me hizo cavilar sobre el hecho delictivo que
también requiere, para su ejecución eficaz, suma exactitud. Tanto
detectives como maleantes usan la puntualidad y la estrictez en todo
si desean ser eficaces. Hay muchas cosas en común en las dos
actividades además de la medición y la exactitud; por ejemplo: la
excelencia en la observación..., otra, la más peligrosa, usan
armas...
Esto último no era de mi
agrado; jamás había usado un arma ni deseaba hacerlo a esta altura
de la vida. Pues bien, cuando regresase Hugo le diría que no
aceptaba y le explicaría el motivo: las armas y Javier Reybaj están
en total oposición. Seguí leyendo...
-Hola, ¿interesante la
lectura?- Dijo Hugo mientras separaba la silla y llamaba al mozo
pidiendo un café doble, cortado con crema.
Lo miré con expresión de
sorpresa; había llegado antes y solo. Ojeé el reloj: eran las
17:24. No, fue puntual; me pareció que el tiempo había transcurrido
más rápidamente; quizá por lo apasionante del libro. Me surgió
una reflexión: la lectura debe ser cautivante, manteniendo el
interés, aun cuando se trate de cuestiones serias como la que estaba
leyendo; el autor sabía expresarse con sencillez y de manera
entretenida.
-¿Qué leías?- Insistió Hugo
con una sonrisa.
-Un libro sobre
paleoantropología; relata uno de los últimos descubrimientos de
restos fósiles de homínidos...- (Hugo hizo un gesto como si
desconociese la palabreja) ...-bueno, huesos calcificados de
antecesores del ser humano de tres millones quinientos mil años de
antigüedad, porque sabrás que nosotros los homo sapiens somos
producto de una evolución biológica ¿verdad?- Pregunté con
expectación. (Mi ansiedad era lógica pues si Hugo ignoraba cómo
fuimos mal podría saber cómo somos. Luego me tranquilicé al
recapacitar que justo por eso me necesitaba).
-Sí, eso lo sé. El relato de
Adán y Eva es un mito bíblico; no existieron en la realidad, tan
bruto no soy-. Respondió Hugo con un gesto altanero.
-Casi todas las creencias se
basan en ficciones imaginadas por alguien especial y no en
investigaciones comprobadas como sí se hace en la ciencia. De allí
la importancia que tienen los huesos fósiles ya que prueban las
hipótesis. En tu caso, la Justicia necesita pruebas para condenar a
los delincuentes-. Repuse volviendo al tema pero bajando un poco la
arrogancia de Hugo.
-Augusto Lecón viene enseguida;
se quedó en una oficina rastreando unos datos valiosos para la
investigación. Y, querido amigo ¿qué decidiste?- Demandó Hugo en
tono conciliatorio y con la expectativa, con la esperanza de ser
favorable mi respuesta.
-Lamento defraudarte pero no
puedo aceptar. Tú sabes que detesto las armas, ni siquiera sé
utilizarlas. No se me ocurrió antes y lo siento mucho. Estaba
excitado con la idea de investigar que sí me fascina-. Respondí con
cierta tristeza pues en verdad me agrada indagar explorando casos.
-¿Y quién te ha dicho que se
requiere el uso de armas?- Replicó Hugo sorprendido.
-Y...es lógico, si hay que
tratar con delincuentes que van a cometer una fechoría-. Dije con un
gesto y mostrando las palmas de las manos.
-Amigo, te conozco hace mucho
tiempo y si hubiera sido imprescindible el uso de armas ni siquiera
te hablaba del caso. Para nada se usarán armas en este asunto. Tú y
Augusto Lecón investigarán pero a sus maneras que son ambas
pacíficas a ultranza-. Manifestó Hugo riendo.
En ese instante llegó Augusto
Lecón con una carpeta, que antes no tenía, bajo su brazo izquierdo.
Apartó, con cierta brusquedad, una silla y se ubicó frente a mí
con mirada cargada de expectativa pues él también tenía la
esperanza de trabajar conmigo.
-Estoy muy complacido por el
interés que ambos tienen en mi colaboración pero justo le estaba
comentando a Hugo que detesto la violencia y el consiguiente uso de
armas. Me gusta la investigación pero no la brutalidad que emana de
toda práctica relacionada con el delito y su represión-. Comenté
con melancolía pues cada vez me entusiasmaba más la idea de ayudar
en la investigación.
-Tú lo has dicho: con la
represión; allí sí se emplea violencia pero nosotros haremos
prevención. Es un trabajo de inteligencia que excluye la fuerza. Yo
jamás usé la violencia. ¡Con mi físico escuálido qué pretendes!
Por eso Hugo piensa que nos complementamos ya que ambos usamos las
dos facetas de la inteligencia: la intuición y el análisis. Cada
uno en profundidad su perfil pero siempre usando el raciocinio-.
Explicitó Augusto Lecón con entusiasmo.
Quedé mirando a ambos con
extrema curiosidad. Trataba de indagar en sus rostros dónde estaba
la verdad. En ese momento tuve la intuición (nunca me guío por
ella...) de que estaban "dorando" las cosas para que yo
aceptara. Debí dejarme llevar por el instinto pero sucumbí a sus
razonamientos y...¡así me fue! Pero no debo adelantarme en el
relato de los hechos. Simplemente baste decir que las cosas no
sucedieron como lo planteaban Hugo y Augusto Lecón.
-Si Uds. están seguros de que
no habrá violencia yo aceptaría pero ¿cómo pueden estarlo
tratándose de delincuentes? Tengo el presentimiento de que habrá
violencia y mucha-. Dije en forma dubitativa.
-No habrá violencia. Haremos
prevención y elevaremos los informes a Hugo con todo lo que logremos
averiguar-. Insistió Augusto Lecón que estaba apasionado con el
caso.
Yo podía advertir la actitud de
Lecón donde predominaba el aspecto emocional y en ese preciso
instante me di cuenta de que era verdad: ambos nos complementábamos.
Yo no hacía caso de mis presentimientos porque quizás un recóndito
deseo de aventuras era el motor de un cambio; en algún momento del
camino de la vida debemos hacer algo para variar, aunque sea como un
juego...
-Está bien, acepto, pero no
crean que me han convencido con sus razonamientos estoy persuadido de
que habrá peligro y la inseguridad será permanente pero asumo el
riesgo para cambiar una vida monótona aunque productiva por otra
donde pueda aplicar los conocimientos orillando la muerte-. Manifesté
con dramatismo no fingido.
-Vamos amigo, no exageres.
Tratarás con una clase especial de delincuente que usa la
inteligencia y te sentirás como pez en el agua. Además colaborarás
con la Justicia, se evitará un gran daño y esto es lo más
importante. A ti siempre te importó el ser humano y su cuidado-.
Describió Hugo continuando con la "doración".
-Contamos con tu palabra que
sabemos que vale-. [¡Y dale con la adulación! Ellos no saben que
conmigo no sirve; si acepto es para variar y para ayudar a evitar
víctimas] -Así que te explicaremos en detalle el asunto para
comenzar de inmediato-. Expresó Augusto Lecón extendiendo sobre la
mesa la carpeta que había traído de su paseo burocrático.
[Todavía no habíamos empezado
y ya estaba ironizando pero convenía tomar con buen humor las
cosas...o quizás el miedo me llevaba por ese lado].
-Antes una aclaración-.
(Comencé y dirigiéndome a Lecón frenando su impulso pues ya se
disponía a hablar). -En ese momento estaba lucubrando mi respuesta y
no te refuté pero grabé en la memoria tus opiniones; dijiste hace
un rato que "ambos usamos las dos facetas de la inteligencia: la
intuición y el análisis. Cada uno en profundidad su perfil pero
siempre usando el raciocinio" y sucede que algunos no están muy
de acuerdo con eso pues ubican a la intuición en los instintos más
primarios fuera de la órbita del raciocinio. Yo tengo una posición
intermedia. Pienso que los seres humanos actuamos primordialmente por
la actividad de la corteza cerebral que a su vez se divide en dos
hemisferios (unidos principalmente por el cuerpo calloso): el
izquierdo, base del análisis y el derecho, donde radicaría la
intuición. Sin entrar en detalles, por ahora, el resto de la
estructura cerebral es lo que hoy llamaríamos el sistema límbico y
el complejo reptílico que se interrelacionan con la corteza o
neocórtex y sus dos hemisferios produciendo hormonas entre otras
funciones. Nos quedamos entonces con el neocórtex o corteza y la
intuición para mí estaría ubicada en el hemisferio derecho. Los
seres humanos utilizamos los dos hemisferios pero con preeminencia de
uno de ellos. En mi caso el hemisferio izquierdo tiene la actividad
prioritaria y en el tuyo la tiene el derecho por eso, inclusive, tú
eres más emotivo pues en el derecho estarían radicadas las
emociones junto con el sistema límbico subcortical (glándulas:
pituitaria, amígdala, tálamo, hipotálamo y el hipocampo) en donde
estarían las más intensamente vívidas. Precisamente en los
delincuentes se producen desequilibrios endocrinos, en las glándulas,
siendo la pituitaria la que dirige todo el sistema endocrino o
glandular y la amígdala, que tiene forma de almendra, opera en la
génesis de los impulsos agresivos y también en los sentimientos de
temor. Deseaba aclararte que los procesos racionales son muy
complejos interviniendo principalmente los dos hemisferios de la
corteza cerebral en cambio en las emociones, en especial las más
vívidas, desempeñan una importante tarea las glándulas del sistema
límbico-.
-¿La intuición tiene algo de
emoción?- Preguntó Hugo muy atento.
-La mayoría de la gente piensa
que sí; incluso la relacionan con los llamados fenómenos
parapsicológicos, la premonición y la precognición, es decir,
formas de adivinación y Uds. ya saben lo que yo pienso al respecto-.
Contesté deseoso de no confundir los conceptos. -El intuitivo toma
en cuenta detalles que pasan desapercibidos para los demás, incluso
para él mismo en el nivel consciente, llega a una conclusión sin
advertirlo. Sólo lo siente-. Completé y haciendo un gesto me
dispuse a escuchar los pormenores del caso.
-Interpol tiene informes
concordantes sobre un atentado de enorme trascendencia que se
perpetrará en los próximos meses; no se sabe con precisión si será
en nuestro país o en otro pero hay indicios ciertos sobre una acción
terrorista diferente a las anteriores y de proporciones mundiales. El
carácter de diferente es lo que desconcierta. Hasta el momento los
activistas pusieron bombas en edificios o asesinaron a personajes de
la política; su actividad fue siempre dirigida a un determinado
objetivo-. Comenzó Hugo en tono sombrío.
-Parecería que no sólo cambian
los métodos sino también los objetivos y los ejecutores, éstos ya
no serían delincuentes comunes o fanáticos religiosos o políticos.
Y precisamente aquí es donde se halla lo más complicado del asunto
los que harían el atentado serían personas aparentemente normales,
inclusive preparadas intelectual y moralmente-. Agregó Augusto Lecón
visiblemente perturbado.
-¿Cómo es posible que gente de
aspecto sano delinca?- Preguntó Hugo mirándome ansioso.
-Ahora comprendo porqué me
necesitan. Uds. habrán leído algo que escribí diciendo que la gran
mayoría de la gente tiene un alto grado de neurosis que se prueba
cuando estallan psicosis colectivas, por ejemplo escaladas bélicas,
en donde la mayoría de las personas desean e incitan a la guerra sin
medir las consecuencias de destrucción. En estos casos el soldado
propio que mata es un héroe y el soldado enemigo que muere es una
baja; un aviador es condecorado porque abatió diez aviones del bando
contrario, con diez, al menos, bajas enemigas. La paradoja está en
que la nación contraria hace lo mismo y sus aviadores abatidos son
héroes muertos en combate idéntico a sus aviadores que abaten a los
del enemigo. En este macabro juego tenemos como héroes a los muertos
propios y a los que matan enemigos; como cada nación repite el
comportamiento: son todos héroes para un observador imparcial-.
Describí con un dejo de tristeza.
-Entiendo adonde quieres llegar.
Si en una psicosis bélica se producen semejantes paradojas eso
probaría el grado de locura encubierto en la población que se
exteriorizó con un detonante adecuado. No se opusieron a la guerra
pues ese acto violento lo consideraron "necesario" por un
motivo cualquiera que sirvió de excusa para la eclosión. La
neurosis está latente y se manifiesta con el hecho violento
"imprescindible"-. Dijo Hugo captando la idea básica.
-Eso está bien, pero ¿qué
sucede cuando un pueblo está más "loco" que otro e inicia
las hostilidades? ¿Acaso el atacado, al defenderse, está también
neurótico?- Preguntó Augusto Lecón con legítima razón.
-Un pueblo más sano no se
defiende con las armas. Se deja invadir y pacta, sin ninguna
violencia, las mejores condiciones de vida bajo esta ocupación y
luego trata culturalmente de demostrar al ocupante que está en un
error. La historia de la humanidad nos dice que esta actitud casi
nunca se llevó a cabo, generalmente se resiste con las armas. Japón,
en la segunda guerra mundial, luego
de las explosiones atómicas se rindió
y fue ocupado por los norteamericanos. Recién aquí aplicó el
criterio de trasvasamiento cultural; en la actualidad Japón es una
potencia mundial en lo económico y en lo tecnológico. El caso de
Alemania es más complejo; la histeria bélica de su pueblo comenzó
arrasando Europa. En los días de euforia belicista los alemanes
todos ellos (no fueron sólo los nazis) jugaban, como describí
antes, a los héroes. Decir que un pueblo es engañado por sus
autoridades (aunque ellas sean una dictadura) no es válido. La gente
si no ve la realidad es porque está neurótica y la falta de
libertad en la información es una excusa. En todos los países y en
todas las épocas en que se han cometido vejaciones la
responsabilidad de las mismas es de todos, no solamente del pequeño
grupo encaramado en el poder. Entender esto es muy difícil pues
siempre está el pretexto: "¿y yo solo qué puedo hacer?"-
Estimé irónicamente.
-Y es verdad ¿uno solo qué
puede hacer?- Refutó Hugo.
-Más adelante te contaré todo
lo que uno solo puede hacer. Te dejo la incógnita para no demorar
las explicaciones de Uds. sobre el caso en cuestión, pero ¿habrán
advertido como viene a colación de lo nuestro lo conversado hasta
ahora?-. Pregunté para medir sus grados de atención.
-Parece que tú tienes una tesis
de neurosis generalizada en las poblaciones de todos los países y en
todas las épocas. Esta situación haría que todos potencialmente
fuéramos probables delincuentes. Solo faltaría el detonante
adecuado. ¿No es así?- Dijo sutilmente Augusto Lecón.
-Exagerando el concepto, sí
pero en un sentido más realista, diría que la mayoría de las
personas estarían en ese supuesto. Es probable que una minoría
escape y sea realmente más sana e incorruptible. Esa pequeña
porción de gente no gravita en las decisiones universales; en esto
sí podemos estar completamente seguros-. Afirmé mirándolos con
persuasión que no admite réplica.
-¿No estarás insinuando que
los delitos tienen, al menos los "cerebros", su base en los
sectores de decisión?- Preguntó Hugo.
-Estamos hablando de los grandes
delitos, en nuestro caso el atentado, no de los pequeños rateros que
hurtan o roban por problemas de necesidad extrema-. Deslindé
rápidamente.
-Tienes razón. Vayamos
adecuando al asunto del atentado. Sugieres entonces que un atentado
tiene su "cerebro" en los lugares decisorios y más
concretamente en los grupos de poder ya sean o económicos o
políticos o religiosos. ¿Nunca en una actitud individual?- Siguió
Augusto Lecón con su sutileza.
-Considero que las actitudes
individuales son para los delitos donde el fin es sólo satisfacer la
codicia de bienes o para saciar apetitos personales como en el caso
de los delitos sexuales o las venganzas. Veamos, un atentado ¿para
qué se hace?- Pregunté analizando.
-Para llamar la atención sobre
algo o alguien en singular o plural-. Respondió Augusto Lecón.
-Muy bien. Se busca llamar la
atención; para ello no se tienen en consideración los daños que se
puedan ocasionar ya sea en vidas o en bienes. El fin es llamar la
atención o también demostrar algo: por ejemplo, el poder que se
tiene y que se goza de impunidad. Pero la idea general básica es el
llamado de atención, yo diría como un niño cuando hace una
travesura. Lo terrible es que no son niños y el daño producido
puede ser abismal-. Expresé.
-Quien llama la atención
recurriendo al deterioro de vidas o cosas es un enfermo-. Manifestó
Hugo pensativo.
-Precisamente antes habíamos
dicho que existía una neurosis latente en las sociedades y que
espera un detonante para exteriorizarse. La justificación para un
atentado suele ser o política o religiosa o económica. Las personas
más susceptibles a los detonantes son aquellas que están
fuertemente imbuidas de una idea y que transforman esa idea en algo
propio y esencial-. Dije mirando a Augusto Lecón que se movió
inquieto en su silla pues deseaba hablar.
-Justamente en este caso
pensamos que se trata de fanáticos religiosos y políticos
intentando demostrar su dominio global, que pueden actuar con
impunidad en cualquier lugar del mundo. Los ejecutores pueden ser a
sueldo o no pero conjeturamos que el "cerebro" es un grupo
fundamentalista de origen islámico-. Dijo Augusto Lecón y llamó al
mozo para pedir un café.
-Quizá esté también implicado
algún gobierno de ése signo-. Agregó Hugo.
-Siempre se piensa así y nunca
se prueba con hechos más concretos-. Señalé con tono enigmático.
-¿Qué quieres decir?- Preguntó
Hugo intrigado.
-Pues que la tesis de un complot
encabezado por un gobierno es tan antigua como las naciones y sirvió
de pretexto muchas veces para agredir al presunto culpable. No digo
que en este caso lo sea. Habría que investigar y comprobar con
hechos pero estimo que no debería formarse una opinión concluyente
a priori
esto es un error y demora la investigación pues los canales podrían
ser otros-. Expresé previendo algo diferente en este asunto.
-Tengo una duda. Hubo atentados
en el pasado planeados y ejecutados por una sola persona; en algunos
casos se trataba como tú dices de gente enferma pero en otros no y
era una sola persona. ¿Cómo lo explicas?- Demandó Hugo que estaba
muy informado en la materia.
-Considero que todo delincuente
es un enfermo. Calculen que si la mayoría de la sociedad lo está,
en mayor medida los que delinquen. En la historia se registran muchos
casos donde la Justicia estableció que el atentado fue perpetrado
por una sola persona y en algunos esa persona no tenía síntomas
agudos de enfermedad. Tal la declaración, de allí a la realidad hay
largo trecho. Recuerden que existe el Dios Dinero; la codicia
gobierna a los seres humanos y por ende se puede conseguir casi
cualquier cosa a través del interés económico. Esto fue siempre
así en todas las épocas históricas e incluso en la prehistoria y
casi con seguridad nuestros ancestros homínidos ya tenían la
predisposición de acumular cosas-. Recalqué muy serio pues me
sorprendió la inocencia de Hugo.
-Significa eso que los jueces
que en todo el mundo han declarado un solo culpable por algún
atentado ¿han sido comprados?- Insistió Hugo.
-Hay varias posibilidades: que
el juez haya declarado culpable al ejecutor sólo porque no pudo
hallar al "cerebro" instigador; que algún fuerte interés
o político o económico o religioso presione al juez de manera
intolerable y éste prefiera acceder por considerarlo un mal menor
comparado con la total impunidad; que el propio juez sea venal por
simple codicia como tú planteas o simplemente que se condene a
alguien para expiar culpas, el llamado "chivo expiatorio",
y así justificar la investigación-. Contesté pacientemente.
-Sin embargo hubo atentados
hechos por un psicótico de manera individual y están en la crónica
policial-. Seguía Hugo con su planteo.
-Sí, pero son delitos contra
las personas o contra la propiedad pública o privada en sus diversos
matices no atentados propiamente dichos. A ver ¿a qué llamamos
atentado? Ya estuvimos de acuerdo en que se busca primordialmente
llamar la atención, generalmente recae sobre alguna ideología, y
esto es cosa de varias personas y no de una sola. Yo extiendo más el
concepto y digo que sólo el delito por codicia o por emoción puede
ser individual; el resto, incluidos los atentados, es colectivo.
¿Todo este debate significa que tú y tus superiores creen que el
atentado de envergadura a llevarse a cabo será efectuado por una
sola persona? "Cerebro", intermediario y ejecutor ¿todo en
uno?- Pregunté con extrañeza pero ya empezando a preocuparme.
-Es una de las variantes que se
están contemplando-. Informó Hugo con voz ronca.
Hubo un largo silencio. Las
palabras de Hugo ocasionaron un cambio de óptica en la cuestión, al
menos por mi parte. Opté por callarme y escuchar solamente, cuanto
más hacer alguna pregunta aislada.
-Un juez interrogó a varios
sospechosos pero con resultado adverso-. Señaló Augusto Lecón que
intuyó mis cavilaciones.
-¿Hay causa abierta entonces?-
Pregunté lacónicamente.
-No. Es un juez de otra causa y
lo hizo tangencialmente casi por azar le surgió la cuestión-. Dijo
Hugo.
Los miré con una sonrisa
escéptica. Levantando mi mano derecha y apoyándola en el antebrazo
izquierdo de Hugo dije en tono perentorio: "muchachos hablen
claro y digan todo".
Ambos se miraron y sonriendo
finalmente explicaron el asunto.
-Interpol informó sobre la
posibilidad de este atentado a todas las policías del mundo. Los
gobiernos casi sin excepción comenzaron investigaciones preventivas
a nivel de inteligencia. El Poder Judicial también está en
antecedentes y por su cuenta, extraoficialmente, realiza alguna tarea
en el mismo sentido aunque tú sabes que, oficialmente, sólo puede
actuar ante hechos o tentativas pero con causa abierta. Sucede que
este probable atentado puede ser inédito por sus características y
el revuelo que existe revela la seriedad del asunto. No se trata de
algo ya efectuado antes: bombas a edificios, ataque a personas a
mansalva por medio de francotiradores, ataque a gobernantes, etc..
Mira para entender, ni siquiera guerras abiertas como las que pululan
en este momento ocasionarían tanto daño. Hay quienes piensan en
cohetes con ojiva nuclear lanzados a ciudades capitales. La
incertidumbre sobre los atributos específicos del atentado es total.
Sólo se sabe que será espeluznante y, en rigor, nada más. La
imaginación de los gobiernos habla de contaminaciones a las aguas,
de incendios en ciudades, emanaciones de gases tóxicos letales, las
mencionadas explosiones nucleares. La confusión es muy grande y
varios Estados han desistido de seguir averiguando, simplemente
esperan los acontecimientos mientras que pocos países no dan crédito
a la información y ni siquiera iniciaron nada al respecto. Nosotros
al principio pensamos que era una paranoia y tomamos los datos con
precaución pero luego decidimos investigar algo hasta llegar a la
conclusión de que oficialmente nada se puede hacer pues no existe la
certidumbre de que suceda en nuestro país. Además continuamente se
llevan a cabo atentados en todo el mundo y ya son casi imposible de
prever y de contrarrestar pues ante la modalidad del ejecutor
suicida, con automóvil o sin él, nada se puede hacer. Precisamente
esta es la variante que estamos manejando: el ejecutor suicida. Para
lo cual hacemos averiguaciones entre gente justamente enferma pues
consideramos que un suicida es un enfermo. También puede ser un
fanático ideológico, político o religioso, pero a éste lo
conceptuamos igual un enfermo-. Expuso en detalle Hugo que al hacer
una pausa me permitió intervenir.
-Nada de eso sirve. Tú has
dicho que el atentado no será como los efectuados hasta el presente
y el ejecutor suicida lo es. Es la modalidad actual de los atentados
fundamentalistas-. Aseveré cortando drásticamente la explicación
tan minuciosa de Hugo.
-Este atentado es de otra
índole. Yo también pienso así-. Aseguró muy decidido Augusto
Lecón.
[El atentado suicida es la
aberración que los sectores más enfermos de cualquier variante
ideológica están llevando a cabo y es prácticamente imposible de
repeler. Sus consecuencias son tremendas en pérdidas de vidas y de
bienes; a los ejecutores les importa más llamar la atención que el
sacrificio de ellos y de sus víctimas. Este solo hecho los delata ya
como enfermos pero en algunos sectores sociales se los considera
héroes de su causa lo cual revelaría que mi tesis de enfermedad
social tiene asidero. Como dato marginal pero ilustrativo al respecto
conviene destacar que también muchísimas personas consideran un
héroe al defraudador, por ejemplo, de una institución bancaria que
luego de muchos años de ejemplar conducta como tesorero o encargado
de los fondos decide cometer un delito y desaparecer con enormes
sumas de dinero. Este delincuente es admirado por personas "normales"
que, alentando su impunidad, deploran cuando es detenido. Estos son
casos concretos que revelan la enfermedad social; en rigor la mayoría
aprueba a los delincuentes que llaman la atención con grandes hechos
que satisfacen su codicia, quisieran estar en su lugar pero canalizan
su envidia a través de la admiración: "¡ellos pudieron darse
el gusto!" y los adeptos a religiones o políticas admiran a
quien perpetra una acción (aun cuando haya gran cantidad de víctimas
y muriendo o no él en la acción) hasta denominarlo héroe].
-Yo simplemente comento que casi
todos los gobiernos barajan la posibilidad del ejecutor suicida ya
que los últimos atentados en todo el mundo se llevaron a cabo
mediante esta modalidad que, como Uds. saben, también se usó en la
segunda guerra mundial a través de los pilotos "kamikaze"
suicidas japoneses si bien en este caso fueron acciones bélicas-.
Comentó Hugo.
-También mataron gente y fueron
héroes para su país-. Agregó Augusto Lecón que ya me caía
simpático por sus finas ironías.
-Lo que sucede es que en la
guerra hay permiso
para matar, de allí la distinción que hace Hugo-. Completé la
ironía de Lecón con un guiño cómplice y dirigido a Augusto.
-Acepto la mordacidad pero
comprenderán que no es mi culpa pues yo no establecí las reglas de
juego; estoy de acuerdo con Uds.: cuando las naciones se disponen a
matar comienzan a llamarse patrias y sus homicidas son héroes, en
cambio los otros son enemigos a los cuales es lícito asesinar; a su
vez la otra nación hace exactamente lo mismo. Ambos contendientes
tienen el beneplácito de los dioses respectivos que bendicen sus
respectivas armas, partiendo todos hacia la muerte que es el punto de
encuentro. Pero cuando la guerra termina el permiso para matar
finaliza y operan las leyes de paz...- [Interrumpió Hugo brevemente
su alocución ante los movimientos impacientes de Augusto Lecón y
míos que deseábamos intercalar una acotación pero antes que
nosotros él completó] ...-sí, durante la lucha también regían
leyes pero de guerra y que no se cumplían.....¡bien la gente está
loca! Javier tiene razón-. Concluyó Hugo levantando sus brazos en
gesto de impotencia.
Los tres bajamos las miradas
hacia la mesa y permanecimos durante un instante meditabundos.
-El caso es que ahora debemos
investigar este probable atentado y propongo que dejemos de
filosofar. Nosotros tres no podemos arreglar el mundo. La guerra es
la guerra y la paz...- Hugo no pudo terminar su inteligente deducción
pues lo interrumpió Lecón.
-Sí, y la paz es guerra
también-.
2. LA MANSIÓN DEL PLACER
Si el atentado se realizaba en
el país, la tesis imperante en el ámbito oficial era, según Hugo,
que los ejecutores vendrían del extranjero pero que estarían
apoyados por gente del ambiente local. Se presumía que en los
anteriores atentados habría sucedido esto; el nuevo tendría
características diferentes pero convenía empezar por lo ya
conocido. En todos los países donde se habían producido graves
atentados el mecanismo era con apoyo local, salvo en los beligerantes
donde las propias características del conflicto lo hacían
restringido ya que se filtraban por las fronteras de los territorios
en disputa. Esta lucha ancestral se estaba haciendo ecuménica pues
en casi todos los países del planeta había religiosos de ambos
sectores; si bien la distinta religión no era el pretexto del
conflicto sino más bien el problema territorial. Estos territorios
en discusión por las dos colectividades estaban siendo objeto de
activas negociaciones entre los sectores menos belicistas de ambos
bandos que deseaban la paz y habían llegado a un acuerdo. Este
convenio de paz era permanentemente saboteado por recalcitrantes de
ambas partes que rehuían la negociación y que periódicamente se
atacaban por medio de atentados en sus respectivos países y en el
resto del planeta. El apoyo local eran personas que actuaban de
intermediarios por convicciones religiosas o políticas o por un
precio. Precisamente Hugo nos había informado de que estos apoyos
eran prácticamente ineludibles para los beligerantes originarios por
las obvias razones de desconocimiento del idioma y del lugar. Sin
embargo Augusto Lecón pensaba que esto podía ser distinto
entrenando a los ejecutores, como se presumía por el atentado
suicida, de manera integral y sin apoyo de elementos locales. Vale
decir que los ejecutores conocerían todo lo referente al idioma y
lugar por una capacitación intensiva. Durante la segunda guerra
mundial ambos bandos beligerantes entrenaron a sus respectivos
agentes de forma tal que pasaban desapercibidos en los lugares de
destino. En el espionaje de esa conflagración muchos países
neutrales sirvieron de intermediarios por medio de sus diplomáticos
acreditados. Esta tesis también fue contemplada por las autoridades
y, según Hugo, no podía probarse quizá porque se indagó en los
países directamente relacionados con el conflicto y ¿si se busca
por países no sospechados?
Esto último yo lo pensé pero
por el momento decidí seguir las pautas que enviaba Hugo desde su
cómodo despacho. Su idea era buscar relaciones en el ambiente
islámico local; a tal efecto nos consiguió una invitación para
concurrir a una fiesta. Conviene aclarar que los elementos más
ortodoxos y enemigos del acuerdo de paz del otro bando, es decir del
israelí, no operaban fuera de los territorios en disputa. Las
acciones terroristas que habían efectuado, al menos hasta el
momento, eran en la zona en discusión. Esto era importante para el
resto de los países pues simplificaba la cuestión.
Augusto Lecón y yo habíamos
alquilado un departamento para permanecer juntos durante el
transcurso de la investigación; en realidad fue una exigencia de
Hugo para poder así analizar todo lo concerniente a la misma y
tenernos a los dos a su disposición con mayor rapidez. Yo pensé que
Hugo lo hacía así por razones de seguridad además de comodidad ya
que seguía con mi intuición de extremo peligro.
Antes de partir para la
mencionada fiesta y mientras terminaba de vestirme entró a mi
habitación Augusto Lecón medio cabizbajo.
-¿A quién beneficia un
atentado?- Preguntó mirándome perplejo.
-En realidad a nadie. Produce un
daño sin beneficiar ni siquiera a los ejecutores. Es una
manifestación de fanatismo y de odio enfermo. Nada más-. Contesté
casi mecánicamente.
-Nada más, no. Obtienen su
objetivo: llamar la atención-.
-Tú me preguntaste a quien
beneficia no por el objeto de la acción-. Expresé medio molesto.
-¿Y no pueden estar
relacionados ambos cabos?- Insistió Augusto Lecón.
-No veo cómo-. Dije secamente.
-Si el que llama la atención es
uno y el que se beneficia es otro, suena medio raro ¿no te parece?-
-¿Pero quién se beneficia en
este caso de un atentado?-
-Hummm.....no estoy seguro. Es
una idea medio loca...mejor vamos para la fiesta. ¿Estás listo?-
Concluyó Augusto Lecón dejándome en la incertidumbre pero tendría
que acostumbrarme a estas situaciones.
La fiesta se realizaba en una
quinta de los aledaños a la capital; fuimos en un pequeño auto que
Hugo nos había facilitado para usar durante el trabajo. Como a mí
no me agrada manejar, condujo Augusto Lecón y así tuve oportunidad
de relajarme y pensar en otras cosas. Mi distracción fue total ya
que sólo me di cuenta a la llegada, de un hecho preocupante: en la
guantera del auto había una pistola (ignoro de que tipo y calibre) y
durante el trayecto fuimos seguidos por otro coche. Esto último lo
mencionó Augusto al llegar a la residencia. Se trataba de un finca
de construcción moderna con amplio parque, piletas de natación,
canchas de tenis, de paddle y con enorme espacio para colocar mesas
al aire libre. Estábamos en verano. Varias pistas para bailar y ya
los acordes de la música incitaban a los jóvenes a cubrirlas con su
alegría desbordante. La fiesta era multitudinaria; personas de todas
las edades y muchas de la colectividad árabe. Estacionamos el auto y
de inmediato un mozo se acercó pidiendo la invitación muy
cordialmente. Así pude pispiar que la misma era personal ya que
había omitido leerla antes. El mismo mozo nos guió hasta la puerta
de acceso; al darme vuelta, por indicación de Augusto Lecón
murmurada al oído, observé que las personas del coche seguidor
nuestro también bajaban y sin mozo guía penetraron rápidamente en
el inmueble por otra puerta.
Adentro de la casona los amplios
salones estaban exquisitamente decorados con cuadros y tapices además
de esculturas. Esta decoración no era típicamente árabe sino más
bien de la época galante del siglo XVIII y más propiamente
francesa. Los cuadros eran probablemente copias al óleo; me quedé
extasiado contemplando las voluptuosas mujeres de Boucher y Fragonard
que siempre fueron mi deleite, esos cuerpos femeninos desnudos son de
una inagotable belleza. Paisajes con figuras en jardines pletóricos
de vegetación de Lancret y Watteau completaban el ambiente
cortesano. Pasó por mi mente en ese instante la idea de un burdel
quizá la frase "ambiente cortesano"
sugirió la palabra femenina y de ésta la imagen pero lo más
probable es que haya sido la magnífica muchacha que se acercó a mí
con dos copas y una amplia sonrisa. Era una mujer joven y de cuerpo
similar a una guitarra española, precisamente a mi gusto. Todo era
tan proclive al jolgorio que de inmediato me puse alerta. Debo
admitir que mi única debilidad son las mujeres. No fumo ni siquiera
tabaco y no bebo alcohol pero cuando veo una hembra como la que me
ofrecía la copa de champaña, bajan todas mis defensas y sube mi
emoción. Miré a Augusto Lecón y se hallaba en similar situación;
también era evidente que él tenía las mismas debilidades que yo
pues miraba deslumbrado a la mujer que se le había acercado con dos
copas.
-Mi nombre es Alejandra ¿y el
tuyo?- Demandó la niña con voz cantarina.
Al rato ya estábamos
enfrascados en trivial charla y la hermosa aprovechaba para pedirme a
cada instante bocadillos de una fuente cercana y al tomarlos
acariciaba con deleite mis dedos en una maniobra de sutil
voluptuosidad. Me resultaba muy difícil contener mis ímpetus porque
la mujer era una maravilla y se hacía evidente que estaba allí para
atendernos. La idea de que se trataba de una profesional del amor
sirvió para menguar mis impulsos eróticos pues a mí me gusta la
mujer común y la relación prolongada, con sentimientos, no el mero
deleite efímero de una prostituta aunque fuere una exquisitez como
Alejandra. En general esta posición es harto difícil de sostener
para un hombre pero a mí no me importa y sigo siendo quizás un
romántico fuera de época. Además estaba trabajando y si sucumbía
a los encantos femeninos no podría averiguar nada. Justamente
Alejandra estaba allí para impedir mi tarea de observación. A
propósito Augusto Lecón aparentemente había caído y se alejaba
hacia la planta alta con su bella. Sin embargo de inmediato advertí
que Lecón de esa forma tendría acceso a las dependencias superiores
de la finca y quizá fuera esa su real intención. Por este motivo
cuando sonó en mis oídos la esperada pregunta de Alejandra:
"-Querido, ¿vamos arriba?-", contesté afirmativamente.
Como imaginaba la planta
superior eran alcobas cada una con su baño como pude comprobarlo
luego. Un hotel de categoría al menos en esa parte de la mansión.
Alejandra me llevó a una habitación ubicada en el medio del largo
pasillo y asiendo mi mano izquierda nos introdujimos en la misma. El
lujo del dormitorio era similar al de los salones de la planta baja.
Una gran cama con colchón de agua ocupaba el centro mientras que los
cortinajes flanqueaban su perímetro; el enorme baño con pileta de
hidromasaje se abría a un costado.
En un rincón, bellamente
decorado con plantas naturales entre ellas un potus
de grandes hojas, había una mesa con un balde térmico y en su
interior una botella de champaña. Alejandra, se dirigió a la mesa y
tomando la botella regresó a mi lado. Durante nuestra charla en el
salón yo había estado comiendo bocadillos pero no había bebido
champaña; en un descuido de Alejandra al saludar a unos amigos de
ella aproveché para beber un refresco sin alcohol pues tenía sed.
Como es obvio entonces yo estaba totalmente sobrio mientras que
Alejandra con sus risas sin motivo me indicaba que ya tenía el
champaña en su bella cabecita. Ella me ofreció la botella para que
yo la abriera; me costó bastante quitar el maldito corcho. Alejandra
se dirigió nuevamente hacia la mesa para traer copas y allí advertí
su jueguito de ondulantes caderas. La chica estaba haciendo su
trabajo a las mil maravillas; primero intentar llenarme de alcohol y
luego seducirme con su figura. Llené las copas y ella ingirió la
suya casi de un sorbo; aproveché entonces para tomarla de la cintura
sin que ella advirtiera mi copa intacta. Esquivó mi cara con gesto
de extrema picardía y dándome su copa vacía comenzó a quitarse la
ropa con gran parsimonia. Por un instante pareció recuperar su
estado consciente quizás al verme tan sobrio y en su mirada se
deslizó un velo de sospecha. Fingí pasión y arrebatándome la tomé
por los pechos y comencé a besarlos. Alejandra era una persona
entrenada, por lo visto, ya que no se dejó engañar y deshaciendo el
abrazo fue hacia la mesa probablemente con la intención de tomar mi
copa y hacerme beber. Yo seguí abrazado a ella pero a su espalda y
al caminar sentía sus glúteos densamente formados, agitarse sobre
mi sexo. La situación era de extrema excitación para mí y con gran
esfuerzo pude contener mis impulsos libidinosos que rebullían ya de
forma implacable. Alejandra, con gesto de enojo ofreció mi copa
aunque sin intentar desprenderse de mi cálido abrazo, más aún
restregaba su cuerpo sobre mi sexo con arte singular al advertir que
lograba su objetivo pasional. Yo tomé la copa y con rápida
manipulación la vacié en la maceta del enorme potus.
La ninfa al estar de espaldas no alcanzó a ver mi desagote
alcohólico pero en cambio podría percibir, si seguía con sus
movimientos estimulantes, otro desahogue. En ese instante pasó por
mi mente la simple idea de gozar; total luego del amor, estando
lúcido, podía continuar indagando pero surgió el interrogante ¿qué
hacer con Alejandra para que no me siguiera? Sólo quedaba una
solución. Al ver mi copa vacía que deposité sobre la mesa,
Alejandra se tranquilizó y prosiguió con mayor vehemencia el
frotamiento de sus nalgas sobre mi enhiesto sexo. Lentamente ella fue
despojándose de la ropa sin despegarse de mi cuerpo y al levantar
sus brazos para retirar su vestido por la cabeza, ya que no deseaba
cortar el nexo que nos unía, yo aproveché para dirigir mis dedos
sobre su también erguido clítoris. Mientras Alejandra tiraba el
vestido sobre la cama yo lentamente bajé su bombacha con una mano y
con la otra continué acariciando su bullente pimpollo. Ella intentó
proseguir con su masaje glúteo sobre mi sexo pero era evidente que
mis caricias sobre su clítoris estaban conmoviéndola hasta hacerla
cesar en su cadencioso y sabio vaivén. Se agitaba, ya sin control,
sobre mi muslo; con enorme esfuerzo logré contenerme y besando su
nuca acentué mis caricias sobre el erguido clítoris. Con la mano
que tenía libre acaricié su pezón izquierdo con suaves rotaciones
de la palma y luego tomando con los dedos el botón lo estiraba
delicadamente. Mi boca seguía sobre su cuello y mi lengua buscaba su
oreja; al llegar a ella introduje la lengua y pasándola por todo el
pabellón la poblé de saliva que luego succioné pausadamente.
Entretanto mis dedos sobre su clítoris eran una frotación rítmica
y constante. Alejandra se dejó caer sobre mí y juntos nos echamos,
siempre en la misma posición, sobre la cama. Mis dedos, implacables
en su clítoris, ya eran una máquina que lograba hacer gemir a la
ninfa. Mientras Alejandra balbuceaba: "-clítoris no, clítoris
no"- todo su cuerpo se estremeció en una vorágine de placer.
Al primer orgasmo le sucedió un segundo mucho más prolongado y
luego el tercer orgasmo de Alejandra concluyó con un vagido de
intensidad y temblores de su talle. Exhausta la hermosa mujer quedó
sumida en un sopor que paulatinamente concluyó en sueño profundo.
Su pecho se movía rítmicamente y todos sus músculos se hallaban
relajados. Con extrema suavidad la cubrí con la colcha doblada.
Lentamente recompuse mis ropas mientras observaba la planta de potus;
me pareció ver en una de sus hojas un brillo extraño. Me acerqué
con cuidado y sin hacer ruido. Adosado a la hoja había un micrófono.
Era evidente que nos estaban escuchando pero mi duda fue, si además,
no nos estarían viendo con alguna cámara de video oculta. Busqué
por todos lados con la mirada aunque no hallé nada que me llamara la
atención. Luego razoné que si hubiese una cámara no tendría tanto
sentido el micrófono pero me quedó el temor; no obstante habría
que arriesgar. No viendo nada que simulara un objetivo de cámara
decidí salir de la habitación. Me despedí de la bella Alejandra
con una caricia sobre su mejilla y con un suspiro de resignación
ante tan soberbio cuerpo que dejaba sin hollar.....
Abrí la puerta de la habitación
con suma cautela y salí hacia el pasillo cerrándola tras de mí sin
hacer el menor sonido. Me tranquilicé al escuchar la bulla que
provenía del salón principal en la planta baja. La algazara
continuaba allí sobre todo con la gente más joven que se divertía
quizá sin sospechar el burdel de la planta alta o sabiéndolo
preferían usarlo más tarde. Avancé por la galería hasta terminar
en una escalera que subía a otra planta. En el extremo opuesto se
hallaba la escalera que nos permitió subir. Vale decir que para
subir continuadamente era necesario atravesar todo el corredor. Me
pareció extraño esto pues lo lógico sería una escalinata
continua. Quizás alguna de las puertas sería un ascensor; me
disponía a averiguarlo cuando de una sale Augusto Lecón arreglando
su ropa. Sin decirnos palabra alguna nos dirigimos hacia el piso
superior caminando suavemente al pisar los peldaños que crujían;
así advertimos que la construcción era de madera. Nos miramos
estupefactos. Augusto Lecón golpeó con los nudillos de su mano
derecha la pared que presumíamos fuera de ladrillos y para nuestra
sorpresa sonó a material sintético o algo similar. La construcción
toda era no tradicional, al menos como es así en el país. Nada de
cemento y ladrillos; estructura de hierro y paneles de madera y de un
corrugado plástico. Significaba esto que su construcción sólo
demandaba unos pocos días. Esta forma de arquitectura supermoderna
es común en los Estados Unidos de América. De inmediato asocié a
alguna empresa norteamericana con la edificación de la residencia,
salvo que alguna firma importadora se hubiere encargado. Habría que
averiguar aquello. El dato era muy importante pues equivalía a tener
en unos cuantos días algo palacial y permitía luego desmontarlo
rápidamente para establecerlo en otro sitio. Así entendí porqué
estaba ubicado en un lugar poco poblado de los aledaños capitalinos.
En el segundo piso vimos una galería similar a la anterior y también
con puertas que presumimos serían de dormitorios pero habría que
confirmarlo. Augusto Lecón en rápida maniobra abrió la tercera
puerta (elegida al azar) y vimos adentro una cama igual a las del
primer piso pero con una pareja retozando; para nuestra estupefacción
se trataba de dos hombres...había de todo en esa "viña".
Lecón hizo un gesto de asombro pero luego se trastrocó en un rictus
de profundo desagrado. Fue evidente que no era tolerante con los
homosexuales. Lo miré con expresión de "y bueno cada uno..."
pero él seguía con su mueca de repugnancia. Debíamos proseguir
buscando...¿pero qué? Estaba por preguntarle a Augusto Lecón qué
buscábamos cuando de una puerta salió una mujer lloriqueando.
Tambaleante caminó por el pasillo; o estaba borracha o estaba
drogada o estaba...herida...Cayó inerte en los brazos de Augusto
Lecón quien la depositó en el suelo con extrema precaución pues de
inmediato vimos que salía sangre de un costado de su abdomen.
-Esta mujer está herida; veamos
qué tiene aunque se me ocurre que puede ser superficial. Humm... a
ver levantemos el vestido; así está bien. Esto no es de arma
blanca. Ha sido golpeada por algún sádico. No es grave. ¿De cuál
puerta salió?- Preguntó Augusto Lecón.
-De ésa-. Respondí señalando
la segunda de la derecha.
Dejando a la mujer en el piso
fuimos hacia la habitación mencionada y con prudencia abrimos la
puerta. La habitación estaba vacía; sólo una música suave vibraba
en el aire y un fuerte perfume a lavanda. Nada más.
-Regresemos junto a la chica y
traigámosla. Sólo está desmayada y su herida es superficial. Lo
mejor para ella es que siga así y no se involucre con otro sádico.
Aquí, estoy seguro, debe haber muchos-. Dije con tono imperativo que
fue aceptado por Lecón con un movimiento de su cabeza.
Levantamos a la muchacha con
sumo cuidado, yo tomándola de las axilas y Lecón de los tobillos.
Con su pie izquierdo él terminó de abrir la entreabierta puerta de
la habitación. Dejamos a la mujer sobre la cama cubierta con la
colcha, cerciorándonos antes de que respiraba normalmente, de que su
pequeña herida ya no sangraba y de que el pañuelo puesto sobre ella
seguía en su lugar. Luego de tomados estos recaudos giramos el
cuerpo para salir y fue Lecón quien dio el primer grito de asombro
seguido por mí: detrás de la puerta, un hombre atravesado por una
lanza corta estaba clavado en la pared de madera. Nos acercamos en
silencio y vimos en su rostro una expresión de horror; sus ojos
estaban abiertos y de su boca semiabierta salía sangre en hilos que
teñían su camisa bordeando la lanza. Estaba muerto.
-Aquí hubo un homicidio. La
expresión de su cara denota que fue tomado por sorpresa en el
ataque. Es casi imposible que fuese la muchacha la atacante pues se
requiere mucha fuerza para clavarlo así en el tabique de madera. Qué
hacemos, ¿investigamos esto o seguimos con lo nuestro?- Preguntó
Lecón dubitativamente.
-¿Estarán relacionadas ambas
cosas?- Demandé a mi vez también con duda.
-Intuyo que no-. Contestó
Augusto Lecón muy seguro.
Ante los antecedentes del
intuitivo pensé que lo mejor era dejarse llevar por sus
presentimientos y proseguir con lo nuestro; ya teníamos un claro
aviso de la violencia en ese ambiente. Debíamos obrar con tiento
pues existía la posibilidad de que el o los asesinos intentaran
incriminarnos si nos veían cerca o tuviesen la certeza de nuestro
descubrimiento.
-Lo mejor entonces es salir de
esta parte de la mansión y explorar otro sector. ¿Qué te parece?-
Sugerí en voz baja a Lecón.
-Tienes razón; salgamos
enseguida y visitemos el resto de la residencia lo antes posible pues
ya es bastante tarde-. Aprobó Augusto Lecón.
El pasillo estaba solitario. Con
paso decidido y simulando despreocupación retornamos a la planta
baja. La fiesta estaba en su apogeo. En los salones y en los patios
se bailaba al compás de distintos ritmos; en algunos música de tipo
rock, mientras que en otros el ritmo era más lento, tipo bolero, y
donde las parejas danzaban abrazados tiernamente.
-Míralos. ¡Si parecen
enamorados!- Exclamó Augusto Lecón con ironía.
Atravesamos varios salones hasta
salir de esa parte de la mansión y nos internamos en un jardín
bellamente adornado con flores y arbustos. Aquí también se bailaba
incluso sobre el césped. Varias mesas rodeaban una pista de baile
que ya no alcanzaba y por eso las parejas usaban el jardín...sin
embargo noté algo extraño aunque no sabía con certeza qué era.
Sólo un vislumbre que pasó fugaz por mi mente. Como de costumbre en
mí no le di trascendencia a la intuición máxime viendo a Augusto
Lecón tranquilo: si él no tenía prevenciones ¿por qué habría de
preocuparme? Lo que sucedía era que ya Augusto Lecón había salido
de su intuición (comprobado luego, similar a la mía) y estaba en
plena etapa de lucubración.
-Debajo del césped no hay
tierra sino algo duro y parecido al plástico de los tabiques en las
habitaciones, ¿lo advertiste?- Me preguntó Lecón en voz muy baja y
tapando su boca.
-¡Era eso! Tuve una extraña
sensación pero no sabía a ciencia cierta de qué se trataba-.
Expresé en tono algo alto para el gusto de Lecón quien me recriminó
poniéndose el dedo índice derecho en la boca con gesto muy
disimulado y gorgoriteando un: "shiiiiii...." suave y
prolongado.
Debajo podría haber un sótano
o ser inclusive todo el subsuelo del predio un gigantesco almacén o
depósito o vaya uno a saber qué...
-Debemos encontrar la manera de
tener acceso a esta bóveda pues de eso se trata-. Dijo Augusto Lecón
dirigiéndose a la parte siguiente de la residencia.
Un camino de lajas atravesaba el
jardín; por instinto no lo seguimos. Nos internamos entre árboles
frondosos dando vueltas y buscando el acceso a la segunda parte de la
construcción pero sin entrar en ella. En silencio, los dos fuimos
rodeando la finca rastreando todas las vías de entrada y de salida.
Esta edificación era similar a la anterior pero con una diferencia
substancial: los pisos superiores no eran iguales iban disminuyendo
en superficie hasta rematar en una especie de gran cúspide. Todo el
armazón asemejaba una exótica pagoda por fuera. Veríamos por
dentro...
-Entremos por aquella puerta
lateral-. Sugirió Augusto Lecón mirándome con expectativa.
Asentí con un movimiento de la
cabeza y ambos penetramos con aire displicente en el salón principal
que, como el anterior, estaba colmado de gente que bailaba, tomaba y
comía con algarabía y en algunos casos ya con desenfreno lo cual
suponía el uso de alguna droga más fuerte que el alcohol.
Una bellísima mujer se estaba
desvistiendo rodeada en amplio círculo por hombres que batían
palmas por cada prenda retirada. A medida que iba quedando con menos
ropa advertí que el círculo también se iba estrechando; podía
colegirse cómo terminaría para la pobre niña su aventura. Dejamos
ese núcleo de voluptuosidad despareja para continuar la inspección
en el segundo salón menos concurrido aunque más equilibrado. Aquí
las parejas se solazaban con un increíble banquete ya que sobre la
mesa ubicada en el centro, danzarinas contoneaban su vientre en danza
milenaria, en derredor, mesas más pequeñas y con manjares de
exquisita ornamentación donde los comensales reían y comían
mientras observaban a las deliciosas bailarinas. El ritmo de la
música incitaba tanto como las contoneantes caderas de las mujeres.
Todo el salón contagiaba del supremo deleite al cual son tan
proclives los árabes. Es evidente que los subyuga el placer y el
gozo. Por mi mente pasó fugaz la molicie de un palacio y el
confronte con la miseria de los arrabales.
Mientras contemplaba el sacudir
de tan bellos cuerpos, sentí el chistido de Augusto Lecón que
llamaba mi atención para que lo siguiera. Había encontrado una
escalera en el fondo de la sala que se hallaba oculta por un pesado
cortinaje. Los peldaños crujían denotando la estructura similar a
todo lo visto hasta el momento, es decir, madera. Esta forma de armar
una casa con módulos de hierro, madera y laminado plástico era una
real innovación que me tenía pasmado. Al término de la escalera se
abría otro salón pero sin gente ni mesas, solamente estantes con
libros cubrían las paredes. Nos acercamos curiosos pues no
imaginábamos que pudiera haber un material cultural en sitio tan
banal. Para sorpresa nuestra los aparentes libros eran cajas con su
forma. Lecón me miró interrogante.
-¿Qué es esto?- Pregunté al
aire mientras me dirigía a una pared lateral.
-Parecen cajas de seguridad
bancaria pero sin cerradura-. Dijo Augusto Lecón acercándose a la
pared opuesta.
-Estas cajas deben encerrar algo
pues están huecas-. Aseveré mientras con los nudillos de mi mano
derecha golpeaba suavemente.
-Debemos abrir aunque sea una
para comprobar qué contiene pero uno de nosotros debería estar
cerca de la escalera para prevenir probables interrupciones de
visitantes inoportunos-. Opinó Augusto Lecón con sarcasmo pero con
indudable acierto.
Volví sobre mis pasos mientras
Lecón intentaba abrir una caja-libro. Durante dos largos minutos
estuvo forzando la parte frontal de la misma con un cortaplumas
múltiple que portaba siempre en su bolsillo. Cansado del intento y
con buen criterio delegó la continuidad en mí con un ademán de su
mano derecha. Digo con buen criterio pues mientras él hacía el
trabajo yo estuve meditando sobre la posibilidad de tener cada caja
algún mecanismo de tipo electrónico para su apertura. Como carecía
de disco o algo similar con números podría ser un juego de sonidos
o de golpes suaves. Intentaría buscar alguna clave sonora y cavilaba
acerca de cuál usaría primero cuando se me ocurrió un chiste
estrafalario y por supuesto carente de todo asidero lógico. Un
impulso cómico irresistible me llevó a articular, reprimiendo mi
justa risa, las "sagradas" palabras de mis tardes
infantiles.
-"Sésamo ábrete"-.
Dije riendo y sin convicción.
Como es natural nada pasó.
Estaba por intentar los pensados golpecitos en cada caja cuando
recordé que la fórmula "mágica" era a la inversa;
esbozando una sonrisa mas esta vez con voz clara y sonora espeté:
"¡ábrete, sésamo"! Con un suave chirrido todas las
cajas-libros abrieron su tapa...
Augusto Lecón se acercó hacia
donde yo me encontraba con una expresión de total perplejidad en su
rostro. Sus ojos bailaban de una caja a la otra y recalaban en mí
para luego continuar su rítmico vaivén. Su boca estaba abierta de
forma desmesurada aunque justo es decir que yo me encontraba tan
atónito como él por mi broma que tan insospechadas consecuencias
había traído. Nos miramos y estallamos en risas mitigadas en su
volumen por el temor de ser descubiertos por los guardianes de ése
orden. Las cajas-libros eran de acero templado como pudimos constatar
de inmediato y en su interior cobijaban bolsas de azúcar blanco, así
rezaban los grandes caracteres del frente de cada una. Lecón con su
cortaplumas realizó una incisión en el grueso papel para comprobar
la calidad del azúcar y dejó caer el polvo que más bien parecía
ahora harina pero que el avezado Lecón identificó como...cocaína.
Sí, ni azúcar ni harina ni nada que se le parezca. Eran bolsas de
cocaína, una inconcebible cantidad de bolsas del mortífero veneno
del siglo XX. Por eso estaban tan celosamente resguardadas en
cajas-libros de acero templado y con cerradura electrónica sonora
con clave inverosímil.
Pasado el momento de estupor,
debíamos cerrar todas las cajas-libros de inmediato y antes de ser
descubiertos; ¿cómo hacerlo rápido? Todas las paredes estaban
cubiertas con estantes repletos de ellas. Cerrarlas una por una nos
llevaría mucho tiempo y quedaba la duda sobre si quedarían bien
selladas. Intenté cerrar la que tenía a mi alcance empujando con
fuerza sostenida la tapa pero ésta no quedaba sujeta; simplemente
retornaba a su máxima abertura. Medité un instante y se me ocurrió
que bien podía hacerse de la misma manera en que las había abierto,
es decir, con palabras. Iba a entonar la frase: "sésamo,
ciérrate", lo contrario de la anterior pero rememoré que la
forma exacta era a la inversa y dije, con volumen mediano en la voz y
de manera diáfana, la invocación: "¡ciérrate, sésamo!"
Ante nuestra admiración todas las cajas-libros cerraron sus tapas de
forma hermética. Sin perder más tiempo colocamos la bolsa perforada
por Augusto Lecón con su cortaplumas dentro de su respectiva
caja-libro (repitiendo la treta sonora) y con los pies rápidamente
esparcimos lo caído de la cocaína. Bajamos presurosos la escalera y
atravesamos el salón donde continuaba el baile que absorbía a los
comensales con la fabulosa cadencia de las danzarinas que se movían
de manera espectacular al ritmo frenético de una orquesta donde la
percusión era estrella; por suerte este sonido tan fuerte nos ayudó
para pasar inadvertidos. Por supuesto que las deliciosas bailarinas
atraían la atención de todos pero sin la música nos hubieran
detectado por el crujir de los peldaños de madera. Nos sentamos a
una mesa alejada del cortinaje que ocultaba la escalera y descansamos
mirando el contoneo voluptuoso de las espléndidas mujeres. Yo
aproveché para comer unos bocadillos que resultaron exquisitos y
tomé unos sorbos de refresco que no abundaba ya que las bebidas
alcohólicas eran casi la exclusividad. En rigor el susodicho
refresco era una mezcla de frutas con agua mineral o soda y con algo
de alcohol. Pude hallar una botella de agua mineral, presumo que
estaba para rebajar, y le eché más agua. Observé que Augusto Lecón
hacía lo mismo. Era evidente que nuestra intención de permanecer
lúcidos pese a todas las tentaciones se iba logrando.
Sobre la mesa central el baile
fue tomando un cariz diferente. Las muchachas fueron quitando las
escasas prendas que cubrían su cuerpo a instigación del público y
quedaron totalmente desnudas. Los provocativos movimientos de sus
caderas, al estar descubiertas, y al abrir los muslos flexionando sus
rodillas y teniendo en consideración que se hallaban paradas sobre
una mesa produjeron el estallido ardoroso que se hizo efectivo al
tomar un robusto muchacho a una de las bailarinas por el tobillo y
atraerla hacia sí. La fabulosa mujer cayó a horcajadas sobre los
muslos del joven quien, ni lerdo ni perezoso, extrajo su pene y lo
introdujo en la vagina de la sorprendida danzarina que probablemente
no hubiera imaginado un acontecer tan veloz. El público batía
palmas, mientras la muchacha, ya repuesta, siguió su baile ahora
sobre el joven. El jolgorio era total. Las parejas en las mesas del
fabuloso festín comenzaron a imitar al joven con su danzarina y así
todo el salón cabalgó mientras los integrantes de la orquesta
continuaban impávidos con el ritmo de sus tamboriles. Augusto Lecón
me miró y con un gesto elocuente ante el total desenfreno señaló
la puerta, yo asentí con la cabeza y nos retiramos del salón en el
preciso instante en que una de las bailarinas comenzó a gritar en
forma histérica. Rápidamente apareció un fornido guardia que la
tomó por la cintura levantándola y tapando su boca con una mano la
retiró de la sala.
-Probablemente estaría drogada
y tuvo una alucinación. No entiendo porqué se la llevó el mozo;
con tanta bulla su vocerío pasaba desapercibido-. Murmuré al estar
en el jardín.
-Quizás estaba diciendo algo
inconveniente-. Dijo Augusto Lecón sentándose en una de las sillas
que poblaban el parque.
El aire fresco nos hizo bien.
Los sentidos se abarrotan de tanta lujuria y esto impide razonar;
además, al menos yo, veníamos de un encuentro frustrado con la
doncella primera y el ver tanto deleite hace flaquear el ánimo.
Debíamos conservar todo nuestro control para continuar averiguando;
la tarea no estaba concluida.
-Nos queda por ver el asunto del
sótano o lo que suponemos es un refugio subterráneo. ¿Dónde se te
ocurre que estará el acceso?- Preguntó Augusto Lecón apoyando su
codo izquierdo sobre la mesa y colocando la palma de la mano sobre su
frente.
-La mansión tiene un tercer
sector; por allá se ve la terraza. Propongo que vayamos ahora
mismo-. Dije levantándome pues yo también me había ubicado en un
cómodo sillón de plástico.
Nos internamos en un bosquecillo
y por una senda de lajas que se dirigía directamente al tercer
sector. Unos cuantos metros antes de llegar nos desviamos por el lado
izquierdo en medio de un tupido follaje que nos ocultaba. Nos
ubicamos detrás de unas matas y observamos la construcción; ésta
se elevaba varios metros más que las anteriores y su estructura era
similar a la segunda, es decir, la forma de pagoda, salvo en una
parte donde se abría una terraza; en ella se encontraban varias
parejas bailando. Este detalle me hizo pensar que en el interior
seguiría la fiesta como en el resto; no obstante, Lecón hizo el
ademán de ingresar, yo asentí y dejamos el escondite para entrar en
un salón con poca gente y en actitud más seria. Se trataba de
personas más bien grandes de edad, no eran de la colectividad árabe,
en rigor en los otros sectores también había gente de todo tipo. La
fiesta era multifacética.
Había mesas con manjares
variados que ocupaban el perímetro del amplio salón mientras que en
el centro estaba la gran pista de baile. La música era suave en ese
instante lo cual incitaba a una danza mejilla
a mejilla. Este
ambiente romántico se interrumpió repentinamente con el estallido,
por parte de la orquesta, de un sonoro trompetazo llamando la
atención. Por un costado aparecieron danzarinas con atuendo muy
reducido que comenzaron a moverse rítmicamente en baile afro;
con reminiscencias de trópico y caribe las muchachas contagiaron su
alegría a los comensales que intentaron imitarlas. Toda la sala se
transformó en un regocijo danzante que llamó por su bulla a las
parejas reticentes en el jardín adyacente. Más y más gente invadió
la gran sala y pronto ésta se llenó dejando vacía esa parte del
parque. Nosotros aprovechamos para inspeccionar la zona exterior pues
algo nos llevaba al jardín y no a la construcción. Lecón y yo nos
miramos y sin decir palabra comenzamos a husmear; íbamos juntos pues
en caso de peligro podíamos defendernos mejor si bien de esta forma
tardábamos más tiempo en examinar el terreno; como no éramos
personas violentas debíamos resguardarnos. Al pisar con fuerza el
césped se denotaba claramente que debajo había plástico con muy
poca tierra encima. Me incliné y con una rama hice un pequeño
agujero que certificó la presunción. Sólo quedaba encontrar el o
los accesos al subterráneo. Durante más de media hora registramos
el parque sin hallar algo que indujera entrada; estábamos por
desistir para reingresar en la mansión y buscar adentro cuando Lecón
señaló un raro árbol. Efectivamente, no sólo por su forma, muy
voluminoso desde el piso hasta un metro y medio de altura y luego se
afinaba casi de golpe abriéndose en tupido ramaje, sino también por
su contextura pues, al tocarlo, se descubría que no era madera.
Lecón golpeó con sus nudillos el tronco y sonó a hueco.
-Me parece que encontramos lo
que tanto buscamos. Humm... registremos el contorno de este "árbol",
puede que haya una entrada bajo el césped-. Murmuró Lecón.
-Yo más bien diría buscar en
el mismo "árbol" como es hueco debe ser allí la entrada
al subterráneo-. Dije con cierta lógica.
-Este "árbol" es una
toma de aire o respiradero. Observa bien las ramas y lo comprobarás;
tienen incluso filtro purificador; allí se ve el remate metálico-.
Contestó Augusto Lecón.
El césped estaba colocado en
paquetes sobre una escasa capa de tierra y debajo el laminado
plástico que hacía de techo al subterráneo. Removiendo las
junturas de los paquetes fuimos tanteando buscando alguna argolla o
algo similar que levantara la tapa del acceso. La búsqueda fue en
vano. Tampoco por allí estaba la solución del enigma. Me senté en
el piso a reflexionar. Algo andaba mal en nuestra pesquisa y sentía
una falta de concordancia; pero qué... De pronto di un brinco y
dirigiéndome a Lecón expresé: -¡cómo no lo vimos antes!-.
Comencé a girar alrededor del
tronco del "árbol" golpeando suavemente con los nudillos
de mi mano derecha. Todo sonaba a hueco pero a la altura de mis
rodillas el sonido fue diferente: a hueco pero distinto más agudo.
Me senté frente al sitio encontrado; con voz suave y clara dije:
-"¡ábrete, sésamo!"-. No sucedió nada. Giré alrededor
del tronco ciento ochenta grados para colocarme en el extremo opuesto
y repetí la frase: -"¡ábrete, sésamo!"-. En el tronco
se sintió un chirrido y se abrió girando sobre sus goznes una
pequeña puerta. Adentro se encendió una luz y vimos una escalera
que, girando como un caracol, descendía a las profundidades.
Entramos sin vacilar; al hacerlo atravesamos un rayo de luz que hizo
cerrar la puerta nuevamente. La luz ambiental continuó y mirando
hacia arriba confirmamos que las ramas eran aireadores del sótano,
un zumbido denunciaba a un filtro-bomba que renovaba el aire.
Descendimos por la escalinata varios metros hasta llegar a un
gigantesco salón que, probablemente, abarcaba casi todo el predio.
Al frente y a los lados la vista se perdía en un continuo espacio
cubierto por enorme cantidad de cajas de madera. La iluminación era
perfecta. Comenzamos a recorrer el vasto lugar mirando absortos la
cantidad de cajas apiladas en completo orden y que iban formando
pasillos que permitían el tránsito. Para no perdernos en ese
laberinto gigantesco usamos la vieja técnica de ir desenrollando un
ovillo de grueso hilo que se encontraba al pie de la escalera
inicial. Al poco rato nos dimos cuenta de que todo era igual y sólo
nos bastaría con abrir una de las cajas para cerciorarnos de su
contenido; era probable que el resto de las cajas contuviese lo
mismo.
-A ver esta caja tomada al azar,
tratemos de abrirla-. Dijo Lecón.
Tomamos una barreta de acero que
se hallaba cerca intentando insertarla en la tapa de la caja y ambos
hicimos palanca con todas nuestras fuerzas. La tapa saltó y los dos
miramos con ansiedad adentro para constatar su contenido. Sólo vimos
paja mustia que llenaba hasta el tope el cajón.
-Probemos de levantarlo para
comprobar su peso-. Manifesté haciendo un gesto de decepción.
Lecón tomó el cajón por la
base en un extremo y yo en el otro y al grito de: "ahora",
levantamos...no logramos ni siquiera mover la caja.....
Nos lanzamos hacia la paja
removiéndola con nerviosismo.
Ante nuestros atónitos ojos
aparecieron pesadas armas de gran calibre.
Todo el enorme lugar era un
gigantesco depósito de armas clandestinas de todo tipo y de todo
calibre; completaba el prodigioso arsenal una idéntica cantidad de
cajas de municiones para las respectivas armas.
Augusto Lecón y yo nos miramos.
Por un momento permanecimos en silencio y taciturnos. Si bien
imaginábamos algo así el hecho de ver la concreción de una idea
fugaz y temeraria, servía para comprobar que en este tema todas
nuestras hipótesis, aún las más quiméricas, podrían ser una
realidad. Esto me preocupó hondamente pues yo ya había elaborado
varias teorías muy ilusorias y que descarté precisamente por ésa
característica. Reflotaría todas mis especulaciones y las colocaría
en un mismo nivel de confronte con lo que fuere sucediendo, tratando
de amalgamar todos los cabos sueltos en un informe final. En pocas
palabras le comuniqué a Lecón estos pensamientos y él estuvo de
acuerdo conmigo. Habían pasado muchos minutos desde nuestro ingreso
en el sótano de las armas y se tornaba peligroso seguir allí más
tiempo pues si descubrían nuestra ausencia de los dormitorios y de
los salones, al no haber registrado la salida de la mansión,
comenzarían a buscarnos y de hallarnos en ese lugar seríamos, con
certeza, hombres muertos; esa gente no andaría con escrúpulos.
Colocamos la tapa en su sitio para que no sospechasen nuestro
descubrimiento y regresamos tomando el hilo conductor, que habíamos
desplegado a la entrada, y él nos llevó a través del laberinto a
los pies de la escalera; unos metros antes el hilo, al frotar con una
arista de la gran caja instalada en la entrada, se rompió. Esto nos
molestó sobremanera pues el ovillo quedaría más pequeño y podrían
notar su uso anormal. Si le hacíamos un nudo y lo enrollábamos, al
usarlo notarían el empalme y también recelarían. ¿Qué hacer?
-Observa aquello-. Dijo Lecón
extendiendo su mano izquierda.
Apoyada en una de las cajas
había una lata que rezaba: "pegamento".
Con rapidez y sin decir palabra,
pues lo interpreté de inmediato, tomamos la lata y mientras Lecón
con su cortaplumas múltiple la abría con cuidado yo puse ambos
cabos de la cuerda rota juntos sobre una tapa. Con delicadeza
hundimos en el pegamento los extremos y luego los unimos sobre la
tabla, sin hacer nudo alguno. Antes de secar del todo levantamos el
hilo y vimos que se mantenía adherida la juntura. Con los dedos,
girando el hilo, logramos disminuir el volumen de dicha unión hasta
quedar casi igual al resto. Taponamos la lata y la colocamos en su
sitio, haciendo lo propio con el ovillo de hilo previamente
enrollado. Al subir la escalera notamos que las luces del subterráneo
se iban apagando paulatinamente; esto se lograba con ondas luminosas
que atravesaban los peldaños y que nosotros obturábamos al pasar.
Pensé que al llegar al último peldaño y por consiguiente al
postrer haz lumínico se abriría la puerta de acceso. Mi expectativa
se vio frustrada. Nos quedamos paralizados un instante pero casi al
unísono vociferamos: "¡ábrete, sésamo!". La portezuela
se abrió de inmediato y salimos con extrema cautela y en absoluto
silencio. En el parque no había nadie cerca y antes de irnos me
volví hacia el "árbol" para decir la frase de cierre pues
no habíamos atravesado ninguna onda luminosa de salida. Sin embargo
la puerta ya estaba cerrada y sin chirrido alguno. Este hecho nos
pareció extraño; al mirar hacia las ramas vimos que una de ellas
operaba como interruptor o algo similar, captando las salidas y
operando el cierre. Yo tuve el temor de haber sido filmados por
alguna cámara controladora aunque la oscuridad nos favorecía para
no ser identificados con precisión. Lo del chirrido no tenía
explicación. Salvo que a la entrada fuese un aviso de recepción...lo
cual significaba que podrían estar contabilizando las visitas por el
mismo medio electrónico; en este caso les llamaría la atención en
el recuento y buscarían a los intrusos por la lista de invitados. Lo
más probable es que, ya avisados del descubrimiento de su escondite,
cambiaran de lugar; total todo es desmontable. Sin embargo eran
conjeturas mías; quizá no fuera detectada nuestra visita; el tiempo
lo diría.
Caminamos lentamente por el
césped en dirección al segundo sector y luego con parsimonia y
displicencia orillamos la "pagoda" para entrar en la
primera sección de la finca, donde todo era bullicio y ya las
parejas ni siquiera subían a los dormitorios: echados en el suelo,
quizá con drogas encima, se ufanaban en todas las prácticas
sexuales imaginadas. La fiestita estaba en su apogeo mientras una
pareja dirigía a un grupo de hombres muy maduros que, tambaleándose,
perseguían a muchachas desnudas las cuales reían por la impericia
de los vejetes. Esto último resultaba de lo más desagradable; los
pobres ancianos al alcanzar, porque se lo permitían, a alguna mujer
eran manoseados por ellas pero sin lograr el objetivo de erguir su
sexo. Ellas reían y ellos caían, agotados sobre el piso, en un
adormecimiento.
-Parecería que todavía no se
descubrió el homicidio del hombre clavado con la lanza en el
dormitorio-. Manifestó Lecón hastiado de ver cómo se jugaba con
ancianos y sentándose a una mesa algo retirada.
-No se descubrió o si se hizo
se ocultó. Me parece que esto último es lo más probable. Aquí hay
delincuencia de alto vuelo y rango-. Dije pensando en voz alta.
Lecón me miró con ojos
escrutadores. Por un rato ambos nos intercambiamos mudos mensajes con
la mirada. Era claro y evidente, para nosotros, que la cuestión
venía mucho más compleja de lo imaginado. Mientras, a nuestro
alrededor, el frenesí iba en aumento. Las mujeres corrían
perseguidas, en juego compartido, por los hombres que aún
permanecían con algún grado de lucidez. Una de ellas fue alcanzada
por un gigantesco mozalbete que la derribó. La muchacha cayó de
bruces pero logró frenar la caída con sus manos, mientras el joven
se tumbaba sobre ella y la penetraba por detrás ante el batido de
palmas de la concurrencia.
-Aquí ya no podemos dialogar
con nadie. Además con todo lo que hemos descubierto es más que
suficiente para comprender el nivel de la situación. Lo mejor que
podemos hacer es irnos antes de que tengamos problemas; somos los
únicos que estamos normales y lúcidos. Esto es una orgía de la
Roma antigua-. Dije con una sonrisa y levantándome.
-Tienes razón mas los romanos
se quedaban cortos, no conocían las drogas de la actualidad; en
cuanto al sexo existió siempre y es natural, pero éstos están
todos drogados-. Aseveró Lecón con una última ojeada a la bacanal.
Con andar cansino y disimulando
nuestra sobriedad para no llamar la atención nos fuimos retirando
lentamente de la fiesta. En el estacionamiento un mozo bastante ebrio
nos dio paso con el ademán de una mano mientras que con la otra
sujetaba los senos de una bella muchacha que cabalgaba sobre sus
muslos. Al salir hacia la ruta no nos siguió ningún coche. Claro,
estarían todos entretenidos en la mansión del placer...
3. COMIENZA LA TELARAÑA
Era muy avanzada la tarde cuando
desperté. La tensión de la noche anterior hizo que mi sueño fuera
entrecortado pero prolongado. Luego de unos instantes me levanté con
parsimonia, quizá todavía no despierto del todo. Me afeité con
lentitud y luego me dirigí hacia la cocina para desayunar. Al pasar
por la sala de estar lo encontré a Lecón repantigado en un sillón
leyendo el diario y al saludarlo con un ademán (yo no estaba
despabilado del todo) dijo en voz alta con la vista fija en el papel:
-parecería que no hubiese pasado nada pues el diario no menciona el
homicidio-. Yo seguí mi camino a la cocina para preparar alguna
infusión y comer tostadas con mermelada; desde allí le contesté:
-es lógico pues los diarios salen al amanecer y el homicidio habrá
sido dos o tres horas antes; además yo pienso que va a ser ocultado.
Ni siquiera mencionará la fiestita; recuerda que fue privada. Quizás
alguna revista de chismes diga algo en los próximos días-.
-Amigo, son las diecisiete. El
diario es vespertino, tuvieron todo el tiempo del mundo. Es evidente
que el homicidio no fue denunciado. ¿Qué hacemos con Hugo?-
Preguntó Lecón desde su sillón.
En una bandeja puse dos tazas y
una fuente con tostadas; platitos de dulce y dos recipientes con té
y con leche completaron el desayuno, bueno en realidad sería la
merienda conforme a la hora pero para mí era la primera comida del
día. Al aparecer yo en la sala, Lecón dejó su diario y mirando la
bandeja tan completa y bien servida rió dando palmadas sobre la
mesa.
-¿Por qué tanta risa?-
Pregunté medio ofuscado.
-Mírate en el espejo-.
Al hacerlo reí de buena gana yo
también: estaba desnudo y no lo había advertido por mi somnolencia,
aunque en rigor yo en verano y en mi casa suelo estar desnudo.
Todavía no me había acostumbrado a compartir el departamento con
otro. Tenía razón Lecón: la imagen de desnudo y con la bandeja era
divertida.
Riéndome, fui a mi cuarto a
vestirme. Al regresar me senté a la mesa para tomar mi primera taza
de té.
-Con respecto a Hugo pienso que
no deberíamos decirle nada de lo descubierto-. Contesté la pregunta
pendiente, luego de la bufonada.
-Yo considero lo mismo pero me
gustaría conocer tus razones-. Dijo Lecón tomando una tostada y
cubriéndola de dulce.
-Al mandarnos a la fiesta él
debe saber algo que nos está ocultando. ¿Cómo es posible que
semejante escondrijo le pase desapercibido? Por más rápido que se
pueda construir una mansión con esos materiales, el sótano requiere
una gran excavación que no puede realizarse en días-. Aseveré en
tono preocupado.
-El hueco en la tierra podría
haber sido hecho antes por algún motivo diferente; por ejemplo
construir los cimientos de un edificio y luego abandonar la
edificación. Sin embargo presiento que se puede hacer una excavación
como ésa en horas con tecnología de avanzada. Inclusive toda la
mansión y su sótano en muy pocos días es factible lograrla y aun
transportarla a otro sitio en breve lapso. Aquí hay algo muy
extraño, Javier-. Afirmó Lecón sirviéndose la segunda taza.
-Hugo nos mandó allí para
hablar con personas y nosotros no hablamos con nadie. En cuanto a
personas no sabemos nada pero en cuestión de organización delictiva
sabemos mucho. Lo que descubrimos tiene una enorme trascendencia pues
se trata de una gigantesca estructura combinando drogas y armas: los
dos flagelos más grandes en estos momentos de la humanidad. Son la
herramienta de la muerte y es claro y evidente que hay complicidad de
muchos en el ámbito oficial de todos los países. No se puede hacer
lo que hacen los traficantes de drogas y de armas sin el consentir de
personas con influencia en el poder. Coincido contigo, aquí hay algo
muy raro-. Manifesté untando una tostada y sorbiendo luego mi té
con leche.
-¿Qué le diremos a Hugo
entonces?- Demandó Lecón en un intervalo entre la segunda y tercera
taza de té con leche.
-Que la fiesta fue una orgía y
que nos fuimos por no poder hablar con la gente pues estaban
drogados. De esta forma lo ponemos en conocimiento de que había
drogas allí y si él nos oculta algo verá que nosotros sabemos al
menos el consumo de drogas en la mansión-. Propuse comiendo mi
última tostada con mucho dulce y echándome en un sillón cabizbajo.
Lecón también estaba pensativo
pues no le gustaría, como a mí, ocultarle a Hugo nuestros hallazgos
pero no había otro camino. El asunto se ponía cada vez más
complejo y los sutiles hilos del poder podrían obstaculizar nuestra
investigación si informábamos ya.
-Tengo una curiosidad. ¿Cómo
te las compusiste con la muchacha que te llevó a la planta alta?-
Pregunté para divagar un poco y suavizar la tensión.
-Presiento que hice lo mismo que
tú. La mujer era una maravilla pero si tomaba todas las copas que me
ofrecía hubiese perdido el control; obvio que su intención era ésa.
El problema fue sacármela de encima. Una vez en el dormitorio
comenzó a desnudarse. Yo estaba enardeciéndome pues ella me
acariciaba los genitales con cada prenda que se quitaba. Antes de que
mi excitación fuese incontenible opté por emborracharla pues había
una botella de champaña en un rincón. Ella por momentos sospechó
de mi accionar pero yo la besaba mientras a su espalda tiraba en una
maceta el contenido de mi copa. La muchacha al ver siempre mi copa
vacía habrá pensado que estaba ingiriendo mi champaña y eso puede
haberla tranquilizado pues se abandonó a mí. Yo seguía besándola
y acariciándola esperando el efecto del alcohol sobre su hermosa
cabecita. Hubo un momento de suspenso cuando ella se tumbó sobre la
cama y no tuve más remedio que echarme encima. Si bien yo estaba con
toda mi ropa ella, con gran habilidad y profesionalidad, intentó
correr el cierre del pantalón y fue en ese instante que la enorme
cantidad de alcohol que había tomado hizo efecto y se quedó dormida
antes de concretar la cópula. Te aseguro que no sé cómo hice para
contenerme y no penetrarla ya que al subir el cierre de mi pantalón
rocé su húmeda vagina y mi ardor casi hace eclosión. La dejé
durmiendo su borrachera y salí al corredor donde nos encontramos-.
Relató su experiencia Augusto Lecón con un suspiro final.
Yo le conté mi aventura y
reímos por la común tontera de haber desperdiciado unas mujeres tan
exquisitas pero el trabajo era lo primordial; ya gozaríamos cuando
concluyéramos el asunto del atentado. Y entonces sí todo el ardor
contenido...
-El depósito de armas me
preocupa sobremanera. Es inadmisible que eso esté allí y sin
conocimiento del gobierno. ¿De quiénes son las armas? ¿Para qué
están allí? Así como hay guerras localizadas en Europa y en África
¿se pretende hacer lo mismo en Latinoamérica? ¿O son para
terrorismo? En este supuesto ¿son para los fundamentalistas y sería
el atentado que se prevé?- Se preguntaba Augusto Lecón en voz alta.
-Cabe otra posibilidad-. Dije en
tono misterioso.
-Creo que agoté todas con las
preguntas que hice-. Replicó Lecón medio molesto.
-Falta el contrabando de armas.
Pueden estar allí simplemente para venderlas a los países
beligerantes consumidores de esos adminículos. Es el principal
negocio junto con el tráfico de drogas. ¿Acaso no lo sabías?-
Repuse con máxima ironía.
Lecón estuvo unos segundos
mirándome como si hubiese sido sorprendido en grave falta y luego
palmeó mi rodilla diciendo: -tienes razón, ese armamento va a ser
vendido. Ahora recuerdo que hace algún tiempo un conocido
contrabandista estuvo en estos lares haciendo papeleos ilegales para
obtener su pasaporte con nuestra nacionalidad y fue pescado in
fraganti. No sería nada extraño que hubiese una conexión entre ése
señor, el depósito y...¡vaya uno a saber quién más!
-¿Quién? ¡Quiénes más bien!
Esto no se puede hacer con un sólo contacto oficial, si es que a eso
te refieres, debe ser una telaraña...- Reflexioné tomando mi cabeza
con honda preocupación.
-Sí, una telaraña. Pero ¿quién
será la araña?- Insistió Lecón tomándose el mentón con los
dedos índice, pulgar y medio de la mano izquierda y apoyando el codo
en su muslo también izquierdo.
Para los dos era evidente que
semejante depósito no estaba allí para el atentado que se esperaba.
Varios minutos estuvimos en
silencio y cavilando; sin embargo nuestra abstracción significaba
que ambos tratábamos de tomar los cabos sueltos de esa ya simbólica
telaraña. La imagen de una tela de araña fue haciéndose cada vez
más real pues coincidía con mi teoría de la intermediación. El
fabuloso mundo del contrabando de armas y de drogas mueve cifras
siderales. Es claro y evidente que para efectuarlo, como se hace, es
imprescindible la intermediación de personajes con poder y esto
sucede en todos los países del mundo sin excepción. ¿Quiénes son
estos personajes? ¿Dónde están ubicados? ¿En un solo sitio o en
varios lugares? La paga que reciben por su intermediación, o por
interponer sus "buenos oficios", ¿es dinero o más poder?
Quizás ambas cosas estén intercomunicadas: con dinero se obtiene
poder y éste es la ambición máxima de la mayoría de los seres
humanos. Siempre me pregunté para qué pero hay una pregunta
anterior: ¿por qué? Sí, ¿por qué se ambiciona el poder? Mi
respuesta es porque teniendo poder, es decir manejar a otras personas
a su arbitrio, el ser humano se siente supremo, es decir un dios real
no ficticio como el que tiene en su cerebro cuando lo imagina. Ahora,
¿para qué el poder? Para cumplir una orden genética: ser ese
pequeño dios. Muchas veces ese deseo de poder está disfrazado con
racionalizaciones altruistas (los que "hacen" para los
demás ocultando, sin darse cuenta, su verdadero objetivo egoísta).
Esto último sucede con las ideas religiosas y con las ideas
políticas. En el caso de la codicia económica, es decir querer
bienes para sí, es más directo el objetivo de lograr poder ya que
no hay disfraz altruista; podríamos expresar que es menos hipócrita.
Los que buscan el dinero cumplen la orden genética (ser pequeños
dioses o semi-dioses) más espontáneamente, quizá sean más
confiables que los "altruistas". No obstante la genética
nos gobierna...¡perpetuemos la especie!
-Tan trascendental como el
contrabando de armas es el de las drogas; lo que vimos en la mansión
fue terrorífico. Ese sarcasmo de las cajas-libro me aniquiló pues
el libro es, por ahora, el símbolo mayor del conocimiento y que sea
usado como pantalla de drogas es lo máximo-. Dijo Lecón
interrumpiendo mi meditación.
-Quizá fue hecho a propósito
como metáfora. Recuerda que muchos consideran el conocimiento como
"droga". En el pensamiento oriental lo correcto es la
inacción, la quietud y la ignorancia.
Lao Tse por ejemplo; yo siempre evoco su cita 65 del "Tao Te
Ching" que dice: "Los buenos taoístas de la antigüedad no
ilustraban al vulgo (sic), lo dejaban en su ignorancia. El pueblo se
gobernará difícilmente si posee muchos talentos. Gobernar con
talentos es ruina del Estado. Sin talentos se enriquece el Estado. El
conocimiento de esta doble realidad es la verdadera solución"-.
Expuse recitando un tremendo pensamiento que muchos practican.
-Cuanto más ignorantes sean los
pueblos más se puede extraer del erario. El tesoro público de las
naciones, provincias y municipios es una de las presas más
codiciadas y más que el Estado, como tú dices que expresa ese Lao
Tse, se enriquecen los funcionarios. Para los que detentan poder el
conocimiento es una "droga" que debe ser combatida. Para
los que intentamos conocer, la ignorancia es la verdadera Droga que
se obtiene a través de las otras drogas tanto químicas como
psíquicas; pueblo adormecido es fácil de engañar-. Argumentó
Lecón levantándose y poniéndose a caminar por la sala.
-Las drogas químicas son una
paradoja. Observaste que en nuestro país cuando no se las combatía
su consumo era reducido pero ahora que se las combate aumentó
enormemente el uso. De país de tránsito somos ahora país de
consumo además de tránsito-. Dije mirando a Lecón en su paseo que
preanunciaba alguna cuestión.
-El combate a las drogas
químicas les sirve de publicidad pues alienta el consumo de lo
prohibido. Considero que si se vendiera como el alcohol o como el
tabaco, que también son drogas químicas (un vaso de vino mata cinco
mil neuronas) bajaría notoriamente el consumo-. Expresó Lecón
frenando sus pasos y mirándome con expectación.
-Pero se acabaría el fabuloso
negocio del contrabando de drogas-. Refuté con ironía.
-Tienes razón se cortarían los
seiscientos cincuenta mil millones de dólares que se comercializan
por año en el planeta. Quebrarían muchas empresas y podría ser un
colapso. ¡Cuántas honestas fundaciones se hicieron con dinero
"lavado" del narcotráfico! En algunos países dichos
fondos sustentan comunidades enteras. Y esto sólo hablando de las
drogas químicas, imagina lo que podría suceder si las drogas
psíquicas (creencias de todo tipo y color que pululan en el cerebro
del noventa y cuatro por ciento de los seres humanos) dejaran de
actuar: el colapso sería mayor aún-. Manifestó Lecón con sarcasmo
y reanudando su ejercicio.
-Abundan los países donde los
religiosos forman verdaderas sociedades comerciales que lucran con
los aportes de sus feligreses. Tienen programas por radio y
televisión (como cualquier sociedad mercantil) y sus dirigentes
viven con holgura a costa de la miseria de sus adeptos-. Completé
mirando el piso y recordando a los dueños de tantos "rebaños".
-"La culpa no es del
chancho sino de quien le da de comer"-. Sentenció Lecón
maquinalmente aunque luego intentó corregir ese adagio tan
generalizado como erróneo; llegó tarde...
-Error, la culpa y el dolo es de
los delincuentes que engañan con sus cantos de sirena. Las ciencias
y la tecnología han comprobado sus falsas aseveraciones. Si siguen
insistiendo con sus mentiras es o porque son enfermos y por ende
deliran o son delincuentes que, además de ser enfermos, dañan. La
Justicia debería intervenir; no lo hace por el poder que
comentábamos antes. La presión del poder en todos sus matices,
económico, político y religioso hace que la Justicia no actúe.
Incluso los jueces en todos los países tienen convicciones o
creencias de algún tipo que no les permiten ser imparciales. Ni
siquiera las pruebas más evidentes lograrían cambiar los
preconceptos. Recuerda que las ideas tanto religiosas como políticas
tienen una fuerza altamente improbable de contrarrestar por más
evidencias que se arguyan. El ser humano es refractario al discurso
racional-. Expuse sintetizando largas investigaciones sobre la
naturaleza humana.
-Las drogas de todo tipo sirven
para ese objetivo y aumenta geométricamente el consumo en el
planeta. La cuestión del atentado que estudiamos ¿no estará
relacionada con el tráfico de las drogas químicas o de las armas?
Hasta ahora la presunción es relacionarlo con las drogas psíquicas,
es decir móvil religioso o político y ejecutado por un fanático
suicida probablemente fundamentalista pero ¿si no es así?- Teorizó
Lecón con lógica impecable.
-Hagamos esto: busquemos por el
lado que tú estás sugiriendo. Yo me adhiero a tu tesis. Lo que
vimos en la mansión del placer está corroborando que la cosa anda
por el lado de las armas y de las drogas químicas. Puede haber un
negocio gigantesco y el atentado ser la pantalla o el medio de
concretarlo. Lo que no entiendo, por el momento, es porqué si el
negocio anda tan bien no siguen así-. Discurrí con voz tenue, medio
inseguro.
-Quizá sucedió algo que cambió
las reglas de juego-. Manifestó Lecón con su típico tono
enigmático cuando está intuyendo algo muy grave.
-¿Un agujero en la telaraña?-
Pregunté haciendo uso de la metáfora ya instalada en nuestro
trabajo.
-Probablemente no sea un
agujero, sino más bien un hilo que zafó de su enganche en algún
extremo. Intuyo que puede aparecer la araña para restaurar el
enganche suelto-. Arguyó Lecón siempre con la inflexión reservada
en la voz.
-Insistes con la trascendencia
de la araña por sobre la telaraña. Lo que se extiende es la tela de
la araña. La tejedora es secundaria; más aún pueden existir varias
arañas-. Repliqué para no perder el hilo (!).
-¿Qué pensarías tú si te
dicen que hay un complot de envergadura universal?- Preguntó Lecón.
-Que se trata de una paranoia-.
Contesté sin vacilar.
-¿Si ese complot es tácito y
no acordado?-
-Podría ser más verosímil-.
-¿Por qué un acuerdo entre
personajes te parece paranoia?- Insistió Lecón con seriedad
manifiesta.
-No lo sé; sólo lo siento así.
No puedo entender la idea del complot universal me parece simplemente
paranoia-. Dije en tono intrascendente y sin darle importancia.
-Sin embargo Churchill,
Roosevelt y Stalin en la conferencia de Yalta se repartieron el mundo
y eran sólo tres personas. Sus actos duraron cincuenta años y
presumo que la nueva repartija, con distintos nombres, puede estar
peligrando-. Espetó Augusto Lecón haciéndome levantar de un
brinco.
Por unos instantes quedé mudo y
absorto. Las reflexiones tan categóricas de mi amigo me apabullaron
de tal manera que no pude expresar palabras por varios minutos. Sin
embargo, luego del estupor inicial, encontré un punto flojo que
Lecón no previó.
-El gigantesco negocio es vender
drogas químicas y armas para que consuman los ingenuos; el negocio
de las drogas psíquicas es para mantener la ignorancia que pregonaba
Lao Tse entre otros y poder seguir con el enriquecimiento de los
Estados y el usufructo por parte de los que detentan poder. El statu
quo está garantizado. Mientras haya drogas, de ambas clases, y armas
para los beligerantes no puede pasar nada. Además se combate la
droga química dándole publicidad y haciéndola manjar
prohibido lo que
incita más al consumo por parte de los adolescentes, de los que
tienen predisposiciones adictivas y de los inmaduros. Está todo
bien, ¿cómo puede peligrar?- Pregunté ya más tranquilo luego de
mi salto.
-Yo no dije que puede peligrar
el statu quo los que peligran son los dueños del reparto, es decir
las arañas. Los "cerebros" en tu jerga. Los dueños del
poder pueden ser reemplazados por otros-. Manifestó Lecón.
-¿Guerra de pandillas como en
USA en la época de la depresión?- Pregunté con una sonrisa
sarcástica.
-Guerra de mafias preparándose
para una probable depresión-. Contestó Lecón.
-¿Depresión económica mundial
como la de 1929?- Pregunté preocupado.
-Peor, mucho peor-. Respondió
Lecón sentándose y echando hacia atrás su cabeza para distender
los músculos del cuello.
-¿Sobre qué basas tu
aserción?-
-En mi intuición-. Respondió
Augusto Lecón lacónicamente.
Ambos quedamos un instante
mirando el piso y sin pronunciar palabras. Yo ya había aprendido a
respetar la intuición de Lecón pues su mente trabajaba sin
pre-juicios, es decir tomaba las cosas sin deformarlas con
subjetivismos, su secreto estaba en que miraba donde otros apenas
veían y escuchaba donde otros ni siquiera oían. Su máxima
habilidad era captar los cabos sueltos de todas las cuestiones y
unirlos como en un rompecabezas; en los sutiles recovecos encontraba
las analogías de cosas aparentemente inconexas. El llamado sentido
común tenía en él
a su máximo exponente. Su criterio, a veces, parecía aventurado
pero en corto tiempo los hechos confirmaban sus presunciones. Augusto
Lecón era un individuo que despertaba confianza a poco tiempo de
conocerlo, aunque en este caso...
-¡Estás presagiando una
catástrofe!- Exclamé de pronto rompiendo el silencio.
-No soy adivino; puedo
equivocarme. Sólo sostengo que existen altas probabilidades de una
depresión económica mundial y que las arañas están
impacientándose en sus nidos. En casi todos los países del planeta
existen mafias que intentan controlar los negocios fructíferos, es
decir ambas drogas (la psíquica y la química) y las armas; los
adictos consumidores se están matando con las dos drogas (en
realidad con la droga psíquica mueren simbólicamente, sólo están
adormecidos y anulados) y los adictos consumidores de armas se matan
entre sí. Es necesario incrementar el consumo con nuevos adherentes
para ir reemplazando a los caídos. Las grandes campañas en contra
consiguen con su publicidad crear una aureola de lo
prohibido que hace
apetecible el consumo pero es imprescindible originar antes el
aburrimiento sobre todo en la gente joven. El aburrimiento se
consigue muy fácilmente en las sociedades contemporáneas y es la
principal causa de que los adolescentes prueben alguna droga. Si hay
predisposición adictiva continuarán haciéndolo, en caso contrario
quizá dejen de consumir pero como el hastío continúa son la carne
de cañon adecuada
para generarles una psicosis bélica mediante alguna idea fuerza,
generalmente o patriótica o política o religiosa y muchas veces
mezcla de todas ellas. En las situaciones bélicas mueren en los
combates los jóvenes no los adultos o los maduros. Los jóvenes
rápidamente pueden exteriorizar esa psicosis latente; basta con
escuchar sus cánticos guerreros cuando se preparan a morir por la
patria o por ideas de cualquier tipo; son los héroes... Esto explica
como lentamente las mafias de las drogas (de ambas) y las mafias de
las armas se están intercomunicando y apoyándose mutuamente. Los
grupos armados, por ahora los irregulares, se financian ya con el
producto de la venta de drogas químicas (comprobado) y psíquicas
(sospechado o intuido). Hay más aún, muchas empresas de todo tipo
tanto comerciales como industriales, fueron promovidas con capital
derivado del tráfico tanto de armas como de ambas drogas. Entidades
bancarias y de seguros son propiedades de estas organizaciones que
adquieren carácter legal amparadas por una impunidad manifiesta.
Muchos respetable personajes mundiales admiten que sus fundaciones o
sociedades fueron creadas con dinero proveniente del narcotráfico
aunque justifican sus actos diciendo que por lo menos ahora el dinero
se emplea para un fin bueno. La idea es que no importa la procedencia
del capital sólo se contempla la finalidad: si ésta es buena, todo
vale. Obviamente que esas fundaciones ahora trabajan para hacer cosas
buenas, es cierto, pero se construyeron con los cadáveres de los
adictos (tanto a las drogas como a las armas). Esos adictos eran
enfermos. La selección natural los defenestró: no eran aptos para
la supervivencia; sólo que en este caso la selección natural fue
ayudada por las mafias traficantes. Surge un nuevo problema: la
descendencia de esos adictos tiene una tara genética que lentamente
va a ir degradando la especie. En el siglo veintiuno ser joven va a
ser un escollo difícil de sobrellevar salvo que se logre eliminar el
tedio, nudo gordiano de toda la cuestión según mi intuición-.
Concluyó Augusto Lecón con una lánguida sonrisa.
La exposición de mi amigo me
originó un sabor amargo que costaba disipar a pesar del esfuerzo.
Maquinalmente fui a la cocina y traje la bandeja con más té. En
silencio revolvía con la cucharita para amalgamar el jugo de limón
con el oscuro brebaje; cuando obtuve el color deseado apoyé la
cuchara en el plato y elevé la taza que quedó suspendida ante mi
boca; mis ojos se recrearon con una partícula del limón que flotaba
a la deriva...me sobresalté...una idea surgió repentinamente.
-Observa, del limón exprimido
quedó esta pequeñísima parte sólida que flota en la superficie de
la taza; el jugo se mezcló con el té y cambió el color de la
bebida, ahora es té con limón. Sin embargo este ínfimo trocito
conserva su carácter sólido y está suspendido en la superficie:
flota sin hundirse aún tiene su identidad de limón puro. Pudo
aguantar el ser exprimido y sobrevive como partícula de limón. Es
para imitarlo ¿no te parece?- Reflexioné con una imagen optimista a
mi pesar.
La alegoría nos sumió
nuevamente en el silencio. La investigación parecía llevarnos por
regiones impensadas.
-Amigo Augusto, te contaré una
experiencia que tuve hace muy poco y quizá te ayude a comprender
cómo somos los humanos y por ende agregar algo a nuestra
investigación. Mientras desayunaba estaba mirando por televisión un
programa periodístico. El conductor de la audición, que reemplazaba
al titular por vacaciones de éste, se comunicó vía satélite con
una importante ciudad del interior del país. La noticia del día era
que una señora y su hijita habían concurrido a una iglesia y que
mientras rezaban a los pies de una estatua la niña tocó dichos pies
y se manchó de un líquido rojo. En la pantalla la doble imagen
presentaba al susodicho periodista y a una señora joven con una niña
de corta edad. La joven señora comenzó su relato aseverando que el
líquido era sangre que provenía de la estatua lo cual fue
confirmado por un policía que acudió ante el llamado de ella y del
religioso a cargo del templo; prosiguió diciendo la joven señora
que el guardián de la ley tomó con su dedo un poco del rojo líquido
y llevándolo a su boca probó su sabor constatando, según su
entender, que era sangre. Este policía luego se mostró temeroso de
haber gustado esa sangre por el problema del sida y solicitó a la
señora sus datos para tenerla como testigo por algún problema
eventual. En este momento el periodista le preguntó a la niña su
edad; cinco años contestó ella y luego le preguntó qué pedía
a la imagen; la niñita contestó que le pedía que sus padres no
pelearan tanto. La madre se ofuscó levemente ante la respuesta
infantil y agregó que sí era verdad que peleaba con su marido sobre
todo por cuestiones económicas y de paso se justificó diciendo que
la vida estaba muy difícil en el país y eso nos tenía mal a todos.
Luego de la digresión el sagaz periodista preguntó a la mujer qué
sentía al orar antes del descubrimiento y qué al salir de la
iglesia. La señora respondió que le daba pena encontrar siempre la
iglesia vacía y que ella pedía a su dios que las personas acudiesen
a orar al templo como ella. Agregó que al salir sintió una gran paz
y se retiró a su casa con la hija pero que de inmediato llegaron
periodistas a entrevistarla y que publicaron toda la historia por
radio, prensa escrita y televisión diciendo: "el milagro de la
estatua que mana sangre". Comentó que toda esa publicidad ella
no la quería pero..."bueno las cosas son así; el cura me dijo
que ahora el templo se llena de gente para ver el milagro de la
sangre que sale de la estatua". El astuto periodista hizo otra
digresión preguntando a la niñita si ahora (habían pasado varios
días del "milagro") los padres no se peleaban; la cándida
niña de cinco años contestó: "se siguen peleando igual".
La emisora de televisión cortó abruptamente la emisión y comenzó
con tandas publicitarias-. Concluí el relato recostándome en el
mullido sillón.
Lecón me miró durante un buen
rato buscando en mi rostro algún detalle ignoto pero yo permanecí
imperturbable esperando sus reflexiones sobre la jugosa narración.
-¿Arreglo económico entre el
religioso y la señora por la publicidad?- Preguntó Lecón moviendo
ligeramente los labios.
-¿Un policía puede probar
presunta sangre así nomás? ¿El temor del sida le vino después?-
Al advertir el juego de mi amigo, lo seguí.
-Análisis urgente. ¿Sangre
humana o de otro animal?- Siguió Lecón arrellanándose en el
sillón.
-¿Peleas en el matrimonio por
problemas económicos solamente?
-La paz de la señora al salir
del templo sería por satisfacción ¿de qué tipo?- Pregunté con
ironía.
-Depende del arreglo ¿y si fue
mixto?- Parecía que Lecón hacía hincapié en este punto del
acuerdo.
-¿Pago en especie y en moneda?-
Proseguí con el punto que intrigaba a Lecón.
-El marido siguió peleando
(asevera la nena que no miente) ¿podría no ser en moneda?- Continuó
Lecón tomando su rodilla derecha con ambas manos.
-¿No es que era mixto?- Miré a
Lecón desconcertado.
-Sexo, moneda o un tercer
elemento ¿quizá simples promesas?- Añadió Lecón mirándome fijo.
-¿De trabajo?- Dije pensando en
el máximo problema que acucia al país.
-Podría ser aunque es
prematuro; no le dio tiempo de concretar ¿más bien promesa de
dinero?- Dijo Lecón rascando su mentón.
-Si es mixto ¿promesa y qué
más?- No me convencía la mixtura, era demasiado para la joven
señora.
-¿Promesa más alguna variante
de sexo?- Siguió Lecón obsesionado.
-¿Por qué variante?-
-Con la niña presente mucho
espacio no hay ¿no te parece?- Discurrió con razón.
-Comprendo, dedos mágicos
¿verdad?- Expresé sonriendo.
-La paz de la señora lo
indicaría-. Aseguró Lecón.
-Seguir peleando con el marido
también lo señala-. Afirmé pensativo.
-Lo
más importante de todo es que llamaron la atención.
El país (y quizás en el exterior) se enteró de la joven señora
(que pelea con su marido) y de su hijita que descubrió sangre
"milagrosa" en los pies de una estatua. El templo ahora se
abarrota de personas que desean ver la sangre. Ese objetivo está
cumplido. Esperemos que les dure ¿no te parece?- Concluyó Lecón
con ironía en la última frase.
La tonta e insulsa charla, plena
de desvaríos y necias suposiciones, sirvió, sin embargo, para
resaltar el punto clave: "de cómo llamar la atención"
podría titularse el diálogo. La idea "mágica" siempre
vigente seduce a las personas por encima de toda otra cuestión. Los
"milagros", casi en el siglo XXI, aún se manifiestan con
fuerza. La explicación de la paz de la joven señora simplemente
podría ser por cumplir su objetivo de llenar
el templo; antes la angustiaba su vacuidad (¡la suya de ella y la
del templo!).
-Hemos agregado algo valioso: la
droga psíquica es un arma poderosa que confluye con las otras armas
para anular personas quitándoles el sentido de análisis crítico de
la realidad. La repetición de percepciones sensibles va produciendo
en la memoria imágenes comunes a más objetos, una especie de noción
general, lo que queda en la memoria de la imagen ya percibida; estas
nociones previas o prenociones a través de un sutil y complejo
proceso de analogía, semejanza, comparación o síntesis de datos
sensibles nos llevan a buscar las causas de las cosas o de los
hechos; aquí es donde
se originan las opiniones o los supuestos.
Estas opiniones pueden referirse a un hecho oculto o a un hecho
futuro. Averiguar un hecho futuro es muy simple: lo único que se
requiere es esperar. En cambio, tratándose de hechos ocultos
sustraídos a la experiencia directa intervienen sobremanera las
prenociones y luego las opiniones que son notoriamente subjetivas y
en función de esos pre-juicios o prenociones. En pocas palabras:
cada uno ve lo que quiere ver. El meollo es saber qué quiere cada
cual. Por eso hay tantas divergencias-. Expuso Augusto Lecón
progresando de manera imprevista en la investigación del atentado.
-Justo, esa frase tuya: "cada
uno ve lo que quiere ver" es una verdadera síntesis de
sapiencia. Los preconceptos o prenociones como tú los llamas son la
esencia de las opiniones que luego se defienden hasta con la vida. El
análisis crítico ha dejado casi de tener vigencia en la órbita
juvenil; eso explica porqué la mayoría de los adolescentes buscan
imitar
modelos ofrecidos por la sociedad enferma; una frase muy común en
ellos es: "está todo bien". Las drogas adormecen más aún
la capacidad de crítica. En el relato de la joven señora ella vio
un "milagro" pues sus prenociones apuntaban hacia allí.
Observa que yo, sin darme cuenta, hacía hincapié en otros datos de
su narración; por ejemplo lo dicho por su hijita de cinco años que
iba al templo a pedir que los padres no se pelearan más y su rezo no
fue atendido, los padres siguen peleando. El perspicaz periodista
concluyó el reportaje preguntando a la niña precisamente esto y en
el canal cortaron abruptamente la transmisión. El ruego de la madre,
en cambio, sí fue satisfecho: la iglesia antes vacía, ahora con el
"milagro" se colmó de gente. El detalle del policía que
prueba la sangre para mí y para tí también fue importante por lo
raro. Que el religioso al frente del templo también dijera enseguida
que podía tratarse de un "milagro" me resultó (a ti lo
mismo) sospechoso y esto se completa con la reticencia de las
autoridades religiosas superiores a admitir el fenómeno. Mis
prenociones (y las tuyas) llevaron a ver estos puntos y a no aceptar
la tesis del "milagro" como sí lo hicieron la joven señora
y el religioso que está al frente de la iglesia; esta connivencia a
nosotros nos resultó de entrada muy sospechosa; quizá por eso
fantaseamos sobre supuestos en un juego de preguntas. La idea central
es que cada uno ve lo que sus prenociones le indican-. Reflexioné ya
inmerso en la investigación por comparación.
-En el asunto del atentado las
autoridades ya tienen un preconcepto y es muy difícil (lo acabamos
de percibir) que esa prenoción pueda cambiar. Nosotros debemos
contemplar todos los supuestos imaginables y encontrar en cuál de
ellos está el cabo suelto que nos lleve al esclarecimiento. Mirar
toda la realidad y no sólo la que consideremos a través de las
opiniones de algunos. El trabajo de prevención es precisamente ése.
Si Hugo no nos envía a otro lugar, te propongo ir a los ambientes
políticos de extrema derecha; a lo mejor allí encontramos algún
dato que nos lleve a fundamentalistas para agotar este supuesto-.
Dijo Lecón ya dispuesto a la acción.
-Suena el teléfono...debe ser
Hugo-. Me levanté rápido para atender.
Era Hugo. Conforme a lo
convenido con Lecón le conté solamente lo acordado y le pedí
instrucciones para los próximos días. Para nuestra sorpresa el
encargo fue de concurrir a un acto político organizado por
fracciones de derecha que se presentarían unificadas a las próximas
elecciones. Según Hugo habría una concurrencia bastante nutrida. El
acto se hacía el viernes, es decir que faltaban dos días.
Un miniestadio cerrado era el
sitio donde, con banderas y portaestandartes exóticos, se realizaba
el acto político. Me parecieron extravagantes esas lanzas con
banderines en su tope aunque dentro de todo eran originales. El
estrado era amplio y cobijaba a un considerable número de
dirigentes. En las tribunas el bullicio aumentaba a medida que
hablaban los oradores; me llamó la atención lo breve de sus
exposiciones. En general expresaban ideas conocidas pero adaptadas a
una democracia como la nuestra; vale decir que no había conceptos
fuertes de tendencia totalitaria aunque entrelíneas se advertía el
clásico liderazgo de un jefe. Este jefe estaba en el palco rodeado
de sus más allegados y aprobaba con gestos las palabras de los
disertantes quienes luego de hablar se retiraban del estrado. Esto
último me llamó mucho la atención pues lo normal es que cada
orador al terminar su discurso se quede junto a su máximo dirigente.
Los aplausos arreciaban junto con los cánticos; estos se iban
haciendo cada vez más ofensivos y virulentos. ¡El ambiente se
estaba caldeando!
-Augusto, observaste el
detalle...- comencé diciendo pero Lecón me interrumpió antes de
completar la frase.
-Sí, yo también me di cuenta.
No me gusta eso. Intuyo que algo raro puede suceder. ¡Vayámonos
urgente!- Augusto Lecón me tomó del brazo con rudeza.
-Pero aún no hablamos con
ninguna persona, debemos establecer algún contacto para ubicar a los
fundamentalistas; se supone que aquí hallaremos algo. Tú mismo lo
propusiste-. Yo insistía resistiéndome al ya empujón de mi amigo.
Con fuerza insospechada Lecón
apretó mi brazo derecho y prosiguió con su jalar hasta arrastrarme
por la tribuna hacia la puerta de salida. Su actitud me molestó pero
no dije nada. Mientras tanto el gentío vociferaba consignas
antagónicas entre sí. Las distintas facciones se iban agrupando por
separado y el movimiento fue haciéndose un poco violento con
corridas y huecos entre medio. Al llegar a la puerta de salida un
muchacho muy alto y vigoroso nos cerró el paso.
-Mi amigo se siente mal. Creo
que puede ser un pre-infarto. Lo llevo al hospital de la otra cuadra.
Gracias muchacho por tu ayuda pero me arreglo solo. Tú continúa con
tu tarea que lo estás haciendo muy bien-. Manifestó Lecón
palmeando suavemente al fornido joven y sin mirarlo, me sostenía con
su otro brazo con expresión muy preocupada, empujó el molinete que
obstruía esa salida.
Dimos unos pasos en silencio
hasta llegar a la esquina. Allí Augusto frenó su marcha y cesó de
sostenerme.
-Antes que le informen la
ausencia de hospitales o sanatorios cerca debemos desaparecer pues
presiento que nos buscarán pronto-. Dijo Augusto girando y
reanudando la marcha con ligero trote.
Con ese rápido andar hicimos
tres cuadras zigzagueando. Augusto Lecón paró a un taxi y en el
instante de subir se oyó una fuerte explosión.
El despacho de Hugo era amplio y
muy confortable. Gentiles y bellas secretarias atendían en su
ausencia y nos servían todo tipo de brebajes. Los mullidos sillones
eran demasiado cómodos para mi gusto pero la espera del burócrata
se hizo muy llevadera ante la visión de las esculturales muchachas
que se prodigaban en pasearse exhibiendo todas sus bondades. Justo es
admitir que el gusto de Hugo para elegir personal administrativo es
excelente y pudimos comprobar la eficiencia con un detalle sugerente.
Un superior acudió a la oficina buscando unos papeles que necesitaba
con urgencia. Las niñas de inmediato se pusieron a registrar un
armario pero a pesar de sus esfuerzos no los encontraban; varios
minutos estuvieron hurgando para deleite nuestro, sus polleras eran
muy cortas, no así del superior cuya impaciencia era notoria.
-Y si se fijan en la
computadora; quizás allí esté registrado el documento y podrían
imprimirlo. Luego cuando regrese Hugo les puede ubicar el original.
Se me ocurre que no está en ese mueble-. Propuso Augusto Lecón con
una sonrisa y gesto amable.
Las chicas teclearon el
directorio y ubicaron un archivo con el nombre requerido, en la
computadora como lo sugirió Lecón; rápidamente imprimieron el
texto y lo entregaron al superior. Mientras éste se retiraba
satisfecho las secretarias contemplaron a mi amigo con mirada que
denotaba profundo agradecimiento; el desgarbado Lecón les dirigió a
su vez una tierna caída de ojos y con humilde sonrisa aprovechó
para contemplar una vez más las portentosas piernas y hasta donde
permitían llegar las extremadamente cortas polleras y el escorzo que
producía el, ahora bienvenido, mullido sillón. Desde allí abajo la
perspectiva era deliciosa...
-Amigos, estaba muy preocupado
por Uds.; sentía culpa por haberlos mandado a ese infierno. ¿Cómo
se salvaron de la explosión? ¡Fue terrible!- Expresó Hugo luego
del cálido abrazo con que nos saludó al llegar.
-La intuición del genial
Augusto Lecón nos salvó-. Contesté sonriendo y con orgullo por las
cualidades del amigo.
-¿Cómo es eso?- Inquirió
nuevamente Hugo muy intrigado.
-Muy simple: Augusto presintió
que algo grave sucedería y de inmediato optó por la retirada; yo le
seguí gustoso...- Concluí con manifiesta ironía y un guiño de
ojos a Lecón.
-Así...¿así nomás?- Insistía
Hugo perplejo y exhibiendo la palma de sus manos en cómico gesto.
-Bueno...es todo un proceso
mental que se efectúa rápidamente y sin pensarlo. Tú ya sabes como
soy...- Dijo Lecón con modestia e intentando cambiar la
conversación.
Hugo se ubicó en su sillón
mientras nosotros asiendo nuestras tazas de té nos acercamos a su
escritorio con dos amplias sillas; nos sentamos frente a Hugo
dispuestos a escuchar más que a hablar. Sin embargo Hugo nos
observaba con expectativa; claro él tenía la esperanza de que
nosotros contaríamos con lujo de detalles lo sucedido en la mansión
del placer. El silencio era nuestra consigna y la cumpliríamos
contra viento y marea. Las miradas se entrecruzaron por ambas partes
durante momentos de tensa expectación; la ansiedad fue llenando
todos los recovecos y sólo la entrada de una de las bellas
secretarias rompió el sortilegio (¡para crear otro!)...
-Señor, el Director General
vino a buscar el documento alfa g. como no lo encontramos le hicimos,
provisorio, una copia del archivo registrado en la computadora. Ahora
debemos llevarle el original pues acaba de avisar que tiene una
reunión urgente con el Ministro y debe entregarle el legajo ya-.
Dijo la secretaria con tono suplicante.
Hugo abrió un cajón de su
escritorio moviendo previamente la respectiva combinación y retiró
una carpeta de vinilo rojo opaco; con gesto amable la entregó a la
mujer que contenta se retiró llevándose nuestros suspiros junto con
el documento.
-Estas chicas son una maravilla.
¡Cómo salieron del apuro! Buscar el archivo en la computadora es
una idea genial que revela la eficiencia de mi equipo. Merecen una
felicitación. Otras hubieran buscado en el armario por años pues se
supone que ése es el lugar adecuado para un documento así-.
Reflexionó Hugo restregándose las manos.
Augusto Lecón y yo nos miramos
y en silencio guiñamos los ojos con gesto significativo. La
interrupción sirvió para suavizar la situación y para que Hugo
comenzara su parloteo desligándonos a nosotros.
-Como les decía antes la
explosión en el miniestadio fue tremenda y hubo muertos y heridos.
El artefacto principal estaba debajo del estrado; uno de los
dirigentes máximos de la fracción más importante murió y quedó
herido de gravedad el segundo de la pirámide de la facción que
tiene más influencia en...bueno del cuarto partido en número de
adherentes. El segundo explosivo estalló en una de las tribunas, la
de la izquierda mirando hacia el palco, hubo dos muertos y varios
heridos, algunos de ellos de suma gravedad. Se supone que el atentado
fue preparado por alguna parte disidente del conglomerado de
derechas. Uds. ¿en que tribuna estaban?- Preguntó Hugo apuntándonos
con un dedo.
-Precisamente en ésa-. Contesté
mirando a Lecón estupefacto.
-Pues de buena se salvaron-.
Reflexionó Hugo bajando la vista y hurgando en sus papeles.
-Gracias a la intuición de mi
amigo-. Dije con entusiasmo pero luego cambié el tono al agregar:
-¡que lamentable la pérdida de vidas!-
-Son fanáticos de extrema
derecha-. Aseveró Hugo con cierto desdén.
-Igual son seres humanos-.
Rubriqué mirando a Hugo con reprobación.
-Tu reproche es injusto; ellos
matan sin lástima-. Insistió Hugo.
-¿No
será porque están muy enfermos?- Le refuté.
-Tú y tu teoría de la sociedad
enferma...vives un poco fuera de la realidad ¿no te parece?- Añadió
con sorna.
-Lo que Javier quiere significar
es que el problema real está en todos nosotros y no solamente en un
grupo por más faccioso y violento que sea. La culpa no fue sólo de
Hitler sino de todos incluidos los aliados con sus indemnizaciones
posbélicas luego de 1918 que llevaron al caos económico a la
Alemania de la República de Weimar. Cuidado, que actualmente hay
quienes quieren llevar a una nueva hecatombe económica al sufrido
planeta-. Manifestó Augusto Lecón con su tono enigmático que
comenzaba a exasperar a Hugo.
-Lo que sucede es que tú, Hugo,
estás inmerso en la filosofía de la represión y no en la
prevención-.
Dije elevando el timbre de voz al pronunciar la última palabra y
apuntando, al modo de Hugo, con mi dedo índice.
-Para eso los llamamos a Uds.-.
Concluyó Hugo dando finiquito al altercado con un gesto imperioso...
Las miradas de los tres se
entrecruzaron y yo tuve la sensación de que algo importante tenía
que decirnos Hugo pero que no se animaba a hacerlo y por ello daría
vueltas y más vueltas, como era su costumbre. Lecón decidió tomar
al toro por las astas, él también tendría la misma impresión,
interviniendo con decisión: -debemos ir a algún sitio peligroso,
más aún que el acto de las derechas ¿verdad?-
-No es peligroso, un poco
alejado de la capital simplemente-. Repuso el burócrata con un dejo
de ironía que percibimos Lecón y yo y nos lo comunicamos con un
vaivén de la cabeza y un ademán cómplice.
-En un poblado aledaño se
encuentra la estancia "Las margaritas"; está a unos dos
kilómetros de Las Flores al lado de un bosque. Pensamos que allí
puede estar el "cerebro" (al decir de Javier) de una
organización que suponemos ayuda a los fundamentalistas. No hay
pruebas de ninguna clase, sólo la sospecha-. Manifestó Hugo.
-¿Cómo llegaron a esa
conjetura?- Pregunté ansioso.
-La realidad es que un preso
común nos informó de esa posibilidad. Uds. saben que las
organizaciones de este nivel suelen cometen hurtos o robos para
financiar sus operaciones. Generalmente caen
por esos delitos comunes ya que las otras actividades son muy
difíciles de probar y no siempre se hallan tipificadas como
delitos-. Dijo Hugo.
Augusto Lecón se movió
inquieto en su asiento; no pudo contenerse y espetó en voz más alta
que la mantenida hasta ese momento: -la realidad, como tú la llamas,
es que todas las naciones del planeta mantienen grupos paraestatales
que realizan actos no legales; algunos lo llaman "inteligencia"
yo lo denominaría con algún epíteto peyorativo que prefiero callar
por cortesía hacia ti. Estos grupos son los responsables de muchos
actos que permanecen impunes ya que la ley no se aplica a ellos-.
-Están fuera de la ley-.
Completé con ironía.
-Lo concreto es que sabemos que
allí se halla un "pez gordo" de algo; drogas, armas,
fundamentalismo..., no sabemos con certeza que cosa manejan-. Seguía
Hugo con su perorata.
-Puede que allí haya un "pez
gordo" pero seguro que el "cerebro" se encuentra en
otro lado. La impunidad para las arañas, el castigo para los
ejecutores y los intermediarios, aunque a éstos en menor escala-.
Notificó Lecón.
-¿Qué arañas?- Inquirió Hugo
asombrado.
-Las que tejen la tela del
poder-. Contestó Augusto Lecón levantándose.
En camino a casa pasamos por un
parque y decidimos bajar del taxi para deambular un poco y oxigenar
nuestros pulmones. Durante el rítmico andar (dicen los médicos que
es tan útil como trotar) intercambiamos ideas sobre la entrevista
con Hugo y la excursión que emprenderíamos al día siguiente por
orden del jefecito...(de últimas Hugo era, a su modo, un
intermediario en la jerarquía del poder). Caminando Augusto contó
algo que me había pasado inadvertido, lo cual probaba las cualidades
de mi amigo y mis carencias. Parece que cuando las bellas secretarias
buscaban el archivo alfa g. en la computadora el bueno de Lecón, en
vez de solazarse con las señoritas como hice yo (lo cual prueba mi
estupidez), observó detenidamente...la pantalla y retuvo el grueso
del texto en su memoria. El informe alfa g. hablaba de cuestiones muy
diferentes al planteo que hacía Hugo con respecto al atentado y a
nuestro quehacer. Decía, por ejemplo, que el atentado se haría con
gente del país y no como se dice oficialmente que serían
fundamentalistas ingresados al país clandestinamente. De esto se
podía deducir que los grupos paraestatales tendrían algo que ver y
que podrían estar fuera de cauce o de control. La razón es que las
personas que integran (en casi todos los países es igual) estos
grupos de acción (¡bueno de "inteligencia"!) son de
extrema derecha o similares. En general se reclutan hombres, a veces
mujeres, de probada acción y ejecutividad; su nivel agresivo es
notorio y suelen salirse "de sus casillas" (¡sí, como los
canes!). Si bien mantienen la jerarquía, obedecen al superior, en
oportunidades actúan por su cuenta ocasionando un claro perjuicio a
los intereses del Estado respectivo. El deslinde entre el accionar
por su cuenta y el acatamiento de órdenes puede ser muy sutil y no
detectable con precisión. Generalmente allí, en la duda de sí
hubieron o no órdenes, se prefiere usar el mecanismo, tan
desarrollado, de la impunidad. Estos señores pululan en todos los
países, sin excepción. En una oportunidad un amigo me comentó que
quizá se salve de operar así algún país centroeuropeo por su
control financiero a través de la exquisita telaraña de su
neutralidad pero yo no considero válida esta opinión. Lo concreto
es que muchas veces los ciudadanos están a merced de la acción
desatada por el arbitrio de algunos; los mecanismos de defensa operan
con extremada lentitud y suelen llegar demasiado tarde: las pruebas
quedan diluidas. Sin prueba no hay pena para el presunto delincuente;
las leyes prefieren a un delincuente en libertad que a un inocente en
la cárcel por ello es tan importante la cuestión de la prueba. La
tarea de muchos es eliminar las pruebas o, a veces, fabricarlas para
incriminar a un inocente; éste es el meollo del asunto.
Si este sistema de eliminar las pruebas no da resultado opera
entonces en última instancia el recurso de la impunidad. Pero la
impunidad sólo puede llevarse a cabo cuando hay poder. En algunas
partes no basta con el poder económico, éste debe coexistir con el
poder político o religioso. Suele también usarse el método de
penas bajas en función del delito cometido; en este sentido nos
sorprende la publicación de sentencias de pocos años por homicidios
con agravantes que hubiesen requerido una pena ostensiblemente mayor;
esto comprobaría una forma amenguada de impunidad bastante
extendida. Pensar que un solo país tiene todos estos mecanismos es
ingenuo; el
comportamiento del ser humano es universal aún cuando tuviere
matices.
La ojeada de Lecón sobre el
informe alfa g. también permitía presumir que la investigación
encomendada a nosotros era una pantalla para encubrir a los
verdaderos responsables. Se entendía que nuestro trabajo permitiría
acceder a algún ejecutor o intermediario bajo; los altos y con mucha
más razón los "cerebros", no serían tocados. Cabía la
posibilidad de que todo esto fuera obra del azar y no de la
intencionalidad de algún funcionario pero los intereses del Estado
siempre están por encima de los intereses particulares por más
importante que fuese este particular; un "chivo expiatorio"
que cargara con las culpas y todo seguiría igual; total en todos
lados es lo mismo... Por el momento la búsqueda de las arañas no
sería la tarea.
Con muy poco equipaje, sólo un
bolso mediano cada uno, partimos en un ómnibus; es un grave error
viajar con muchas cosas pues suele suceder que no se usen y ser por
ello un estorbo. Yo prefería viajar en el automóvil entregado por
Hugo. Lecón insistió hacerlo por medio de transporte público.
Razonaba que así pasaríamos más desapercibidos y podríamos
maniobrar mejor; con menos comodidad pero más seguridad. De todas
maneras el trayecto era muy corto pues el pueblo quedaba a escasos
kilómetros, la cuestión era la movilización dentro y en los
alrededores de la villa. Lecón decía que caminar es un buen
ejercicio y que los automóviles llamaban más la atención; de
últimas podríamos usar bicicletas (!); este Augusto hace honor a su
nombre.
Así, como pintorescos turistas
ingresamos a un pueblo típico de las zonas rurales cercanas a la
gran capital. Una vez allí comprobamos que casi todos los pobladores
tenían automóvil para movilizarse, salvo los muy pobres que
habitaban en los arrabales, siendo éstos muy numerosos, y que
usaban...bicicleta. No había línea de transporte público interior
pues el pueblo era muy pequeño; sólo un ómnibus llevaba pasajeros
por la mañana a un balneario construido sobre un río cercano pero
únicamente en época estival y regresando al anochecer.
En la diminuta terminal de
ómnibus nos informaron que había un solo hotel con las mínimas
condiciones requeridas por nosotros, es decir habitación con baño
privado. Como era pleno verano y el balneario del río cercano, según
los pobladores, constituía un gran atractivo turístico el hotel
estaría muy concurrido, preguntamos sobre otra manera de hospedarse.
La respuesta fue: en casa de familia. Un muchacho muy amable nos
recomendó una que resultó ser excelente para nuestros propósitos.
La dueña era una persona circunspecta, muy raro esto en un pueblo
pues casi todos ellos son cultores expertos del chisme. Conseguimos
una habitación muy amplia y con baño privado; además tenía la
ventaja de dar a la calle lo cual permitiría el ejercicio, por parte
nuestra, del culto al chisme como corresponde. En realidad no era
chiste: mirar a través de las persianas semicerradas nos permitiría
observar sin ser observados. El trabajo, en gran parte, sería
recolectar información sobre la gente pues Hugo sospechaba que los
habitantes sabían mucho de las actividades desarrolladas en la
estancia y que apañaban a los estancieros. Como era lógico comenzó
de inmediato el asedio visual sobre nosotros; para evitar alguna
interpretación errónea sobre la calidad de turistas optamos por ir
de inmediato al balneario. Alquilamos bicicletas en un negocio
ubicado frente a la plaza principal y de allí partimos al río con
ánimo de gozar un poco de las caricias del sol. El lugar era muy
agradable por la gran cantidad de árboles que cubrían una orilla
mientras que del lado opuesto se extendía la playa, con arena
colocada hábilmente por los pobladores pues el fondo del río era de
tierra. Abundantes comodidades para las familias con niños ya que la
infraestructura era casi completa: baños, bar, quinchos, sombrillas;
todo organizado para solaz de los habitantes y turistas. Demasiado
quizá para pueblo tan chico... Los recursos de la municipalidad no
serían copiosos como para tanto despliegue. De inmediato pensé en
el "generoso" aporte del dueño de "Las
margaritas".....
-Parece que el estanciero quiere
una buena pantalla-. Murmuró Lecón bajando de su bicicleta.
Era evidente que los dos
pensábamos de idéntica manera. Por otra parte las construcciones
que se habían hecho excedían en mucho a las reales necesidades de
la gente. Un puente nuevo unía ambas riberas y en la zona del bosque
caminos asfaltados llevaban por recónditas y maravillosas grutas
hechas con piedras de enorme tamaño. Este paseo lo hicimos al
incitar yo a Lecón para que abandonase su desgano pues se había
echado sobre la arena al instante de bajar de su bicicleta.
Permaneció así media hora mientras yo caminaba por la playa
pispiando; a mi regreso le pedí atisbar del otro lado.
-¿Qué averiguaste en tu
paseo?- Preguntó Lecón en tono intrascendente.
-No mucho. Sólo que las mallas
de las mujeres son exquisitamente reducidas-. Respondí medio
aturdido por tanto bienvenido destape.
Atravesamos el puente y nos
internamos en el bosque por los sinuosos senderos, regodeándonos con
el trinar de variadas especies de pájaros.
-Y tú qué encontraste tumbado
al sol, ¿qué las mallas son más pequeñas desde abajo?- Inquirí
con sorna.
-Los abundantes hombres que
cuidan el lugar llevan, debajo de su chaqueta de hilo blanco,
poderosas pistolas de grueso calibre; algunos las calzan a la espalda
para disimular el bulto. Otros llevan, debajo de sus pantalones
largos también de hilo blanco, pequeños revólveres y dagas
calzados en fundas sujetas a las pantorrillas. Las bellas mujeres que
tanto te encandilaron son contratadas para entretener turistas y
barrunto que debe haber un prostíbulo aledaño para cumplimentar y
redondear el negocio del espléndido balneario que nos "regalan".
Probablemente el festín de drogas químicas cierre el círculo de la
producción de este antro-. Afirmó Augusto Lecón mirándome y
esbozando una sonrisa levemente irónica.
Las grutas construidas adentro
del bosque con grandes bloques de piedra eran un vía crucis, muy
lujosamente ornamentado, que daba cita a gran cantidad de creyentes
de todo el país. Una señora que estaba orando en una de las
estaciones del vía crucis al vernos con las bicicletas nos indicó
que así no tendríamos resultado en nuestros pedidos; para pedir y
que nos sea otorgado se debía hacer caminando. Augusto Lecón le
contestó: -querida señora, en bicicleta es una reciente variante
del pedigüeñismo; según el padre Leonardo Castellani (testigo
fehaciente de los pedidos de Santa Teresa de Jesús) Dios se podría
molestar con tanto pedido; en bicicleta es más rápido y por
consiguiente se pide menos-.
Al regresar a la zona de la
playa con la blanca arena traída del trópico en cuatro enormes
camiones con acoplados (así nos informó el consignatario del bar)
tuve oportunidad de comprobar las aseveraciones de Lecón con
respecto al armamento del personal de custodia. Mis movimientos no
son, a veces, muy delicados y suelo chocar, al girar sobre mí mismo
con rudeza, con personas o cosas; pues bien en este caso impacté con
ambas: un robusto custodio y su arma calzada en la cintura pero a la
espalda. El "señor" rotó, obvio con más rudeza que yo, y
no me pegó un puñetazo pues se percató de inmediato de lo
enclenque de su fugaz contendiente: yo estaba con pantalón de baño
y sin remera. Mi masa muscular es poca, aún cuando tengo hombros
anchos, y soy delgado casi tanto como el escuálido Lecón. Pedí
disculpas enseguida y el altercado finalizó aunque el gesto del
caballero de llevar la mano derecha a su espalda podría haber
terminado en tragedia.
Llevamos nuestras bebidas a una
mesa con sombrilla que bordeaba el río algo alejada del bar y desde
allí vimos como se producía lo que Lecón había vaticinado antes.
Las señoritas establecían fácilmente relación con señores la
mayoría de las veces maduros que concurrían en gran cantidad; eso
sí, la zona para las familias estaba "protegida" por
originales cercos de tupida vegetación que delimitaban los
respectivos territorios. La playa franca era donde estábamos
ubicados nosotros y a lo lejos se veía retozar a los niños en
juegos especialmente confeccionados para ellos con gran imaginación:
toboganes que descendían sobre el río en trayectos acaracolados,
escolleras con tubos en los costados para deslizarse y caer al agua
con estrépito, una diminuta bahía con calesita acuática que era el
deleite de los más pequeños. Era increíble la tranquila
convivencia de las dos playas y el bosque con el vía crucis; la paz
y el orden custodiados por expertos.
La tarde expiraba con rojas
llamaradas que vestían de fuego las rocas colocadas en medio del río
para simular rompientes; el agua fluía con ligero estruendo al
llegar a ellas y su música enmarcaba al lejano coro de voces
infantiles. El paradisíaco momento fue disfrutado en silencio por
los dos. Lecón entornaba sus ojos para captar en todo su esplendor
los reflejos sobre el agua que se multiplicaban por doquier. La
reverberación en los musgos que cubrían las peñas esparcía más
luz y yo también entorné los ojos. Llegué tarde.
Ya Augusto Lecón había
descubierto en la juntura entre dos piedras algo que, luego de un
brinco y ágil corrida, depositó ante mis ojos: una bolsa de
polietileno cerrada herméticamente. Adentro centelleaban como gemas
los gránulos de un polvo blanco similar a la cocaína...
Al percatarse de que nadie nos
veía, Augusto Lecón extrajo su consabido cortaplumas múltiple y
con maestría de cirujano produjo una incisión en la delicada piel
del débil polietileno; la blanca sustancia comenzó a fluir en
cascada mientras Augusto Lecón levantó la bolsa y en alegórico
brindis dijo: -por los niños que juegan en la otra
playa-. Sus dedos apretaron con más fuerza; la cascada se hizo
catarata que se desvaneció y luego se diluyó en el agua del río.
La corriente desmaterializó el veneno.
-El agua se lleva más de un
millón de dólares-. Dije con fingida tristeza y manoteando con
gesto teatral arrodillado al borde del río.
-¡Cuántas bolsas como ésa
tendríamos que "operar"!- Exclamó Augusto Lecón
contemplando su cortaplumas y luego guardándolo.
Nos miramos y no pudimos
contener alguna lágrima furtiva. El dolor humano se hace
insoportable y si se piensa en niños sufriendo...
Permanecimos algunos minutos en
silencio. Los ojos de Lecón comenzaron a saltar nuevamente de un
lugar a otro buscando pero se iba haciendo de noche y debíamos
retornar con premura al pueblo.
Cenamos en un pequeño
restaurante ubicado...sí, frente a la plaza; los lugareños llamaban
al lugar: "la vuelta del perro". Esta plaza era
rectangular, ocupaba una cuadra de largo por unos cuarenta metros de
ancho. La gente, en coches, en bicicleta o a pie, viraba en redondo
varias veces ya sea por la calle o por la vereda; era el paseo
principal. Quien no hiciere al menos dos o tres "vueltas del
perro" por las noches no era considerado un buen poblador. La
cena fue excelente por la calidad y por la cantidad; parecía que les
habíamos caído en gracia a los dueños pues nos invitaron con una
copa de champaña a los postres. Con esta excusa el señor "Natucho",
así le llamaban al dueño, comenzó un diálogo con claras
connotaciones inquisitorias. Por supuesto tanto Lecón como yo
contestamos muy amablemente sus preguntas pero con total inocuidad;
la información que logró obtener el pobre hombre fue tan inútil
aunque expuesta con palabras tan rimbombantes que seguro quedó
satisfecho. En sentido contrario logramos obtener del gentil
"Natucho" y sobre todo de su esposa, "La Chiqui"
(una señora de escasa estatura y bastante gordita), un retrato de
todo el pueblo menos de quienes más nos interesaban: los dueños de
"Las margaritas". Logramos percibir que existía un pacto
de silencio; sin
embargo esta actitud revelaba una connivencia y una complicidad
carentes de justificación. Lecón pensaba que se trataba de miedo a
represalias; yo, conforme con mi tesis de enfermedad social,
consideraba que era una sociopatía. La ausencia de responsabilidad
moral y de culpa lo estaban indicando. La actuación de "Natucho"
y "La Chiqui" revelaba que sabían todo lo que estaba
sucediendo en el pueblo pero lo aceptaban como "bueno" para
los intereses de la comunidad. Al menos se vivía con paz y orden,
además de cierta prosperidad. "Todas las calles están
asfaltadas hasta las del vía crucis en el bosque del balneario",
recalcó "Natucho" con gesto de orgullo y haciendo una
morisqueta final.
Nos retiramos del restaurante y
cansinamente dimos la "vuelta del perro" bajo la atenta
mirada de los compañeros de aventura. Era toda una hazaña deambular
por la vereda de la plaza. La gente caminaba apretujada pues todos se
congregaban a la misma hora; sin advertirlo nosotros coincidimos en
el horario del sagrado ritual. Para no ser menos dimos cinco vueltas
en lugar de tres o cuatro como los demás; este dato nos consagró en
su liturgia como los "flacos incansables".
Al día siguiente decidimos
introducir una suave variante en nuestro comportamiento: en lugar de
ir al balneario, a pesar del magnífico día, paseamos con las
bicicletas por el pueblo y sus márgenes. La intención era merodear
cerca de "Las margaritas" pero sin entrar, por el momento,
en ella. Para no despertar sospechas iniciamos el recorrido por el
lado opuesto al que se encontraba la estancia. El pueblo era un
dechado de virtudes: las calles todas asfaltadas, como lo había
dicho "Natucho", la limpieza era total, ni un solo papel en
el suelo, los árboles oxigenaban y ornamentaban, las casas nuevas o
casi, los locales comerciales concurridos, la prosperidad aparecía
por doquier. Algo me llamó la atención: no había carteles de
propaganda política, de ningún partido. Sólo el nombre del
intendente, un tal "Cacho", vimos pintado en un paredón
(al nombre se le añadía la frase: "vamos todavía").
Supimos que "Cacho" era el intendente pues le preguntamos a
un niño que retozaba en la vereda con un sofisticado juguete y el
párvulo nos contestó: "este juguete me lo regaló "Cacho"
es el mejor intendente del mundo; mi papá siempre lo dice" y
siguió traveseando. Los niños pueden ser una excelente fuente de
información. Repiten los dichos de los padres y no suelen engañar,
al menos no tanto como los adultos. Inclusive pueden ser compinches
de mayores que los comprendan y respeten. Lecón tenía peculiares
condiciones para tratar a los chiquillos; además de comprenderlos y
respetarlos le encantaba enseñarles con sus grandes cualidades
docentes. En realidad él amaba a los seres humanos y en especial a
los niños. Esto último lo pongo en consideración pues casi al
salir del pueblo por el lado norte ("Las margaritas"
quedaba al sur) un muchacho de unos catorce años se nos acopló y
con su bicicleta de carrera nos incitó a correr. Tanto Lecón como
yo hacía mucho tiempo que no andábamos en bicicleta y nuestro
accionar era bastante tímido ya que sólo a una velocidad media nos
sentíamos tranquilos. La idea de correr fue desechada de inmediato
por mí con una mueca. Sin embargo Lecón aceptó el envite y salió
disparado como una flecha seguido del adolescente. A los pocos metros
frenó y simuló caer; ya lo conocía bastante a Augusto como para
advertir que se trataba de una farsa. El muchacho detuvo su marcha y
acudió a socorrerlo pues se sentiría culpable de ser el promotor
del accidente. Al llegar yo junto a ellos ya se encontraban
enfrascados en animada charla.
"Beto", lo nombraban
sus camaradas y él quiso que nosotros, sus nuevos amigos, también
lo llamáramos así. Luego de "reponerse" Lecón (tardó un
poco en caminar normal) decidimos marchar hacia...el otro lado. La
estancia era nuestro objetivo y los tres alegremente reiniciamos el
ahora tranquilo andar. Atravesamos el pueblo bajo la vigilante mirada
de señoras que, sentadas en banquillos (!), observaban todo el
acontecer. Sería pasado el mediodía cuando dejamos atrás las
últimas casas y rumbeamos directo hacia la estanzuela. El camino,
cosa extraña, no estaba asfaltado; la tierra, muy bien apisonada,
permitía el acceso aunque despacio y cuidando esquivar algunas
piedras grandes y pozos. Era evidente que la bicicleta no era el
medio adecuado para llegar. Lecón preguntó a "Beto" que
sucedía en días de lluvia con el camino y éste le respondió que,
salvo lluvias muy persistentes, no había problema pues la calle
tenía una curvatura que impedía el estancamiento de las aguas y a
los lados, en las banquinas, había acequias que desparramaban el
agua hacia los campos. Efectivamente corrían acequias paralelas al
camino. "Beto" nos dijo que el río también tenía canales
de desagote que llevaban el agua al campo en caso de crecidas; esto
impedía las inundaciones y regaba los cultivos ya que a veces la
crecida no se producía por lluvias. Esto último me pareció raro ya
que no había montañas o sierras altas con deshielos. ¿De dónde
vendría el agua para hacer crecer el río si no llovía? Miré a
Augusto y advertí en él una idéntica expresión de perplejidad.
Faltarían unos seiscientos metros para llegar a "Las
margaritas" cuando de un costado del camino surgió una robusta
figura con una gran escopeta al hombro; se interpuso con los brazos
en alto y nos preguntó adonde íbamos. Contestamos que estábamos
paseando por los alrededores del pueblo cuando vimos el camino de
tierra y quisimos saber hacía donde conducía pues nos pareció muy
pintoresco (la arboleda que lo circundaba era realmente hermosa). El
personaje con apariencia de cazador luego de observarnos
minuciosamente pareció tranquilizarse (sus primeras palabras fueron
bastante imperiosas); la causa del cambio probablemente se debió a
la presencia de "Beto" a quien sin duda reconoció pues
sonrió levemente al mirarlo. Luego de algunos instantes de tensa
expectación el cazador nos señaló que el camino conducía a la
estancia "Las margaritas" que era una propiedad privada y
muy exclusiva. Al preguntarle Lecón ¿qué entendía por exclusiva?,
el señor, rascándose la cabeza y luego de vacilar unos segundos
señaló que la dueña no deseaba visitantes. "En ese caso
regresamos al pueblo para no molestar", expresó Lecón con una
cándida sonrisa y girando su bicicleta nos conminó, amablemente, a
"Beto" y a mí a volver para "no perturbar la
tranquilidad de la joven señora". El cazador se dirigió a
Lecón, tomando la bicicleta por el manubrio para impedir su partida,
preguntándole cómo sabía él que la señora era joven. Augusto,
poniendo su mano derecha en el hombro del corpulento espécimen, le
dijo dulcemente: "pero amigo, Ud. lo mencionó recién ¿acaso
no lo recuerda?" El individuo se echó a un costado rascándose
la cabeza mientras los tres, a mediana velocidad, regresamos al
pueblo.
Al topar con una piedra mi
bicicleta se ladeó y tuve que frenar. Aproveché para hablarle a
Lecón, quien se acercó solícito para ayudarme, y en tono bajo casi
murmurando pues "Beto" había estacionado a unos metros
esperándonos y no deseaba ser escuchado por él, lo felicité por la
hábil manera conque extrajo del cazador el dato (la juventud) sobre
la dueña de "Las margaritas". Augusto, cómplice, guiñó
un ojo y comentó: -pobre...debe estar todavía pensando sobre si lo
dijo o no lo dijo pero es un dato importante para la investigación-.
Yo sonreí aunque no comprendía bien qué tan valioso era. Augusto
Lecón ya estaba en pleno proceso de hilvanado de una pieza de
impecable originalidad.
Ya en el centro del pueblo
fuimos al bar para tomar alguna bebida refrescante pues hacía
muchísimo calor. La "Chiqui" se nos acercó amablemente
mientras Lecón exclamaba en voz alta: -¡qué calor hace hoy!-
-Les traeré refrescos como los
de ayer pero con mucho hielo, ¿les parece bien?- Manifestó la
"Chiqui" cortésmente.
-¿Tienen problemas de agua
corriente en el pueblo? ¡Con este calor sería terrible!- Dijo
Lecón.
-¡Qué va! En el pueblo tenemos
bombas poderosas que mantienen el caudal de agua potable-. Expresó
la "Chiqui" orgullosa.
-¡Qué maravilla! ¿Dónde
están las bombas?- Preguntó Lecón con la boca abierta y en tono de
máxima candidez.
-Cerca del
balneario...pero...¿para qué quiere saberlo? Es zona prohibida no
se la puede visitar- Manifestó la "Chiqui" mirando a Lecón
de soslayo y con una sombra de sospecha.
-Ud. sabe que los turistas
queremos conocer todo-. Dijo Lecón con una amplia sonrisa y un gesto
de las manos mostrando ambas palmas. Y agregó en tono de admiración
que hizo sonreír a la señora: -¡este intendente es un prodigio!-
Mientras "Beto" tomaba
su refresco y nosotros lo imitábamos aunque con los ojos y los oídos
atentos, llegó al bar "Natucho" aparentemente fastidiado.
Se acercó a unos parroquianos que jugaban a las cartas en una mesa
lindante y les susurró (por más esfuerzo que hicimos no logramos
escuchar nada) algo tan importante que todos dejaron de jugar y se
retiraron en compañía de "Natucho". Durante este lapso el
dueño del bar no se acercó a saludarnos; esto me pareció extraño
pues seguro que nos había visto al entrar. Era probable que la
noticia fuera tan especial que su vista no nos registrara o también
que su enfado fuere con nosotros. Ante la duda debíamos apurar las
cosas; esto fue lo primero que se me ocurrió. Miré a Augusto con
impaciencia y me di cuenta de que él se hallaba en idéntica
situación pues comenzó a observar el reloj con insistencia. "Beto"
se había levantado a conversar con unos amigos y parecían muy
entretenidos pues reían con entusiasmo.
-¡Era como yo lo imaginaba!-
Repentinamente susurró Lecón en mis oídos.
-¿Qué imaginabas?- Pregunté
intrigado.
-Lo de las bombas para el agua:
cumplen dos funciones. La primera irrigar los campos, a través de
las acequias, cuando no llueve-. Explicó Lecón aunque dejando
inconclusa su exposición y ensimismándose en hondas cavilaciones.
Lo dejé pues aprendí a
conocerlo y a respetar sus estados reflexivos imprevistos pero quedé
con la incógnita. Luego de algunos minutos lo vi escudriñar con
avidez a la dueña del bar que se había puesto a conversar con dos
señoras distinguidas que entraron muy excitadas; aproveché esta
circunstancia para dilucidar la segunda función de las bombas según
Lecón.
-¿Y la segunda función de las
bombas?-
Lecón me miró con expresión
de niño sorprendido en alguna travesura y luego con pícara sonrisa
dijo: -me extraña Javier...es claro y evidente-.
Las intrusas se retiraron
precipitadamente. Augusto se levantó, apurando el resto del refresco
con prisa, y tomándome del brazo con vehemencia ordenó: -Javier,
paga rápido a la "Chiqui" que debemos seguir a las
señoras-.
Lo claro y evidente es que me
sentí molesto: ¿se nota?
"Beto", al vernos
salir tan rápidamente, nos siguió sin preguntar. Ya en la calle
montamos las bicicletas y, a la distancia, seguimos a las damas que
subieron a un vetusto automóvil y marcharon con lentitud por una
calleja lateral a la plaza. Al llegar a la esquina doblaron en
dirección oeste por un sendero asfaltado que permitía el paso en un
solo sentido; se detuvieron frente a una casa mucho más grande que
las demás y descendieron. Lecón, silbando una alegre melodía, pasó
de largo y las saludó con un gesto de su mano izquierda y su ya
clásica cándida sonrisa. Las damas le respondieron, aparentemente
halagadas, con un ademán cortés y penetraron en la gran casa.
A unos ochenta metros Augusto
frenó su marcha; "Beto" y yo lo imitamos y nos echamos en
el pasto a la sombra de un exuberante nogal. Lecón permanecía de
pie y observaba con disimulo, probablemente por la presencia del
muchacho o de algún otro atisbador, la entrada de la enorme
residencia. Ésta era una gran mansión; con jardín al frente
exquisitamente cuidado; a un costado se elevaba la casa de tres
pisos, con forma ovalada hacia el fondo, culminando arriba en una
extensa terraza que abarcaba toda la superficie excepto algunos
metros al final, en el centro del terreno, donde se erguía una torre
visible desde la calle y mucho más a la distancia desde el lugar
donde nos hallábamos. Al otro costado había un sendero para autos
(que las señoras no utilizaron pues dejaron el suyo en la acera) y
que se perdía en los fondos. Augusto me miraba como si quisiera
decir algo pero se frenaba por la presencia de "Beto"; éste
viendo nuestra inercia locomotriz se impacientó y comenzó a caminar
en círculo alrededor nuestro cada vez a mayor velocidad hasta
concluir en animado trote. Vi que Lecón observó con atención el
lugar, como si quisiera retener en su memoria la ubicación, y luego
tomando su bicicleta nos dijo: -muchachos, ¿qué les parece si nos
refrescamos un poco en el balneario?-
El trayecto lo hicimos en
silencio y a bastante velocidad. "Beto" y Augusto
aceleraban periódicamente compitiendo entre ellos lo cual me hacía
ir quedando rezagado. Un poco más de la mitad del recorrido y ya los
había perdido de vista. Aproveché para bajar la velocidad y
observar en detalle todo lo que rodeaba a la ruta. Gracias a esta
circunstancia pude comprobar que el itinerario al balneario no era
directo pues el camino iba en zigzag. Una hilera de frondosos árboles
de hojas perennes casi tapaban lo existente más allá de la acera.
Curioso, frené y me interné, llevando la bicicleta sobre mi hombro
izquierdo, por la espesura. Los arbustos y plantas de todo tipo
crecían con tanta abundancia muy probablemente por el riego
incentivado que se hacía en la zona o también por el uso de
fertilizantes pues el tamaño de los vegetales era desmedido.
Sumamente intrigado y no pudiendo seguir más con la bicicleta a
cuestas me senté a la sombra de un ciprés altísimo que se erguía
medio solitario entre tantos arbustos. Elevé la vista hacía la copa
del magnífico ejemplar y tuve la tentación de treparme por él. De
niño lo hacía con frecuencia y esa reminiscencia me impulsó a
repetir hazañas infantiles. Si mis amigos competían entre sí ¿por
qué yo no podría hacerlo conmigo mismo?
Las primeras ramas me costaron
bastante; luego fui tomando valor y con gran esfuerzo llegué a un
poco más de la mitad del árbol. Elevado del suelo en unos cuantos
metros me extasié con el bellísimo panorama: hacia abajo casi una
selva enmarañada, al frente....... La sorpresa me hizo trastabillar;
aferrándome a una gruesa rama logré evitar la caída.
Ante mis ojos aparecía toda la
ruta que llevaba al balneario. Era más que un zigzag, avanzaba y
retrocedía muchas veces; de haber sido en línea recta, el pueblo
del balneario no distaba más de un kilómetro; así como estaba
construida la ruta el trayecto era de ¡veintidós kilómetros!
Encaramado y sosteniéndome
firmemente seguí observando con ojos atónitos el resto del paisaje.
Al salir del pueblo y al terminar el primer zigzag se podía,
apartándose del camino asfaltado, introducirse en la espesura por un
muy angosto sendero con el suelo apisonado y mezclado con ripio
que...¡llevaba en línea recta al balneario! Sí, por esa vía se
llegaba rápidamente cortando camino. Este descubrimiento me dejó
anonadado pues estaba claro que el atajo había sido construido a
propósito. ¿Con qué fines? Mi pregunta surgía por el hecho de
estar escondido por maraña tan variada; además ¿qué sentido tenía
hacer una ruta asfaltada tan larga existiendo ese atajo? Se podría
haber construido la ruta directamente por ese sendero. Al bajar tomé
la bicicleta y me dirigí directamente hacia el atajo; por él, y a
regular velocidad, llegué al balneario por la parte de atrás del
vía crucis en escasos minutos. Hice el vía crucis a la inversa y
desemboqué en el río a pocos metros del puente; atravesé éste y
fui al bar a tomar algo fresco pues el calor era sofocante. Mientras
paladeaba el frío brebaje vi aparecer por la ruta principal a "Beto"
y a Lecón que ingresaron a la zona a poca velocidad. Al verme, ambos
no pudieron contener su sorpresa y Augusto con un rápido gesto del
dedo índice sobre su boca me indicó silencio; yo interpreté esto y
a la prevista pregunta de "Beto" contesté con una
mentirilla: -me trajo una camioneta-.
-¿Una pequeña color azul
oscuro?- Preguntó rápido Augusto.
-Sí-. Repuse sin vacilar.
-Eso no era una camioneta. Es un
coche grande todo destartalado-. Dijo "Beto" riendo.
-Lo dije en chiste, "Beto".
Ves como te hice reír-. Afirmé con un disimulado suspiro de alivio.
Augusto Lecón rió también ya
con sosiego.
El calor era intenso e invitaba
a disfrutar del agua; los tres nos sumergimos en el cristalino fluido
con auténtico placer. Mientras "Beto" se puso a jugar con
muchachos de su edad; nosotros lentamente nos fuimos alejando de ese
grupo para nadar, a favor de la suave corriente, muchos metros
distanciándonos del núcleo principal. Quizás un poco cansados nos
fuimos acercando a la orilla hasta que, haciendo pie, comenzamos a
caminar para luego echarnos sobre el césped debajo de unos árboles
añosos. Resoplando por el duro ejercicio al que no estábamos
acostumbrados gozamos de la caricia de un sol ya declinante que se
filtraba por las ramas pletóricas de hojas. Un rato estuvimos así
en silencio, escuchando el trinar de los pájaros y contemplando como
la luz rebotaba en las piedras de la orilla.
-Por suerte logramos zafar. No
deseo que "Beto" descubra que estamos indagando pues lo
podrían forzar a contar nuestras reales andanzas. Está claro que
aquí hay maleantes y de la "pesada". Supongo que
encontraste algún atajo a no ser que un "ángel" te haya
traído por los aires ¿cómo apareciste por el vía crucis?- Comentó
con sorna Augusto.
-Sí, encontré por azar un
increíble atajo que hace el trayecto en línea recta. La ruta hace
giros casi concéntricos y por eso es tan larga; no llega a un
kilómetro la distancia directa. Presiento que ese sendero fue hecho
a propósito así escondido para usarlo con algún fin subrepticio.
El piso está muy bien cuidado: es tierra apisonada y mezclada con
piedras pequeñas lo que permite transitarlo en bicicleta
cómodamente-. Relaté con los ojos cerrados y disfrutando la
frescura del agua cercana.
-¿Pasa un automóvil por ese
atajo?- Inquirió Augusto.
-Sí, en un solo sentido; es muy
estrecho, si viniese alguien en contrario se atascarían y deberían
retroceder. La maleza a los costados es tupida y forma una espesura
impenetrable casi; salvo abriéndose camino a machetazo limpio-. Dije
exagerando un poco.
-Es un gran descubrimiento el
que hiciste hoy. Explica muchas cosas que yo todavía tenía confusas
pero que ahora veo claramente. Faltaría conocer a la dueña de "Las
margaritas". Presiento que la joven señora es una pantalla y
discurro que la verdadera dueña es muy grande casi vieja.
-A propósito ¿cuál es la
segunda función de las bombas de agua?- Pregunté recordando el
inconcluso comentario de Lecón.
En ese instante apareció "Beto"
con unos amigos caminando por la orilla. Los muchachos se pusieron a
juntar frutas de los árboles mientras Lecón se ponía de pie
dispuesto a marchar hacia el centro del balneario pues tenía sed. Yo
lo seguí en silencio pues los muchachos dejaron de comer frutas y
regresaron con nosotros. Parecía que los chicos nos veían como sus
amigos; el buen trato y el respeto por ellos hacía maravillas o
...¿no estarían espiándonos? Prácticamente vigilaban todos
nuestros movimientos; la duda comenzó a germinar hasta desembocar en
sospecha. No era lógico que adolescentes de quince o dieciséis años
estuviesen constantemente alrededor de gente mucho más grande.
Comentaría esto con Lecón aunque es probable que él pensara igual
por su reticencia de hablar delante de "Beto".
Retiramos las bicicletas del bar
donde las habíamos dejado en custodia y por el camino asfaltado
retornamos al pueblo. Los muchachos nos seguían en procesión...
Al llegar al poblado Lecón
despidió a los niños diciendo que nos íbamos a casa a darnos un
baño caliente y luego descansar. "Beto" le preguntó
porqué el baño caliente cuando hacía un calor todavía sofocante a
pesar de entrada la noche y Augusto le contestó: -para relajar los
músculos; somos grandes para tantos trotes; luego rematamos con una
ducha fría-. A mí me resultó enigmática esa conversación pero
revelaba a ciencia cierta que "Beto" no era tan cándido
como simulaba. Quizá la intención de Augusto fue probar eso
precisamente.
Al llegar a nuestra habitación
decidí darme un baño con mucho jabón pero no caliente
precisamente; la noche era muy calurosa y no corría ni siquiera una
mísera brisa.
-Yo pienso bañarme con agua
natural; jamás lo haría con el agua caliente ni tibia. Espero que
salga bien fría-. Dije mirando a Augusto de manera interrogante que
esperaba una respuesta.
-Por supuesto yo también usaré
agua natural; lo dicho a "Beto" fue para detectar su grado
de registro en la observación, bueno en este caso la escucha y
barrunto que este muchacho se trae algo entre manos. No me parece que
sea un espía pero guarda la información y luego puede venderla al
mejor postor. No habla de su familia y tiene muchos amigos. Está en
la calle casi todo el tiempo; si bien es época de vacaciones tampoco
habla de sus estudios. Por lo visto no trabaja aunque es demasiado
joven para hacerlo, sin embargo en los pueblos los adolescentes
suelen hacer pequeños trabajos; se me ocurre que uno de estos
trabajitos podría ser dar informes sobre nuestra actividad. Si esto
fuera así demostraría que ya hemos sido detectados como no turistas
al menos y quizá como investigadores. Convendría apurar las cosas-.
Comentó Lecón mientras yo cubría de jabón hasta los menores
resquicios de mi agotado cuerpo.
Mientras Augusto Lecón se
bañaba yo me instalé detrás de la persiana para observar el
movimiento de la gente y tratar de obtener algún dato que nos fuera
útil. Para mi sorpresa vi en la esquina de enfrente recostado en un
árbol a uno de los muchachos amigos de "Beto" que miraba
en forma constante hacia la casa. Tuve la impresión de que nos
estaba controlando y esperando para ver si salíamos; en este caso
nuestra aseveración de que descansaríamos luego del baño caliente
no había sido creada. Al ingresar Lecón a la habitación se dispuso
a vestirse (yo todavía estaba con la toalla pues me entretuve
observando) pero antes le comenté sobre nuestro espía. Augusto
meditó un instante y luego expresó su disgusto pues deseaba hacer
una excursión nocturna.
-Podíamos pedirle a la dueña
de casa si puede darnos de cenar y dejamos pasar bastante tiempo
antes de salir. El muchacho al ver que permanecemos en casa supondrá
que estamos dormidos y se irá. En caso contrario debemos intentar
algún ardid de escape sin que él lo advierta, por ejemplo averiguar
si por los fondos de esta casa hay algún tipo de salida-. Dije
mientras me vestía.
-Esta última idea me agrada
más. No perdamos tiempo en comidas. Hay un dato importante que
debemos conocer y sólo lo podremos obtener de noche. Además la
dueña de casa quizá se moleste si la hacemos trabajar demás.
Recuerda que en ningún momento ella habló de comida; si no nos
ofreció este servicio es porque no le gusta cocinar-. Razonó Lecón
terminándose de vestir.
La casa en los fondos tenía un
gallinero y luego una especie de quintilla que se perdía entre
árboles y luego venían los fondos de la casa que daba a la calle
opuesta; sin embargo entre los dos fondos había un pasadizo que
prácticamente iba de calle a calle, sólo que estaba oculto por
tupida vegetación de hojas perennes. ¡Qué pueblo misterioso!
¡Velados senderos por todas partes!
Salimos subrepticiamente con las
bicicletas y Lecón portando un pequeño bolso que colgó a su
espalda. Esa calle no era tan concurrida como la que estaba al frente
de nuestra habitación. Tenía una ventaja adicional, al menos para
nuestro accionar, la lámpara del alumbrado no funcionaba. Así sin
ser advertidos logramos escabullirnos de nuestro espía. Por suerte
la dueña de casa estaba mirando televisión ignorándonos. Seguí a
Lecón que marchaba hacia el lado sur y luego giró al oeste; imaginé
el destino: la casa grande adonde fueron las señoras que seguimos.
En los pueblos las noches de verano la gente suele pasear hasta tarde
para disfrutar de la brisa (ellos la llaman "la fresca")
que casi siempre permite respirar y descansar. Esa noche fue una
excepción: calor sofocante y sin brisa. Las calles no estaban
concurridas y se oía desde el interior de las casas música y voces
de la televisión. Estos sonidos también estaban a nuestro favor
pues nos permitían pasar inadvertidos. Al llegar al sendero donde se
hallaba la casa grande, bajamos de las bicicletas y continuamos a
pie. Este callejón permitía el paso de un automóvil en un solo
sentido; daba la sensación de ser exclusivo para la gran casa a
pesar de que existían otras viviendas. Lecón con un ademán me
indicó que daríamos la vuelta para conocer los fondos de esa
mansión. Con mucha cautela y en absoluto silencio rodeamos la finca
en unos diez minutos. Ubicados en unos matorrales aledaños pudimos
observar que la parte del estacionamiento, al costado de la
construcción, terminaba en algo similar a un depósito. Se veían
muchas cajas: unas grandes y otras pequeñas. Las grandes eran de
madera y claveteadas mientras que las pequeñas eran de telgopor.
Dedujimos que era un depósito pues vimos varias cajas afuera como si
hubieran interrumpido el trabajo de guardarlas en el interior del
almacén. Una luz mortecina iluminaba los fondos y las cajas estaban
dispersas; me dio la impresión de que habían sido revisadas de
manera apurada y sin restituirlas a su lugar; el azar nos permitió
verlas pues seguro que las guardarían al día siguiente o...
Repentinamente salieron de la mansión tres hombres robustos que
gesticulando y lanzando improperios que llegaban a nuestros oídos
claramente por lo elevado de la voz, comenzaron a guardar las cajas
grandes en el depósito mientras que las pequeñas las acumularon a
un costado. Terminada la faena cerraron el local y fueron
transportando en tandas sucesivas las cajas remanentes amontonadas, a
la terraza. Cuando uno de los operarios bajaba para recoger la última
caja fue llamado por un señor, apareció de improviso saliendo del
torreón, que aparentemente le encomendó una tarea diferente pues el
operario ingresó en la torre. La caja quedó huérfana y era una
tentación; Lecón me miró y en sus ojos estaba todo dicho. Dejamos
las bicicletas entre la vegetación y entramos en el terreno
levantando un trozo de alambrado. El hecho de ser ambos muy delgados
nos permitió acceder a la zona sin desarmar casi los gruesos
alambres. Andando en cuclillas y sin hacer ruido, buscando la sombra
de la construcción pues la escasa luz iluminaba el acceso al
depósito, nos fuimos acercando a la explanada. El piso era de
pavimento, lo cual me sorprendió; luego entendería la razón. La
caja estaba muy cerca...Lecón la empujó con el pie hacia el cono de
sombra donde estábamos acurrucados. Con rapidez la abrió y vimos
adentro las ya clásicas bolsas de polietileno con los gránulos
blancos de cocaína... Tomó una de las bolsas y con su también ya
clásico cortaplumas múltiple hizo una pequeña incisión en ella,
del orificio fluyó una porción del blanco preparado; Lecón la
probó con los labios y movió su cabeza en gesto afirmativo. Con
delicadeza y rapidez colocó la bolsa dentro de la caja y cerró ésta
con precisión haciendo una mueca de repugnancia. En su fuero íntimo
Lecón, como yo, hubiese deseado destruir la funesta caja pero de
haberlo hecho no estaríamos con vida... Al iniciar la acción de
retirada oímos un grito pidiendo...la caja que faltaba. Casi
corriendo nos alejamos justo a tiempo: un operario bajó de la
terraza y recogió la caja echando maldiciones contra su patrón; por
poco nos roza pues al verlo descender frenamos la huída y nos
parapetamos debajo de un alero en los bordes de la explanada. Cuando
vimos al robusto obrero perderse en la torre recién entonces salimos
del improvisado escondrijo y retornamos al mirador inicial entre la
tupida maleza. Estábamos por irnos cuando sentimos un ruido de motor
que se aproximaba. En el aire apareció, levantando tierra y hojas,
un gran helicóptero que revoloteó sobre la terraza un instante y
luego se posó en ella. El piloto descendió y entró en el torreón
mientras los operarios cargaron las cajas que previamente habían
acumulado en la terraza y las colocaron dentro del aparato. Unos
quince minutos duró la carga y durante ese lapso más de diez
personas estuvieron trabajando lo cual demostraba la gran cantidad de
cajas. Finalizado el operativo, las aspas del helicóptero que habían
mermado sus volteretas aceleraron y el ruido se hizo mayor partiendo
la nave hacia destino ignoto pero imaginado. [Saber, conocer, prueba;
imaginar, intuir, indicio...] En la torre se iluminaron las ventanas
con una fuerte luz que permaneció por un minuto y luego regresó la
luminosidad tenue. Los operarios bajaron de la terraza y montaron en
un camión que se hallaba estacionado varios metros por delante del
depósito. El motor comenzó a ronronear y el vehículo partió
saliendo del predio y tomando por el sendero hacia la derecha se
dirigió al centro. Aún se oía en la noche el ruido del motor
alejándose cuando del interior del torreón salieron dos hombres y
una mujer. Bajaron desde la terraza hacia la explanada por otra
escalera que no habíamos visto antes y subieron a un poderoso
automóvil deportivo. Se oyó un chirrido y el lujoso coche con sus
poderosos faros iluminando el sendero partió pero en sentido
contrario al del camión. Lecón me susurró en los oídos que
debíamos ir a..."Las margaritas". Parando las bicicletas
con precaución nos alejamos en dirección a la estanzuela por el
mismo camino que había tomado el automóvil al salir de la mansión.
Ya no se oía el ruido de su motor ni las luces rojas de sus faros
traseros.
-Intuyo que fueron para la
estancia. Veremos al llegar-. Masculló Lecón con rabia manifiesta.
-¿Qué supones tú que tendrían
las cajas grandes de madera?- Pregunté mientras andábamos a media
velocidad y con los faros velados para no iluminar en demasía.
-¿A ti qué te parece?-
Repreguntó Augusto con sorna.
-Armas. Y de grueso calibre;
para alguna guerra en el continente. Son contrabandistas y
traficantes de narcoarmas-.
Manifesté ante las evidencias.
-Lo de contrabandistas no sé;
depende del punto de vista. Pero que son traficantes de narcoarmas
es claro y evidente. Esto es una mafia con enormes ramificaciones ya
que tienen sucursales en todas partes.
Mucho antes de llegar a "Las
margaritas" abandonamos el camino directo y buscamos en los
costados senderos angostos y escondidos entre la vegetación. Lecón
abrió el bolso que colgaba a su espalda y extrajo dos pequeñas y
sofisticadas linternas. Esos aparatos eran un portento; hasta tenían
un rayo láser muy fino que sólo iluminaba un punto muy preciso.
Encontramos un angostísimo pasaje de tierra apisonada que permitía
andar con las bicicletas. Lecón señaló que sería mejor continuar
con ellas hasta último momento ante mi sugerencia de dejarlas en
algún escondrijo y continuar caminando. Reflexionó que si nos
descubrían podíamos escapar más velozmente y por lugares donde no
pasara un coche. Precisamente el paso que estábamos transitando
tenía esas características. Tratábamos de hacer el menor ruido
posible pues debían de andar cerca los custodios de la estancia como
el cazador con quien nos habíamos topado en la víspera. De pronto
sentimos un sonido similar a una lechuza que nos hizo frenar.
-Tranquilo Javier, es un búho
real que ronca y ayea. No es una señal. Mira-. Diciendo esto Augusto
enfocó con su láser al búho que nos miró con sus ojos
indefinidos.
En la oscuridad se irguió el
contorno de una construcción y al girar por una curva del sendero
vimos la claridad de dos grandes ventanales y ya destacándose, la
casa principal de la estanzuela. El sendero nos había llevado a la
parte de atrás de la finca; el camino principal desembocaba en la
entrada. Por azar seguimos lo mejor para nosotros ya que nos permitió
llegar al núcleo de la edificación soslayando a los custodios
colocados a la entrada. Piensan que para acceder a la estancia se
debe ir necesariamente con automóvil; esta idea es muy común en los
pueblos, la gente camina poco. El caso es que estábamos allí a
pocos metros del casco de la estancia y con las bicicletas cerca
nuestro.
Como dos cazadores furtivos pero
sin armas estábamos allí Lecón y yo observando el fondo de una
saca de "correspondencia" (comunicación entre ámbitos) en
los distintos niveles de un poblado como tantos otros. En la jerga de
Lecón todos son cómplices: los que hacen, los que encubren, los que
ayudan, los que callan y por supuesto los que planean, las arañas,
en mi jerga llamados "cerebros". En ese instante estarían
casi todos allí, en ese casco; digo casi pues faltarían los que
piloteaban el helicóptero y los "cerebros" máximos pues
intuía que habría algún pequeño "cerebro".
Nos fuimos acercando con sumo
cuidado; dejamos las bicicletas debajo de unos matorrales y
continuamos casi reptando hasta tres o cuatro metros de un enorme
ventanal que estaba abierto. Un grillo que chirría con persistencia
nos distrajo brevemente pero al callar ante nuestro avance nos
tranquilizó (¡espero no haberlo pisado!). Un gran salón se
extendía por más de quince metros de largo por seis o siete de
ancho y estaba exquisitamente decorado salvo por las grandes cabezas
de ciervos y jabalíes que denotaban la crueldad y cobardía cazadora
(como un relámpago pasó por mi mente la mira telescópica del que
ataca a la distancia y mata sin dar posibilidad de defensa). Varias
personas estaban reunidas en cómodos sillones y sofás charlando y
bebiendo animadamente. A nuestros oídos llegaban sus voces como un
murmullo y a veces alguna risa cortaba el ronroneo. El tema debía
ser muy agradable para ellos pues aumentaba el risoteo incentivado
por el alcohol. Una señora bastante mayor parecía acaparar los
cuidados de los hombres y sólo una joven señora se mantenía algo
distante ya que apenas sonreía y casi no hablaba, al menos sus
labios (carnosos y mórbidos por otra parte) no temblaban como el
resto de las bocas. Lecón me miró y en sus ojos leí sus
pensamientos (como ya dije había aprendido a conocerlo). Se
confirmaba su intuición: la principal sería la mayor y la pantalla
era la joven señora que, por su apatía evidente, no estaba allí
por su voluntad o al menos no con su consenso integral. Los hombres
le rendían pleitesía a la anciana que aparentaba menos edad por su
cuidada figura y el maquillaje pero las arrugas de las manos
denotaban pasar su septuagésimo año de vida; la cirugía estética
no había llegado a sus manos y en un sentido amplio la ética menos.
Allí estaba uno de los pequeños "cerebros". Lecón me
guiñó un ojo; él también la había reconocido: al morir su marido
había heredado una cuantiosa fortuna junto con una empresa en
expansión favorecida desde el poder. En el jardín descansaba el
poderoso automóvil que habíamos visto momentos antes partir de la
mansión-depósito de narcoarmas.
Lecón me golpeó con fuerza en
la espalda haciéndome caer de bruces bajo un arbusto tupido; estaba
por recriminarle su bromazo intempestivo cuando delante de mis ojos
veo pasar unas botas; al levantar la cabeza con lentitud y temor
observo las robustas espaldas, cargando una metralleta, de un
custodio que se alejaba. Comencé a tiritar, sí, mi cuerpo tembló y
por dentro me estremecí con un frío glacial en pleno verano. Si
Augusto no me hubiese empujado a los matorrales el custodio me habría
visto y seguro que su metralleta bramaría antes que su boca.
-Gracias amigo-. Susurré
trastrocando mi enojo en culpa.
Augusto parpadeó y con humildad
inclinó su cabeza. Habíamos salvado la vida gracias a su intuición
y a la gran capacidad de percibir que tenían todos sus sentidos. El
fino oído de Lecón distinguía las lechuzas de las señales y las
pisadas humanas en la hierba de los golpeteos de algún roedor pero
antes de que actuaran sus sentidos percibiendo, operaba su intuición;
los segundos ganados eran preciosos.
La pasada del custodio revelaba
que corríamos peligro de muerte y siendo que ya no había motivo
para nuestra permanencia en el lugar pues lo descubierto era más que
suficiente para avalar nuestra investigación miré a Lecón y con el
ademán de juntar los dedos flexionados y girar la muñeca le insinué
una prudente retirada. Fue en ese instante que de la casa partió un
agudo grito seguido de otros más roncos. Vimos a través del
ventanal caer al piso a la joven señora (ella había lanzado el
primer alarido) y luego correr hacia ella a los hombres que
produjeron el vocerío. Un gran tumulto transformó el salón en
centro para los habitantes de la finca; por todos lados acudían
custodios mientras nosotros echados sobre la hierba y debajo de un
cobertizo natural sentíamos pasar más y más guardias que casi
rozaban nuestros pies. Lecón, con un gesto, pidió que me pusiera en
posición fetal para achicar espacios pues la cantidad de gente que
acudía era impensable momentos antes; de dónde surgían era una
gran incógnita y cómo no habíamos topado con ellos, el misterio.
Cuando amainó la corrida en derredor, Lecón se puso de pie y con un
ademán invítome a escabullir. Estaba claro que no debíamos seguir
tentando al azar.
-Espera, quiero comprobar algo-.
Dije tomando del brazo a Augusto.
Agachándome y protegido por
unos arbustos me acerqué a la casa; Lecón intentó frenarme pero no
lo consiguió. Como él ignoraba qué deseaba constatar yo, optó por
dejarme hacer y esperar confiando en mi cordura. Los guardias estaban
dentro de la mansión y no observando a nadie alrededor me erguí y
toqué las paredes primero, luego con suaves golpes y posteriormente
recorrí unos dos metros para hacer idéntica tarea en un muro más
elevado pero con toques de las palmas de las manos. De inmediato
regresé casi reptando y buscando ocultarme entre la vegetación.
Sigilosos como los intrusos que
éramos ubicamos las bicicletas para huir a toda la velocidad que
pudieran darnos unas piernas extenuadas.
Al día siguiente desperté
temprano; desde la mesa de noche mi reloj de pulsera colocado semi
vertical indicaba las siete y veintidós. Me senté en la cama
restregando mis ojos plenos de lagañas. Lecón dormía plácidamente
despatarrado en su cama y semicubierto por la sábana; a pesar de la
hora ya el calor se hacía sentir. Aprovechando el dormir de mi amigo
quise darme un gusto privado: salir solo y conversar con los vecinos
en especial las mujeres jóvenes. La idea no era galantear con fines
eróticos sino obtener información de la gente joven pero no
adolescente; las mujeres son más conversadoras que los hombres...
Me afeité rápidamente y vestí
aún más apurado; Lecón continuaba durmiendo. Sin hacer ruido abrí
la puerta y fue en ese instante que pensé: "se va a impacientar
si tardo; mejor le dejo una nota". Obré conforme a mis
pensamientos pues el amigo podría cometer alguna imprudencia si no
me encontraba en especial luego de la espectacular fuga en bicicleta
perseguidos por peones enfurecidos y en medio de la noche con luna
llena.
Con el sol ya bastante alto
ingresé en la plaza caminando con parsimonia y di una "vuelta
del perro" como rito inicial. Los lugareños bajando y subiendo
las cabezas aprobaban la ceremonia; ya estaba libre para hacer mi
voluntad y busqué con la mirada a alguna moza guapa que no anduviese
de prisa; no hallándola me senté en uno de los bancos donde el sol
daba suavemente filtrado por las hojas de un añoso árbol. Todavía
el paseo no estaba muy concurrido. Salvo los peones que habitaban en
el pueblo y que iban al campo para tareas rurales por la mañana muy
temprano, el resto de la población trabajaba en comercios, bancos y
dos o tres pequeñas industrias; todo se hallaba dentro del ejido
urbano. Las tareas comenzaban a media mañana, no antes de las nueve;
esto me asombró bastante pues daba la impresión de que con poco
trabajo se ganaba lo suficiente para vivir bien. Lo idílico de la
situación hacía sospechar que la buena paga era un adicional para
mantener el pacto de silencio típico cuando la corrupción se adueña
de una villa. El silencio se compra; las armas y las drogas químicas
dan dinero para mucho mutismo. Las drogas psíquicas, más aún en
las villas rurales, colaboran con la ignorancia. Falta de
conocimientos, un poco de prosperidad, conformismo, temor (¿por qué
no?), caudillismo feudal y familiar, autoridad cómplice, todo aunado
lleva a la impunidad; la Ley no llega a los feudos de provincias.
Estas reflexiones llegaban a mi mente pausadamente como la vida de
los lugareños. Quizá ya me estaba metamorfoseando en tranquilo
pueblerino...
Frente a la plaza se erguía
majestuosa la iglesia principal (había tres capillas distribuidas en
el resto del pueblo); de su puerta central vi salir a una mujer
estupenda tanto por su rostro agraciado como por su cuerpo
escultural. Mientras bajaba las escaleras la observé con discreción
pero sin perderme detalle de su físico; faltaba verla de espaldas
pero se adivinaba. Era joven pero no tanto; calculé unos treinta y
cinco. Justo la candidata que buscaba; solo lamentaba que el trabajo
impidiera algo más que una simple charla. Ella, al llegar a la
vereda, cruzó hacia la plaza caminando con paso ágil y elegante; el
contoneo de sus caderas era un vaivén que hacía imaginar sinfín de
delicias. Los ojos primero y la imaginación después demoraron mi
puesta de pie lo suficiente para que la divina dama escabullese
dentro de una frutería. Como gendarme y llevando al hombro mi pesar
permanecí en la puerta del local dos o tres minutos; como la mujer
no salía opté por entrar y siendo buen fisgador la ubiqué...detrás
del mostrador.....junto al carnicero. El negocio no era sólo
frutería sino también verdulería y carnicería; inclusive al fondo
se advertía un kiosco de...ramos generales. En un espacio reducido
estaba todo lo necesario y más todavía para mi asombro... Como iba
narrando la señorita estaba al lado del carnicero (repito: detrás
del mostrador). Opté por salir y (ya adiestrado con lo sucedido el
día anterior) di la vuelta y entré al predio por los fondos; un
pequeño pasadizo llegaba hasta la parte de atrás del local. Atisbé
por un hueco en la pared y contemplé algo inconcebible. Asombrado me
golpeé para confirmar que no era una sueño. La carnicería constaba
de un mostrador, un paso para trabajo del carnicero y su ayudante, en
un extremo estaba la caja atendida por otro ayudante y una cortina
separaba del lugar donde se cambiarían los hombres. Desde mi
posición se observaba lo que ocultaba esa cortina...y aquí lo que
me dejó estupefacto: la maravillosa criatura estaba ubicada
inclinada sobre una mesa. En el instante que mis ojos comenzaron a
pispiar por el agujero de la pared, ella se levantó el vestido y
abrió los glúteos con sus pequeñas manos; contemplé una vulva
afeitada y de gruesos labios, por encima el oscuro reducto del ano.
El carnicero se acercó acariciando las blancas nalgas y de inmediato
introdujo su pene entre los carnosos labios de la rasurada y
exuberante vagina. Movió su cuerpo aferrándose a las caderas de la
joven unas pocas veces y con un ronco gemido se derramó. Yo estaba
arrodillado pues mi puesto de observación (el agujero de la pared)
se encontraba justo en el nivel de la exhibición de los genitales y
a escaso metro de distancia. El orgasmo del señor fue tan rápido
que cuando reaccioné del asombro que me causaba la escena ya la
señorita estaba secando con un pañuelo el semen que corría por sus
increíbles labios vulvares desalojado, como expelido, del amoroso
escondrijo. Acto seguido el hombre tomó unos trozos de carne que
embolsó en polietileno y entregó a la mujer; ésta lo miró, con
una sonrisa y extendiendo su mano pedigüeña reclamó tácitamente
algo más; el carnicero introdujo su enorme manaza en el bolsillo del
delantal que lo cubría y extrajo un gran fajo de billetes. Contó
unos cuantos y los separó del resto; al ademán de entrega la mujer
contestó con un vaivén negativo de su cabeza y el robusto
comerciante contó algunos billetes más. Ahora si la relación
contractual se hallaba finiquitada con el consenso bilateral. Ambas
partes de común acuerdo se dieron por satisfechas de las
prestaciones recíprocamente recibidas y sellaron con un suave ósculo
en las mejillas el pacto que debe ser cumplido (porque "pacta
sunt servanda") en sucesivas cuotas. Todo pasó en no más de
cuatro minutos. El picoteo de una gallina en mis zapatillas me hizo
reaccionar y dejando el mirador (¿quizás obra de chiquillos
curiosos? o ¡regocijo de adultos lascivos!) retrocedí buscando la
salida hacia la calle. Cuando llegué a la vereda vi que la
espléndida mujer (ahora un poco más conocida pero ¡no tanto como
por el carnicero!) salió del local y con paso firme cruzó la plaza.
Enhiesto su cuerpo, la frente alta, impávida, sus torneadas piernas
transitaron por la escalera hacia la iglesia. Penetró por las
grandes y pesadas puertas empujándolas con altivez y desapareció en
su interior. Yo estaba perplejo, cabizbajo y meditabundo; sí, tenía
una gran duda: la señora iba a confesar sus pecados o iba a cumplir
otro contrato..."in dubio pro reo" en la duda a favor del
reo, bueno, rea.....
Al entrar en la habitación vi a
Lecón en su cama durmiendo imperturbable un apacible ensueño de
blancas margaritas. Me instalé detrás de la cortina (ya era un
experto mirón) y vi pasar la vida del pueblo. Era poco más de
mediodía; el movimiento se hizo incesante; coches, bicicletas y
transeúntes pululaban de un extremo al otro de la calle. La
observación era atenta pero casi se me escapó que en la vereda de
enfrente, con paso firme y varonil, marchaba nada menos que...el
carnicero. Recién en ese momento lo miré con detenimiento. Salía
de un asombro para caer en otro. Que no lo hubiese advertido antes se
justificaba por la presencia apabullante de la mujer que se llevaba
todas mis miradas. Mareado por la exhibición de esa vulva rasurada y
de carnosos labios ¡quién iba a mirar la cara del carnicero! Pero
el bribón era nada menos que uno de los hombres vistos en la casa
grande cargando el helicóptero con la cocaína. Lo seguí con la
vista hasta su ingreso a una casa ubicada enfrente nuestro y casi
sobre la esquina. Me volví con la intención de despertar a Lecón
cuando éste bostezando y con ronca voz saludó.
-Buen día Javier. ¿Ya
levantado? Espero que sea un hermoso día para bañarnos en el
balneario y disfrutar de las delicias del sol al atardecer. ¿Haciendo
de fisgón? ¿Qué descubriste?-
-¿Algo te llamó la atención
en la cuadra?- Pregunté con un dejo de ironía.
-Sí. Enfrente casi sobre la
esquina norte, la casa pintada de amarillo es una cueva de corruptos.
Hacen junta todos los mediodía; debe ser la sucursal de la casa
grande que inspeccionamos ayer. Observa que tiene una antena gigante
en su terraza; no es de televisión precisamente. Es probable que sea
la administración central de la mafia lugareña. La casa grande es
el helipuerto y el depósito transitorio mientras que la estanzuela
es la pantalla pues deben criar vacas y cultivar trigo o soja. Pero
el depósito permanente está en el balneario más exactamente debajo
de cada estación del vía crucis hay sótanos, deben ser similares a
los vistos en la mansión del placer. Cuando tú ayer, curioso,
golpeaste las paredes del casco de la estancia habrás con seguridad
constatado que su material es igual o similar al de la mansión del
placer. Obvio que se trata de la misma banda, con lo cual se ensancha
la telaraña. ¡Ah!, del depósito permanente ubicado en los sótanos
del vía crucis envían, por medio de bombas de agua muy potentes, a
través de las acequias las cajas especialmente embaladas con las
bolsas de polietileno (a veces puede escaparse alguna como la que
tomamos nosotros trabada en la roca) llenas de cocaína. Las acequias
irrigan los campos y por ende llegan a la estancia "Las
margaritas" con su encomienda tóxica; de allí la llevan al
depósito de tránsito en la casa grande, donde, desde el helipuerto
de la terraza y su torre de control, la esparcen por el mundo. El
objeto de tener tantos hitos es despistar y proteger cada parte de la
operación y también es pura burocracia que denuncia su raíz. En
cuanto al contrabando de las armas es desde la casa grande y su
helipuerto donde se realiza el transporte siendo la estancia el lugar
donde se acopian junto con las cosechas. Tienen silos donde está el
cereal y ocultas entre los granos se hallan las cajas con las armas.
Esto lo observé cuando el cazador nos cortó el camino hacia "Las
margaritas"; los silos están apartados del casco y apuesto
doble contra sencillo que entre los granos están las cajas con las
armas. Esto último no lo comprobé es intuición. Hoy pienso probar
que el vía crucis esconde sótanos donde embalan la cocaína. ¿Qué
te pasa Javier?- Preguntó Augusto Lecón después de su perorata y
viendo que lo contemplaba con la boca abierta y tieso.
Las bicicletas saltaban un poco
al andar por el atajo. No era lo mismo que el pavimento pero en pocos
minutos desembocamos en los fondos del vía crucis. Con actitud
displicente Lecón enfiló directo a la última de las estaciones
donde en una gruta bellamente decorada estaban las grandes estatuas.
Debido al fuerte sol que todavía se hallaba alto no había gente en
el lugar. Con calma y como al descuido dejamos las bicicletas entre
las plantas y nos acercamos a las estatuas; la soledad nos dio
agallas para meternos dentro de la gruta e inspeccionar la parte de
atrás de las efigies. Lecón tanteaba con afán hasta que yo recordé
lo sucedido en la mansión del placer y con suficiencia mal
disimulada espeté con voz clara y una leve sonrisa irónica:
-"¡Ábrete, sésamo!"-
Nada pasó. Augusto Lecón
continuaba buscando ignorándome. Yo repetí la frase un poco más
fuerte pero sin resultado. Por tercera vez lancé mi bravata pero
fracasé. Lo miré a Lecón como pollo mojado en el momento que él
dando un brinco hacia atrás evita que una pesada laja lo aplaste.
Había tocado un lugar de la estatua (un pliegue de la ropa que
ocultaba un contacto digital) y la piedra se movió dejando al
descubierto una escalera que al pisar el primer peldaño hizo prender
las luces del sótano. Efectivamente era un enorme sótano que se
prolongaba hacia los cuatro puntos cardinales y desde la mitad de la
escalera se podían observar las diversas galerías que se extendían
mucho más allá perdiéndose en la oscuridad. Esos pasadizos y
túneles me trajeron a la memoria las catacumbas romanas...
-No es necesario revisar esto;
las cajas que vemos confirman todas tus intuiciones. Mejor salgamos
pronto de aquí antes de que nos descubran. Si vienen devotos no
podremos evadir sin ser vistos por ellos. ¡Vamos Augusto!- Exclamé
tomando del brazo a mi amigo que ya pretendía abrir alguna caja.
Antes de fugar, Lecón me indicó
con su mano extendida una enorme máquina que se hallaba en un
costado y murmuró entre dientes:
-Con esa maquinaria hacen los
embalajes para las bolsas de polietileno con las drogas. Mira son
livianos e impermeables. La corriente del agua, por las bombas, los
lleva hasta la estancia. Lo deben hacer de noche para que nadie
interfiera y se lleve alguno. Al salir veamos el recorrido que
hacen-. Puntualizó Lecón.
-Y mira aquello: es un
laboratorio; allí deben elaborar el clorhidrato de cocaína y
fraccionarlo; toda la parte química se hace en este lugar. Es
impresionante lo grande de este subsuelo. Pero salgamos ya-. Expresé
impactado por la magnitud de lo que estábamos observando.
Salimos con prontitud pues el
miedo estaba aflorando, al menos a mí, dado el tremendo nivel de las
fuerzas mafiosas. Lo visto por nosotros revelaba un poder casi
omnímodo y una ramificación insospechada. Subimos la escalera con
cautela y una vez detrás de las estatuas Lecón buscó el pliegue
donde se hallaba oculto el botón que permitió mover la laja; en un
primer intento no logró ubicarlo; yo estaba bastante nervioso como
para ayudar y lo dejé accionar a él. Me miró y con gesto adusto
vaciló. Yo me acerqué y vi que había hecho el toque digital
correcto pero la piedra no se movió. Algo andaba mal en el mecanismo
o simplemente no era ésa la forma de cerrar. La indecisión nos duró
varios segundos que eran vitales pues en cualquier momento llegarían
piadosos devotos y se podrían asustar por nuestra presencia
denunciándonos por profanadores. Una idea surgió repentinamente en
mi cerebro: "¡ciérrate, sésamo!" mascullé dirigiendo mi
voz hacia la espalda de la figura secundaria que representaba a una
mujer implorante. Con un seco chirrido la pesada piedra fue
colocándose en su lugar y Lecón mirándome elevando las cejas y
asintiendo con un movimiento suave de su cabeza me tomó del brazo
con fuerza empujándome hacia un rincón pues en ese instante pasaba
una pareja. Los enamorados siguieron de largo y aprovechamos para
salir con premura. Tomamos las bicicletas y continuamos el vía
crucis hacia la entrada, caminando. Mucho público ya comenzaba a
pasear por los senderos y nos confundimos con el gentío. Fuimos
directo al bar dejando allí en depósito las bicicletas y
seguidamente al río. Hacía mucho calor y la frescura del agua era
sumamente reconfortante. La tensión disminuyó viendo que habíamos
pasado inadvertidos. Nadamos, a favor de la tenue corriente, hasta la
zona de bosques muy tupidos donde salimos para descansar y echarnos a
la sombra de algún árbol. En un lugar con pasto fresco,
despatarrados insolentemente, disfrutamos de un pequeño y merecido
descanso.
-¿Por qué el mecanismo de
cierre fue distinto al de apertura?- Preguntó Lecón mirando la copa
del árbol que nos hacía sombra.
-Quizá lo estén cambiando por
etapas o podría ser doble por alguna falla. Tú tocaste el punto
correcto y al no funcionar debe haber un mecanismo de reemplazo y el
único posible era el ya conocido por nosotros. La articulación
doble es útil en caso de desperfecto, recuerda que además es un
laboratorio y se trata probablemente de la sección más importante
de todas. Lo gigantesco del subsuelo lo avala-. Reflexioné siguiendo
con la vista a un pájaro en su saltar de rama en rama.
-¿Qué ironía catacumbas
debajo de un vía crucis-. Suspiró Augusto.
-Más ironía es poner un
laboratorio de drogas en esas catacumbas-.
-Bueno pero eso lo hacen para
despistar. ¿Quién va a sospechar que exista elaboración de cocaína
debajo de un vía crucis?- Manifestó Augusto jugando con un gusanito
depositado en su pecho y caído del árbol.
-Tú sospechaste-.
-Pasa que yo soy un intuitivo-.
Pontificó Augusto Lecón levantándose a colocar el bichito
nuevamente en el árbol y sonriendo con picardía.
Mientras Lecón se sentaba sobre
una rama caída y se exponía al sol yo continué echado a la sombra
aprovechando el interludio para contarle someramente lo acaecido por
la mañana con la soberbia muchacha que me había fascinado. La parte
del contrato con el carnicero la soslayé bastante por temor a ser
considerado un mirón y porque mi frustración fue intolerable; más
bien hice hincapié en la entrada del carnicero en la casa de
enfrente (sí, yo lo envidiaba por la otra entrada aunque ¡el tonto
la hizo tan fugaz!). La conjunción de la persona del carnicero con
uno de los que cargaron el helicóptero, demostraba la complicidad de
los habitantes de la villa en las actividades delictivas. Según
Lecón no sería el único que era partícipe de la banda mafiosa; la
mayoría de la gente influyente del vecindario, incluido el "Cacho,
vamos todavía"...apañaban a los mafiosos y recibirían fuertes
recompensas ya sea por su colaboración activa o por su silencio.
-Sólo falta concurrir a la
junta de notables en la casa amarilla algún mediodía-. Farfulló
repentinamente Augusto Lecón.
-¡Estás loco! Nos prenderían
de inmediato y quizá nos hagan desaparecer. Esta gente no tiene
escrúpulos. Son delincuentes de máxima peligrosidad-. Exclamé
angustiado porque presentía las acciones de Lecón.
El camino de regreso no lo
hicimos por el atajo sino por la ruta ordinaria; era necesario no
llamar la atención y tomar el atajo, que se iniciaba en la parte
posterior del vía crucis, lo era. Además volver por esa zona nos
daba temor; la expedición a las catacumbas todavía vagaba en
nuestros cerebros y no debíamos tentar al azar. El ejercicio nos
sirvió para aliviar el cúmulo de tensiones de los últimos días.
Al llegar al pueblo decidimos que, luego de darnos un buen baño con
jabón (el tránsito de los embalajes por el río nos tenía
sugestionados) cenaríamos temprano y tranquilos.
Luego de una exquisita comida y
mientras tomábamos un café, solo Lecón y con crema yo, reapareció
"Beto" que nos tenía olvidados. El muchacho se excusó por
no haberse puesto en contacto con nosotros antes; nos contó que
estuvo muy resfriado permaneciendo en su casa acostado. Nos dijo que
mucha gente en el pueblo hablaba en contra nuestra; al preguntarle
porqué nos respondió: "no hacen la vuelta del perro; después
del primer día, nunca más". Lecón sonrió por la importancia
que le daba la gente a un ritual pero a mí me resultó muy
significativo que un simple paseo sea determinante para refunfuñar.
Algo de nosotros no les caía bien. De pronto di mi palma derecha
contra la frente y brinqué en la silla; al momento reí de buena
gana. Lecón me miró sin entender y "Beto" rió por
contagiosa imitación. A la pregunta ¿qué pasa? de Lecón,
respondí: "luego te explico" mirando de soslayo a "Beto".
Lecón, buen entendedor no insistió a pesar de su curiosidad. Nos
quedamos en el bar hasta la hora acostumbrada para "la vuelta
del perro" para así complacer a los lugareños. Al iniciarse el
rito salimos del local los tres ("Beto" nos quiso acompañar
"para compensar el tiempo que estuve en cama", dijo). Al
caminar lentamente por la vereda, a pocos metros del bar, vimos,
delante nuestro, a un señor que estaba pegando a un niño. En el
preciso segundo que la mano cerrada del hombre iba a caer nuevamente
sobre la cabecita del chiquilín en forma de coscorrón, Lecón saltó
y frenó la mano ante la perplejidad del padre; éste reaccionó
molesto y enfrentó a Lecón: -Es mi hijo y le puedo pegar. Ud. no se
meta-. El hombre se puso furibundo al continuar Lecón aferrando su
muñeca pero éste con voz meliflua dijo: -Señor, no deseo
importunarlo sólo busco ayudar; tranquilícese. A ver ¿qué hizo el
niño?-
-Comió estas frutas verdes. Le
hacen mal y después está todo el día descompuesto. Siempre hace lo
mismo. Nos tiene cansados. Algún día le va a pasar algo grave. No
aprende más-. Profirió el padre a borbotones.
-¡Uy! Ud. tiene razón; es muy
grave lo que hizo su hijo-. Dijo Lecón con expresión de profunda
preocupación y luego dirigiéndose al párvulo y agachándose para
ponerse a su nivel continuó:
-Tu papito tiene razón pero si
tú le prometes que vas a tratar de no comer las frutas cuando están
inmaduras él te promete que no te pegará más. ¿Estás de acuerdo
muchacho?- Dijo Lecón acariciando la cabecita antes golpeada y
guiñándole un ojo; esto último sólo lo vio el niño, yo me enteré
luego.
Lecón se puso de pie y
dirigiéndose al padre le pidió, previo guiño de un ojo que sólo
vio el señor (yo me enteré luego):
-Señor, prometa a su hijo que
no le pegará más si él no come las frutas inmaduras como Ud.... le
pide. A ver dense la mano para sellar el pacto de amistad-. Pidió
Augusto Lecón levantando en brazos a la criatura y poniéndola a la
altura del padre.
Primero se dieron la mano, como
requería el árbitro, pero luego el papá abrazó tiernamente a su
hijo y ambos, el adulto llevando al niño sobre los hombros mientras
éste reía feliz, se perdieron al dar vuelta a la esquina.
Dimos tres "vuelta del
perro" bajo la atenta mirada de los paseantes que ya en número
apreciable comenzaban el ritual. "Beto" caminaba junto a
nosotros comentando aspectos de la vida en el poblado que yo
escuchaba con poco interés al contrario de Lecón que le formulaba
numerosas preguntas. Finalmente, las voces de mi amigo y del muchacho
llegaban a mis oídos como un apagado eco. Mi mente divagaba, como en
una calidoscópica cabriola surgían recuerdos de un pasado lejano:
una novia querida en un pueblo querido... El torrente de imágenes
volcóse en un presente incierto. La clara noción de los peligros
que nos acechaban comenzó a opacar la dulce remembranza. Salí del
letargo al escuchar la voz de Augusto: -Y tú Javier, ¿qué opinas?-
-Coincido contigo-. Afirmé
maquinalmente.
"Beto" encontró a
unos amigos y se alejó con ellos hacia un extremo de la alargada
plaza. Nosotros nos sentamos en un banco mirando pasar a la gente que
nos saludaba.
-¡Qué error cometí!- Exclamó
Augusto con un suspiro.
-¿A qué te refieres?- Pregunté
despreocupadamente.
-Todo el episodio del niño
sirvió para llamar la atención sobre nosotros pero no pude
contenerme. No acepto que le peguen a un niño y mucho menos estando
yo presente o cerca. Si me parece una locura pegarle a un adulto
imagina lo que es pegar a una criatura. Hay padres que no merecen
serlo. No comprenden que sus hijos son niños y les exigen una
conducta adulta que ni siquiera ellos tienen. Me parece que tú,
Javier, tienes razón: la sociedad está neurótica; a lo menos la
mayoría-. Admitió mi amigo con tristeza y haciendo un juego de
palabras que me hizo sonreír.
Hubo un corto silencio que yo
interrumpí para quitarlo de su tribulación y volverlo
paulatinamente a la temible realidad circundante.
-¿Qué contaba "Beto"
hace un rato. Yo me distraje y no alcancé a escuchar un relato que
te hizo sonreír-.
-Parece que en una casa hay una
imagen de la Virgen María que llora lágrimas de sangre. Todo el
pueblo está convulsionado pues se piensa en un milagro ya que lo
vieron más de cuarenta personas. Es una pintura sobre azulejos y
rodeada de un marco de madera. Un adolescente, amigo de "Beto",
lo vio por primera vez y llamó a la familia que de inmediato hizo lo
propio con los vecinos de la cuadra. Como te decía más de cuarenta
personas acudieron al instante y vieron caer de los ojos hilos de
sangre que, chorreando, llegaron casi hasta el piso. Todos afirmaron
que era sangre y por consiguiente, un milagro. Dicen que la Virgen
llora sangre por la maldad de la gente-. Concluyó Lecón mirando la
punta de sus pies.
-¿Recuerdas lo que te conté
los otros días acerca de lo que vi por televisión?- Pregunté, ya
un poco más interesado.
-Precisamente. En la gran
capital y en un pueblo de la zona rural suceden las mismas cosas.
Aunque también podría ser que alguien trata de llamar la atención
o distraer. La gente entretenida no piensa. El pan y circo de los
romanos está vigente pues, como tú dices, la naturaleza humana no
cambió es siempre la misma-. Reafirmó Augusto mientras que, con la
punta de un pie, intentaba hacer un hoyo en el pequeño trozo de
tierra que rodeaba al banco.
-A propósito, ¿no estarán por
ejecutar alguna operación gorda?- Dije dando un respingo.
-A eso quería llegar. Distraer
a la gente para accionar. Mañana al mediodía seguro que hay una
junta especial en la casa amarilla. Debemos actuar nosotros y luego
emigrar. Estoy seguro de que ya sospechan de nosotros. Como tú dices
los delincuentes son tan observadores como los detectives. El asunto
del niño golpeado nos delató-. Aseveró Augusto levantándose para
continuar caminando previa mirada de consulta conmigo.
-Como haremos para entrar en la
casa amarilla. Debe estar custodiada por todos lados; el acceso será
imposible-. Dije moviendo las manos abiertas en sentido vertical.
-Nada es imposible. A lo más:
altamente improbable-. Lecón, sonriendo, remedó una frase mía.
Dimos una última "vuelta
del perro" y regresamos a la habitación. Antes de apagar la luz
Augusto me pidió que pusiera la alarma del reloj para no quedarnos
dormidos. Agregó que debíamos hacer un trabajo previo antes de
intentar introducirnos en la casa amarilla. Curioso, indagué cual
sería ese trabajo pero un ronquido (me quedó la duda de si fue real
o ficticio) contestóme desde la otra cama.
La alarma fue superflua.
Desperté mucho antes. Dicen algunos que me conocen bien que tengo un
reloj interior ya que siempre sé que hora es, acertando con
variación de, a lo sumo, diez minutos; en cuanto a despertarme
siempre lo hago antes de sonar la alarma; ésta la pongo por las
dudas...
Me afeité, como siempre, con
parsimonia y antes de pispiar a través de la persiana contemplé a
Lecón que, como siempre, dormía despatarrado. Serían las nueve y
media cuando Augusto despertó y sentándose en la cama restregó sus
ojos, como siempre, saludando cortésmente.
-Parece que siempre te levantas
de buen humor-. Dije desde mi puesto de observación.
-El buen humor es la clave para
vivir mejor y más años-. Discurrió el filósofo y se dirigió al
baño.
Mientras terminábamos de
vestirnos para salir, Augusto, frunciendo las cejas inquirió: -ayer
me quedó una incógnita, esperé que tú solo la dilucidaras al irse
"Beto" pero no lo hiciste. Posteriormente pasó, ahora la
recuerdo: ¿por qué te golpeaste la frente en el bar?
-De pronto pensé que quizá
llamaba la atención a la gente del pueblo que dos tipos grandes como
nosotros estuviéramos siempre juntos. La maledicencia en los
poblados rurales es proverbial. Di un salto golpeando la frente con
la palma de mi mano pues pensé que los lugareños imaginarían
fantasías eróticas entre nosotros, bueno que seríamos
homosexuales. Rematarían la cosa viendo que ocupábamos la misma
habitación. Por eso me reí tanto-. Comenté volviendo a reír.
-Ahora que lo pienso, hubiera
sido una buena idea pasar por homosexuales quizá no hubiesen
sospechado de nuestras intenciones y hubiéramos podido trabajar unos
días más. Como están las cosas deberíamos irnos hoy sin falta-.
Reflexionó Augusto.
-No habríamos podido fingir. Yo
miro a todas las mujeres que pasan sin darme cuenta y tú haces lo
mismo pero un poco más disimuladamente. En algún momento las
miradas nos hubiesen denunciado. Además nuestros movimientos son
algo rudos ¿no te parece?- Expuse con lógica.
-Yo soy delicado-. Deslizó
Lecón mariposeando.
Ante mi risa siguió actuando
hasta tropezar con una mesa dando de lleno con sus genitales en el
borde de la misma. Un grito de dolor del pobre payaso hizo que me
acercara solícito para levantarlo pues había caído sobre el piso.
Al intentar ayudarlo para recostarlo sobre la cama, Augusto dio un
ágil salto poniéndose de pie. Riendo apostilló:
-Viste como te engañé. La
punta de la mesa la coloqué por debajo de mis genitales, por
supuesto que a propósito, y fingí todo lo demás. Pero tienes
razón, pude hacerlo porque todo fue cosa de un momento. En períodos
más largos ya no podría actuar; me denunciaría algún movimiento.
Como tú dices los dos somos un poco brutos para movernos. No es
fácil representar el papel de afeminado por eso los actores que lo
hacen o son muy buenos o son...-. Concluyó Augusto su corta y buena
comedia.
-Es hora de salir. Comamos algo
en el bar y elaboremos una estrategia-. Manifesté mirando a Lecón
ya que él tomaba su bolso preludio de alguna maniobra extraña.
Salimos sin las bicicletas. En
rigor y de acuerdo con lo hablado de irnos ese día, podríamos haber
aprovechado para devolverlas pero ese dato hubiese denunciado nuestra
próxima partida, información ésta que deseábamos ocultar. Así es
que fuimos directo al bar a tomar un copioso desayuno. Comimos sin
hablar pues el tiempo apremiaba y, según Augusto, había una tarea
previa.
-¿Qué llevas en el bolso? Es
de día, las linternas no sirven-. Dije con ironía.
-No sólo de linternas viven los
detectives-. Replicó sarcásticamente.
-¿Quieres actuar de mochilero?-
Insistí con sorna.
-No. Voy a actuar de fotógrafo-.
Remató Augusto Lecón sonriente.
Faltaba poco menos de una hora
para el mediodía. Las juntas se celebraban puntualmente a las doce y
los integrantes llegaban, por mis observaciones a través de las
persianas, casi sobre la hora; vale decir que faltaba un buen rato
para el momento culminante. Lecón decidió salir del bar pero en
dirección opuesta a la casa de las citas. Al pasar por la carnicería
miré de soslayo; el carnicero estaba atendiendo a clientes que
llenaban el local. Augusto caminó con paso lento hacia la iglesia;
yo iba a su lado pero el nerviosismo impedía un diálogo que hubiese
resultado bueno para disimular ante la gente. Subimos las escalinatas
y penetramos en la iglesia. Yo ignoraba la tarea previa que mi amigo
había mencionado. Me senté en la punta de uno de los bancos y sobre
la izquierda mirando hacia el altar principal. Lecón avanzó por un
lateral y desapareció, previo ademán tranquilizador, en los fondos.
Pasaron varios minutos hasta que decidí ir a averiguar qué estaba
sucediendo. Con paso ceremonioso fui llegando hasta el altar y con
displicencia entré por una puerta lateral a una sala que hacía las
veces de capilla con un pequeño altar en un costado. Al lado, otra
puerta que también traspasé aunque haciendo un pequeño ruido pues
sus goznes no estaban lubricados. Esto me intranquilizó pero
rápidamente recuperé la calma al ver a Lecón lo más orondo
charlando con un cura y sacando fotos del lugar y con el sacerdote
posando. Al verme entrar, Augusto saludó al prelado con aparatosidad
y me hizo seña para salir no por la entrada sino por los fondos de
la iglesia previa anuencia del clérigo quien inclinó su cabeza
cortésmente. Bajamos una pequeña escalera y una vez en la vereda
Lecón me indicó que nos hallábamos cerca de la casa amarilla pero
en la parte de atrás.
-Igual no podremos entrar; está
edificada toda la cuadra. Justo en el contrafrente de la casa
amarilla hay otra casa habitada. No existen pasadizos o corredores-.
Dije sin entender lo que Augusto quería hacer.
-¿Observaste que la iglesia
tiene la escalinata del frente más alta, con más peldaños, que
esta escalera del contrafrente? ¿Qué te indica esto?- Preguntó
Augusto con picardía pues él ya sabría el porqué.
-El suelo no está en declive;
es perfectamente horizontal. La única explicación que se me ocurre
es que el frente, la parte principal, tiene cimientos más elevados-.
Manifesté indeciso.
-La parte principal ocupa dos
tercios de la superficie total. Allí es donde se reúnen los fieles
y donde está el altar mayor. Luego viene la capilla y las salitas
hasta salir por el contrafrente; a los costados se hallan los
dormitorios, cocina, baños, etc., digamos la porción doméstica. El
desnivel puede significar varias cosas pero lo importante es que
existe y no es lógico. Intuyo que algo oculta. Luego veremos-.
Apreció Lecón postergando algo que me dejó muy preocupado.
-¿Cómo entraremos a la casa
amarilla?- Insistí al ver que se aproximaba la hora de la junta.
-La casa amarilla termina en una
terraza casi tan alta como la iglesia; desde allí se supone que la
vista del pueblo ha de ser magnífica. Dos curiosos turistas podrían
querer sacar fotografías desde mirador tan elevado para promover
luego el turismo hacia un pueblo tan pintoresco, ¿no te parece?-
Preguntó Lecón con sorna.
-Sí pero ¡quién te va a dejar
subir!- Exclamé con suficiencia y juntando los dedos al tiempo que
movía mi mano derecha.
-La doméstica de la casa; por
la puerta lateral, de servicio, ella acudirá y le mostraré esta
autorización del señor cura para subir a la terraza y tomar
fotografías-. Explicó Augusto mientras exhibía una nota.
-Esto es un galimatías; más
ininteligible imposible pero...tiene membrete de la iglesia. Ahora
entiendo, tú tomaste el papel y escribiste cualquier cosa con letra
imposible de leer-. Afirmé riendo.
-Yo no lo tomé; me lo dio el
cura para anotar el número de la foto y el lugar que estaba
fotografiando. ¡Mi memoria es tan endeble!- Aclaró Augusto con un
mohín tan cómico que estallé en otra carcajada.
Caminamos hacia la casa amarilla
que se hallaba casi sobre la esquina; la puerta de servicio no daba a
la calle donde teníamos nuestra habitación sino a la perpendicular.
Faltaba muy poco para las doce y Augusto me pidió que pusiera mi
mejor cara de excursionista. Los veraneantes suelen tener una
expresión inconfundible de sorpresa, buen humor y curiosidad. Todo
dependía de la muchacha que nos recibiera y del membrete que tenía
un grabado muy peculiar: la ilustración con el edificio de la
iglesia en la parte superior izquierda. Lecón puso una cara tan
tonta como la mejor de su repertorio al tiempo que su índice derecho
oprimía el timbre con toque breve. A los pocos segundos apareció
una joven bonita y sonriente, quien, con voz melodiosa nos preguntó
qué deseábamos. Augusto, con palabras entrecortadas le dijo que
éramos turistas de un país limítrofe y deseábamos tomar
fotografías desde la terraza para que nuestros compatriotas supieran
del pueblo y vinieran a conocerlo; agregó que el párroco de la
iglesia nos había pedido que sacáramos fotos también para él ya
que teníamos máquinas muy buenas. Mientras le mostraba las cámaras
(en su bolso tenía dos) extrajo el papel señalando el membrete. La
muchacha entusiasmada con los aparatos prestó poca importancia al
papel y sólo miró la ilustración con el edificio de la iglesia que
el dedo de Lecón marcaba; éste puso la cámara fotográfica más
pequeña en las manos de ella y le pidió que nos tomara una
fotografía a los dos en la calle con la iglesia de fondo. La joven,
cada vez más hechizada con el manejo del aparato quiso saber como se
manipulaba y mi amigo estuvo cinco minutos explicándole el uso
correcto con todos los artificios de apertura del diafragma y las
velocidades aunque al final remató la clase aclarando que se podía
hacer todo en forma automática. La mujer ya estaba como hipnotizada
colgándose la pequeña maravilla del cuello y enfocando hacia todos
lados. Lecón tomándola del brazo suavemente entró en la casa
seguido por mí; ella continuaba con la máquina en sus ojos
fascinada mientras Augusto le pedía que sacara fotos del hermoso
patio con flores. Luego yo intervine diciéndole con voz muy
acariciante y lo más tierna que pude (los minutos iban pasando y la
terraza estaba lejos) que nos permitiera subir. Ella gentilmente nos
indicó la escalera y fue allí que Augusto Lecón hizo la jugada
maestra. En una maceta había una planta muy exótica con flores más
raras aún. La chica comenzó a subir la escalera y Augusto con una
seña me indicó que la siguiese mientras él fingía entretenerse
fotografiando la extraña flor con una abeja libando. La mujer subía
lentamente, siempre con la cámara en sus ojos y oprimiendo el
obturador a cada instante, seguida por mí que de paso me solazaba
con sus piernas y demás. Un temor surgió cuando pensé que podía
agotarse el cartucho ya que la mujer continuaba tomando fotos a
diestra y siniestra. Pero la suerte estaba echada y si ello sucedía
yo, careciendo de otro cartucho con película, debería pedir a Lecón
y por ende bajar al patio donde él estaba...me di vuelta para verlo
y en el patiecito no había nadie. La flor y la abeja estaban sin
visitas...el turista de voz meliflua y ronroneo que acaricia había
desaparecido. Sólo me quedaba entretener lo más que pudiera a la
joven y esperar que Lecón regresase. Ella prescindía de todo menos
de la cámara fotográfica que la tenía encandilada y una vez en la
terraza me pidió si podía tomar las fotos que necesitábamos para
los compatriotas. Obviamente asentí y la incentivé señalando
paisajes a un lado y a otro; el disparador de la cámara continuaba
su metralla movido por los finos dedos de la ninfa sin agotarse ni
ella ni el cartucho. Si bien era un cartucho especial con un cargador
mucho mayor que el convencional mi idea era que ya estaría agotado
pero en este caso se trababa el mecanismo y ello no sucedía. Sólo
quedaba suponer...que la cámara estaba vacía.
Sin decir nada yo la dejaba
hacer y me entretenía mirándola pues era una soberbia mujer. De
belleza poco común; rostro cuadrado con salientes pómulos y ojos
almendrados de color azul con una mirada cándida y alegre; las
pequeñas arrugas que se le formaban hacia las sienes me recordaban a
la Gioconda: sonreía con los ojos además de sus labios. Estos eran
gruesos y cortos: una boquita que parecía besar constantemente. La
nariz recta, corta y de fosas nasales que aleteaban al reír. Sí,
había comenzado a reír pues yo sin darme cuenta la estaba
acariciando; mis manos rozaban sus cabellos de color trigo maduro.
Ella giraba su cabeza acentuando la caricia. Cerrando los ojos
abandonó la cámara colgante sobre su pecho que palpitó con fuerza.
Sus labios se ofrecieron como fruta madura. Yo la estreché firme
pero con ternura tomándola de la cintura. Sentí su vientre oscilar
suave mientras el beso se tornaba húmedo. Su actitud era erótica
pero con un alto contenido de ternura que me arrobaba. De repente
susurró en mis oídos: -cuando subíamos la escalera mirabas mis
piernas y mis muslos; yo sentí esa mirada y todo mi cuerpo se
estremeció. No sé lo que me pasa pero te quiero tener así apretado
contra mí. Te vi en el balneario nadar y quedé prendada. Cuando
apareciste en la puerta con tu amigo mi corazón dio un salto. Fingí
interesarme en esta tonta cámara y simulé tomar ridículas
fotografías para atraerte dentro de la casa. Subí la escalera
delante tuyo para mostrarte mis piernas, mis muslos y mi ropa
interior; así busqué seducirte para llamar tu atención. Por suerte
tu amigo se dio cuenta y nos dejó solos en la terraza. Es astuto el
caballero quiere tomar fotos del interior de la casa, seguro que la
flor no le interesa. La casa por dentro no vale nada; casi ni muebles
tiene pero nos dejó solos que es lo que yo quería. Quédate así,
apoyado sobre mí y bésame, bésame mucho-.
La estupenda muchacha me
abrazaba con fuerza y besaba con ternura. Yo no entendía nada de lo
que estaba pasando. Por un momento pensé que pudiera ser una trampa
ya que ella sabía de nuestras intenciones pero luego, ante la
efusividad y ternura de la mujer, cambié de opinión. Sus besos eran
delicados y a la vez apasionados. Parecía sentir todo lo que había
dicho. Yo soy por naturaleza escéptico y desconfiado. La imagen de
ser admirado en el balneario no era muy potable para mí
pero...podría ser. Mi aspecto no es el de un adonis ni nada por el
estilo; soy delgado poco musculoso y mis facciones son comunes. A las
mujeres no les llamo la atención por mi apariencia en cambio sí por
la conversación, por las ideas, por la personalidad interior, es
decir, que si una mujer se interesa por mí debe conocerme antes. Si
me conoce puede ser que llegara a sentir lo que la joven estaba
diciendo pero así...me resultaba estrafalario. Dicen que sobre
gustos...
Los minutos pasaban y la mujer
iba excitándose paulatinamente; obvio que yo estaba en ascuas. Ella
refregaba su sexo sobre el mío que hacía rato estaba erguido y
aplastado entre las columnas de sus muslos. Teníamos aún la ropa en
su lugar, sólo el restregar de ella sobre mí y nada más. La
situación era complicada pues yo ignoraba lo que podría estar
pasando con Lecón; si nos descubrían era probable que nos
eliminaran. Esa gente no andaría con escrúpulos de ningún orden.
No sabía como continuar pues si me abandonaba a la lujuria podíamos
fracasar. La mujer dejó de besarme y suspirando deslizó su mano
derecha, que había mantenido sobre mi espalda, para bajar el cierre
de mi pantalón con el propósito de sacar el miembro. En ese punto
ya no podía contenerme y mientras ella lo acariciaba yo levanté su
vestido; fue en ese instante que oímos la voz de Augusto Lecón,
quien asomado desde la escalera, me intimaba a salir pues el señor
párroco nos llamaba desde la calle. Aproveché para abandonar el
bastión amoroso y tomando la cámara del cuello de mi amiga le
solicité paciencia y vernos por la noche en la "vuelta del
perro". Ella quedó paralizada por lo rápido de los sucesos
permitiendo mis movimientos de huída.
Una vez en la calle Augusto me
pidió que camináramos lo más rápido posible pero sin llamar la
atención. El andar se hizo casi un trote al ver a mi amigo muy
asustado y temblando.
En pocos minutos ya estábamos
en nuestra habitación jadeantes más por la emoción que por el
ejercicio.
Repantigado en un cómodo sillón
Augusto tomaba un refresco mientras que yo optaba por echarme sobre
mi cama con las manos cruzadas en la nuca y mirando el techo. La
tensión había disminuido bastante y era la ocasión propicia para
contarnos mutuamente lo sucedido. Por mi parte lo mío no era
trascendente y opté por incitar a Lecón a contar lo suyo; éste me
miró desde el sillón y sonriendo con picardía proclamó: -¡qué
el postre quede para el final!-
Al dejar a la flor y a su
visitante, la abeja, Lecón con mucha cautela se internó en la casa.
De una lejana habitación se oían voces airadas: parecía una grave
discusión. Cruzó tres cuartos escasamente amueblados y se ubicó
detrás de un mueble muy antiguo y aledaño al lugar donde discutían.
Como le pareció que podía acercarse aún más se retiró del
escondite para entrar en la misma habitación de la polémica
agachado y sin hacer el menor ruido. Se ubicó debajo de un
escritorio en un rincón del amplio salón. En el otro extremo
alrededor de una gran mesa redonda vio a la viuda y a su alátere
principal (el que dirigía la carga del helicóptero en la casa
grande), al carnicero, a uno que llamaban "Cacho", al dueño
del bar, y a unas quince personas más, algunas de las cuales se
hallaban de pie en torno de un señor corpulento y de lento hablar al
que llamaban "Excelencia". Lo que más le impresionó fue
que mascullaban en una jerga codificada; era lengua castellana pero
con códigos ignotos, similares a los que emplean los jóvenes aunque
con muchos más vocablos de significado incierto y variable. Pudo
colegir que estaban en problemas serios con otra banda mafiosa y que
se disputaban un territorio muy grande. Aparentemente el otro sector
había decidido enfrentarlos en lucha abierta denunciando a los
funcionarios que estuviesen implicados en los distintos gobiernos en
operaciones clandestinas de armas y de drogas químicas del primer
grupo. Si esta amenaza se cumplía numerosos contactos que este grupo
tenía en casi todos los Estados se verían afectados por
investigaciones de la Justicia. El problema era que este grupo no
tenía, como el otro, los nombres de los funcionarios envueltos en
los negocios de la segunda banda. La información con los nombres era
de vital importancia pues si la Justicia intervenía podrían
aparecer los "cerebros" ya que los nombres eran en todos
los casos de intermediarios altos que para defenderse podrían hablar
o intentar la impunidad. En un momento en que la junta de notables
incrementó el volumen de las voces, discutieron varios hablando al
mismo tiempo, aprovechó Lecón para tomar algunas fotografías.
Lecón decidió irse pues ya había cumplido el objetivo y retrocedió
agachado saliendo de debajo del escritorio con tan poca suerte que
chocó con un sillón. Si bien el ruido fue tenue sirvió para que
uno de los custodios, las personas de pie que rodeaban a su
"Excelencia", se acercara al sitio donde estaba Lecón;
éste regresó al escondite debajo del escritorio y casi sin respirar
vio como el enorme guardia pasaba de largo para revisar las
habitaciones. A los pocos segundos regresó satisfecho de su pesquisa
y tomando algo del escritorio (debajo Lecón casi se desmayó del
susto) volvió junto a sus compinches. Augusto, ahora sin tocar el
sillón, fue retrocediendo con sumo cuidado pero con la rapidez que
le otorgaba el miedo. En realidad lo que hizo Lecón fue una hazaña
pues meterse en la madriguera y a pocos metros de los bandidos sólo
puede hacerlo un...intuitivo.
El peligro rondó en la fuga de
Augusto hasta llegar al patio porque uno de los partícipes de la
reunión se levantó, presuntamente para ir al baño, y rozó el
brazo derecho de Lecón que, al verlo llegar, se había escondido
detrás de un cortinaje; el maleante creyó probablemente estregar la
pesada tela y lo pasó por alto con un ademán de molestia y un
improperio de bestia.
-Y a ti, ¿cómo te fue con la
cariñosa muchacha?- Preguntó Augusto con sarcasmo.
Conté rápidamente el romántico
encuentro soslayando al principio las palabras de la mujer que nos
ponían en ridículo. Augusto Lecón no merecía el menosprecio de
ella pero como quizá fuere un dato importante finalmente narré
todos los pormenores del flirteo. Mi amigo rió de buena gana al
enterarse de que había interrumpido en el momento culminante y para
consolarme anunció: "ya nos vamos a desquitar".
En cuanto a la perspicacia de la
muchacha lo dejó pensando, como a mí, y al cabo señaló que podría
ser verdad ya que él había visto a una mujer observarnos con
detenimiento en el balneario. No estaba seguro de que fuese la chica
de la casa amarilla pero sí lo estaba, por haberle sorprendido, del
acoso visual de una mujer sobre nosotros. Augusto razonaba en el
mismo sentido que yo: no éramos hombres que llamáramos la atención
por el aspecto físico. Salvo que fuera ella la denunciante y la
pesquisante que había mencionado el señor que llamaban "Excelencia"
ya que faltaba agregar que Lecón escuchó en la junta de notables
referir por ése señor: "los detectives han llegado y parece
que son dos estúpidos; tengo una persona al acecho..."
-Como verás debemos escapar ya.
A ése "Excelencia" me parece que lo conozco; en algún
lado lo he visto. Tengo su fotografía y luego investigaremos.
Prepara tus cosas y huyamos. Dentro de una hora tenemos un ómnibus
para la capital. No alertemos a la dueña de esta casa. Dejemos en la
mesa un sobre con el dinero de la estadía y una nota agradeciendo su
hospitalidad. A esta hora debe estar viendo televisión, bueno en
rigor ve televisión todo el día, salgamos por la parte de atrás
como aquella vez-. Solicitó Lecón con tono temeroso.
-¿No estarás exagerando un
poco?- Pregunté molesto por el apuro.
Augusto Lecón me miró
atentamente y luego pesando cada palabra puntualizó: -Mi intuición
dice que corremos serio peligro. Si nos ven esta noche en la "vuelta
del perro" nos eliminan. Mi intuición agrega que deberías dar
por cancelada tu cita; pues es eso ¿verdad?-
Prontamente hicimos el equipaje.
El argumento de Augusto era concluyente para mí; su intuición era
un hecho comprobado.
Dejamos la nota y el dinero
sobre la mesa, aclarando que debíamos viajar urgente y por ello no
la despertábamos para saludarla. A la dueña de casa le daría la
impresión de que viajábamos por la noche tarde. Con sigilo salimos
hacia los fondos por un corredor viendo a la señora sentada en su
sillón favorito dormitando frente al televisor. La máxima
precaución la tomamos en el instante de abrir la puerta que daba al
jardín trasero; al hacerlo, con la cautela que requería la
circunstancia, oímos la voz de la anciana: -cierren bien la puerta
muchachos; ¡qué se diviertan!-...
Al subir al ómnibus nos
ubicamos prontamente en las butacas. La intención de pasar
desapercibidos se mantenía a pesar de los reveses. No siempre se
consigue lo que uno desea y busca. Hay que saber aceptar las
contingencias y comprender los vericuetos del azar.
Al ponerse en marcha el motor el
sonido nos pareció la quinta sinfonía de Beethoven en sus acordes
iniciales.
-Hay algo que todavía no tengo
claro-. Dije mirando a Lecón con expresión dubitativa y juntando
los dedos de ambas manos como si rogara.
-Es una enorme telaraña. Así
de fácil-. Manifestó Lecón cerrando los ojos y moviendo la cabeza
al compás del motor.
-¿Por qué la escalera
principal es más alta que la del contrafrente?- Pregunté
enigmáticamente.
-Intuyo que debajo puede haber
algo extraño. No tuvimos tiempo de constatarlo pero el sitio es un
buen escondrijo ¿quién buscaría allí?- Respondió Augusto Lecón
parafraseando el tono de misterio.
Entramos en el despacho de Hugo
con una consigna: hablar lo menos posible de nuestra excursión a la
villa.
La bella secretaria nos hizo
pasar y como de costumbre el funcionario no estaba presente. Con la
gentileza acostumbrada nos invitó con bebidas para todos los gustos.
Un té con limón para mí y un té cortado con crema para Augusto
fue lo apetecido en detrimento de bebidas más espirituosas guardadas
celosamente en un armario. Yo no estaba con exceso de buen humor así
que opté por no deleitarme con las magníficas criaturas que
deambulaban de una oficina a la otra y guardé silencio ensimismado
en pensamientos y proyectos. En cambio Lecón jugueteaba con las
chicas haciéndolas reír con sus payasadas. Parecía que Augusto
estaba de muy buen humor y lentamente fue contagiando a todos con las
morisquetas que hacía y los chistes que contaba. Es necesario
admitir que el buen humor hace que la vida sea más agradable y
además mucho más saludable. Por supuesto que esto no debe hacernos
perder el sentido crítico pero hasta las críticas más agudas se
pueden (y deberían) hacerse con alegría. El recurso es la ironía;
a través de ésta se logran mejores resultados que actuando con
amargura. Con estos pensamientos fui agregándome a la vorágine
liderada por Lecón y en pocos minutos las oficinas eran un jolgorio.
Si eso continuaba se corría el riesgo de transformar los asépticos
y burocráticos despachos en una sucursal de la mansión del placer;
era menester poner coto al inicio del desenfreno y para ello protesté
con voz tonante pero que se diluyó en el regocijo generalizado. Sólo
quedaba un recurso y lo llevé a la práctica; con tono ronco y serio
espeté: "señores, allí viene el Jefe". Dio resultado.
Arrellanado en su sillón y
tomando su café solo doble, Hugo nos ametralló literalmente con
preguntas. Me resultó extraño que supiera detalles de lo acontecido
sin que nosotros hubiésemos comentado algo; era evidente que nos
espiaba por medio de algún pesquisante o similar. Fugazmente pensé
que la información podría haberle llegado por otros medios pero
deseché estas ideas paranoicas. Lo real y concreto es que sabía de
nuestra excursión mucho más que lo dicho por nosotros. Finalmente
al preguntarle yo cómo lo sabía, él respondió: -por los diarios-
y extendió un periódico del pueblo que rezaba con grandes titulares
en su tercera página "DOS FORAJIDOS REVOLUCIONAN A LAS FLORES".
Leí ávidamente su contenido y luego se lo pasé a Lecón. La
intuición de Augusto fue correcta: los mafiosos nos buscaban para
eliminarnos; si no hubiéramos huido lo habrían conseguido. Parece
que la muchacha, al no acudir yo a la cita de la "vuelta del
perro", despechada, contó a sus patrones lo acontecido. Estos,
rápidos, conjeturaron que dos espías habían estado en la casa; la
variante era que dedujeron (no lo decía, obvio, el diario) que se
trataría de miembros de la segunda banda competidora. Para
prevenirse armaron todo el jaleo publicitario en los medios de
comunicación. ¡Qué paradoja, nosotros informantes del segundo
"cártel"! Parece que Augusto dedujo lo mismo que yo pues
su expresión seria al comenzar la lectura se trastrocó en risa
ahogada al terminar. Me miró con ojos pícaros y masculló
dirigiéndose a Hugo: -no es por nosotros; debe haber algún espía
que hizo todo eso que cuenta el periódico. Observa que menciona a
dos "buenos mozos" y nosotros no tenemos nada de
atractivos. Además dice que sedujeron a una mucama para entrar en la
casa. Míranos bien, te parecemos lindos-. Al decir esto Augusto se
levantó, esmirriado y medio encorvado, haciendo pose y pestañeando;
la postura, el gesto y la expresión fue tan cómica que restalló
una risa general; una secretaria que entraba en ese instante se
desternilló y debió sentarse pues no podía contener la risa que
provocaba el buen actor Augusto Lecón. Hugo después de reírse
varios minutos, preguntó a su secretaria (ésta continuaba el
carcajeo en medio de convulsiones irreprimibles) qué traía en sus
manos. Lecón tomó la carpeta, ya que la muchacha continuaba con el
ataque, y, previa ojeada discreta de la carátula, la entregó al
jefecito.
Hugo examinó rápidamente el
legajo y nos dijo en tono amable:
-Muchachos, olviden lo dicho en
ese periódico; es evidente que se trata de otras personas pero me
gustaría un informe por escrito de sus exploraciones. Les concedo
unos cuantos días sin tareas especificadas por nosotros. Uds. pueden
ir adónde lo deseen para proseguir la pesquisa; los gastos continúan
siendo pagados oficialmente. Lo ideal sería que fuesen al exterior
pero lo dejo al criterio de Uds.-.
-Precisamente eso pensábamos
hacer. ¿Verdad Javier?- Aprobó Lecón para mi sorpresa.
-Sí-. Respondí confiando en la
sutileza de Augusto.
Al llegar a casa comentamos la
situación y concluimos que la mucama nos había denunciado por
resentimiento y que nos confundieron con agentes de la otra pandilla.
Satisfizo mi vanidad el hecho de confirmar los dichos de la mujer: le
había gustado en serio... Me miré en el espejo y encontré que una
mujer podría muy bien verme atractivo; en realidad tan desagradable
no soy: ¡vamos Javier todavía! Esta exclamación interior me hizo
recordar a "Cacho" el mandamás de la villa e integrante de
la banda mafiosa. Mentalmente ya iba atando los cabos sueltos de la
gran telaraña delictiva. Sin embargo mi duda era profunda con
respecto a la real posibilidad de intervención de la Justicia. La
idea de la impunidad seguía bailoteando en mi cerebro; en algunos
países los jueces honestos habían desbaratado telarañas muy
extendidas en el poder, inclusive lograron con sus investigaciones de
manos limpias
cambios de la estructura política y en los propios partidos
políticos. Una Justicia independiente y honrada puede lograr mucho
más que el poder administrador o que el poder legislativo. Los
jueces tienen en sus manos un poder inmenso y directo que sanea el
cuerpo enfermo de una sociedad; si a ellos se les agregan los
científicos serios (no los que practican pseudociencias por móviles
comerciales) y los investigadores y pensadores sutiles más los
artistas genuinos quizá queden esperanzas de lograr una sociedad
mejor: con más libertad (la real no la ficticia), más justicia (la
real no la que discrimina aceptando la impunidad), más conocimiento
(el real no el pseudocientífico). Mi monólogo interior despertó
por la frase pintarrajeada en los muros del poblado; ¿cuántos
carteles y cárteles que pululan por las ciudades, villas y campos
del planeta podrían originar monólogos similares? Lamentablemente
los ecos de voces aisladas no traspasan la sólida coraza de la
estupidez del "homo sapiens". De allí lo importante que es
lo que cada uno puede hacer y hace, aunque abandone transitoriamente
su propia realización, por los demás. Superar el egoísmo es tarea
difícil pero no imposible. La voz de Lecón resonó en mis oídos y
logró frenar el fluir de mis pensamientos para volverme a la
inmediatez de nuestro asunto.
-Considero conveniente que
viajemos a un país musulmán pero con fuerte influencia, sobre todo
en el idioma, de España. Nos permitiría estudiar las
características de su gente y podríamos dialogar en nuestro idioma.
Al norte de África y sobre el Atlántico hay lugares así. Nuestra
lengua se habla por esos lares de manera profusa y podríamos
entender y ser comprendidos sin necesidad de intérpretes
indiscretos-.
-Estoy de acuerdo. Aprovechemos
estos días que Hugo dejó a nuestro albedrío. Ya estoy haciendo mi
bolso. Recuerda que allí es clima soleado y seco. No lleves muchas
cosas-. Recomendé con sorna.
-¿Le informamos a Hugo adónde
vamos?- Preguntó Augusto indeciso.
-Opino que sí pues en caso de
problemas podremos acudir a él. Además necesitamos los pasaportes y
tú sabes con que facilidad los consiguen los burócratas en nuestro
país-. Expuse con sarcasmo mayor.
-Eres un cerdo. Somos ciudadanos
del país y el trámite es breve por ese motivo. Tu alusión a los
extranjeros que piden visas y les son otorgadas rápidamente está
fuera de lugar-. Corrigió Augusto Lecón poniendo cara de
funcionario honesto extraída de su extenso repertorio con algo de
esfuerzo por lo poco usada en sus interpretaciones actorales.
Los pasajes, las visas y todo lo
necesario para el viaje fue obtenido en tiempo récord por el amigo
Hugo que aprobó muy entusiasta nuestra elección de indagar allende
el océano.
Los escasos días previos los
dediqué a leer todo el material hallado sobre los atentados
anteriores en el país y en el exterior.
La modalidad del ejecutor
suicida era el detalle más trascendente y que me ofuscaba
sobremanera. Es prácticamente imposible contrarrestarlo; la
prevención es lo único que se puede hacer pero para ser efectiva
debe haber una intercomunicación entre los Estados y que sea fluida
no interferida por la cadena de impunidad. Los influyentes mafiosos
de las armas y de las drogas (tanto químicas como psíquicas) están
relacionados con los fundamentalistas de todas las ideologías
religiosas o políticas y por precio o por coincidencias ideológicas
o estratégicas colaboran en la ejecución de los atentados. A veces
se esclarecen pero nunca se lleva al banquillo de los acusados a los
"cerebros" sólo algunos ejecutores, en el mejor de los
casos un intermediario, son juzgados pero a la cárcel llegan muy
pocos; generalmente son sobreseídos por falta de pruebas y esto se
repite en todos los Estados. De allí el escaso interés en prevenir.
Total ¿para qué?
La azafata nos entregó,
solícita, la bandeja con la cena. Yo no tenía apetito pues me
encontraba ligeramente alterado; los viajes en avión no son de mi
agrado y la circunstancia de estar en el aire (en un concepto amplio
del vocablo) influía en el estado anímico. En cambio el amigo Lecón
se encontraba a sus anchas; jaraneaba, como era costumbre, con la
camarera y comía por dos. Con su simpatía logró repetir porciones
de exquisitos manjares que la halagada joven le traía con sumo
placer. El muy desfachatado llegó hasta acariciar las piernas de la
mujer que, sonriendo, le propinó un suave coscorrón que al
deslizarlo por la cerviz del provocador se transformó en caricia
consentida. En ese instante no comprendí la actitud de Lecón
(siempre muy profesional) que me pareció descomedida. Con distintas
excusas la muchacha regresaba y Augusto proseguía con sus arrumacos.
Estaba por recriminarle su actitud cuando se me ocurrió pensar que
quizá lo estaría haciendo precisamente por profesionalidad. ¿Cómo
es esto? Pues que intentaría extraer alguna información de la niña
y trataba de ganar su confianza; lo mejor era por el lado del mimo.
La excitación paralizaría sus razonamientos y sus aprensiones.
Cuando todo el pasaje dormía o
reposaba amodorrado, Lecón se levantó de su asiento y fingiendo ir
al baño encontróse con la muchacha. Tardó un buen rato en volver;
cuando lo hizo su sonrisa revelaba la satisfacción obtenida. Elevó
su pulgar derecho en gesto no común en él revelando aprobación.
¿De qué?, me pregunté yo.
-El avión lleva contrabando de
drogas-. Musitó en mi oído izquierdo Augusto antes de cerrar los
ojos para quedar dormido en un periquete.
El dato obtenido por el astuto
amigo era peligroso. Yo sabía que el país de recalada no andaba con
vueltas y penaba severamente ése delito. Podría haber problemas si
sospechaban del pasaje: luego en tierra nos vigilarían. Perderíamos
libertad de movimientos. La situación sería mucho peor si nos
involucraban más estrechamente. Era necesario no demorar los
trámites a la llegada para salir del aeropuerto lo antes posible.
Hugo nos había confeccionado todos los papeles conforme a los
requerimientos rigurosos que exigía ésa nación, inclusive un
documento adicional (que usaríamos en caso de urgencia)
acreditándonos como miembros de la embajada. Con estas ideas
tranquilizadoras yo también me entregué al sueño reparador.
La suave voz de la azafata
compinche de Augusto nos despertó con un espléndido desayuno. Ahora
sí comí con apetito y tomé té con mucha crema. Faltaba poco para
llegar a destino y la posibilidad de conocer un lugar exótico en mi
fantasía me ponía de buen humor. La imaginación me llevó a pasear
por viejas callejas en camello y luego internarnos en arrabales con
tribus nómades de beréberes con turbantes y blancas túnicas para
refractar los ardientes rayos del sol.
Los trámites fueron rápidos y
eficientes. Nos retiramos de la sala central para buscar un camello,
digo un taxi y una larga fila de automóviles último modelo fueron
progresando hasta llegar a nosotros quienes estupefactos comprobamos
que eran los camellos, digo los taxímetros. Indicamos al taxista el
hotel e iniciamos una marcha insólita en función de mis fantasías
previas. Las callejas eran rutas asfaltadas y los arrabales eran
edificios símil rascacielos neoyorquinos. Zonas con parques y
residencias lujosas. Barrios más modestos pero todas las
construcciones de material; algunas villas de emergencia como en
todos los países pero sin tiendas de nómades. Los beréberes
hablando español y aquí sí la fantasía precedente se cumplió.
El hotel era bueno y conseguimos
dos habitaciones con sus respectivos baños privados. Había pocos
turistas y por ello abundaban los cuartos. Aprovechamos para tener
cada uno el suyo y de esta manera gozar de más libertad. Barrunté
que Lecón pretendería dormir en demasía mientras yo buscaría algo
parecido a la aventura. La ciudad era la capital del país pero no la
más grande ni la más poblada. En rigor existían otras cinco
ciudades muy importantes, una de ellas famosa por filmes y otra
célebre por el espionaje llevado a cabo durante las dos grandes
guerras mundiales. Otra de la ciudades era un mercado libre y por
ende el contrabando no existía, siendo renombrada por la cantidad de
mercancías de todo tipo y lugares que se hallaban en sus ferias. El
pintoresquismo se mezclaba con lo moderno y lujoso y esto lo pude
comprobar de inmediato pues salí solo a pasear por los alrededores.
Augusto se quedó haciendo averiguaciones a través del personal del
hotel. En mi excursión llegué hasta una bellísima plaza muy bien
cuidada y rodeada por veredas de una piedra pulida veteada muy
parecida al mármol; el interior de la plazoleta tenía glorietas con
flores extrañas de un perfume exquisito. El aire era embriagador
pues se aunaban los aromas que la gente usaba con el de las flores;
me extrañó que las personas utilizaran fragancias tan fuertes en su
cuerpo. Luego averigüé que era para repeler los malos olores de la
transpiración que se hacía copiosa por el intenso calor. Al
principio me costó percibir tantas emanaciones pero luego el
organismo fue habituándose. A las dos horas ya estaba como pez en el
agua retozando por calles y plazas; el entusiasmo me llevó a entrar
en un bar muy típico del cual provenían acordes de una música
sensual y atrapante. También el arrebato me llevó a dejar de lado
cautelas y prevenciones, grave error cuando uno se halla en lugar
desconocido y además solo. Me ubiqué en una mesilla cercana a un
tablado donde artistas bailaban y cantaban en dos o tres idiomas
diferentes, uno de ellos el español. La ubicación lateral hacía
que viera a los artistas casi de perfil. Este ángulo me agradó por
la novedad y por el hecho de contemplar a una bella danzarina
contonearse al ritmo de un instrumento de percusión. Las voces de
los parroquianos denunciaban también distintas lenguas. Un mozo se
acercó y pedí café solo con una copita de un licor típico de la
región. La vestimenta de la gente era tan variada como sus idiomas.
Abundaban los pantalones vaqueros como en todo el planeta y por eso
mismo yo pasaba inadvertido. Al menos era lo que me pareció; otro
grave error. Los hechos subsiguientes probarían mis equivocaciones y
que las precauciones se deben tomar siempre máxime cuando se
investigan posibles delitos.
El porqué fuimos a ése país
nunca pude dilucidarlo con plenitud. El hecho de que se hablara
nuestro idioma fue determinante pero no excluyente; es probable que
interviniese la intuición de Lecón. Lo real es que dimos con el
lugar adecuado en el tiempo oportuno pero con enormes riesgos para
nuestra integridad física. Todo comenzó al concluir su baile la
hermosa odalisca. La niña se acercó a mí (parece que estoy de
suerte con las mujeres) y hablando en español (mi pedido al mozo fue
en voz demasiado alta) me invitó a su camarín. Al hacerlo se
reclinó sobre la mesita y exhibió con donaire sus turgentes pechos;
quizás enturbiada la mente por la visión, no reflexioné las
posibles consecuencias del envite ni tampoco advertí los sutiles
movimientos que se efectuaban en el otro extremo del salón. En
realidad percibí todo esto pero no lo asocié conmigo ni aprecié
las secuelas que podrían emerger. Me puse de pie y seguí a la
muchacha que giraba a cada instante su cuello para cerciorarse de mi
presencia. Esto me pareció muy raro pues ¿por qué podría dudar de
mi seguimiento? Cuando pasó fugaz por mi mente que podría ser
conciencia culposa ya era demasiado tarde. Los cretinos que se
hallaban en la extremidad del salón fueron acercándose
displicentemente mientras la niña y yo transitábamos por un largo
corredor con puertas, presuntamente de los diversos camarines, a los
costados. Los mencionados malhechores se abalanzaron sobre mí
empujándome hacia una de las portezuelas, ésta cedió y una vez
adentro del cuarto me tiraron al suelo. Con rapidez me ataron las
manos colocadas a la espalda y me sentaron sobre una silla atando mis
piernas a la misma; acto seguido me colocaron una mordaza. Todo duró
lo que se tarda en narrarlo. La rapidez me dejó atónito e impidió
cualquier reacción de mi parte. Mi cuerpo quedó paralizado por lo
imprevisto y fulminante de la acción.
Permanecí solo en el cuarto
durante unos minutos; maniatado y amordazado solamente restaba
pensar. Discurrir y registrar todo en mi mente para luego, en su
momento, contarlo; ése era un buen proyecto; nunca se deben
silenciar los hallazgos aunque nadie reciba, en lo inmediato, el
mensaje; éste, a la larga, llega y con el prestigio del tiempo.
La confusión con otro fue lo
primero que se me ocurrió pensar. Estos individuos probablemente
buscarían un rescate si la persona por la cual me tomaron es notable
o rica o importante. Una segunda idea surgió al imaginar que estos
bandidos podrían estar enterados de nuestra condición de
pesquisantes; algún contacto de ellos en el ámbito oficial de
nuestro país podría haberles informado del viaje. En todos los
supuestos emergía una telaraña local o una sucursal. El delito es
internacional cuando lo hacen a gran escala. Nuestra investigación
era con ése tipo de delitos no con los rateros o meros ejecutores o
chivos expiatorios. Las mafias están organizadas como un supraestado
con filiales en los países y competencia por los mercados. En
algunos momentos lúcidos que tuvo Lecón durante el viaje (cuando no
dormía, o no comía, o no estaba de jarana con la azafata) me contó
su teoría de la hecatombe económica mundial. Y, fuerza es
reconocerlo, sus fundamentos son muy sólidos que se van confirmando
con los hechos. Los Estados están recurriendo a las mafias para
solventar sus cada vez mayores gastos y su ineficiencia. El recurso
de traspasar a la empresa privada (en su mayoría de capitales
provenientes de la acción mafiosa con drogas, químicas y psíquicas,
y de la venta de armas para los tontos beligerantes que ávidos las
consumen) debería haber generado grandes superávits en los
presupuestos de los Estados pues estos aducían, antes de privatizar,
que las empresas del Estado daban cuantiosas pérdidas. Este canto de
sirenas es falso (las sirenas no existen en la realidad, sólo en la
fantasía de los creyentes en ellas) pues ahora, sin las empresas,
las cuentas siguen siendo deficitarias en casi todos los Estados.
Algunos grandes Estados tratan de paliar sus problemas trasladando a
otros (más débiles o con más delito en sus dependencias oficiales)
sus cuentas deficientes. El enorme enriquecimiento de muchos
funcionarios es investigado en algunos países pero en la mayoría de
las naciones no; o por falta de pruebas o por la presión política
sobre la Justicia o simplemente por el gravísimo problema de la
impunidad. Desde que el ser humano comenzó a organizarse como
sociedad más compleja que un pequeño clan, el delito grave y la
impunidad existieron. La complicidad y el silencio también. La
Justicia todavía sigue siendo una quimera y una utopía por la
simple circunstancia de que es un producto humano y está sujeta a
todo lo atinente a éste. Mientras los "homo sapiens" no
seamos en la realidad sapiens nada cambiará.
Estos argumentos de Augusto
Lecón coincidían, en buena parte, con los míos pues no somos
mejores que los verdugos de la Edad Media que asesinaban a la gente
en la hoguera simplemente por sus ideas. Ahora se sigue matando a las
personas con las armas, en guerras, y con las drogas químicas, antes
de ser adultos, y con las drogas psíquicas siempre. El objetivo es
satisfacer la codicia de los mafiosos. Pero ahora peligra todo el
sistema financiero internacional y la intuición de Augusto Lecón
puede ser una realidad en corto lapso. El "homo sapiens"
organizado sobre la base de la codicia está llegando a su fin y
precisamente por su propia codicia. Matar gente, o con las dos drogas
o con las armas, es y fue siempre el negocio de los "cerebros",
de los intermediarios (en sus diversas escalas) y de los ejecutores.
La modalidad del ejecutor suicida hace que éste se elimine solo.
Siempre hay tontos que reemplazan a los muertos.
La competencia entre las mafias
por el mercado hace tambalear el sistema financiero mundial. El
colapso está cerca. ¿Por qué? Simplemente porque las ciencias y su
aplicación, la tecnología, harán caer todo el sistema financiero y
económico en menos tiempo del imaginado. La sociedad esclava de las
drogas y de las armas puede liberarse; al menos parte de ella: los no
creyentes de ambos males. Los creyentes seguirán sujetos, como meros
espectadores y consumidores, a la gigantesca lucha de los cárteles y
de los carteles que finalizará en el mencionado colapso. La
supervivencia del más apto comenzará a operar. La desocupación de
los refractarios a la tecnología hará extinguir la especie de los
"homo sapiens" para generar la nueva especie de los "homo
sapiens sapiens".
Para originar la nueva especie
la herramienta es el conocimiento que suplante a la herramienta
anterior ya obsoleta que fue la creencia y que produjo los engendros
que la humanidad soportó (con el consenso cómplice de muchos) hasta
el presente.
La puerta se abrió para dar
paso a un señor alto con gesto adusto que mirándome con atención
interrumpió mis lucubraciones. El susodicho estaba vestido con una
chilaba blanca, a la inversa de los agresores que vestían vaqueros,
y calzaba babuchas, al revés de los otros maleantes que usaban
zapatillas. Parecía ser un jefe de banda; siempre que se es jefe se
tiene en derredor gente a la cual mandar; jefes solitarios no
existen. Contrariamente a los otros (pulcramente afeitados) este
señor jefe se ornamentaba con luenga e hirsuta barba que acariciaba
con deleite mientras escudriñaba mi rostro. La inspección duró
varios minutos que me parecieron horas; yo masticaba miedo pues su
apariencia era terrible; el rostro, de un color amoratado, lívido,
pero el morado de las moras, emergía por sobre su barba negra. Los
ojos, negros, centelleaban como puñales hiriendo, sádicos, a su
víctima antes de aniquilarla. La nariz se retorcía como pico de
buitre y de sus labios emanó un chistido intempestivo que tuvo
rápida respuesta con la presencia de la danzarina. La mujer, con los
ojos fijos en el facineroso, esperó sus palabras. En lengua
española, con voz ronca y cadenciosa habló el forajido intimidando
a la joven por su gravísimo error. Efectivamente, se habían
equivocado; yo no era el hombre que buscaban; eso sí, me parecía a
él.
-¿Qué haremos con este
hombre?- Preguntó la niña con tenue voz.
-No podemos dejarlo ir. Podría
denunciar el sitio y hacer peligrar nuestro negocio-. Vociferó el
barbeta.
-Yo puedo hacerme cargo de él-.
Susurró temerosa la bailarina.
-Está bien, pero lo llevaremos
maniatado y amordazado al cuartel general luego veremos como nos
deshacemos de este pobre diablo. Tiene tanto miedo que por el momento
no es peligro para gente como nosotros-. Sentenció el pillo.
Con paso firme, el elegante y
feroz jefe abandonó el cuarto dejándome a solas con la danzarina.
Ella me miró con detenimiento y luego palpó mis brazos y mis
piernas. Con un mohín de su boca indicó desprecio pero luego tanteó
mis muslos acariciando los genitales y cambió la expresión. Sucedía
que el temor había hecho endurecer el pene quizá por mayor
afluencia sanguínea motivada a su vez por taquicardia. El caso es
común y semeja una excitación erótica. El miedo a algunos hace
aflojar los esfínteres a mí me eleva el miembro viril; cosas del
ser humano. La muchacha habrá pensado que la cuestión vendría por
ella y me sonrió ya más complacida y con mejor predisposición
hacia mí. El evitar que me eliminaran en el lugar fue por un
sentimiento de culpa no por agrado o simpatía. Lentamente parecía
cambiar su actitud. De pronto, con voz decidida pero en tono bajo,
dijo en mi oído: -confía en mí; no te matarán; mi error no puede
costar una vida y no me lo perdonaría nunca-.
Sentóse a mi lado y comenzó a
cantar una hermosa copla española que entonaba mi abuela cuando yo
era niño. El melodioso canto llamó la atención de uno de los
agresores que acudió de prisa para averiguar a qué se debía. Al
abrir la puerta y verme maniatado y amordazado el maleante frenó sus
ímpetus y le preguntó a la mujer porqué cantaba. Ella respondió
en un idioma que no entendí y él se retiró satisfecho.
Transcurrió poco más de una
hora; durante ese lapso la mujer canturreaba y a mí sólo me restaba
escuchar. Finalmente el grupo ingresó en pleno a la habitación y
dando uno de ellos, al que llamaban "Machi", la orden de
partida. Me levantaron, quitando las ligaduras de mis piernas a la
silla y por expreso pedido de Nati, así se llamaba la bailarina,
liberaron mis manos y mi boca, quedando en total libertad de acción
pero con la orden de seguirlos y de no intentar escapar. El
corpulento "Machi", poniendo sus manos en mi pecho y
tomándome de la camisa, amenazó: -por el Profeta, si tratas de
fugar, te pego un tiro; síguenos en silencio y veremos que manda el
Jefe-.
Nos retiramos del local por la
parte de atrás donde esperaba una camioneta; me introdujeron en ella
junto con Nati y tres de los maleantes mientras el resto (unos diez)
se ubicaban en dos coches que, precediendo uno a la camioneta y
siguiéndola el otro, formaban el plantel de granujas. Por una
ventanilla logré ver al Jefe, en rigor sólo observé su
inconfundible barba, que montaba el último automóvil. La columna
paseó por diversas calles, era pleno día, y luego tomó una avenida
a regular velocidad. No se tomaron la molestia de tapar mis ojos;
habrán conjeturado que yo desconocía totalmente la ciudad y además
la abertura era tan pequeña que impedía una visión importante. Nos
alejamos de la zona céntrica y la marcha, siempre encolumnada,
continuó por espacio de una hora pero me pareció que lo hacían
para despistarme tratando de hacerme perder el sentido de la
orientación. Todavía no entendía el porqué de la continuación de
mi cautiverio; si no era la persona indicada ¿por qué no me dejaban
ir? ¿qué podría denunciar yo si ignoraba siquiera a quién
buscaban? Estas incógnitas serían dilucidadas más tarde.
La marcha finalizó
repentinamente entrando en el garaje de una gran finca no alcanzando
yo a percibir en qué sitio de la ciudad nos hallábamos. Nati me
estuvo observando todo el tiempo con mucha atención. Yo estaba tan
pendiente de todo lo que fuese a suceder que la ignoré casi por
completo, sólo advertí su mirada escrutadora sobre mí. Los tres
forajidos se desentendieron y dormitaban pero siempre con las armas
en sus manos. Cada uno de ellos portaba una metralleta y debajo de
sus brazos pistolas de grueso calibre. Mi aspecto los inducía a
sentirse seguros. Discurrirían: ¡cómo un flaco desgarbado podría
hacerles frente!; ellos eran fuertes, musculosos y estaban armados;
la fuerza lleva a la seguridad y ésta a la tranquilidad por ende
podrían dormir desatendiendo al rehén.
Este fue el primer error de una
larga cadena que cometieron los delincuentes; la apariencia no es la
realidad. La fuerza física no es toda la fuerza ni siquiera es parte
trascendente, sólo sirve para incrementar la irracionalidad. Las
armas y los músculos son las fuerzas del pasado, el equivalente de
los colmillos y los cuerpos de los gigantes dinosaurios. Con buena
salud y con inteligencia se logra la verdadera fuerza: ser mejor
persona sin dañar a nadie. Para llegar a comprender esto se requiere
un largo camino previo. Por ahora estamos en el reinado de la
violencia. Pero la era científica y tecnológica ha llegado; el
cerebro priva sobre la fuerza; los que no se adapten a las nuevas
condiciones se extinguirán, como los dinosaurios. A lo sumo las
peleas serán entre robots, los humanos sobrevivientes dirigirán, si
están capacitados, a las máquinas que lo harán casi todo. El
tiempo libre, el ocio, si se carece de imaginación creadora, hará
sucumbir a los humanos en el aburrimiento y en las drogas químicas
ya que las psíquicas habrán desaparecido por efectos de la
tecnología. Los nuevos dioses serán las ciencias y los nuevos sumos
sacerdotes serán los científicos...
Me hicieron bajar del rodado
empujándome con la culata de las metralletas al mejor estilo recio;
ésta forma de actuar los seduce sobremanera pues les hace sentirse
omnipotentes al denigrar al prisionero. La sonrisa de satisfacción
que tenían denotaba además un fuerte sadismo, también típico.
Pude observar que el inmueble estaba ubicado en zona residencial de
extremo lujo. Trataba de no mirar con detenimiento y utilizaba el
rabillo de los ojos. En mi mente forjé imágenes que luego me serían
útiles. A veces bajaba la vista hacia el suelo en actitud humilde;
se sentían tan protegidos que no taparon mis ojos siendo este dato
muy sugestivo y que me hizo especular; una idea comenzó a germinar a
partir de esto. La camioneta quedó en un jardín y de allí al
interior de la casa habría un trecho de unos veinte metros. Andados
cinco o seis metros simulé tropezar y caí sobre el césped; de esta
manera pude comprobar el tipo exacto de suelo y algo que me estaba
contagiando del exótico país: el aroma. Ya mencioné antes los
olores que pululaban por todas partes y el pasto tenía un vaho
especial a lavanda. Con rapidez extraje de un bolsillo una pequeña
libreta plástica que escondí al lado de un arbusto y debajo de una
piedra. La maniobra duró escasos segundos y el pequeño matorral
ayudó a ocultar mis manos de la vista de los maleantes. Nati acudió
solícita a ayudarme y me pareció que ella logró ver algo pero como
no dijo nada me quedó la duda. Todos hablaban español así que
aproveché para mascullar algún improperio que justificase la caída
y agradecí vivamente la ayuda de Nati. Los bandidos al ver que fue
un accidente mermaron su inicial hostilidad y aprovecharon para
empujarme e insultarme por mi torpeza.
Ingresamos en la casa y me
condujeron directamente a una habitación ubicada en el primer piso.
Se trataba de un dormitorio con baño; éste era amplio y totalmente
instalado. Uno de los bandidos quedó afuera vigilando mientras que
los otros se retiraron a la planta baja. Nati permaneció conmigo en
el cuarto. Yo tenía mis manos y pies libres; podía deambular y
hablar libremente. De inmediato miré de soslayo la ventana que daba
al jardín pero estimé improbable saltar dada la altura y
descolgarme mediante la unión de sábanas y demás cobijas también
fue descartado, en ambos supuestos tenía un obstáculo insalvable:
había perros sueltos. Sólo quedaba esperar.
Nati continuaba observándome
detenidamente y ya molestaba con su mirar inquisidor; se había
sentado en un sillón ubicado en el extremo opuesto de donde yo me
encontraba echado sobre la cama y contemplando el techo. Mi mente
trataba de buscar un modo real y efectivo de huir pues de prolongarse
mi "estadía" en el lugar se achicaba la posibilidad de
sobrevivir; los delincuentes cuando tienen un rehén van
paulatinamente entrando en estado de nerviosismo hasta hacer crisis y
que luego descargan sobre la víctima. Este comportamiento es muy
peculiar y difícil de eludir. Estaba comenzando a catalogar las
distintas variantes de escape cuando irrumpió un maleante con una
gran bandeja: comida y bebida en abundancia para más de dos
personas. Dejó todo en una mesa y se retiró dando una última
ojeada por la habitación y haciendo una seña a Nati indescifrable
para mí. Me levanté en silencio para tomar algunos alimentos y
bebida y los coloqué en una bandeja más pequeña, luego con
parsimonia me senté en la cama dispuesto a saborear la comida. Iba a
llevar a mis labios el primer bocado cuando surgió una duda en mí
que retrasó el movimiento; prudentemente esperé a ver qué hacía
Nati. ¿Y si estaba envenenada la comida? La danzarina llevó a su
sillón la bandeja grande y tranquilamente comenzó a comer mirando
por la ventana distraídamente. Esperé dos o tres minutos y yo
también comí con apetito pues hacía muchas horas que no ingería
alimentos.
-Tú no tienes miedo, ¿por
qué?- Repentinamente surgió la pregunta de Nati tomándome por
sorpresa.
-Al principio tuve mucho miedo;
¿qué te hace pensar lo contrario?- Pregunté a mi vez intrigado.
-Se te ve calmado y abstraído.
Los hombres me han dicho que tú no intentarás escapar pues te creen
débil y cobarde. Te llaman "el flacucho". Por eso no te
maniatan ni te tapan los ojos. Más aún consideran que eres tonto y
afeminado-. Rubricó Nati con pícara sonrisa.
-Y a ti ¿qué te parece?-
Pregunté con mirada más pícara todavía.
-En cuanto a lo de afeminado, me
parece más bien todo lo contrario; ya debes saber el calce de mi
ropa interior, me observaste hasta el pubis pues en la camioneta abrí
las piernas y tú enseguida giraste la cabeza. Lo de tonto es una
apariencia que no me engaña; simulas serlo para ganar tiempo. Débil
puede ser, pues físicamente careces de músculos; en cuanto a lo de
cobarde depende qué se entienda por tal. Para mí cobardes son ellos
que se abusan porque tienen armas. Pero no me contestaste aún; estás
tranquilo y ensimismado. ¿Por qué no tienes miedo?- Insistió Nati
sentándose a mi lado en la cama.
La muchacha me inspiraba
confianza y además era muy despierta, mucho más astuta que el resto
de los malandras. Opté por ser sincero con ella.
-Tuve miedo al principio pues me
tomaron por sorpresa. Tengo un método que permite sobrellevar las
situaciones más inesperadas. Consiste en pensar, haciendo trabajar
el cerebro en un sentido determinado: la percepción de todo tipo de
datos, almacenándolos y luego atando los cabos sueltos para formular
hipótesis con las cuales operar. En este proceso interviene el
razonar pero también la intuición, y lo que mi amigo y yo
denominamos prenociones que ayudan a la comprensión de los datos
sensibles; pero todo esto debe estar avalado por el análisis
crítico. Precisamente ahora estoy con este último análisis.
Mientras pienso no tengo miedo-. Finalicé la explicación mirando a
Nati para sopesar su reacción.
-¿Has llegado a una
conclusión?- Preguntó la sagaz mujer.
-Todavía me faltan algunos
datos pero estoy bastante avanzado en mis conjeturas-. Repuse en tono
misterioso pues me costaba sincerarme.
-¿Qué piensas de mí?- Demandó
sorpresivamente Nati.
-Eres muy atractiva-. Expresé
con la intención de ganarme su confianza y con la remembranza del
incidente de mi erección.
Nati me miró buscando algún
sarcasmo pero mi expresión seria la persuadió de la veracidad de
mis palabras. Una sonrisa de complacencia surgió en sus labios y su
mirada reflejó un atisbo erótico. Era el efecto apetecido.
-Y tú me pareces un
sinvergüenza-. Dijo Nati acercándose y acariciando mis muslos.
La muchacha estaba excitándose
paulatinamente; el clima seco, caluroso, influye para exacerbar la
libido y además ella tenía un temperamento fogoso sin embargo de
repente paralizó su accionar y quedó mirándome con un dejo de
duda.
-¿No estarás seduciéndome
para escapar?- Susurró y esperó mi respuesta con expectación.
-Sí, es verdad. Trataré de
escapar y buscaré tu ayuda; pero también es cierto que eres muy
atrayente además de voluptuosa; me agradan tus caderas y cómo las
mueves al bailar; no obstante te confieso que éste no es ni el lugar
ni el momento adecuado para un romance. Yo trato siempre de decir la
verdad no me agrada engañar aunque estoy acostumbrado a que intenten
engañarme. La hipocresía es dueña y señora de nuestra especie...-
Manifesté con franqueza.
Nati quedó perpleja. No imaginó
tal respuesta. Se levantó y comenzó a deambular por la habitación
con paso de tigra recién enjaulada. En ese instante pensé que había
arruinado toda posibilidad de ayuda, inclusive que me había
granjeado el resentimiento de la bella danzarina. "Tonto más
que tonto", mascullé y me acosté sobre la cama. Desde allí
observaba el felino andar de Nati y tuve un alivio al sentir
satisfacción por mi conducta. Intentaría otros caminos para la
fuga. Estaba por comenzar a lucubrar la manera de huir cuando la
mujer se aproximó y sentándose sobre la cama y cerca de mi cabeza,
me miró con ojos húmedos y dos gotas perladas resbalando por sus
mejillas. Con una mano acarició mis cabellos y luego tumbándose a
mi lado comenzó a hablar.
-Los hombres siempre trataron de
seducirme con el solo objeto de poseer mi cuerpo. Yo amé pero no fui
amada. De chiquilla aprendí a bailar y es lo único que sé hacer.
Trabajo bastante y me pagan bien. La falsedad y la hipocresía
gobiernan al mundo, es verdad yo lo sé. Las mujeres son tan
hipócritas como los hombres; el sexo no cuenta para la mentira. El
hecho de que me hayas dicho tus verdaderas intenciones de fuga y la
pretensión de usarme me afectó mucho. En un primer momento quise
pegarte. Tu mirada delataba tus ideas, por eso nació mi duda al
acercarme a ti y frené mis caricias. En realidad me lo dijiste todo
con esa mirada. Eres un hombre extraño; por eso los malandras de
afuera imaginan cosas raras de ti. Yo estoy empezando a
comprenderte...- Las lágrimas fluyeron suavemente interrumpiendo sus
palabras.
Por largos minutos permanecimos
acostados uno junto al otro y en silencio pero no pudiendo contener
Nati su desconsuelo estalló repentinamente en sollozos acompañando
a las primeras lágrimas furtivas. Ahora acaricié yo sus cabellos y
recliné su bella cabeza sobre mi hombro. Así estuvimos largo rato.
Toda la tensión sufrida había
hecho mella en mí y cerré los ojos quedando profundamente dormido.
Al despertar sobresaltado me
restregué los ojos pues una luz fuerte los hería. Por la ventana
penetraban los rayos del sol que rebotaban en las paredes cubiertas
de un papel blanco floreado. La luminosidad era intensa y el calor
arreciaba. Nati yacía a mi lado durmiendo plácidamente. Me levanté
y me dirigí al baño. Al observarme en el espejo advertí mi cara
con barba crecida y decidí afeitarme. En el botiquín tenía todos
los elementos menos una brocha para extender la espuma; opté por
lavar cansinamente la cara y luego usé la hoja. Al rasurarme vi
reflejado en el espejo el maravilloso ventanuco que sería mi
salvación.
Un banquillo me ayudó a trepar
hasta la abertura que no daba al jardín sino a un patio interior;
observé con alegría que ese patio comunicaba con los fondos de una
finca lindera. Los perros no llegaban hasta ese patio pues una reja
lo separaba del jardín reducto de los canes. El espacio era muy
reducido pero gracias a mi delgadez (que movía a risa a los
bandidos) el intento podría ser fructífero. La cuestión era elegir
el momento adecuado. Lo pensaría. Regresé al cuarto justo en el
instante que despertaba Nati. La muchacha se levantó casi de un
salto y al ver mi rostro afeitado acercóse a mí acariciándome la
cara; noté que estaba sensibilizada quizá por la charla anterior.
Me miraba queriendo sondear mis pensamientos y mis sentimientos. No
podía engañarla, mi única prioridad era huir; toda mi energía
estaba en ése cometido. Además no existía ningún conocimiento
mutuo; sólo intuiciones, en especial por parte de ella. Muy
suavemente logré esquivar el contacto de sus manos y me dirigí
hacia la mesa fingiendo buscar alimentos pues ya sabía que estos se
habían agotado, pero la maniobra sirvió para mitigar los ardores de
Nati.
-Tu gesto de sinceridad me ha
conmovido. Creo que eres una buena persona y te ayudaré en lo que
pueda. Pero antes dime ¿qué conclusiones tienes de todo esto?-
Preguntó Nati con demasiada curiosidad para mi gusto.
Me quedé mirándola tratando de
indagar si merecía o no mi confianza. Opté por una solución
intermedia: no le hablaría de mi descubrimiento de la ventanilla del
baño pero sí lo haría con algunas conjeturas que barruntaba.
-Estos malandras son muy
extraños. Su actitud es típica de los paraestatales; no me parecen
delincuentes comunes sino empleados por el gobierno. Cada gesto, cada
actitud confirma mis presunciones. También considero que fingen
haberme confundido. La realidad es que yo soy el individuo que ellos
tienen que neutralizar hasta agotar mi tiempo. Ignoran que no
necesito buscar demasiado; las evidencias para mí están a la vista.
Además ya llevamos mi amigo y yo una larga serie de investigaciones
que rubrican sospechas previas. Este país, como todos por otra
parte, está corrompido hasta el tuétano. Los gobiernos y las
mafias, las mafias y los gobiernos... Mi amigo y yo pensamos que un
enorme colapso financiero se avecina y sus efectos se harán sentir
en todo el planeta. La economía real es una cosa y la economía
financiera es otra muy diferente. Con las modernas tecnologías
aplicables a la informática de los mercados se logran efectuar
negociaciones a futuro de billones y billones de dólares lo que
permite, mediante las informaciones reservadas, hacer quebrar bancos,
vaciar empresas, etc.. La corrupción delictiva está enquistada en
todos los gobiernos del planeta asociada a las mafias de drogas y de
armas. Es una enorme telaraña que se extiende por todos los estados.
Algunos países reaccionan y tratan, a través de jueces
incorruptibles no de funcionarios de los otros poderes, de poner coto
a esto antes de su estallido. Pero la enfermedad es muy grave y los
pobres jueces de manos
limpias muchas veces
mueren en atentados. Los delitos que se cometen son variados en su
forma pero el fondo es el mismo; la codicia humana poniendo marco a
este cuadro de corrupción. Las pruebas desaparecen y la impunidad
gobierna. El cohecho (el funcionario público que por sí o por
persona interpuesta, recibe dinero o cualquier otra dádiva o acepta
una promesa directa o indirecta, para hacer o dejar de hacer algo
relativo a sus funciones) es un delito que figura en todos los
códigos penales del planeta pero que nunca se aplica por "falta
de pruebas". La malversación de caudales públicos (el
funcionario público que da a los caudales o efectos que administra
una aplicación diferente de aquella a que están destinados) también
es un delito pero que no se aplica por "carencia" de
pruebas. El peculado (el funcionario público que sustrae caudales o
efectos cuya administración, percepción o custodia le haya sido
confiada por razón de su cargo; el cómplice que da ocasión a que
se efectúe por otra persona la substracción de caudales o efectos);
en ambos casos son delitos con los mismos resultados en la práctica.
Querida amiga, podría agregarte las exacciones ilegales (el
funcionario público que, abusando de su cargo, exigiere o hiciere
pagar o entregar indebidamente, por sí o por interpuesta persona,
una contribución, un derecho o una dádiva o cobrase mayores
derechos que los que corresponden) pero caemos siempre en lo mismo
son tipificaciones legales, están en la letra de los códigos
penales, pero rara vez se aplican, no obstante la enorme cantidad de
comisiones de estos delitos en todos los países. La falta de pruebas
o la impunidad impide hacer justicia. De allí que es tan importante
la prevención. Estos "pequeños delitos" van generando el
clima de corrupción generalizada para abrir las puertas a los
"grandes delitos" que provienen de las mafias de las drogas
(químicas y psíquicas) y de las mafias de las armas. La gigantesca
telaraña se complementa con las grandes estafas financieras que te
comenté antes y los homicidios individuales o múltiples, como los
atentados masivos y los genocidios. Ningún país se salva de esto.
La explicación es muy simple: todos las naciones están habitadas
por seres humanos y nosotros, los homo sapiens, somos codiciosos,
hipócritas y estúpidos además de agresivos, ritualistas,
territoriales y jerárquicos. Así de fácil...-. Concluí mi
reflexión que me sirvió para hacer un preludio sintético del
problema de fondo que está involucrado en el próximo atentado.
Nati, sentada en el sillón
cercano a la ventana, se había quedado atónita con mi perorata. Al
dar yo por sentado que los malhechores eran del gobierno con tanta
seguridad, se sintió apabullada. Quizás ella ignorase este dato o
si lo sabía, su sorpresa provenía de mi aseveración tan decidida.
En cualquiera de los supuestos igual ella jamás hubiera pensado que
yo dilucidaría la cuestión tan rápidamente. De todas formas sean
delincuentes comunes u oficiales mi situación era la misma: debía
huir de ellos y reunirme con mi amigo lo antes posible pues intuía
que si se enteraban de mis pensamientos (el puente podría ser la
misma Nati, por voluntad propia o por la fuerza) acabarían conmigo
sin escrúpulos de ninguna índole.
-Me sorprenden tus deducciones
pero también me asustan; ahora soy yo quien tiene miedo. Si lo que
insinúas es cierto mi vida también peligra. A veces tenía la
sospecha de que mis jefes eran demasiado importantes y actuaban muy
libremente. Las autoridades policiales jamás interceptaron sus
actividades y ahora comprendo mi complicidad. Tu explicación sirvió
para iluminar mi razón. Me usaron siempre y yo accedí a ello por
necesidad; me dieron trabajo de bailarina pero muchos veces atraje
incautos- [aquí Nati me miró e hizo un delicioso mohín de disculpa
que yo retribuí con una sonrisa de comprensión]. -Mi única función
era seducir. Pero ahora pienso (ya es tarde para ellos) ¡cuántos
habrán muertos por mi culpa!- Nati al decir la última frase comenzó
a lloriquear.
Hice silencio pero no me acerqué
a ella; yo también pensé en cuántas víctimas habría mandado a la
muerte sin saberlo (¿sin saberlo?). Las dudas eran naturales en mí;
yo desconfío del comportamiento humano pues decenas de años de
investigación sobre la conducta del "homo sapiens" me
habían hecho escéptico. La complicidad puede ser por acción o por
omisión; la mayoría se deja llevar conscientemente; es falso que no
se sabe; se sabe pero se reprime, se oculta, se esconde, en suma se
es hipócrita y se forja la ilusión de que no se sabe; "olvidar"
es una forma de esta hipocresía y de allí a la omisión hay un paso
muy pequeño. El homo sapiens omite y deja hacer a los "cerebros",
a los intermediarios (altos, medios y bajos) y a los ejecutores. Es
verdad, a los ejecutores suicidas es casi imposible frenarlos pero ¿a
los restantes? Todos somos en mayor o menor medida culpables y
responsables del quehacer humano, de la cultura, de los delitos, de
la impunidad. En nuestra primera entrevista con Hugo surgió la
pregunta ¿uno solo qué puede hacer? Con el pretexto de la
impotencia nada se hace...
-¿Estás dispuesta a hacer
algo?- Pregunté mirándola fijamente y escudriñando más allá de
su respuesta.
-Sí-. Contestó Nati
sosteniendo brevemente mi mirada para luego escabullir con todo su
cuerpo hacia el baño.
Largo rato estuvo la muchacha
encerrada. Yo me senté en "su" sillón y entrecerrando los
ojos comencé a observar a través de la ventana. Desde esa posición
sólo se veía la copa de los árboles. En una rama casi horizontal
pendía un pequeño nido. Me levanté y abrí la ventana para
respirar aire más puro y para contemplar mejor el suave aleteo de un
colibrí. Pendido y a veces girando el ave buscaba algo. ¿Quizás
una flor? Seguí su evolución al volar de repente hacia otra rama
pendular; ¿qué había encontrado la avecilla? ¿Una flor acaso? No,
un pequeño insecto había llamado su atención; éste resbaló en su
huída y cayó dentro de una hoja doblada que ante la nueva carga se
desprendió y aterrizó en el centro de una hoja enorme que también
pendía pero más sólidamente aferrada a la rama. El colibrí seguía
todas las peripecias con su vuelo extraño, suspendido en el aire y
con arrebatos; la pista del insecto había desaparecido en medio de
hojas de tamaño creciente; la más grande protegía a la más
pequeña y este esquema se repetía en otros árboles. Sí, roté mis
ojos y vi en derredor algo similar y más allá lo mismo y acullá
idéntico. Todo el jardín reflejaba una equivalente realidad: algo o
alguien protegía a algo o a alguien. La cadena de amparos era
interminable. El apoyo hacía de defensa, de refugio, de asilo, de
abrigo... El colibrí cansado de ambular entre hojas grandes y
pequeñas optó por regresar a su nido. La madeja de ramas y hojas
osciló brevemente por la brisa refrescante. Yo seguí atento, con la
vista fija en el matorral desinteresándome del colibrí. Las hojas
se movieron imperceptiblemente primero y luego con más fuerza; algo
más enérgico que la tenue brisa logró hacer caer (fuerza es
reconocer que estaba en equilibrio) la hoja pequeña hacia el suelo
pero antes emergió, quedando sujeto a la hoja más grande, el
insecto. Yo pensé: ¿sería el mismo que había llamado la atención
del colibrí? Miré a la avecilla, ésta ya estaba atenta a otros
menesteres; había perdido interés en su primitiva misión; no
ameritaba por su persistencia. ¿Había operado el olvido? Retorné
mi vista al insecto que ya casi desaparecía indemne, defendido por
su cadena de protección, en su caso accidental, debajo de un
montículo de tierra húmeda. El colibrí revoloteaba, luciendo
vistoso sus bellos colores y pendiendo, como siempre, en el mismo
lugar... ¡Vanidad de vanidades!
En ese instante regresó Nati
cerrando tras de sí la puerta del baño. Yo no volví a ocupar "su"
sillón y me recosté en la cama. Ella se acercó a mí y con ojos
húmedos me dijo:
-Te ayudaré a huir; dime cómo
lo harás y te acompañaré-.
Yo me senté sobre la cama,
justo en el centro, y flexionando las piernas acuné mis rodillas con
la ternura con que se mece a un bebé. Miré a Nati; pensé en el
colibrí y ya supe qué hacer.
-Por ahora permaneceré quieto.
Quiero ver hasta donde llegan-. Dije recostándome nuevamente para
eludir la mirada de Nati; yo no puedo fingir: a Javier Reybaj lo
delatan sus ojos, al menos para Nati.
La mujer intentó acercarse para
mirarme a los ojos pero yo ya estaba dormitando como un buen muchacho
que disfruta su travesura. Sin embargo la insistencia femenina podía
más que mis previsiones y ella buscó con sus manos, hurgando entre
mis muslos, hasta encontrar a mi sexo tranquilo. Con habilidad lo
acarició. Con un gran esfuerzo logré evocar lo visto en el jardín
y representé la escena con pulcritud; mi cerebro trabajaba
presionado por el instinto de supervivencia más que por la libido.
El vuelo del colibrí opacó el aleteo de Nati en mis genitales. Mi
mente indagaba entre hojas e insectos, vuelos y avecillas mientras el
azar, como en el caso del hexápodo, jugó a mi favor. La impaciencia
de la muchacha fue mi suerte; si hubiese seguido manipulando o
abrevando, la libido hubiese triunfado sobre la supervivencia. La
prisa unida a la ira la perdieron, pero debajo estaba mi recelo.
-Tienen razón los muchachos:
eres un marica-. Espetó la niña casi golpeando mi sexo con la furia
de su impotencia y de su liberado inconsciente.
Apreté mis ojos y en posición
casi fetal rescaté mi triunfo justo a tiempo pues el último golpe
de Nati hizo erguir, al acabar la representación del jardín, al
castigado miembro también liberado de mis neuronas corticales
izquierdas. Tomé la manta para cubrirme y ocultar el proceloso bulto
que, enhiesto, requería explicaciones a un Javier quizá tonto pero
prudente que se regodeaba con el ventanuco del baño. Ése era mi
secreto. Disociado momentáneamente de mi virilidad disfruté la
futura libertad mientras Nati, furiosa, se retiraba de la habitación
dando un portazo. Así salió de mi vida una mujer que me había
excitado con sus caderas y arrobado con su fingida, ahora, ternura
como pocas veces antes lo había sentido. ¡Gracias colibrí!
Era entrada la noche cuando
reaccioné. Había estado dormitando. Nadie ingresó al cuarto; me
sorprendió que no trajesen alimentos pues habían pasado muchas
horas pero era evidente que yo no les interesaba mucho. El informe de
Nati sería tan ubérrimo en incoherencias sobre mi persona que los
buenos muchachos estarían pensando: "dejemos a ese infeliz que
se pudra; mañana le llevaremos comida; un poco de ayuno no le
vendría mal así adelgaza"; imagino la risotada que recibiría
esta idea. Aflojarían todos los controles y quizá Nati se
desquitase con ellos; la fogosidad vapuleada de la muchacha requería
un pronto sofocar y yo debía aprovechar el festín casi seguro de
los "guardianes del orden". Miré mi reloj de pulsera, era
casi medianoche; la hora de las "brujas" y de Javier
Reybaj.
Como un felino en acecho caminé
hasta la puerta del cuarto. Como era de prever, el carcajeo de los
facinerosos marcaba que la orgía estaba en su apogeo. Tomé todas
mis cosas colocándolas en los bolsillos y les dejé como recuerdo el
pequeño billetero vacío ya que estorbaba para pasar a través de la
estrecha ventanilla; con decisión pero extrema cautela me dirigí
hacia el baño. Al abrir la puerta sentí un ruido en el ventanuco
que me hizo trastabillar del susto; con precaución me acerqué; un
haz de luz muy delgado penetró a través del vidrio. Coloqué el
banquillo debajo y con dedos temblorosos bajé el pestillo y abrí la
ventanilla. Ubiqué mis manos en el borde y de un salto quedé
colgando hasta lograr penetrar mi cabeza y luego el torso; el haz de
luz me segó y al percibir que se había apagado abrí tímidamente
los ojos. Delante de mí aparece el rostro sonriente de.....Augusto
Lecón.
La rama del árbol sirvió de
escala. Con la ayuda de mi amigo fui bajando lentamente hasta el piso
de baldosas. Con un silencioso abrazo sellamos el imprevisto (para
mí) reencuentro. Como dos ladrones furtivos nos deslizamos por el
patio. Augusto ya sabía el mejor camino para la salida y yo
simplemente lo seguía todavía tenso pero más confiado en el éxito
de la huída. Como un remoto eco se oyó el ladrido de un perro que
desde el jardín nos saludaría pero se acalló casi al instante
reemplazado por un iracundo grito de orden; algún bandido se habrá
molestado por perturbar el can los arrumacos de su bella compinche.
La delgadez de ambos nos permitió pasar a través de una reja que
separaba el patio de los fondos de la finca contigua. Por un pasadizo
estrecho fuimos caminando hasta el jardín de ésa casa y nos topamos
con la reja que daba al exterior. Por precaución Augusto había
apagado su linterna desde el instante de nuestro encuentro y la
farola de la calle iluminó una reja mucho más estrecha que la
anterior; ni siquiera nosotros podíamos pasar. Miré a mi amigo, mi
gesto inquisidor fue contestado con otro señalando un árbol
cercano; el dedo índice de Augusto se elevó hasta una rama que, por
encima de la reja, se juntaba con otra del árbol que crecía en la
vereda. Con cómico ademán indicó que debíamos trepar y hacer el
cruce por el "puente" de madera que nos llevaría a la
libertad. Como dos monos trepando y oscilando fuimos traspasando la
reja y llegamos al árbol salvador. Nos deslizamos rápidamente hasta
el suelo y como dos pollos asustados trotamos hacia la esquina; al
doblar nos esperaba el taxímetro que Lecón había contratado.
Augusto frenó mi andar y con un gesto pidió apostura y paso cansino
para despistar (supuse) al taxista. Con fingida calma ingresé al
automóvil y me dejé caer, agotado, sobre el asiento trasero
mientras el coche partía raudo hacia el hotel indicado por Lecón.
Tardé en reaccionar pero al fin lo hice; con un susurro le mencioné
a Augusto que ése no era el nombre de nuestro hotel; él con una
sonrisa y luego con el dedo índice sobre sus labios pidió silencio,
mirando al chofer que nos observaba desde el espejo retrovisor. Callé
y mirando por las ventanillas advertí que el lugar donde me tenían
cautivo estaba muy cerca del hotel donde nos hospedábamos pues
pasamos por su puerta a los pocos minutos de la partida; al ver el
frente del hotel volví a borbollar en los oídos de Augusto: -¿qué
está pasando?, no lo entiendo-. Mi amigo comprensivo de mi estado de
ánimo y además sabedor de mi eterna curiosidad con voz muy baja y
simulando contar un chiste picante (reía a cada instante) me fue
explicando entrecortadamente la situación.
El taxi nos dejó en la puerta
de un hotel y se retiró del lugar con extrema lentitud; Lecón
fingió caerse y permaneció en el suelo a pesar de mi ayuda hasta
que vio alejarse definitivamente al taxímetro. Acto seguido, con su
mano extendida, frenó la marcha de otro taxi que arrancaba luego de
dejar a varios pasajeros del hotel. Subimos y en tono decidido
Augusto le indicó al taxista que se dirigiese hacia el aeropuerto.
Para tranquilizarme pues advirtió mi sobresalto, Lecón murmuró en
mi oído: -calma amigo, todo el equipaje ya está en el aeropuerto-
7. Jueces de manos limpias y la cuna de mafias
Me recliné en la butaca
mientras Augusto Lecón comenzaba sus escarceos habituales con la
azafata. En un intervalo Augusto se decidió por fin a contarme todo
lo sucedido. Ya lo conocía lo suficiente como para darme cuenta de
que, una vez liberada su veta histriónica, recuperaría su
proverbial benevolencia. Antes de comenzar a contarme lo suyo yo hice
lo propio con mis aventuras que fueron escuchadas con suma atención.
Lecón estuvo, luego de mi
salida del hotel para pasear, averiguando datos de todo tipo a través
de los empleados; la información que recolectó lo puso sobre aviso
con respecto a la clase gobernante y a los contactos con agentes de
otros países. Comenzó, en primer término, a desconfiar de la buena
fe de los que en nuestro país sabían del viaje. Esto lo llevó a
sospechar que probablemente interferirían nuestro accionar. De
inmediato se preocupó por mi seguridad pues un empleado jerárquico
del hotel le informó que tenía órdenes superiores de vigilarnos e
informar de todos nuestros movimientos y agregó que ya había pasado
la información de mi salida. Sospechando que habría un servicio
secreto detrás nuestro pero que no sería oficial sino paraestatal,
Lecón decidió extremar las precauciones dejando pistas falsas de
sus pasos. Se retiró del hotel en dirección a una feria artesanal
cercana y allí deambuló varias horas fingiendo estar interesado en
los objetos. Observó que era seguido por varios agentes, algunos
vestidos con vaqueros y otros con chilabas; se le hacía imposible
zafar de tanta vigilancia. De repente saltó a un ómnibus que
arrancaba en ese momento y que había dejado casualmente la
portezuela abierta. Desde el automotor vio como los agentes,
atropelladamente, corrían haciendo sonar silbatos de llamada, al
mismo tiempo que acudían al lugar automóviles con vidrios
polarizados. Se inició la persecución del ómnibus pero al doblar
una esquina, aprovechando que el vehículo disminuía su velocidad,
Augusto se tiró sobre la vereda y rápidamente entró en un negocio
viendo pasar a los perseguidores raudamente a través de los
cristales del local. Volvió sobre sus pasos y caminó en dirección
opuesta preguntando a un vendedor de diarios si había visto pasar a
un señor delgado con apariencia de extranjero y caminando en función
de paseo. La somera descripción no le sirvió para ubicarme y
decidió rastrear mi paradero con otro método. Preguntó donde había
un bar típico con bailarinas y le indicaron el negocio cercano a la
plaza. Interrumpí su relato pues no entendí el porqué de su
pregunta al vendedor de diarios. Lecón con una pícara sonrisa
señaló que yo en el viaje de ida había manifestado mi satisfacción
por tener la posibilidad de ver el ondular de "auténticas
caderas" beréberes.
Gracias a su memoria y a la fina
percepción de datos, aparentemente baladíes, aunado a su poderosa
intuición Augusto Lecón podía articular hechos supuestamente
inconexos y armar cualquier posible rompecabezas. Esta facultad de mi
amigo se ponía de manifiesto a cada instante y sus momentos de
descanso (por ejemplo cuando hacía gala de sus dotes actorales)
servían para luego agudizar más aún sus excepcionales condiciones.
Para su atenta observación nada era trivial, fútil o insustancial;
todo servía para la investigación y lo registraba en su memoria
para, llegado el instante oportuno, reconstruirlo, analizando y
comparando críticamente la información. Los resultados a que podía
llegar eran insospechados.
Augusto atravesó la plaza de
los variados aromas y desembocó en el bar; observó su frente y
luego, como hacía siempre, rodeó la manzana para ubicarse en la
parte de atrás del local. Su intuición le marcaba esperar en el
contrafrente sin entrar en el negocio por el frente. Casi una hora
estuvo paseando por la cuadra simulando mirar negocios y cambiando
constantemente de puestos de observación, máxime cuando vio que una
camioneta con hombres en actitud extraña se ubicaba justo en la
parte de atrás del bar. Su espera acechadora dio resultado: con
impotencia contempló mi partida apresado por los truhanes. Sin
dejarse apabullar por la situación y con la rapidez que requerían
las circunstancias frenó a un automóvil y ofreciendo un buen pago
siguió a la camioneta hasta su destino. El chofer del coche se
sorprendió de las vueltas que daban pues luego de deambular por
varias calles, siempre en pos del otro vehículo, regresaron
prácticamente al barrio de origen: zona residencial y lugar de
reparticiones públicas y de embajadas. Precisamente el chofer señaló
a Lecón que la finca donde ingresaba la camioneta perseguida
era...una dependencia del Ministerio del Interior.....y agregó:
"-Huy, ese barbeta es el jefe de la policía secreta; y el
grandote es "Machi", el terror del pueblo-."
Augusto bajó del automóvil
despidiéndose del aterrado conductor que partió raudo como gallina
asustada y caminando se dirigió al hotel que distaba pocas cuadras
del "Ministerio" del horror. Paradojas de los Estados:
clandestinidad represiva aledaña al poder legitimado por los "pactos
de silencio" de la población. Connivencia, silencios cómplices,
ésta es la fuerza de la impunidad. Augusto ingresó en el hotel y de
inmediato preparó la partida del país; compró los pasajes y
despachó el equipaje. Lo primero lo hizo desde un teléfono público
(pensó que la línea de la habitación estaba vigilada) y lo segundo
lo consumó en varias etapas dejando pistas falsas; el equipaje lo
llevó un empleado del hotel a otra habitación (obvio de una
"amiguita" que el pícaro cortejó a tales efectos); el
empleado habrá titubeado pero las órdenes eran estrictas: denunciar
todo hecho concretado por los extranjeros.
El pánico, previsto por Lecón, hizo presa del muchacho que denunció
el depósito del equipaje en la habitación de la señora Wanda.
Augusto retiró por otra "amiguita" las verdaderas maletas
(las que Wanda tenía estaban vacías). La segunda amiga, Flori,
llevó, como suyas, las valijas al aeropuerto; allí las dejó en
depósito. Una amiga de Flori cambió luego el lugar de depósito por
otro y finalmente, al llegar nosotros al aeropuerto, ya estaba
despachado a nuestro nombre por un empleado de la línea aérea. De
todos modos se enterarían igual de nuestra partida pero ya a salvo
en la aeronave.
Luego de estos trámites
burocráticos, Lecón inició una pesquisa a fondo del lugar de mi
detención. Regresó al atardecer y contempló el vasto jardín, al
acercarse, los perros acudieron a su encuentro, detrás de las rejas,
ladrando amenazadores; Augusto los tranquilizó con un silbato
ultrasónico (tecnología especial para animales que captan un amplio
espectro de ondas sonoras) y luego los acarició dejando que lo
olieran a su gusto; al acudir un guardia tuvo que proseguir su marcha
silbando y gorgoriteando por lo bajo su satisfacción. En la primera
revisión observó que la planta baja era, casi toda, una amplia
recepción y despachos; en las plantas superiores calculó que
estarían los dormitorios. Rodeó, como siempre hace Lecón en sus
exploraciones, el inmueble y observó que había un patio interior al
cual daban algunas habitaciones de la planta alta. Intuyó que me
tendrían en alguno de esos cuartos pues ofrecían mayor seguridad
por estar más adentro de la finca y lejos por consiguiente de la
entrada. Típico error de muchos; el lugar más escondido no es el
más seguro, el más expuesto es el mejor porque: lo que está a la
vista...no se ve. Paradojas del homo sapiens. Sabedor Augusto de cómo
se actúa coligió el sitio donde me tendrían encerrado, sólo
faltaba ubicar el cuarto exacto pues había cuatro ventanas que daban
al patio. Se retiró del lugar esperando la noche en un bar cercano.
En su primera aproximación le
llamó la atención el fuerte olor a lavanda que emanaba del jardín
y decidió comprar un frasco de perfume con este aroma. Se dirigió,
antes de regresar a la mansión, a un comercio y adquirió la
fragancia en frasco grande. Entrada la noche se "bañó" en
perfume previo a la llamada de los canes con el silbato; éstos
llegaron cariñosos y lamieron las manos impregnadas del potente olor
que ellos tan bien conocían y que ahora estaba asociado al olor de
Lecón. Como los canes no ladraron ningún guardia apareció; esperó
un rato jugando, a través de la reja, con los lindos chuchos (!) y
luego procuró traspasar los barrotes. La delgadez colaboró en su
intento y forzadamente penetró en el jardín. Los perros se
inquietaron y Augusto Lecón debió utilizar nuevamente el silbato
ultrasónico y darles con su mano, saturada de esencia de lavanda,
terrones de azúcar. Estos tenían un ingrediente somnífero que
Lecón usó en previsión pues no estaba seguro del efecto duradero
del silbato máxime siendo perros guardianes y adiestrados para el
ataque. El silbato los calmaba transitoriamente pero al ver la
conducta de Lecón tan sigilosa los animales podrían reaccionar;
comieron el azúcar pues ya conocían el olor de Augusto y además
estaba asociado con la esencia de lavanda que poblaba esa parte del
jardín. El efecto soporífico se produjo y los animales quedaron
tendidos en el oloroso césped mientras Lecón avanzaba en cuclillas,
silencioso y atento a las luces de la casa. Un matorral con piedras
le sirvió para cobijarse un instante y desde allí ver mejor el
movimiento de los habitantes. Su intuición lo retuvo en el sitio y
al separar una piedra advirtió algo que brillaba sobre el suelo. Era
una libreta plástica que enseguida identificó como de mi
pertenencia y sin necesidad de abrirla pues la había visto antes;
ese hecho le confirmó que yo estaba allí. Razonó que yo la habría
colocado para certificar luego el lugar y porque ya sospecharía
interferencias oficiales; sería una prueba, al menos para nosotros,
y nos ayudaría en la investigación: siempre hay funcionarios
detrás.
Lecón siguió con mucha cautela
su marcha por el jardín hacia la parte de atrás de la mansión; la
reja que daba al patio interior frenó su andar; logró atravesarla
con dificultad y pisó las baldosas con decisión buscando las
sombras que cobijaran su presencia. Observó que el patio interior
era más amplio de lo calculado por su visión desde la vereda que
daba al contrafrente. La casa adyacente por los fondos era mucho más
pequeña y tenía un jardín alargado a su costado que comunicaba el
patio interior de la mansión (separado por una reja) con la calle
del contrafrente. Este jardín era la clave del escape pues semejaba
un pasadizo. Dos altas rejas con barrotes escasamente separados eran
el obstáculo principal; sólo dos personas delgadas como nosotros y
con mucho esfuerzo podrían superarlo. Augusto se preguntó: ¿cuál
sería la habitación donde estaba encerrado yo? Vio que tres
aposentos tenían ventanas amplias y uno sólo un ventanuco; éste
dato le hizo pensar que las piezas con vastas ventanas eran los
dormitorios y la ventanilla sería de un baño. Hizo un primer
análisis y dedujo que yo podría estar en alguno de los tres
dormitorios que daban al patio pues eran más reservados ya que el
ventanuco del baño tendría el respectivo cuarto sobre el jardín.
Pero luego pensó que precisamente al dar sobre el jardín era más
difícil cualquier intento de fuga por la presencia de los perros; el
pequeño ventanuco sería infranqueable; ese cuarto era el bastión
donde yo me encontraría. Luego Lecón examinó la manera de acceder
a la ventanilla y vio un árbol cercano que permitía el ascenso, de
su copa pendía una rama que se aproximaba al ansiado ventanuco. Sólo
restaba subir y al iluminar con su pequeña linterna el interior del
baño se encontró a los pocos segundos con mi rostro estupefacto.
Mientras Augusto Lecón me
contaba sus peripecias yo iba haciéndome ciertas conjeturas que
preferí clarificar al término de su relato.
-¿Qué pretendían con mi
encierro?- Pregunté pensativo.
-Anular tu posible
investigación. Asustarte. Ahora resulta evidente que no desean un
análisis profundo de la cuestión al menos algunos funcionarios de
nuestro país quizás implicados, mezclados y envueltos en asuntos o
negocios turbios-. Respondió Lecón muy seguro.
-¿Piensas que Hugo pueda estar
entre ellos?- Demandé preocupado.
-Decididamente no-. Prosiguió
Augusto con su seguridad.
-¿Entonces alguien de su
Departamento?-
-Puede ser gente de ése
Departamento o de cualquier otro. Lo real es que hay personas que
desean impedir nuestra investigación y están dentro del aparato
gubernamental. Además los contactos que tienen en el exterior forman
la inmensa telaraña que está llevando al colapso y a una situación
caótica general. No hace falta profundizar demasiado en los
detalles. La cuestión se repite en casi todos los Estados. Me
faltaba contarte, aunque presiento que lo imaginas, que el barbeta
que conocimos estos días, el jefe de la policía secreta, es uno de
los "cerebros" que gozan de la impunidad. ¿Recuerdas al
famoso Beria?, bueno éste trabaja igual y su poder se extiende
allende los mares. A veces cae algún "cerebro" pero lo
suplanta otro de inmediato pues su descenso de debe a luchas internas
y no a la acción de la Justicia. Generalmente están ocultos detrás
de personeros que detentan el poder de forma pero los "cerebros"
lo ejercen de hecho. Suelen disfrazar su presencia detrás de esas
pantallas; las sombras son su mejor ambiente-. Reflexionó Lecón.
-De alguna forma consiguieron su
objetivo. Estuve cautivo casi todo el tiempo de nuestra estadía en
el país seco y de ardiente sol-. Expresé con profunda tristeza.
-No estoy de acuerdo con tus
palabras. Tú bien sabes que averiguaste mucho y además permitiste
que yo pudiese operar bastante más de lo previsto-. Dijo Augusto con
una sonrisa.
-¿Qué averigüé-. Pregunté
oponiendo el pulgar a los otros dedos en cómico gesto que hizo reír
a Lecón.
-A ver dime cómo son los
habitantes de ése país y por extensión los fundamentalistas
musulmanes a quienes se supone debemos investigar-. Pidió Lecón.
-Son fatalistas; creen que el
destino de las personas ya está trazado y por ende nada se puede
hacer para cambiarlo. Aceptan la religión como la base primordial de
sus actos y por ende acatan las órdenes superiores rigurosamente.
Son básicamente intolerantes y autoritarios; siguen a sus jefes
ciegamente y los "enemigos" son los que ésos jerarcas
fijan. Recuerdo que "Machi" me amenazó con tirarme un tiro
si intentaba fugar. Yo era su enemigo y él ni me conocía; me tomó
así por orden de su jefe. Casi todos los seres humanos tienen esta
conducta pero en ellos está más acentuada. Matar a alguien
desconocido e indefenso sólo por orden superior es muy perverso.
Quienes lo hacen están en un grado muy avanzado de psicosis aunque
mucha gente no lo advierta. Los atentados masivos hechos por
ejecutores suicidas son el equivalente de los crímenes efectuados en
muchos países por genocidas de su propia gente por motivos políticos
o religiosos avalados por el cinismo y la hipocresía de las
cómplices jerarquías respectivas. No hay motivo valedero para matar
a otro ser humano. Los que lo hacen son enfermos-. Dije enderezando
mi butaca pues ya empezaba a interesarme el diálogo.
-La sola frase del bestial
"Machi" te sirvió para comprobar tus tesis. Lograste
obtener una prueba irrefutable de un mecanismo humano que tú ya
conocías pero que faltaba verificar. Lo hiciste precisamente con
personas adecuadas (musulmanes fundamentalistas) y esta evidencia
sirve pues proviene de un país que no es la cabeza de ése
movimiento; imagina cómo serán las cosas en una nación "cerebro"
y permíteme la metáfora. Acreditaste, aseguraste y confirmaste
todos tus presupuestos. Tus hipótesis ya pueden ser claras y
evidentes como para transformarse en hechos demostrados y
constatados. Unas horas de cautiverio te sirvieron para todo eso; y
por azar lo pasaste bastante bien, rememora a los pobres que
agonizaron lentamente en situaciones análogas-. Afirmó Lecón con
ironía pero en tono de inmensa tristeza.
Estas palabras ocasionaron un
prolongado silencio; quizás un tácito homenaje a las víctimas de
todas las épocas y de todos los pueblos que sufrieron la
intolerancia, la agresividad, el sadismo, la codicia, el ritualismo,
en suma que sucumbieron por la estupidez (esa notable torpeza en
comprender las cosas) de los homo sapiens.
-La actitud de Nati te sirvió
para constatar además la hipocresía de los cómplices que
coadyuvan. Hipócrita significa actor (como lo comprobaría un
helenista) y los cómplices representan el papel de las jerarquías
al hacer la voluntad de ellas; no viven su propia vida, su rol es
imitar, callar, obedecer, engañar para servir interpretando mejor.
Piensa amigo Javier: ¿quiénes son actores? Pero no artistas de
teatro o de cine sino, ¡actores de la vida! Para ayudarte, medita en
aquellas personas que se visten diferente, me refiero a tipo
uniforme, algo que los distinga del resto, que los coloque por
encima, en suma que los haga jerárquicos. Tu sonrisa significa que
comprendiste. Sí, militares y religiosos. A lo largo de la evolución
humana ambas jerarquías cimentaron las estructuras del poder. El
jefe de la horda primitiva tenía bajo su mando a soldados y a su
lado siempre un hechicero (la droga psíquica). Las armas y las
drogas psíquicas siempre estuvieron hermanadas desde la prehistoria;
inclusive antes y tú Javier que estudias paleoantropología sabrás
que en los restos fósiles de homínidos se encuentran aunadas armas,
fémures y otros huesos de animales grandes, junto a residuos de
rituales. A medida que la cultura fue evolucionando apareció la
síntesis del poder de las armas y del poder de la droga psíquica:
la política. Los políticos son la última generación de la
estructura del poder. Piensa Javier, ¿conoces a algún político
actual de cualquier país que no tenga ribetes actorales?; ¿que no
represente algún rol?-. Preguntó Augusto Lecón.
-La prueba de ello es que en
todos los países (con cualquier ideología) se promueve a los
candidatos a través de su imagen. Su rostro es exhibido en carteles
(los cárteles prefieren el incógnito, ¡quizá los auténticos
"cerebros" se ocultan detrás de sus testaferros! ¿Estará
allí el "superpolítico"). Augusto, tienes razón, los
políticos actúan. Usan un tablado, en los mitines están siempre a
mayor altura con la excusa de ser vistos por la concurrencia. En
realidad estamos en la cultura del espectáculo; los jóvenes se
movilizan a través de artistas que escenifican en enormes estadios
sus actuaciones y los políticos siguen el mismo derrotero. Artistas
auténticos y políticos necesitan del escenario. Las plataformas
electorales son plataformas actorales-. Rematé con algo de saña
pero justificada por la realidad de nuestro vapuleado siglo XX.
-Averiguaste además, querido
amigo, que los servicios secretos y paraestatales existen, no son una
fantasía de paranoicos; que utilizan métodos ilegales; que
secuestran y retienen cautivas a las personas en inmuebles que son
propiedad del Estado, es decir, un hecho de extrema gravedad pues
tiene el aval de toda la sociedad; todo esto amparado en la impunidad
que deviene del poder político, que como tal es consentido tácita o
expresamente por la población. Averiguaste que los "cerebros"
existen, el barbeta es una prueba. Los intermediarios hipócritas que
contribuyen con su actuación como Nati y los ejecutores sádicos
como "Machi". Fíjate que hermosa alegoría permitió tu
cautiverio-. Dijo Augusto haciendo un guiño.
-Sin embargo falta algo para
completarla-. Manifesté en tono misterioso.
-Para mí está completa. ¿Qué
le falta?- Inquirió Lecón curioso.
-La mansión del barbeta estaba
impregnada de un fuerte aroma a lavanda que brotaba del jardín y
rodeándola con un halo de exquisito perfume disimulaba (¿escenario?)
la podredumbre interior-. Expliqué tapando mis fosas nasales con el
pulgar y el índice de mi mano derecha antes de terminar la frase,
surgiendo palabras guturales.
Dormité unos instantes
despertando sobresaltado pues un ensueño me trajo una idea
repentinamente.
-¡No me has dicho hacia donde
nos dirigimos!- Reclamé en tono exaltado.
-A la tierra de los jueces de
manos limpias y la camita donde acunáronse las primeras mafias.
Quizá podamos hablar con alguno de ellos-. Repuso Lecón.
-¿Jueces o mafiosos?-.
-Con ambos-. Contestó Augusto
Lecón.
Hubo un corto silencio. La
posibilidad de hacer lo deseado por Augusto era fascinante. Serviría
para comprender muchos procesos y descifrar la génesis del próximo
descalabro económico-financiero que azotará al planeta.
-Y tú ¿qué averiguaste en la
tierra del sol? ¡Parecería que yo logré más estando encerrado que
tú libre!- Dije con mal disimulado orgullo.
La mirada de Lecón fue primero
de estupor, luego intentó escudriñar intenciones irónicas y
finalmente al comprobar mi genuina estupidez sin disfraces farfulló:
-Hablé con casi todos los
empleados del hotel. Confirmé que el temperamento de los musulmanes
es tal cual tú lo definiste. Son muy proclives al fatalismo pero eso
también es propio del oriente lejano. Recuerda los "kamikaze"
en la Segunda Guerra. Cuando hay mística hay fanatismo y de allí a
ideas absolutas o fundamentalistas hay un breve trecho. Para
conseguir sus propósitos cualquier método es bueno aunque dejen un
tendal de víctimas. Son los ejecutores ideales. Para librepensadores
como nosotros es muy difícil comprender este fanatismo ya que en
ellos las ideas se apoderan de la mente de forma tal que sólo
responden a los estímulos concordantes de sus jefes que implantaron
los dogmas en la niñez; por eso no tienen conflictos morales. Por
supuesto que ellos no responden a nuestro principio de encumbrar la
duda, la pregunta, la experimentación, la comprobación, la
autocorrección, en suma la metodología científica; sólo el dogma
y actúan en función de él, de allí que su conducta sea tan
enferma. Una consecuencia más grave aún es la imposición de lo
suyo al resto de la población la resistencia de ésta crea la
represalia. Este mecanismo de la represalia es primordial pues genera
la cadena de violencias. Es horrendo el "ojo por ojo, diente por
diente" base en occidente del concepto represivo (en lugar de
preventivo) del derecho penal, pero peor es maximizar esto con la
represalia que siempre equivale a "por uno de los nuestros, diez
de los de ellos". Siempre en la represalia el daño inferido al
otro es mucho mayor que el recibido. El fanatismo engendra el
encumbramiento de la represalia y esta idea está enraizada en los
países no sólo en los musulmanes. Un daño mayor aún es la cadena
de represalias que, uniendo eslabón por eslabón, se forma y golpea
con brutalidad-.
-Justamente en el país cuna de
las mafias se desarrolló ésa idea; el sentimiento de venganza
genera la primera represalia que para ser compensada origina la
segunda y ésta la tercera, formando la cadena que tú mencionas. Sin
embargo este mecanismo es mucho más antiguo y ya nuestros ancestros
prehomínidos lo practicaban; inclusive tú dices "el país cuna
de mafias" pero las mafias existieron siempre, quizá lo que tú
quieres puntualizar es que los grupos mafiosos organizados para
delinquir con reglas internas donde la venganza y la represalia juega
un rol fundamental para mantener la cohesión del conjunto se
desarrollaron modernamente en el país de los jueces de manos
limpias. Esta forma de organización delictiva demostró ser
sumamente efectiva pues ha sido adoptada en casi todas las demás
naciones. La mafia de las drogas psíquicas es todavía más sutil
pues se manifiesta abiertamente, no tiene necesidad de usar la
clandestinidad, y con ropajes éticos logra actuar en el escenario de
la vida con total impunidad. En rigor son los reyes de la impunidad
pues poseen el consentimiento del noventa y cuatro por ciento de la
población del planeta Tierra. Este dato no es captado y sin embargo
condiciona al resto del comportamiento humano-. Dije agregando un
poco de pimienta, siendo ahora Lecón el que se mostraba interesado
en el diálogo.
-¿Cómo es eso? Explícamelo
mejor.
-Simple. Las grandes atrocidades
cometidas con el mecanismo de las represalias han sido o promovidas y
avaladas, el caso de los fundamentalistas musulmanes en nuestra época
y el caso de la Inquisición Católica (Tribunal del Santo Oficio)
durante cientos de años en el pasado, o permitidas, autorizadas,
consentidas, aceptadas, admitidas o cuando menos toleradas en la
actualidad por las organizaciones religiosas de todo tipo. A veces se
alza un tibio discurso condenatorio de dichas atrocidades pero no se
ejerce el enorme poder que tienen para disuadir y evitar esos
atentados contra el ser humano-. Dije con tristeza.
-Tienes razón. ¿Por qué no
ejercitan ése poder de manera real que permita disuadir a los
verdugos?- Preguntó Lecón muy intrigado.
-Habría dos razones. Una, o que
no desean enemistarse con los otros poderes y en éste supuesto
actúan (actor significa hipócrita y viceversa) para no perder lo
conquistado en milenios y dos, o que en realidad están de acuerdo
tácitamente con los procedimientos crueles contra el homo sapiens-.
Contesté muy concentrado por lo entidad profunda de la cuestión ya
que hace a la condición humana.
-¿Y tú cuál de las dos
razones consideras la correcta?- Inquirió Lecón.
-Las dos-. Respondí
rápidamente. Y agregué: -la crueldad y el máximo sadismo que pueda
imaginarse está implícito en la idea del infierno, lugar de
sufrimiento eterno donde el fuego (las quemaduras son quizás el
mayor dolor posible) quema a los condenados sin consumirlos y
perpetuamente. Esta idea es la mayor aberración y aterrorizó a las
personas durante milenios para que fuesen obedientes y acataran las
reglas de las jerarquías. Nuestra legislación penal admite la
cadena (sic) perpetua y en algunos países la pena de muerte; estos
condenados irían directo al infierno. El reinado de la crueldad está
en la mente del hombre y yo pregunto ¿quiénes realizaron los
mayores atentados?
-Lo que dices avalaría tu tesis
de enfermedad social; en realidad los problemas no son sólo de este
siglo XX sino de todas las épocas y los atentados se cometieron
siempre. Ahora pareciera mayor la corrupción por la publicidad de
los grandes medios de comunicación que llevan las noticias por el
planeta en minutos-. Glosó Augusto oponiendo dedo a dedo de ambas
manos.
-Los delitos no aumentaron, sólo
tienen más difusión pues el periodismo los usa como llamada de
atención para causar sensacionalismo y promover la venta de sus
productos. La proporción en cantidad permanece constante pero hay
otras conductas que subyacen, no se ven y que sin embargo deberían
constituir delitos graves para la población. La mentira, el engaño
y la hipocresía muchas veces ocasionan enormes daños y sin embargo
son usadas constantemente por las sociedades. Precisamente estos
elementos llevarán al colapso, en casi todas las naciones, primero
financiero luego económico y finalmente social. Sobrevivirán los
más aptos, es decir, los que posean conocimiento y puedan
utilizarlos en la futura sociedad científica y tecnológica. El
pensamiento mágico puede disolverse en el colapso pero dejará
secuelas altamente improbables de erradicar. Las ciencias podrían
ser las nuevas religiones y los científicos los nuevos sumos
sacerdotes que dirigirán la nueva orquesta. La pregunta es ¿lo
harán con menos crueldad?- Pregunté con sarcasmo.
-¿Tú qué piensas?- Repreguntó
Augusto Lecón.
-Y a ti ¿qué te parece?-
Re-repregunté con la máxima ironía en el mar de mi congoja.
El avión fue descendiendo
lentamente. Un maravilloso espacio azul arriba, un verde turquesa
abajo cortado por castaños y verdes claros en elevaciones de tierra
que orlaban bahías de arena blanca. Las playas, con la vegetación
buscando la humedad del mar, incitaban a caminarlas. La aeronave
finalmente aterrizó en un aeropuerto casi desierto. Poco movimiento
de personas y de vehículos para tanta belleza. Decidí volcarme lo
más rápido posible hacia la ansiada caminata por la costa. El
trámite aduanero fue algo lento pero al fin tomamos el taxímetro
que nos llevó al hotel. Ebrio de aire y de mar me lancé, luego de
dejar el equipaje en la habitación, por las calles de una pequeña
ciudad costera de una gran isla. Corrí con las ganas contenidas de
un tiempo cercado por cuartos y aviones. El aire puro golpeando mi
rostro hastiado de olores nauseabundos penetraba en los pulmones y
vivificaba mi sangre. ¡No siempre los perfumes de lavanda son
buenos! Por algo el incienso substituye al aire que purificaría de
existir las puertas abiertas. El aire me daba más energía y corría
velozmente por la arena mojada donde el agua llegaba en tímidas olas
que morían a mis pies. Una espuma ocre permanecía al huir la ola,
breve huésped en mi ahora abierta habitación, y al enredarme en los
globos, suaves y tersos, caí rendido pero henchido de placer y de
alegría. Jugué con la espuma, pies y manos se permitieron hurgar
con deleite; todo un mundo de pompa (!) explotaba, sin dañar, en
burbujas multicolores y los globitos se elevaban irradiando luces. La
luz, la maravillosa luz de nuestra estrella, iluminando una playa
solitaria cobijó los instantes inolvidables de un sentimental que se
había perdido entre los barrotes mundanos.
Al levantarme, caminé entre la
vegetación buscando el verde con un frenesí de frescura; fui
dejando la costa para internarme en una maraña de arbustos y
finalmente caer nuevamente pero ahora bajo la sombra de un árbol.
Las ramas en lo alto se entrecruzaban y con las hojas filtraban los
rayos del sol que apenas marcaban el colchón de hierbas donde
descansaba. Permanecí un buen rato con los ojos entrecerrados
disfrutando la deliciosa penumbra mientras el gorgeo de pájaros
desconocidos me arrullaba. Sentí que la naturaleza me mimaba.
Regresé a mi infancia y a la ternura de un niño mirando los pájaros
de un parque; a su alrededor las hondas que lanzaban piedras y la
angustia de ver caer al pajarillo que dejó de trinar. Lloró con la
abismal congoja de su aflicción; al ver el cuerpecito del ave las
lágrimas fueron catarata. Se inclinó, mientras la burla de los
otros niños alejándose triunfantes por haber abatido al cantor
pobló sus oídos; allí ante sus azorados ojos estaba el pequeño
inmóvil. Las plumas agitadas por una suave brisa otoñal parecían
brillar como gemas preciosas; en el flanco un rubí resplandeciente
las opacó repentinamente. El rubí estalló en gotas que manaron
suaves tiñendo las plumillas de un rojo carmesí; todo fue un plumón
rojo. De pronto las lágrimas del niño, que eran catarata, al
languidecer por sus mejillas cobraron fuerza de aluvión y resbalaron
por las acariciadas plumas; el rocío fue diluyendo el rojo al
restañar la sangre. Los colores primigenios retornaron; el plumón
palpitó en agitar de patitas; los ojillos se entreabrieron y la
mirada del niño cruzóse con la del ave; una gota que estirándose
quedó retrasada, resbaló de la mejilla y, al estar reclinado el
pequeño sobre el otro más pequeño y más indefenso, cayó justo en
el pico que se abría sediento. Antes de que el niño pudiese
acariciarlo, ahora con las manos, el inquieto plumón revivió,
resurgiendo como un nuevo Fénix y batiendo alitas elevóse a su
rama. El niño, atónito, fascinado, vio cómo su amigo volvió a
trinar en un canto único, sublime y sólo para él. Ahora sus
lágrimas fueron de una inmensa alegría...
Un ruidoso batir de alas en lo
alto me despertó del recuerdo infantil. Sonriendo y feliz levanté
mi cuerpo del mullido colchón de hojarasca. Una parte de mí quedó
allí para siempre.
Al regresar al hotel encuentro a
Augusto Lecón en la sala de lectura muy ensimismado con un periódico
en sus manos. Me acerqué, recibiendo de inmediato la invitación a
tomar un té y seguidamente las palabras brotaron demasiado raudas
para el tranquilo Lecón.
-Aquí hay un trabajo para el
analítico y el reflexivo; lee este artículo y dame tu opinión.
Intuyo que hay mucho material y útil casi todo para la
investigación. Si quieres yo lo leo en voz alta para que tú puedas,
escuchando, realizar otra de tus proezas; luego una lectura afinará
tu puntería-. Dijo Augusto con algo de ironía.
-Sí, mejor lee tú porque yo
estoy un poco turbado-. Afirmé todavía muy sensibilizado por mis
recuerdos infantiles.
Augusto giró su cabeza,
escudriñó mi rostro tratando de auscultar mis pensamientos pero
luego abandonó dejando el silencio como respetuosa espera. Unos
minutos fueron suficientes para recuperarme. El contemplar los
adornos en las paredes me sirvió para retornar a la realidad de
manera efectiva.
-Comienza a leer y gracias-.
Balbuceé tímidamente.
Augusto carraspeó y, luego de
mirarme de soslayo, comenzó una larga lectura del periódico previa
aclaración de que se trataba de un diario, de la tierra del sol y
del aire seco, recién llegado.
"UN MONSTRUO ESCAPA DEL
PAIS.- En una conferencia de prensa ofrecida por el Jefe de nuestra
magnífica Policía y donde, además de su excelencia Agha H. Abedi,
se encontraban presentes el Jefe Zayed, el financista G. Pharao y su
hijo L. Pharao, el distinguido Amed Collaz junto con los
representantes de la prestigiosa empresa Monique S.A. señores Tony
Grec, Benit Daleu, R. Isaz, B. Torre, J. Medin, A. G. Cand, E. D.
Ramir, T. del Pin y Kalil Hussein Dibú quienes avalaron con su
valioso testimonio el informe entregado a los periodistas y que
transcribimos textual.- "Un peligroso y feroz asesino logró
escapar utilizando la más sangrienta de las estratagemas conocidas.
El traficante de narcóticos y de armas conocido con el seudónimo de
"Javier" y que ingresó al país clandestinamente fue
finalmente apresado por nuestra inteligente policía y retenido,
hasta ser llamado a sede judicial, en unas oficinas provisorias que
el gobierno alquila a la benefactora de nuestro país la firma
Monique S.A.. Como se trataba de un delincuente buscado por la
Policía Internacional lo retuvimos dos días tratándolo con suma
benevolencia a pesar de conocer su temible y tenebroso prontuario que
prontamente nos fue suministrado. Lo teníamos encerrado en una
habitación pero con las manos y pies libres para que pudiese ir al
baño y comer cuando quisiera. Este fue nuestro único error y lo
reconocemos. Deberíamos haberlo tenido esposado y con grillos en los
pies como a un delincuente común pero tratándose de un extranjero
quisimos retenerlo en buen estado hasta ser entregado al juez. Una
audaz y leal policía estaba en su habitación controlando todos sus
movimientos para evitar alguna jugarreta del bandido pero además
habíamos colocado guardias en la puerta de ése cuarto y en todo el
edificio y aledaños; la finca estaba cercada y a prueba de ataques
exteriores. El pervertido sujeto intentó forzar sexualmente a
nuestra arriesgada policía quien se resistió pero antes de que
pudiese gritar pidiendo la ayuda de los custodios exteriores el
miserable la estranguló y luego de muerta la violó salvajemente. La
pobre mujer tenía la vagina sangrante por la acción de la bestia
quien no satisfecho aún su apetito depravado la emprendió también
con el ano de la desdichada, ocasionándole (¡debe tenerse presente
que la víctima estaba ya muerta!) nuevas heridas por la brutalidad
con que la penetró. Luego el asesino con su cigarrillo prendido (no
sólo comida sino también cigarros y bebidas pusimos a disposición
del preso) quemó el pobre cuerpo de su víctima en los delicados
pechos dejándole marcas horribles. ¡Gracias a Alá que la muchacha
no sufrió! Al estar ya muerta todas estas vejaciones lo único que
hicieron fue saciar los bajos instintos del sanguinario y cruel
sátiro. Luego de perpetrado su bestial crimen el inhumano se tiró
por la ventana que da al jardín; al acudir los perros que estaban de
guardianes el miserable, con una fuerza hercúlea, los estranguló
uno a uno y luego para seguir satisfaciendo su sed de sangre los
despanzurró con un cuchillo que robó de la fuente con alimentos que
nosotros (ingenuos y bondadosos) le habíamos llevado. Conviene
aclarar que este peligrosísimo homicida es corpulento, con poderosa
musculatura y nervios de acero; causa espanto con sólo verlo por su
apariencia feroz. Reiteramos que deberíamos haberlo tenido esposado
y pedimos disculpas al pueblo pero quisimos ser humanitarios y no
dejarnos impresionar por el aspecto temible del sujeto. Todos saben
que valoramos la vida de las personas y jamás se nos ocurriría
lastimar a nadie como sí lo hacen en otros países que tiran a sus
prisioneros al mar desde aviones para desembarazarse de ellos y luego
lo niegan. Nosotros reconocemos nuestros errores y pedimos disculpas
al mundo. Para concluir, el salvaje luego de matar a nuestros perros
con su fuerza increíble (sólo ahora lo comprendemos) logró torcer
los barrotes de la reja que separa el jardín de la calle y huyó
pero sabemos que un cómplice lo esperaba desde muchas horas antes en
un automóvil; éste otro sujeto es también corpulento y tan salvaje
como "El Javier". Las últimas noticias que tenemos sobre
ellos nos dejan apabullados. Son parte de una gigantesca organización
que opera en todo el planeta contrabandeando narcóticos (en especial
cocaína) y venta clandestina de armas a países y a grupos de
subversivos. Tenemos la pista de ellos; sabemos que huyeron a una de
sus madrigueras en el país más poderoso del mundo y allí,
seguramente, los apresarán y juzgarán como corresponde con todas la
garantías legales para luego condenarlos y... Será Justicia."
Augusto Lecón terminó su
lectura dejándome pasmado; luego de reflexionar unos instantes y
mirando a mi amigo comenté con voz serena:
-Una forma efectiva de
dilucidación de casos es, precisamente, ésta. Provocar un hecho
deliberadamente para luego analizar las reacciones que él produce.
Generalmente cada cual tiene su propia interpretación y ésta
depende de su condición y de su naturaleza. El ser humano sin
hipocresías emerge en una lectura analítica de esas reacciones. En
este caso lo provocó el azar (no nosotros) pues me capturaron ellos,
yo no lo busqué al menos conscientemente. Al saber tú y yo la
verdad sobre estos hechos y confrontar con el relato de ellos
descubrimos infinidad de datos que ayudan en la investigación-.
-Tienes razón la sola lectura
ayuda a descifrar la calaña de estos sujetos y además suministra
valiosa información sobre algunos intermediarios poderosos y quizá
también de algún "cerebro". Lamento lo de Nati; esos
salvajes la destrozaron por represalia; lo mismo hicieron con los
perros pero lo de Nati es terrible-. Dijo Augusto con dolor.
-La torturaron sin piedad antes
de matarla; la represalia es lo más horrendo y sádico que se pueda
pergeñar, me recuerda a la idea del infierno suprema represalia pues
es eterna y quema sin consumir. La desdichada Nati fue quemada en sus
pechos...- No pude concluir la frase pues la rememoración del
instante en que ella me contaba sus cuitas e imaginar sus
sufrimientos posteriores en manos de esos criminales me hicieron
surgir lágrimas incontenibles.
Cenamos en el hotel con mucho
apetito; los exquisitos frutos del mar sirvieron para compensar las
penurias pasadas pero también para darnos energía pues el trabajo
sería mayor. Mientras yo estaba disfrutando del paseo playero, Lecón
había tenido una entrevista con un funcionario de menor jerarquía
de la autoridad municipal. El objeto de esa reunión fue obtener una
audiencia con el alcalde que nosotros presumíamos estaba en
connivencia con grupos mafiosos. La idea era comprobarlo y dependía
de mis observaciones. Precisamente mi función era conversar con la
gente y darme cuenta de su posición frente al delito. Como ya
mencioné al comienzo, Hugo me había contratado para tener contactos
personales y detectar, dada mi presunta habilidad para hacerlo, la
posibilidad de tener enfrente a un delincuente. Y digo presunta pues
Augusto Lecón la superaba y con creces; la rara capacidad de mi
amigo era notable por su precisión. Su intuición realmente era
efectiva y mis cualidades quedaban reducidas a la atadura de cabos
sueltos, comparando y por analogías llegar a conclusiones valederas;
pero los cabos sueltos los obtenía Lecón. Entre los dos
conseguíamos un resultado apreciable; pero a mi criterio el setenta
por ciento del trabajo lo realizaba Augusto Lecón.
Pasamos al despacho del alcalde
pero éste se hallaba en una oficina aledaña así que aprovechamos
para dialogar con el traductor que el consulado de nuestro país nos
había puesto a disposición. Su nombre era Pierino; tendría unos
sesenta años de edad y su contextura física denotaba haber sido
deportista pues su musculatura era desarrollada. Hablaba nuestro
idioma con alguna dificultad pero no había problema pues la
diferencia idiomática no era tan grande al tener ambos idiomas las
mismas raíces latinas. La cuestión sin embargo surgiría pues en
ese país se hablan dialectos que difieren en algo del idioma básico.
Menciono esto pues a veces las palabras pueden cambiar todo el
sentido a una frase y además cómo ellas se digan afectarían el
contexto. En atención a esto opté por no darle excesiva importancia
a lo que se diga sino más bien a cómo se diga y sobre todo a los
ademanes y gestos. En rigor sólo daría importancia a los
movimientos del cuerpo. Mi experiencia decía que las personas se
conocen mucho mejor a través de sus actitudes y no por sus palabras.
Para lograr traspasar la hipocresía es imprescindible esta
ejercitación; además contaba con la intuición de Lecón. El
traductor nos advirtió que el alcalde era una persona muy ocupada y
nos pidió que fuéramos lo más breve posible en la conversación.
Esta salvedad del señor Pierino me predispuso en un sentido
contrario pues estaba demás; tan importante era el tiempo del
alcalde como el nuestro e incluso el de Pierino. Los funcionarios
siempre se consideran por encima de los administrados; esto deviene
de las monarquías absolutas. El tiempo vale para todos.
Apareció el señor alcalde por
una puerta lateral acompañado por una de sus secretarias; nos saludó
cortésmente y comenzó una charla muy significativa que nos permitió
descifrar varias cuestiones. Cosa rara la secretaria permaneció en
el despacho al costado de su jefe y sentada en actitud aún más
extraña. Parecía tener la intención de distraernos a Lecón y a mí
pues las polleras cortas y las piernas cruzadas pero abiertas (al
estilo masculino) dejaban ver sus prendas íntimas. Lecón me miró y
cerrando un ojo indicó que ya estaba prevenido. El alcalde tendría
noticias nuestras por algún medio, posiblemente diplomático, y
trataba de hacer inocua nuestra visita; la distracción era el medio
elegido. Los Estados también utilizan este medio para que la
inocuidad fortalezca la impunidad; lo inocuo suele ser inicuo. Luego
de intercambios breves de cuestiones protocolares, Lecón fue de
lleno con preguntas respecto al modo de operar de la alcaldía contra
las mafias. El alcalde no estaba preparado para inquisiciones tan
directas y de entrada. Su rostro se alteró levemente y el rubor
subió a sus orejas primero y luego a sus mejillas. La intervención
de Pierino fue mínima pues nos entendíamos bien. La respuesta tardó
unos segundos en llegar pero finalmente el alcalde con vehemencia
indicó que su gobierno había hecho grandes progresos en la
detención de miembros mafiosos. Lecón extrajo de su bolsillo una
libreta de apuntes y le pidió que facilitase los nombres de los
últimos detenidos. Como era obvio el alcalde no recordaba sus
nombres pero solicitó a la secretaria que le alcanzase una ficha de
un mueble. La mujer se levantó y aprovechó la circunstancia para
pasar justo delante nuestro moviendo su cuerpo provocativamente. Muy
a mi pesar no seguí con la mirada el ondular de sus caderas pues mis
ojos no se apartaban del alcalde pero no en forma directa sino con el
rabillo, es decir, simulé mirar a la chica pero toda mi atención
estaba, con el rabillo de los ojos, en el funcionario; éste creyendo
que mi vista perseguía a la mujer extrajo de un cajón un pequeño
papel que colocó sobre el escritorio. Mientras Lecón le preguntaba
sobre la cantidad de detenidos mafiosos que permanecían en prisión,
el alcalde apartó su sillón para echarse hacia atrás y cruzar sus
piernas en gesto de defensa. Esta actitud se fortaleció cuando la
mujer le entregó una carpeta y él la colocó sobre sus piernas en
vez de apoyarla en el tablero. La joven se colocó frente a nosotros
(de espaldas) e inclinándose sobre el escritorio impedía nuestra
visión del alcalde. Además con su pose pretendía que las miradas
se dirigieran hacia sus glúteos para distraernos. Yo incliné mi
cuerpo justo a tiempo para observar como el alcalde quitaba un papel
y lo reemplazaba por el que había retirado antes de un cajón. El
documento que contenía la carpeta lo dejó deslizar suavemente hacia
el cajón abierto que luego, con displicente habilidad, cerró con
una rodilla. Para hacer toda esta maniobra el funcionario tuvo que
acercar su sillón nuevamente al escritorio y apoyar la carpeta en el
tablero sin percibir que caía al piso otro papel. Este documento
planeó en el aire al costado del escritorio y se depositó en el
suelo pasando inadvertido para todos excepto para Lecón y para mí.
Augusto, rápido como un rayo, dejó caer un periódico que llevaba
en sus manos y lo empujó con el pie antes de recogerlo de modo tal
que el diario quedó sobre el documento caído de la carpeta del
alcalde, mientras le sonreía a la secretaria con picardía simulando
que el incidente fue para rozar sus piernas. De más está decir que
aprovechó, precisamente, para tocar las susodichas extremidades. A
todo esto el alcalde revisaba la carpeta cerciorándose de que no
hubiese algún papel comprometedor y yo para facilitar la gestión de
ocultamiento de Lecón (vi como quedaba el documento dentro del
periódico al doblar éste) pregunté a la mujer porqué no usaban
computadoras en lugar de ficheros de tipo tan arcaico. La secretaria
con su mejor sonrisa me indicó que ellos usaban computadoras pero
que ésas eran carpetas con informes muy secretos y documentación
especial. La mirada del alcalde fue como un dardo hacia su
colaboradora pues descubría, quizá todavía halagada por la caricia
de Lecón, un dato fundamental para nosotros.
Resultaba evidente que la
muchacha era vulnerable a las artimañas de Lecón; un raro artilugio
ejercía mi amigo en determinadas mujeres; el hecho de ser intuitivo
lo acercaba a ellas al privar el hemisferio derecho de la corteza
cerebral como en casi todas las mujeres. Esta semejanza en el
comportamiento era reforzada por sus dotes actorales que ejercían un
recóndito influjo casi mágico. El enamoramiento (en oposición al
amor) utiliza precisamente este mecanismo: el sujeto ve en el otro
las propias ilusiones y su realización se canaliza a través de ése
otro sujeto, hay una simbiosis. Esta relación es ilusoria,
dependiente y corta pues se produce indefectiblemente la desilusión
al no haber conocimiento real del otro. En el amor sucede todo lo
contrario: cada sujeto conserva su propia identidad y ve al otro tal
cual es sin la deformación de sus propias ilusiones proyectadas. En
consecuencia existe conocimiento real del otro, el cual se
complementa con respeto, responsabilidad, cuidado. La preocupación
activa por la vida y el crecimiento del ser amado mas siendo
responsable, es decir, estar dispuesto a responder a las necesidades
del otro pero como acción voluntaria. Y respeto no es temor o sumisa
reverencia como generalmente se estima sino la capacidad de ver a
alguien tal cual es; la raíz de la palabra proviene de "respicio",
volverse a mirar hacia o mirar por otro, protegerle, ("aliquem
respicio"). En el enamoramiento se tiene al otro como objeto, es
decir una cosa, en caso extremo el poder absoluto sobre una persona;
que el otro haga, sienta y piense lo que queramos. En síntesis que
sea una posesión, nuestra posesión, una cosa y no una persona. Este
mecanismo es el usual en la sociedad humana y comienza en la célula
básica: la pareja. Se traslada luego al resto de la estructura; todo
el tejido social está impregnado de enamoramiento y de posesiones.
Las organizaciones mafiosas no escapan a esto y más aún lo
establecen como norma. Las religiones son la clave de esta manera de
pensar por su contenido mágico. En todas ellas hay un enamoramiento
hacia su respectivo dios y hacia los inferiores jerárquicos o
intermediarios, ya sean o hijos del dios o profetas o madres del hijo
del dios o santos o ángeles o descendientes del primer profeta o
finalmente los actuales oficiantes o representantes del dios. En
todas las graduaciones jerárquicas se produce este comportamiento de
enamoramiento desde épocas antiquísimas. Podemos afirmar que los
homínidos primitivos ya lo practicaban por los restos fósiles que
prueban los rituales ancestrales; siempre que hay ritos hay adoración
y siempre que hay adoración hay enamoramiento, es decir, delegación
incondicional al poder del otro. La transferencia que se opera hace
que el adorante "actúe", es decir que sea hipócrita y en
su actuación ante el adorado acepte los preceptos establecidos por
alguna revelación hecha antiguamente por el dios al primer adorante.
Este escenario es constante y finalmente se hace una costumbre. Las
revelaciones originarias no son discutidas, son tomadas como dogmas y
reforzadas con las resoluciones de los cónclaves o sínodos de
autoridades jerárquicas máximas que, rechazando primero y
anatemizando luego, eliminan a todos los opositores o herejes. En la
Edad Media se produjo esto con los autos
de fe donde se
quemaban vivas a las personas que pensaran diferente a los sacerdotes
integrantes de la Inquisición (el Tribunal del Santo Oficio) de la
Iglesia Católica. Miles de personas murieron en la hoguera, como el
monje-astrónomo Giordano Bruno cruelmente martirizado por la tortura
(legal pues estaba escrita en el derecho canónico de la época)
antes de quemarlo vivo; esto también legal pues estaba en el mismo
derecho la muerte por fuego en la hoguera; de la misma manera fueron
"ajusticiados" en hogueras el checo Jan Huss (otro fraile
opositor que generó la masiva rebelión llamada de los husitas) y
sus miles de seguidores y el inglés John Wycliffe por idéntico
"delito", es decir, pensar distinto. Actualmente las
fracciones shunnitas y shiitas de los musulmanes se masacran
mutuamente en disputas similares a las tenidas por los católicos
siglos antes; la explicación es simple, Muhamed, hijo de Abdalá
(Mahoma) nació en La Meca en el año 570 de nuestra era, es decir,
es más reciente el comienzo del islamismo y por ende todavía están
en la etapa del predominio de unos sobre otros. Los sucesores de
Mahoma, los califas
Abu Bekr, Omar y Otmán conquistaron (por las armas) en poco tiempo
Siria, Asia Menor, El Imperio Persa, gran parte del Asia Central y de
la India, África del Norte y España. El programa de Mahoma era
sencillo pero aceptable para grandes masas explotadas por los
Imperios Romano y Persa. Quizás en el aspecto ético no estaba a la
altura de otros fundadores de movimientos religiosos como Sidharta
Gautama Buddha o la figura mítica e idealizada de Jesús (no hay
pruebas históricas de su existencia real, salvo los evangelios
-había casi dos mil y quedaron cuatro pues el resto fue desechado
por apócrifos (!) por la autoridad eclesiástica de la época, lo
cual nos hace dudar de la verosimilitud de los cuatro remanentes- y
en los escritos de los historiadores Josefo, Tácito, Suetonio y
Plinio de comienzos de nuestra era pero esos trozos está comprobado
que son interpolaciones apócrifas hechas en la Edad Media). Sin
embargo en cuanto al realismo su proyecto contemplaba las necesidades
inmediatas y mediatas de sus contemporáneos; en este sentido se lo
podría comparar con Martín Lutero. Una característica fundamental
del islamismo es tener sabios doctores, maestros y predicadores, pero
no sacerdotes en el sentido de otras grandes religiones. Es simple y
comprensible. El Corán (su libro sagrado ya que en este aspecto
coincide en tenerlo como casi todas las religiones) establece la
igualdad de todos los seres humanos ante Alá (su dios) pero dejando
subsistentes las diferencias económicas aunque atenuadas por un
impuesto a beneficio de los pobres. Declara legal la ganancia
comercial pero prohíbe la usura y la esclavitud por deudas. La
doctrina musulmana tiene una relación mayor con el judaísmo que con
el cristianismo en especial con respecto a su monoteísmo estricto;
los mahometanos ven a los cristianos como politeístas ya que les
resulta incomprensible el misterio de la Trinidad, o la especial
naturaleza de los santos, intermedia entre lo divino y lo humano. El
programa de Mahoma inflamó al pueblo árabe que estaba siendo
víctima de la interminable guerra entre el Imperio Romano de Oriente
y el Imperio Persa, logró unificarlo y mediante una guerra de
conquista, en menos de un siglo, extendió su dominio mucho más allá
que el Imperio Romano en su apogeo. La musulmana es pues la más
reciente de las grandes religiones exceptuando a los protestantes que
se los puede englobar en el cristianismo aunque ellos (los
protestantes) son quizá los más liberales en un sentido general.
Todas las religiones se basan en el esquema del enamoramiento. De
allí su carácter mágico, totalitario (en el sentido de total,
universal o ecuménico) y por consiguiente dogmático. Todo esto
genera intolerancia hacia las ideas distintas y lucha por la
supremacía. No existe el respeto en el sentido mencionado antes. Los
atentados hechos por fundamentalistas (dogmáticos enamorados que
hacen de su pensamiento-sentimiento el fundamento de su actuación)
comienzan a explicarse cuando se conocen las premisas básicas
relatadas.
La actuación es el medio de
atracción utilizado por los que intentan enamorar y tiene siempre un
tablado o escenario donde el hipócrita, que significa actor, hace
efectivo su rol. El alcalde estaba actuando de funcionario bueno y
los dichos de su secretaria nos llevaban a la conclusión de la
falsedad del actor que fue desenmascarado. Esa mirada lo delató. Los
informes muy secretos y la documentación especial siempre ocultan
algún hecho turbio o dicho más claramente algún delito. En muchos
Estado se emiten decretos secretos; sí, aunque parezca increíble en
una supuesta democracia hay decretos secretos que, rara vez, son
detectados y dados a luz en tiempo actual ya que generalmente se
conocen luego de veinte o treinta años cuando ha prescripto el
delito. Muchos veces estos decretos secretos transgreden normas
éticas básicas además de las jurídicas del derecho internacional
pero como siempre no hay pruebas contra los responsables aunque
deberían serlo quienes lo firman. Estas tretas actorales se realizan
en todos los Estados pero algunos se exceden hasta lograr piezas de
comedia de un nivel superior a las de Aristófanes. La vida no es
sueño parafraseando a la inversa de Calderón sino comedia con
actores y con espectadores; adorantes y adorados...¡ah! y un
reducido grupúsculo de observadores críticos.
En ese instante llamaron a la
puerta y ante la aprobación ingresó un señor que, algo alterado,
comunicó (entendí bastante pues no hablaba en dialecto) que habían
apresado a un mafioso y el juez quería interrogarlo en el acto
necesitándose la presencia del alcalde; éste se levantó
sobresaltado y se dispuso a despedirnos pero Lecón le solicitó que
nos permitiese presenciar la indagatoria. El alcalde respondió que
eso no era posible y nos dio la espalda iniciando la retirada;
Augusto con sus reflejos tan preciados se interpuso ágilmente entre
el funcionario y la puerta mostrando la credencial que Hugo nos
facilitara y una autorización oficial para entrevistar a jueces y a
presos. Pierino (el traductor que nos acompañaba) también expresó
su deseo de incorporarse para ayudarnos en la comprensión cabal de
la indagatoria. Ante la exhibición de papeles tan importantes como
los que Lecón oscilaba frente a sus ojos el funcionario optó, con
un gesto resignado, por permitir nuestra presencia. Augusto me miró
y con un guiño marcó la importancia del evento. La secretaria con
una ductilidad encomiable se ubicó entre mi amigo y yo y tomándonos
del brazo inició la persecución del alcalde que bramaba órdenes a
un grupo de empleados para que lo siguieran; Pierino cerraba la
marcha de la columna que se enfrentaría con un jefe mafioso.
La sala donde se haría la
indagatoria se encontraba repleta de policías y varios periodistas.
Me sorprendió la escasez de gente de prensa en el lugar y se lo hice
saber a Pierino junto con mi pregunta del porqué. El traductor me
explicó que esos periodistas eran los autorizados y sólo ellos
podían ingresar a la sala ya que el mafioso capturado era un jefe
importante. Se temía un atentado en su contra pues parecía que el
delincuente deseaba cooperar; la figura del arrepentido en pleno
vigor. Sin embargo su aplicación genera contradicciones pues con
ella se beneficia a delincuentes convertidos (!) en delatores
pudiendo generar esto mayor corrupción. En la práctica es usada por
las policías de los Estados aunque no tenga sanción legal. Las
precauciones tomadas por el juez se manifestaron de inmediato pues de
no haber entrado a la sala en la columna del alcalde y su séquito
nos habrían impedido el paso; luego de Pierino se cerró la puerta
de acceso quedando del otro lado guardias armados que vociferaban
ante una turba de periodistas que pretendían ingresar. El reo estaba
muy custodiado y detrás de una reja, en rigor era una jaula, el juez
en su estrado y frente a él los abogados, el fiscal y el defensor;
en asientos escasos ya que la sala era pequeña se encontraban los
periodistas. Los funcionarios con el alcalde a la cabeza se ubicaron
en el costado opuesto a la jaula del reo. El juez ordenó tomar
asiento a todos; Augusto y yo nos sentamos cerca del alcalde pues yo
deseaba observar sus reacciones y entre ambos se ubicó Marisa (la
bella secretaria del señor alcalde). A propósito el nombre de la
niña lo supimos al susurrarlo ella en el oído de Lecón y luego en
el mío. Era evidente que la señorita tenía instrucciones de
volvernos "locos" con su coqueteo aunque estaba la
posibilidad de que ella gustara realmente de alguno de nosotros. Se
puede fingir pero hasta cierto límite; un gesto de Lecón me orientó
en ese sentido. Los minutos siguientes darían la respuesta. La
indagatoria se hizo mera rutina en realidad el mafioso no aportaba
nada importante; no mencionaba nombres, ni fuentes de financiamiento,
ni los hechos en que habría participado ni mucho menos a los
"cerebros" de la organización. Era un intermediario y no
un jefe. Me sorprendió las preguntas bastante tontas que se le
hacían y paulatinamente fui dejando de prestar atención a la
indagatoria para concentrarme en el lugar ya que el alcalde tampoco
aportaba nada al permanecer inmóvil. Al entrar tuve una rara
sensación, al mejor estilo Lecón, y esa intriga permaneció durante
varios minutos. Recién pude darme cuenta al promediar el
interrogatorio. La sala tenía una especie de palco en la planta alta
que daba justo enfrente del estrado donde el juez continuaba con su
monótona labor. Conviene puntualizar que el cuestionario lo
efectuaban tanto el fiscal como el defensor junto con el juez. La
función de éste no era meramente contemplativa y de moderador como
en los juicios de otros Estados. Al ser un país latino se aplicaban
normas jurídicas que procedían más directamente del derecho romano
siendo la figura del juez mucho más activa. Por eso mismo me llamaba
más aún la atención que las preguntas fuesen tan insípidas. La
monotonía me llevó entonces a detectar el palco
de la planta alta que se hallaba a oscuras. Repentinamente observé
una ligera excitación en el alcalde que comenzó a moverse en su
asiento; era de contextura corpulenta y un ligero crujido de su silla
certificó el balanceo nervioso. Me quedé unos segundos mirándolo
hasta advertir una furtiva mirada hacia el mencionado palco, antes de
seguir yo el camino señalado por los ojos del funcionario ejecutivo
pasé descuidadamente por el estrado y ví que el otro funcionario,
el judicial, realizó idéntico pispear subrepticio. La velada ojeada
de los dos responsables sociales sobre un lugar en sombras me iluminó
pues al observarlo advertí un relámpago metálico en la oscuridad.
Apoyé mi mano en el hombro de Augusto y le indiqué con un gesto la
planta alta; él hizo una seña asintiendo y denotando haberlo visto,
apuntó con su mentón hacia el estrado donde el señor juez se
agachó detrás de su escritorio...
Todo sucedió con la rapidez de
un alud. El alcalde se tiró al suelo; al segundo, Lecón, con su
instinto desarrollado al máximo, me empujó cayendo ambos en el
preciso momento que del relámpago metálico del palco de la planta
alta surgieron, tronando, relámpagos de fuego. Una increíble
cantidad de metralla se desató sobre la jaula donde el arrepentido
era acribillado, saltando trozos de su cuerpo por el aire y
estallando la sangre como un torrente rojo.
La ráfaga se hizo extensiva a
toda la sala. Los guardias tomados por sorpresa no atinaron a repeler
el ataque y fueron abatidos; lo mismo sucedió con parte del público;
sólo aquellos que lograron echarse al piso o resguardarse detrás de
muebles o de otros cuerpos pudieron evitar recibir heridas. Toda la
acción duró escasamente un minuto, dejando un saldo de muerte y
desolación. Los llantos de los heridos y los gritos de histeria de
los pocos ilesos, comenzaron a poblar el ambiente al minuto
siguiente. La confusión fue incrementándose al llegar nuevos
contingentes de policías que dispararon sus armas hacia la planta
alta donde ya había cesado el fuego. Lecón se incorporó y me ayudó
a hacer lo propio preguntando si yo estaba herido; al corroborar
ambos nuestra calidad de indemnes, tratamos inmediatamente de
socorrer a los heridos que se esparcían por el suelo en medio de
gemidos, lamentos y en algunos casos alaridos de dolor que hacían
estremecer de espanto. Estos últimos fueron llevados por policías
que irrumpían en la sala para socorrer, mientras Lecón y yo
tratábamos de acomodar en el piso a los restantes, parando
hemorragias con camisas y blusas y cuidando de no moverlos hasta la
llegada de médicos y enfermeros. En pocos minutos acudieron los
médicos con camillas y empezó, ya con más calma, el éxodo hacia
los hospitales. Lecón me indicó con un gesto el movimiento del
alcalde en dirección hacia donde se hallaba el juez; ambos se
retiraron por una de las puertas laterales acompañados por varios
policías. En ese instante se oyeron gritos; parecía que habían
capturado a uno de los atacantes. Uno de los policías que se había
retirado escoltando al juez y al alcalde reingresó a la sala en el
preciso instante en que un grupo de sus compañeros trajo al
prisionero, desarmado y esposado; el guardían de la ley,
visiblemente indignado, gesticulando y vociferando insultos al
cautivo, tomándolo por el cuello lo arrastró al sitio donde se
encontraban el alcalde y el juez. Cerró tras de sí la puerta
mientras el resto de sus camaradas permaneció en la sala junto a
nosotros. Pierino, Lecón, la secretaria del juez y yo nos
disponíamos a dejar el salón en el instante que oímos un disparo y
luego otro provenientes de la habitación donde estaban el juez, el
alcalde, el atacante capturado y varios policías. La puerta se abrió
reapareciendo el policía que había arrastrado al cautivo al
interior del cuarto con el rostro desencajado y a los gritos anunció
que el reo había intentado escapar y tuvieron que dispararle para
impedirlo. Lecón, con un ademán, me indicó que nos acercáramos a
dicho cuarto; con sigilo, en medio de la batahola producida, fuimos
asomando nuestras cabezas al interior de la cámara de ejecución
(teníamos la intuición, aún no la certeza). Efectivamente la pieza
no tenía puertas salvo la que daba a la sala donde estábamos
nosotros con el grueso de los policías. La presunta escapatoria del
reo fue en realidad su ejecución para que, como es obvio, no
hablara. El juez y el alcalde alcanzaron a ver nuestras curiosas
cabezas pispiando y sus rostros denotaron furia inmediata. Antes de
que sus fogosos y vengativos impulsos hicieran presa de nosotros, ya
no con cautela sino con la rapidez del instinto, pusimos nuestros
pies a trabajar activamente en dirección a la salida del funesto
lugar; Pierino y Marisa (la secretaria) nos acompañaron sin
percatarse del porqué de nuestra rauda y casi precipitada partida.
Los policías que ya nos conocían (mucho más a Marisa y a Pierino)
nos dejaban paso con una nerviosa sonrisa. En rigor todo era nervios
y confusión en el edificio. Los médicos continuaban socorriendo a
los heridos leves y había guardias armados en todos los rincones.
Gritos y órdenes de todo tipo aturdían y producían mayor bulla; la
situación nos permitió salir sin ser molestados aunque si no
hubiese sido por la presencia de Marisa y de Pierino nos hubieran
interceptado. Pierino y Marisa estaban bastante tranquilos y si bien
los había sorprendido toda la acción supieron reponerse mas era
evidente que necesitaban desahogar sus tensiones. Lecón me miró y
ambos intercambiamos mudos mensajes de comprensión. Quizá fuese una
oportunidad para indagar con personas más o menos allegadas a ése
estrato del poder. Aunque para mí, y suponía que también para
Augusto, ése juez y ése alcalde no eran precisamente los de manos
limpias; la evidencia era incontrastable: no sólo eran corruptos y
cómplices de los grupos mafiosos sino que directamente eran
ejecutores homicidas del también delincuente y homicida perpetrador
del atentado.
Al salir del edificio Lecón
invitó a Pierino y a Marisa a tomar algo en un bar de las cercanías
para terminar de recobrarse; para nosotros ya era costumbre pasar por
situaciones de peligro y comenzaba a no afectarnos. La agresividad es
una característica básica en el ser humano y la hace efectiva
constantemente; la mayoría de las veces es psíquica y a la persona
le pasa inadvertida la agresión que realiza a otros, generalmente
con palabras, gestos o actitudes, pero en ocasiones se torna violenta
produciendo lesiones o muertes. Hay circunstancias propicias para las
agresiones de hecho, como por ejemplo un clima de impunidad; cuando
ella está muy desarrollada las violencias se desatan por motivos
fútiles y luego brotan las represalias que, haciendo cadena,
terminan en salvajes guerras.
Nos sentamos en el bar y Augusto
empezó con su histrionismo que hizo sonreír a Pierino y a Marisa
poblando el ambiente de buen humor. Yo seguía un poco alejado las
peripecias por las cuales los iba llevando lentamente Lecón a un
terreno un poco más fértil para las confidencias. Lo sucedido en la
sala me había impactado sobremanera por la pérdida de vidas y por
la barbarie tanto del bando que cometió el atentado como la
represalia subsiguiente. Que un juez y un alcalde ejecuten de esa
forma a un prisionero me pareció la aberración máxima pues la
agresión anterior fue hecha por insanos, es decir enfermos, en
cambio se supone que los funcionarios son personas sanas; lo sucedido
probaba lo contrario, tan enfermos son unos como otros. En el caso de
los burócratas el delito es mayor por ser claramente cómplices
intermediarios de las bandas mafiosas además de representar
presuntamente a la ley. Estos mafiosos enquistados en el poder son
los que llevan a cabo la destrucción de pruebas y garantizan la
impunidad. En ese instante resonó, clara y cristalina, la carcajada
de Marisa ante un gesto gracioso del incomparable Lecón; esa risa me
volvió a la realidad y pude integrarme a la charla. Ya Augusto había
preparado el terreno para la averiguación que buscábamos.
-¿Hace mucho que trabajas con
el alcalde?- Preguntó Lecón imprevistamente y con expresión
intrascendente dirigiéndose a Marisa.
-Un año y medio-. Contestó
ella todavía riendo.
Pierino intervenía a veces para
aclarar alguna palabra pero en general comprendíamos casi todas las
frases pues Marisa hablaba lento, tratando de vocalizar bien y sin el
uso de dialectos.
-¿Es un trabajo difícil?-
Continuó Augusto.
-Para mí es muy fácil. Llevo
la agenda del alcalde y trato de que cumpla con todos los compromisos
sociales y oficiales. Trabajo con la computadora archivando las
copias de los documentos y controlo el registro de los papeles
originales aunque últimamente noto que hay menos papeles y que el
alcalde resuelve los asuntos en entrevistas personales y sin tomar
notas o labrar actas. Inclusive en reuniones con todos los
secretarios de la alcaldía no se hace acta oficial-. Puntualizó
Marisa con una sonrisa y hablando casi mecánicamente pues Lecón
seguía haciendo morisquetas.
-¿Antes se hacían actas de
esas reuniones plenarias?- Prosiguió Augusto.
-¡Sí! Siempre se han hecho;
hace tres meses el alcalde me pidió que no tomara notas y luego
mantuvo el criterio hasta hoy. Ahora que lo preguntas me doy cuenta
de que yo ya no asisto a dichas reuniones; como no tengo que labrar
actas el alcalde no me necesita...-. Reflexionó Marisa perpleja.
-¿Recuerdas si hace tres meses
el alcalde tuvo alguna visita que no figurase en su agenda?- Inquirió
Augusto mientras le daba una suave palmada a la mujer en la mano y
observando un hermoso anillo hizo un gesto de valorar la calidad de
la joya; esto desvió la atención de Pierino y de Marisa,
permitiendo que ella contestase la pregunta casi sin pensar.
-Sí. Me acuerdo pues ese día
el alcalde me regaló este anillo que tanto te gusta. ¿Viste que
hermoso es? Es de oro legítimo, lo mismo que la piedra: es un
zafiro...-, comenzó diciendo Marisa pero Lecón la interrumpió.
-Es un zafiro; en nuestra lengua
decimos zafiro, sin acento-. Comentó Augusto tomando la mano de
Marisa y acariciando la piedra preciosa. -¿Y quién era el personaje
que visitó al alcalde?- Concluyó Lecón siempre mirando el anillo.
-¡Ah...! Me parece que era un
ministro del gobierno central; muy amigo del primer ministro que
estuvo muy pocos meses en el poder y fue desalojado por un entuerto
del hermano...bueno se dice que del hermano. Los jueces están
investigando pero hay muchos metidos en esos negocios... Estoy
orgullosa de este anillo, ¿observaste como brilla el...zafiro?-
Preguntó Marisa levantando su mano y haciéndola girar, mientras
sonreía por su vacilación al intentar hablar bien nuestro lenguaje.
-¿Te regaló la joya por tu
cumpleaños?- Requirió Lecón mientras frenaba el girar de la mano y
colocándola ante la luz para mirar detenidamente el brillo de la
piedra hizo otro gesto de conocedor al tiempo que continuó
acariciando, ahora, la mano de Marisa.
-No. Fue para compensar (así
dijo el alcalde) pues cuando labraba las actas me pagaban extra;
ahora al no tomar nota de las reuniones...-. Contestó Marisa muy
halagada por la caricia de Lecón y haciendo un mohín delicioso.
-Yo estoy muy preocupado por lo
sucedido hace un momento. Fue una masacre, debe haber varios muertos
y heridos de gravedad; aquí está sucediendo algo muy raro...-
Interrumpió el idilio de Marisa y Augusto el severo Pierino (algo
molesto por el giro de la conversación) y agregó: -...no está bien
lo hecho por el juez y el alcalde: el prisionero no podía escaparse
de ninguna manera pues debía pasar por la sala grande que estaba
repleta de policías-. Al decir esto Pierino nos miró alternadamente
a Lecón y a mí con ojos escrutadores.
-Se trataba de un asesino que
había aniquilado a gente indefensa-. Repliqué rápidamente mirando
a Lecón y advirtiendo un leve gesto aprobando mi contestación.
Pierino lanzó un suspiro en
manifiesta expresión de alivio ante mi respuesta; el interrogatorio,
disimulado pero aclaratorio al fin, lo había colocado en actitud de
sospecha de nuestros verdaderos designios. No cabía duda Pierino
también estaba en la telaraña.
La conversación se desvió por
carriles intrascendentes lo cual permitió tranquilizar aún más a
Pierino que participaba de los alardes actorales de Lecón con
entusiasmo y ya sin resquemores de ninguna índole.
Acompañamos a Marisa a su casa
y luego retornamos los tres hombres al hotel donde Pierino se
despidió hasta el día siguiente que nos escoltaría (ya no cabía
duda de que estaba para eso...) a una entrevista con un juez.
Al quedar solos en el hall del
hotel Augusto Lecón extrajo de su bolsillo el documento tan
hábilmente substraído de la oficina del alcalde y lo extendió ante
mis ojos: era un listado con nombres de cómplices mafiosos
"influyentes" en el poder...
8. La entrevista y Augusto Lecón
Al día siguiente nos levantamos
temprano; si bien la esperada entrevista con un verdadero juez de
manos limpias era casi a mediodía Lecón deseaba hacer un paseo
previo para que nos relajásemos; el mero sueño nocturno no era
suficiente y una caminata matutina nos vendría muy bien. Iniciamos
una larga marcha por calles que subían y bajaban, a veces sinuosas,
otras rectas y angostas; un magnífico sol iluminaba las blancas
casas y reverberaba en los árboles de una amplia plaza que
interceptó el acompasado andar. Este lugar tenía ciertas
características que lo hacían muy peculiar: los árboles, en
circunferencia, bordeaban un espacio que era utilizado para
representar obras teatrales; un tablado hacía las veces de escenario
y el público se ubicaba delante sentado en almohadones que cada
espectador llevaba consigo. En esos momentos se estaba dando una obra
cómica y la mayoría de los presentes era gente joven. Me sorprendió
lo insólito de la hora para un espectáculo de ese tipo pero
teniendo en cuenta que se trataba de un ciudad pequeña, época
estival, sol casi perpetuo en un clima seco, aspectos todos que
incitan a la recreación. Los actores hablaban en dialecto así que
no pudimos entender casi nada pues la pronunciación era rápida y
muy cerrada. Las reacciones del nutrido auditorio me llamaron la
atención pues reían a cada instante por la mímica que uno de los
actores efectuaba contestando las palabras de otro. Parecía que el
juego era un discurso del actor más joven y las respuestas con
gestos del más viejo. El sol comenzaba a hacerse sentir y me dirigí
hacia la sombra de los árboles que circundaban el original teatro;
en cambio Lecón parecía no sufrir la intensa soleada pues decidió
permanecer, sentado en el césped, junto al resto del juvenil
público. Yo estaba medio escondido entre dos árboles con copiosas
ramas plenas de hojas que daban una frescura deliciosa; esta posición
estratégica me permitió observar cómo un señor corpulento
entregaba a un joven dinero y hablaban debajo de un árbol ubicado
justo enfrente del sitio en donde me hallaba. En rigor, para verlos
había que prescindir del espectáculo pues se encontraban detrás de
los espectadores. Me llamó la atención que el joven discutiera, por
los gestos ya que hablaban en voz baja, con el gigantón pero al
entregar dinero se suponía que el grandote no le pegaría al
mozalbete; además el señor sonreía ante los reclamos del joven y
finalmente suministró más dinero al otro que se dio por satisfecho.
Estaba por desviar mi vista de tan estrambóticos personajes (la
apariencia de ambos no me había caído bien y no sabía el porqué;
¿quizá la intuición de Lecón actuaba en mí por reflejo?) cuando
advertí que el mozalbete guardaba en su bolsillo, junto con el
dinero, algo que el sol, casi en el cenit, hacía emitir reflejos
plateados. Un temor incomprensible hizo presa de mí cuando vi
dirigirse al joven directamente hacia el lugar donde estaba sentado
Lecón; su andar era sigiloso y su mano derecha oculta en el bolsillo
donde había guardado el dinero la movía en nervioso gesto: el codo
oscilaba en un vaivén que se me antojó tenebroso. Me lancé como
animal herido hacia adelante, justo en el instante que el mozalbete
extraía del bolsillo una abierta navaja, grité con todas mis
fuerzas: -cuidado Augusto, detrás de ti-. Lecón con asombrosa
rapidez se tumbó rodando por el césped y atropellando a la
concurrencia, luego dio un brinco colocándose a la espalda del
estupefacto joven quien no atinó a maniobra alguna al sentir las
manos de Augusto Lecón rodeando su cuello una, mientras que la otra
sujetaba la muñeca portadora de la navaja asesina. Al segundo
siguiente el arma caía al suelo volcada por la fuerza del nervudo
Lecón quien echó a tierra al joven mediante un golpe con la rodilla
efectuado entre las piernas. Antes de cualquier reacción por parte
del público el agresor ya estaba anulado, el arma continuaba caída
y Lecón la apartó aún más con el pie, al tiempo que soltaba al
mozalbete instándolo a sentarse con un gesto imperioso. Augusto se
sentó a su lado y trató de interrogar al joven; éste no entendía
o simulaba no comprender; el resto de la gente formó corrillos
alrededor de ambos. Me acerqué y traté de dialogar con el mozalbete
pero al no responder le conté a Augusto todo lo visto antes por mí.
Una persona del público pidió a gritos la presencia de la policía
y varios le hicieron coro; el muchacho se puso lívido de vergüenza
y ése color amoratado nos impresionó pues en pocos segundos se
volvió más morado pareciendo que el oxígeno no llegaba de sus
pulmones al rostro. Jadeó débilmente y se recostó en el suelo;
ahora estaba pálido, macilento, demacrado, parecía un cadáver.
Augusto Lecón lo levantó con cuidado y le dijo: -puedes irte
muchacho; recoge tu navaja y cuida a tu familia-. El joven miró a
Augusto y ahora sí entendió sus palabras; con una fugaz expresión
de agradecimiento tomó su arma que se hallaba a pocos metros y
partió a la carrera en medio del desconcierto general. Lecón me
miró y esbozó una sonrisa; con ése gesto me agradeció la
advertencia y justificó su misericordia. Mientras la gente se
desconcentraba con parsimonia formando rumorosos grupúsculos, Lecón
con un ademán invitó a la cautelosa huída.
Llegamos a la hora prevista al
despacho del juez; éste nos hizo pasar de inmediato y pidió a su
secretaria que no nos molestasen por un buen rato con llamadas o con
reuniones; además le solicitó que nos dejara solos. La mujer puso
una cara de disconformidad evidente y simulando buscar un papel en el
escritorio del magistrado oprimió, con gran sigilo y habilidad, el
botón del aparato que le permitiría escuchar del otro lado de la
puerta, en su propio escritorio, la conversación. Todo este manejo
fue hecho muy rápidamente y sólo yo lo advertí pues Augusto en ese
instante estaba mirando y conversando animadamente con el juez ya que
éste hablaba bastante bien nuestro idioma. Al marcharse la señora
se produjo un breve silencio que fue interrumpido por Lecón.
-Señor Juez, como Ud. ya sabe
nosotros estamos investigando...- antes de que pudiese completar su
frase interrumpí a Augusto con un ademán, al tiempo que con el dedo
señalaba el interruptor abierto del intercomunicador y mirando al
juez expandí las cejas. El magistrado hizo un gesto de sorpresa y
luego con rapidez, ya mecanizada, frenó a Lecón con la palma de su
mano extendida y seguidamente girando el dedo índice en pequeños
círculos cerca de su boca indicó a mi amigo que prosiguiera su
charla pero señalando el aparato abierto con el mismo índice y
acusando luego a la mujer tras de la puerta. Todos los gestos fueron
hechos con extrema rapidez y claridad; Lecón interpretó de
inmediato y continuó su charla con voz cándida.
-...la cuestión del contrabando
de ropa de alta costura. Vestidos exclusivos dignos de reinas y
princesas que con su singular donaire podrían lucirlos en las
fiestas de gala que pululan en estos tiempos en el viejo mundo y que
tanto bien le hacen a sus pueblos pues tienen comidilla en las
gacetillas de las revistas-. Augusto Lecón concluyó su improvisada
pero actualizada versión de las bodas reales que tanto dan que
hablar en el planeta y aprovechó para zafar por un lado y reírse
por el otro de la vanidad de vanidades.
El juez tomó al vuelo la
palabrería del maestro de la ironía y dirigiéndose al
intercomunicador, cuyo interruptor había dejado abierto la
secretaria, espetó: -Fabbi, tráigame el expediente del comendador
Alessio-. Acto seguido el sagaz magistrado cerró la llave. Al
ingresar Fabbi con una voluminosa carpeta en sus manos, tan grande y
pesada era que otro empleado tuvo que abrirle la puerta, el juez se
levantó y con un gesto solicitó mi ayuda; entre ambos recogimos el
expediente al tiempo que el juez agradecía a Fabbi y cerraba la
puerta despidiéndola muy amablemente. Estas acciones motivaron un
intercambio de inteligentes miradas seguido de una catártica
risotada. Podíamos ahora empezar de cero.
-Juez, estamos investigando la
posibilidad de un gran atentado. Aquí las mafias están haciendo
estragos y exportando sus organigramas a todo el planeta. Venimos de
un país islámico donde advertimos que el fundamentalismo forma
parte activa de esta inmensa telaraña pero no es lo único que
acciona criminalmente. El fanatismo está en todas las ideologías y
ahora se encuentra aliado con las grandes mafias del contrabando de
armas y de drogas químicas. La forma de pensar totalitaria y
ecuménica que fanatiza, trabaja usando la metodología de las
grandes mafias de este país. Queremos saber su experiencia en la
averiguación sobre los "cerebros" que tienen los
mafiosos-. Concretó Augusto su pedido con mucha expectación
manifestando la común angustia.
-Amigos, nuestro trabajo aquí
es tremendo, no sólo por su peligrosidad sino también por su
complejidad. Desde ya que la lucha contra las mafias es altamente
improbable de ganarla. Los delincuentes están enquistados en todos
los órganos del poder pero no solamente en este país sino en todo
el mundo; esto Uds. ya lo saben. Sólo podremos ganar batallas
parciales pero nunca la guerra final; ésta la librarán las mafias y
cárteles entre sí por el predominio en la etapa final. El curso de
los acontecimientos lleva un ritmo acelerado; la codicia típica del
ser humano ya es imparable y los grandes imperios financieros están
prácticamente controlados desde hace tiempo por las sociedades
mafiosas directamente o por medio de intermediarios. Tenemos
información de que la caída del imperio llamado socialista (en
realidad capitalismo de estado como Uds. ya lo saben) fue hecha
comprando a sus dirigentes con grandes sumas de dinero y esto se hizo
en varios tramos. Las actuales mafias que reinan en el ex imperio
soviético son la exteriorización de las que trabajaban
clandestinamente durante el apogeo del capitalismo de estado.
Simplemente ahora lo hacen a la luz y sin oposición; más aún con
la complicidad de los jerarcas burócratas comprados. Fíjese Ud.,
amigo Javier, que los ex jefes de las reparticiones estatales ahora
pasean por el mundo diciendo idioteces financiados generosamente; los
ex jerarcas de todos los ex servicios secretos ahora son "personas
respetables" que dan conferencias en los diversos países y
cuentan sus intimidades de represión pasada sin tapujos y con el
beneplácito de los funcionarios actuales de adentro y de afuera de
las respectivas naciones. Para occidente antes eran déspotas crueles
y ahora son "héroes de la libertad"; cosas de la
hipocresía universal. Tienen guerras mafiosas con Estados que tratan
de independizarse del poder central y ya están en el contrabandeo de
armas y de drogas químicas (como dicen Uds. con exactitud
milimétrica)-. Comenzó diciendo el juez en buen romance.
-¿No son presunciones muy
aventuradas decir que los ex jerarcas soviéticos fueron comprados?-
Señaló Lecón con gesto de profunda duda.
-No son aventuradas y ni
siquiera presunciones; hay fehacientes pruebas de testigos que avalan
estas afirmaciones. Con el tiempo la historia lo develará pero les
pido que simplemente consideren esto: la codicia es el motor de la
humanidad. Ya Napoleón (que era corzo) puntualizó: "todos los
hombres tienen su precio" y yo estoy de acuerdo con ésa
aserción. Comprar hombres claves es una modalidad mafiosa; luego
estos hombres quedan a merced de las organizaciones pues en caso de
incumplimiento se generan las represalias. Hay épocas más propicias
para efectuar estos negocios y gente más proclive que otra para
concretarlos. Las personas incorruptibles son una mutación de la
naturaleza-. Manifestó el simpático juez riendo por su humorada.
-¿Tiene Ud. pruebas de la
complicidad de políticos de su país con las bandas mafiosas?-
Pregunté muy interesado en la cuestión.
-Sí. Estamos procesando a
varios políticos de diferentes partidos. En otros países (aquí se
comenta que en el de Uds. ocurre así) la estrategia es hacer
negocios que defraudan al erario y luego emigrar por un tiempo hasta
que la gente olvide el negociado que afectó al tesoro público; los
jueces, al no ser independientes, no investigan o si lo hacen no
aceptan las escasas pruebas que se logran; inclusive se destruyen
pruebas dolosamente. El emigrado (enriquecido ilícitamente) luego de
un tiempo regresa a su país y la justicia, por falta de pruebas, lo
declara sobreseído. Durante su etapa de emigrado el ex funcionario
puede estudiar en buenas universidades para obtener algún master
que lo jerarquice al regresar o en otros casos vive espléndidamente
en Costa Rica y luego retorna siendo sobreseído por falta de pruebas
y sin que la causa afecte su buen nombre y honor. En nuestro país el
funcionario que delinquió no emigra y se queda, quizá confiando en
la impunidad de tantos años. Fuerza es reconocerlo: el método lo
inventamos nosotros; Uds. simplemente nos copiaron-. Afirmó el juez
riendo por su sarcasmo.
-¿En su país cuánto duró la
impunidad?- Inquirí muy preocupado pues lo dicho por el juez de
manos limpias podría ser verídico y en esta hipótesis la situación
en nuestro país era mucho más compleja de lo supuesto.
-Más de cuarenta años; con
democracia pero sin jueces de manos limpias. La diferencia con otras
naciones es que aquí los funcionarios no emigraron; se quedaron y
ahora afrontan la situación con bastante entereza en algunos casos.
Sin embargo sigue subsistente el problema de las pruebas. Se trata de
delitos muy difíciles de comprobar y ya saben que sin pruebas no hay
condena. La cuestión es complejísima. El otro aspecto es la alianza
de estos políticos, funcionarios y empresarios con las grandes
mafias. Conviene que Uds. sepan que, no solamente los políticos
están involucrados en estas defraudaciones al erario sino también
empresarios (algunos de ellos luego intentaron actuar en política
pero fracasaron pues se les descubrieron sus negociados y debieron
ceder posiciones). Una forma muy desarrollada es la de la coima:
estos sobornos y dádivas con que se procura inclinar la voluntad de
los funcionarios para obtener ventajas en contrataciones públicas; o
el peculado: la directa sustracción de caudales o efectos del tesoro
público. Detrás de todo está la codicia y la ambición de más
poder. Aquí estamos haciendo bastante los jueces de manos limpias,
como nos llama la prensa y el público, pero no es lo suficiente.
Hicimos caer con nuestra acción todo un régimen corrupto pero el
idilio duró poco; los viejos zorros, con ropajes nuevos, intentan
proseguir con sus artificios fraudulentos. Como les decía al
principio: ganamos batallas pero no la guerra. El delito tiene una
fuerza avasallante y además está avalado por las grandes sociedades
secretas mafiosas y "honorables" con sus códigos internos
que permiten el desarrollo tipo telaraña-. Rubricó el juez de manos
limpias parafraseando nuestra jerga sin saberlo.
-¿Ud. afirma entonces que el
delito está enclavado en el poder?- Preguntó Augusto sumamente
preocupado.
-Sí. No existe la menor duda.
En todas las naciones una gran cantidad de funcionarios de los
distintos poderes del estado son corruptos y delinquen con impunidad.
Las pruebas desaparecen y resulta casi imposible el juicio con
condena por los delitos cometidos. Cuando hay juicios en la inmensa
mayoría de los casos se otorga el sobreseimiento definitivo por
falta de pruebas. El quid de la cuestión es la prueba y el poder que
genera impunidad y destrucción de las pruebas-. Insistía el juez
con un fuerte golpe de su puño sobre el escritorio.
-Señor Juez, es muy grave lo
que Ud. dice pero su testimonio es invalorable para nuestra
investigación; ¿hay algún otro aspecto de relieve? ¡Intuyo que el
veloz despegue productivo!- Expresó Augusto Lecón dando pie al juez
para explicar cómo se pudo hacer la corrupción generalizada y
porqué fue tolerada.
-Efectivamente, amigo Lecón,
Ud. acaba de poner el dedo en la llaga. Luego de la segunda guerra
mundial tuvimos un período de escasez y dificultades de todo tipo.
En pocos años logramos revertir el proceso y un fabuloso auge de la
producción con nuevas formas de industrialización nos fueron
convirtiendo paulatinamente en el quinto país del planeta en
desarrollo económico. La miseria se trastrocó en un enorme poder
industrial que permitió y facilitó el comienzo de la corrupción.
El nivel de vida se elevó en conjunción con la industrialización,
produciendo aumento del consumo y llevando al país por los canales
de la riqueza colectiva. Esta sociedad de consumo se tornó permisiva
pues se razonaba que si los políticos nos habían llevado a la
abundancia de bienes podían tomar algo a cambio. Esta tolerancia con
la corrupción fue dándose por tramos, no de golpe, el ciudadano
común no sabía con exactitud las maniobras delictivas, sólo las
intuía pero las justificaba: nos dieron tanto que pueden tomar algo,
se lo permitimos. Era un retorno ideológico al feudalismo: el señor
feudal puede disponer de bienes, hacienda y personas; los siervos de
la gleba de la Edad Media se transformaron en los modernos
consumistas ciudadanos de las potencias industriales. En rigor nada
cambia: el pan y circo de los antiguos romanos es el consumo y el
entretenimiento tecnológico de nuestras modernas sociedades. Por eso
la fiesta duró casi cincuenta años y como la abundancia prosigue
puede continuar a pesar de nuestros esfuerzos para remediar la
injusticia. En vuestros países la situación no es similar. La
fiesta fue a medias; sólo una clase pudo participar de la juerga del
consumo desmedido al privatizar y recibir algo (no el justo precio)
por las empresas del estado. Pero al acabarse las "joyas de la
abuela" si no tienen producción (como sí la tuvimos y tenemos
nosotros) pueden caer en el colapso. De todas maneras la lucha que se
avecina va a ser entre las mafias y por el predominio de la más
apta. Los pueblos quedarán marginados de esto y sólo recibirán
migajas. A mediados del siglo XXI se debe estabilizar la población
mundial si no los alimentos no alcanzarán; nuestra óptica enfoca en
doce mil millones de habitantes hacia el año 2050 ésa población
estabilizada. Por consiguiente mucha gente quedará en el camino si
no es por guerras será por miseria y por hambre. Al desarrollarse la
tecnología vendrá el auge del robotismo
y las máquinas suplantarán a las personas en muchos de los
trabajos; la única forma de sobrellevar esto será con menos horas
de trabajo y más de ocio. Pero si éste no se hace creador
sobrevendrá el aburrimiento. Sólo el ocio creador salvará a la
especie humana de un colapso mayor que la propia miseria. El camino
creador no es el juego tecnológico como está sucediendo en la
actualidad con nuestros jóvenes; el juego en pequeña escala puede
distraer y distender pero en gran volumen se hace adictivo hasta
transformarse en una variante de las drogas psíquicas (como las
ideas totalizadoras ya sean religiosas o políticas). El juego es muy
peligroso para la sobrevivencia de la especie pero si no intervenimos
de alguna manera será el futuro de la humanidad e imaginen Uds. con
el fabuloso desarrollo de la tecnología los juegos temibles que
puedan existir. Si le unimos la característica humana de la crueldad
(subyacente en casi todos los homo sapiens) podremos llegar a
brutalidades que apabullarían a un inquisidor medieval del Santo
Oficio Católico que torturó los cuerpos pero rezó por sus "almas".
Las atrocidades que cometimos los humanos en todas las épocas y en
todos los países son de extrema ferocidad pero las futuras pueden
ser peores...-. El juez de manos limpias bajó su voz y una fugaz
lágrima resbaló por su curtida mejilla.
Un prolongado silencio siguió a
las palabras del honesto y sensible magistrado. Sus pensamientos en
gran medida coincidían con los míos y con los de Augusto Lecón
salvo quizás en su mayor pesimismo con respecto al futuro de la
humanidad. Pero él estaba en una posición de permanente contacto
con el delito; todos los días pasaban por su despacho delincuentes
de toda traza y si bien un delincuente es un enfermo más grave, toda
la sociedad tiene diversos grados de enfermedad, al menos ésa es mi
tesis. El juez corroboraba muchas de nuestras hipótesis y su
testimonio era valedero de allí nuestro respeto hacia alguien que
permanecía incorruptible a todas las tentaciones pero que además
lucubraba con profundidad de contenido y no lo engañaban las
apariencias de una sociedad opulenta en bienes de consumo pero
carente de fondo esencialmente humano. Al hacer hincapié en el juego
futuro daba en el centro de una problemática que ya está llegando:
el ocio y cómo manejarlo. En los adolescentes ya está incorporado y
los lleva al aburrimiento que es el preludio de violencias y drogas
de todo tipo para marear su conciencia.
-Señor juez, ¿qué pruebas
tiene Ud. de sus afirmaciones?- Demandó Lecón con suavidad y mirada
de amplia comprensión.
-Testigos. En los delitos de
corrupción no hay pruebas escritas. No se dan recibos por las coimas
y los peculados son simples hurtos que se tapan con otras partidas
presupuestarias o con el inflado de algunos gastos. Por ejemplo tengo
el caso de unos juegos deportivos que aglutinaron a media Europa; en
el gasto correspondiente a una pileta de natación figura un costo de
doce millones de dólares. Como Uds. podrán darse cuenta ese gasto
está expandido a pesar de que pueda haber algún recibo que lo
pruebe; se inician investigaciones administrativas que fenecen en el
olvido al poco lapso. Los complotados en el delito "adornan"
con dádivas a los encargados de la pesquisa y todo muere con el
tiempo; los jueces no podemos actuar por la falta o destrucción de
pruebas y por la complicidad del silencio de los testigos ya sea por
amenazas o simplemente por estar "tocados" con recompensas.
El caso de la pileta de natación de doce millones de dólares
concluirá en la penumbra y luego en el ocaso de un día de fiesta.
Tengan presente esto: desconfíen de las fiestas; siempre se hacen
para tapar algo culpable. La hipocresía es dueña y señora de
nuestra especie-. Dijo el juez con convicción.
-¿Y la compra de los jerarcas
soviéticos?- Insistió Augusto retornando a un tema que no lo tenía
claro.
-La historia lo probará dentro
de unos veinte o treinta años cuando opere la prescripción
(liberarse de una obligación por el transcurso del tiempo) y los
testigos comiencen a hablar-. Contestó con evidente sarcasmo el
juez.
-Es verdad, los hechos se
aclaran cuando ya nadie pueda ser incriminado y la gente olvidó el
caso. La prescripción es la extensión de la impunidad-. Afirmó
Augusto completando la amarga ironía del juez.
-En un país europeo hace unos
quince años un partido conservador quitó del poder a un partido
laborista mediante un golpe de estado económico fomentando huelgas
prolongadas y malestar social, junto con inestabilidad económica.
Recién ahora se están sacando a luz los vericuetos de ése
verdadero golpe de estado que produjo un largo establecimiento
del partido conservador con secuela de negocios y privatizaciones de
empresas. Esta estrategia se repite en otros sitios con la
complicidad, obviamente, de grandes empresas privadas que luego
usufructúan en la gran fiesta privatizadora obteniendo pingües
beneficios haciendo una inversión mínima. En el período de
desestabilización del gobierno precedente estas empresas colaboran
con capital (los compran como a los jerarcas soviéticos)
favoreciendo a algún partido o grupo opositor; estos últimos tienen
que ser personas maleables que puedan decir una cosa y luego hacer
otra; con dotes actorales, es decir, hipócritas; son los
intermediarios de los grandes "cerebros" que manejan desde
las sombras. Este esquema se repite en muchos estados del primer,
segundo o tercer mundo; da igual, el ejemplo que les mencioné antes
es de un país del primer mundo y Uds. saben que en países del
tercer mundo se repite el esquema. Por los informes que tengo en
vuestro país se fotocopió el diseño-. Prosiguió implacable el
juez de manos limpias.
-¿Cómo puede ser que el
partido desplazado no denuncie el hecho?- Preguntó Lecón escéptico
de que tal cosa sucediese y mirando al juez con expresión dura y
acusadora.
-O también están comprados,
como el partido o grupo que llega al poder gracias al golpe de estado
económico, o no hacen la denuncia por falta de pruebas, o tienen
miedo de que no les crean y que la gente considere que la denuncia es
para ocultar su incapacidad de gobernar. Las pruebas en realidad son
evidentes por el comportamiento posterior del grupo que accede al
poder al privatizar y beneficiar a sectores determinados en
detrimento de otros. Yo más bien me inclino a la última hipótesis:
el temor de que la gente considere que desean ocultar su incapacidad
de gobernar si hacen la denuncia. Hay países donde antes de
privatizar o entregar las empresas estatales a otras empresas
estatales de otras naciones (esto también sucede y aquí en rigor no
habría privatización sino cesión de la empresa a otra igualmente
estatal) se suben los precios de los servicios que presta la compañía
para que su rentabilidad aumente y todo vaya a los bolsillos de los
nuevos dueños. Conviene aclarar que en el período anterior el
Estado estuvo cobrando los llamados precios políticos, es decir
precios muy bajos que producían escasa renta, aunque en realidad los
servicios públicos explotados por el Estado no tienen porqué dar
una rentabilidad, bastaría con cubrir los costos de explotación. Lo
que sucede en la práctica es que existen empresas
contratistas de las
empresas estatales que hacen negocios turbios con sub y/o sobre
facturaciones coimeando a los funcionarios para obtener las
concesiones y/o contratos; luego estas mismas empresas
contratistas son las
beneficiarias en el proceso de privatización,
vale decir que siempre ganan: o como contratistas
del Estado o como
dueñas totales. "El mismo perro con diferente collar"...-.
Explicitó el juez de manos limpias.
-¿Y ésas empresas están
relacionadas con grupos mafiosos?- Preguntó Lecón cruzando las
piernas, tomándose las rodillas con ambas manos y echando el cuerpo
hacia adelante.
-¿Recuerdan Uds. el caso del
Banco Ambrosiano?- [Ante el asentimiento de ambos prosiguió el
juez]. -Pues bien, ése es un leading
case en el combate
contra la corrupción y las mafias. Obviamente faltan las pruebas
pero costó la vida hasta de un Papa-. El juez hizo un gesto mientras
el tono de su voz era de extrema ironía.
-Estamos siempre con el problema
de la prueba ¿pero entonces hay delitos perfectos?- Inquirió
Augusto Lecón dándole también un sesgo de sarcasmo a su pregunta.
-Sí. Los delitos cometidos con
el aval del poder son perfectos. Salvo una Justicia independiente del
resto de los poderes del Estado (cosa altamente improbable) la
impunidad hace que los delitos sean perfectos-. Contestó el juez y
agregó: -en vuestro país los jueces avalaron en 1930 un golpe de
estado político a pesar de que en vuestro código penal es delito la
rebelión y hasta crearon la doctrina del "gobierno de facto"-.
-Pero ¿hay algún país que
tenga jueces autónomos?- Preguntó Lecón.
-Puede haber algunos jueces en
varias naciones que sean independientes pero en los Tribunales de
Alzada (Cámaras, Cortes Supremas, Tribunales de Casación, etc.)
siempre hay una mayoría que está a la sombra del poder. Recuerden
que los jueces son hombres, por consiguiente tienen todas las
características de los seres humanos; es muy difícil encontrar
homos sapiens incorruptibles casi todos son sensibles a la codicia;
les repito la frase de Napoleón: "todos los hombres tienen su
precio"...-. Persistió el juez.
-Y las mujeres también-. Añadí
yo en tono mordaz.
-Napoleón dijo "todos"
pero Ud. dice "casi todos" ¿quiere significar que puede
haber alguno no corrupto?- Porfió Augusto con una sonrisa.
-Yo me considero no corrupto.
¡Quizá no me habrán ofrecido el precio conveniente!- Exclamó el
juez con una sonrisa mayor que la de Augusto y motivando una risa
general.
Luego de un instante donde las
miradas y las sonrisas coadyuvaban a la distensión el juez pidió un
intervalo en la entrevista hasta el día siguiente pues debía
estudiar con urgencia un caso.
Con un cálido apretón de manos
nos despedimos del juez de manos limpias sin imaginar los tremendos
acontecimientos que sobrevendrían.
Salimos del despacho del juez de
manos limpias con una gran alegría. Lecón miraba su mano derecha y
decía que ya no la lavaría pues había estrechado la de un
verdadero juez y su sello quedaría para siempre con él. La emoción
de haber entrevistado a un ser humano de la valía del juez colmó de
entusiasmo por la causa de la humanidad a dos personas sensibles.
La cena en el hotel fue
tranquila y charlamos animadamente sobre todo lo sucedido. Augusto
Lecón se manifestaba sumamente locuaz y con mímica trataba de
imitar al juez. Impostaba la voz dándole un matiz doctoral como
antítesis de la sencillez del magistrado; hacía ademanes ampulosos
a la inversa del juez que no movía las manos pues las dejaba
apoyadas en su escritorio. Esta forma de imitar por la inversa
finalmente me llamó la atención y luego de reírme le pregunté a
Augusto el porqué y él me contestó: -¡oh!, no lo sé, se me
ocurrió hacerlo así pero tienes razón, es extraño...-.
Cada uno fue a su habitación a
descansar; al día siguiente proseguía la entrevista con el juez y
deseábamos estar muy relajados pues nos habían quedado "en el
tintero" muchas preguntas.
Esa noche tuve un sueño que
luego recordé con el máximo detalle al despertar lo cual es muy
raro. En el ensueño yo estaba en una isla del trópico como único
sobreviviente de un naufragio; el barco que me transportaba se había
hundido a varios centenares de metros de la playa pero lo extraño
era que las lanchas de salvataje habían sido inutilizadas por el
capitán con un hacha en un ataque furibundo de locura. Yo pude
llegar a nado a la costa mas lo misterioso fue que el resto del
pasaje no supiera nadar. El capitán fue ultimado por un tripulante
que le arrebató el hacha y la clavó en su pecho; luego el marinero
se suicidó con la misma arma mientras la gente, presa del pánico,
trataba de aferrarse a los cordajes del navío, de pequeño calado,
que comenzó a hundirse. Yo salté y nadé hasta llegar a la playa
cayendo exhausto; pude recuperarme levemente para trotar en zigzag
hasta las primeras palmeras pero luego caí exánime al pie de una de
ellas.
Al despertar encontré la
delgada figura de Augusto Lecón quien con mirada perdida me entregó
un periódico; luego se alejó sentándose en un sillón y tomando su
cabeza con ambas manos comenzó a sollozar.
Estupefacto, dirigí mis ojos
hacia el enorme titular que encabezaba a todo lo ancho el texto de
una trágica noticia. Con esfuerzo pude traducir la crónica que
decía más o menos así:
"TERRIBLE ATENTADO.- MUERE
FAMOSO MAGISTRADO: En el día de ayer a las 19,30 horas en el Juzgado
Penal N°47 del juez Franco Falconette estalló un poderoso artefacto
que destruyó las oficinas principales dejando un saldo penoso de
víctimas. El cuerpo del célebre juez de manos limpias fue hallado
debajo de los escombros terriblemente desfigurado y pareciendo que la
explosión se produjo en el mismo despacho del juez pues los efectos
fueron máximos allí. La onda expansiva se propagó a la oficina de
los empleados, los cuales están siendo atendidos en el hospital
Bonnaventu; se sabe que tres de ellos se hallan en estado
desesperante y sólo logró salvarse la secretaria privada del juez,
Sra. Fabbi, quien, gracias a Dios, se ausentó unos minutos antes
para cumplimentar una diligencia ordenada por el infortunado juez.
Los despojos mortales (destrozados pero armados por el prestigioso
traumatólogo Maffirini) son velados en la Corte Superior de
Justicia. ULTIMO MOMENTO: Las investigaciones del trágico atentado
están siendo llevadas a cabo por el comisario inspector Tufillocanti
quien de inmediato interrogó a la secretaria del juez salvada
milagrosamente de la explosión. Según trascendió de los dichos de
la Sra. Fabbi se desprende que poco tiempo antes de la tragedia unos
individuos de aspecto sospechoso estuvieron con el magistrado. La
traza de estos sujetos llamó la atención de la Sra. Fabbi quien
previno al juez por el intercomunicador para que lo dejara abierto
así ella podía ayudarlo en caso de peligro. El magistrado escuchó
los sabios consejos de su secretaria y así ella pudo oír cómo los
extraños sujetos exigían al juez una suma de dinero por su
testimonio en una causa de contrabando de armas y de drogas.
Repentinamente se cortó el diálogo pues alguien cerró la llave del
intercomunicador; la secretaria presume que fueron los perversos
individuos al percatarse de la hábil estratagema pergeñada para la
seguridad del juez. Parece que estos facinerosos son extranjeros y
todos los indicios hacen presumir su responsabilidad. Según el
valioso testimonio de la Sra. Fabbi, que se incorpora como prueba
principal al sumario iniciado, ellos serían los autores materiales
del horrendo atentado y se está en la pista tanto de estos asesinos
como del autor intelectual que podría ser un famoso diputado que usa
como pantalla su lucha contra las drogas".
Luego de la difícil lectura de
la crónica periodística quedé alelado y sólo atiné a mirar a
Lecón que continuaba sollozando. Me levanté y vestí en silencio;
la tragedia impensada martillaba todos mis sentidos y finalmente yo
también lloré. La memoria de un JUEZ, de un hombre, de un ser
humano incorrupto estaba en cada gota de las lágrimas que fluían ya
a borbotones. Me acerqué al amigo; Augusto se levantó y ambos nos
estrechamos en un abrazo fraterno y alegórico: un JUEZ MANOS LIMPIAS
estaba entre nosotros...
Sonó el teléfono interno; el
camarero anunciaba que nos llevaría el desayuno a la habitación
pues el comedor ya estaba cerrado. Miré la hora y reaccioné.
-Debemos huir de inmediato. Las
"pruebas" nos acusan. Armaron el atentado y aprovecharon
para colocarnos como "chivos expiatorios". Somos los
candidatos justos para el rol de "culpables" pues
aprovecharán para descargar, además, su xenofobia-. Dije buscando
las valijas y comenzando a guardar ropa en ellas.
-Tienes razón y de paso
fabricaron pruebas en contra de ése diputado que parece molestar a
los mafiosos. Probablemente sea un diputado de manos limpias y esté
investigando algún caso que involucre a gente importante; debe estar
vinculado con el juez en las pesquisas y por ende aprovecharán para
echar tierra al mismísimo juez. Barrunto lo que dirán en poco
tiempo: "Un juez de aparente manos limpias vinculado con el
diputado que, como disfraz, investigaba a la mafia y que fue muerto
en un ajuste de cuentas..." El manejo de las pruebas y la
eliminación de aquellos que no sucumben a los cantos de sirena de
las fabulosas ofrendas con que intentan comprar su silencio completan
el panorama de la impunidad. No hay sanción por "falta de
pruebas". Así, traficantes ilegales de armas y de drogas
químicas eluden la acción de la Justicia con la complicidad de los
funcionarios enquistados en los diversos poderes de los Estados.
Ahora amigo, para no ser "chivos expiatorios" debemos salir
de esta gran isla, cuna de mafias, pero estoy elaborando una idea
para aprovechar esta situación que se está planteando-. Comentó
Lecón cabizbajo.
Augusto regresó de su
habitación con la pequeña maleta y ambos bajamos para pagar nuestra
estadía y dirigirnos hacia el aeropuerto. El gesto de sorpresa del
empleado al retirarnos tan imprevistamente tuvo que ser suavizado por
una explicación plagada de mentirillas que improvisó Augusto con su
histrionismo habitual; varios parientes fueron "sacrificados"
para lograr que perdure un poco más nuestra osamenta en la faz del
planeta.
Al entrar en el aeropuerto vimos
en los kioscos de diarios los enormes titulares que explicitaban, a
su ya consabida manera, las alternativas por la que pasaba la
investigación del atentado; los acontecimientos se sucedían
vertiginosamente lo cual comprobaría la preparación puntillosa del
atentado con la fabricación de pruebas y que apuntaban al pobre
diputado de manos limpias como el artífice ideológico. Parecía que
el objetivo era eliminar de un solo golpe a dos representantes de la
incorruptibilidad. De paso incriminarnos a nosotros y salvar a la
ejecutora (tanto Lecón como yo estábamos persuadidos de que era la
Sra. Fabbi) para utilizarla en otra oportunidad. Al dirigir
inmediatamente la búsqueda de nuestro paradero se desviaba la
atención sobre la real ejecutora, con el agravante de colocarla a
ella en situación privilegiada de testigo clave y mientras
estuviéramos nosotros "en danza" ella quedaría en mejor
posición con sus coartadas. Augusto pensaba que no extremarían la
pesquisa sobre nuestra pista e inclusive que nos darían tiempo para
la huída pues así nos tendrían siempre como los sospechosos
directos y tendrían tiempo para eliminar cualquier restante prueba
que incriminase a Fabbi. Pero para no someter a la experimentación
este supuesto continuábamos con rapidez haciendo los trámites de
compra de pasajes y despacho de equipaje. La descripción dada a la
policía por la Sra. Fabbi nos atribuía, como siempre, corpulencia
física y apariencia manifiesta de maldad en los rasgos del rostro.
La delgadez y escaso desarrollo muscular de Lecón como así también
lo enjuto de mi cuerpo, unidos a la apariencia intrascendente y
mediocre de nuestros rostros no compaginaban en absoluto con lo
expresado por la testigo. En rigor éramos bastante poca cosa como
para "merecer" el epíteto de delincuentes; éstos suelen
ser más seductores (me estoy refiriendo a la gran delincuencia y no
a los rateros de subterráneos). Lecón, con sus dotes actorales,
caía más simpático pero luego de comenzada su actuación; de
inicio su conformación física y particularmente su fisonomía no
eran atrayentes; mi caso era peor pues ni siquiera caía simpático;
la expresión seria de mi rostro amilanaba y todo mi exterior hacía
un conjunto más bien insulso. Los delincuentes de "guante
blanco" atraen, encantan, encandilan, hechizan y embelesan
derramando simpatía por doquier como todos aquellos que necesitan de
la gente para satisfacer sus deseos, ambiciones o fines personales.
Las personas que simplemente viven y dejan vivir son menos atrayentes
para los otros pero al menos no son hipócritas, es decir, no
necesitan actuar (repito hipócrita significa actor y viene del
griego...) Lecón cuando actúa lo hace como catarsis y como un juego
en general, pero cuando lo realiza para obtener algún objetivo (caso
de las camareras, por ejemplo) no es para beneficio personal sino
para favorecer alguna causa, por ejemplo la investigación del futuro
atentado. Es claro que muchos dirán lo mismo, los religiosos y los
políticos por ejemplo; ambos pretenden defender alguna causa y se
consideran altruistas. La cuestión es ver qué sucede con sus actos,
si benefician o perjudican; la historia es la única forma de
comprobarlo. Si la especie humana está satisfecha de cómo la
manejan los religiosos y los políticos (ambos son sin duda alguna
los gerentes de los homo sapiens, recordando a los soldados como los
custodios de las fronteras pero que obedecen a los anteriores)
adelante, sigamos así. En caso contrario imaginemos algo mejor;
quizá dejemos las creencias y busquemos el conocimiento como algunos
científicos y algunos artistas... Este monólogo interior surgió
mientras estábamos sentados en el hall del aeropuerto esperando la
salida del avión; Lecón leía, con manifiesta dificultad para
traducir, un periódico y yo paseaba mi vista por la gente que
deambulaba intranquila haciéndome brotar reflexiones íntimas pero
que pueden servir y ser útiles.
Mientras nos dirigíamos hacia
el avión vimos llegar, entrando a la carrera, a un grupo de hombres
que fue directamente hacia las boleterías; un segundo grupo se
acercó a los pasajeros que estábamos en tren de partida. Sin
embargo la descripción que ellos tenían no coincidía con nuestro
aspecto real y esa circunstancia nos salvó de ser apresados. Ni
siquiera detuvieron un segundo la mirada en nosotros; les pasamos
totalmente desapercibidos.
Ya ubicados en la aeronave nos
arrellanamos en las butacas dispuestos a descansar si bien el vuelo
era corto: íbamos al continente dejando la isla. En la capital
proseguiríamos averiguando...en ese instante me percaté que Augusto
había exteriorizado en el hotel el deseo de utilizar esta
persecución policial con un fin favorable a la investigación.
-¿Qué plan estás
proyectando?- Pregunté viendo que Augusto tenía la vista perdida y
una expresión pensativa.
-Hum...me parece que debemos
aprovechar que la policía está siguiendo nuestra pista para
conseguir algún contacto con mafiosos. ¿Recuerdas que nuestro
objetivo es hablar no sólo con jueces de manos limpias sino también
con algún integrante de las mafias? Este es el momento adecuado;
cuando lleguemos a la ciudad capital iremos a los lugares nocturnos y
de diversión desparramando que somos los buscados por la policía-.
-Sí pero los mafiosos ya saben
que no somos nosotros los autores del atentado al juez-. Dije con
tono escéptico.
-Los mafiosos de la isla; en el
continente puede no haber llegado aún la noticia. Debemos
arriesgarnos; éste es un instante decisivo que puede durar sólo
horas y la oportunidad para establecer contacto con las mafias es
única-. Afirmó Augusto decidido.
-Está bien; intentemos hacerlo
pero es sumamente peligroso-. Expuse dispuesto a complacer a mi amigo
mas consciente del riesgo.
-No será la primera vez que
afrontamos escollos y ahora tenemos un reto para cumplimentar que nos
puede dar una clave-. Manifestó Lecón sumiéndose en pensamientos y
quizá planificando alguna estrategia no del todo elaborada aún.
Llegamos a la capital del país
y de inmediato buscamos un hotel céntrico para estar cerca de los
lugares donde presumíamos se encontrarían los contactos adecuados.
Cenamos muy temprano en el mismo hotel y salimos a tomar algo en un
lugar nocturno recomendado por un empleado muy solícito que se había
hecho amigo de Lecón. El local estaba medio alejado del hotel pero
nuestra intención era operar caminando pues buscábamos ser vistos
por los malandras que pululan en cualquier capital. La actitud
displicente en el andar llama la atención de los delincuentes que se
acercan con una excusa (fuego para cigarrillos, o la hora, etc.) y si
el lugar no es muy concurrido puede ocurrir el asalto; la manera de
evitarlo pero llamando la atención era la forma de caminar y las
preguntas reiteradas a los repartidores, quiosqueros, comerciantes o
simplemente a los transeúntes con apariencia de malandrines; éstos
de inmediato hacen correr el rumor de que hay dos incautos en la
calle y ya está preparado el escenario. Por supuesto que todo esto
es muy peligroso pero inevitable si queríamos dialogar con mafiosos.
Un inconveniente serio que teníamos era el idioma pero suponíamos
que los mafiosos, en caso de una entrevista con algún personaje, nos
facilitarían un traductor; la cuestión era convencerlos de la
importancia de los datos que les pudiéramos suministrar. Augusto
tenía preparada una lista de informaciones para entregar. Por
supuesto que dichos informes eran pura imaginación mas los
delincuentes no lo sabían y además la capacidad actoral de mi amigo
sería útil para convencerlos de su veracidad. Deambulando
cansinamente fuimos llegando al bar recomendado por el empleado;
durante el trayecto vimos a varios individuos que nos observaron
detenidamente pero ninguno de ellos se acercó, sin embargo dos de
ellos nos siguieron hasta el local. Entramos y nos ubicamos en la
barra para estar en contacto permanente con el barman y satisfacer
nuestro deseo de dialogar con algún capitanejo o de ser posible con
un jefe. En una jerga muy especial, pues ya habíamos aprendido
algunas palabras, le pedimos al camarero que diera a conocer nuestro
deseo de dialogar al dueño del negocio. Existía la presunción de
que éste señor tenía algún contacto con mafiosos; el empleado del
hotel nos había dicho que en una oportunidad estuvo preso y salió
de la cárcel mediante el pago de una fuerte fianza supuestamente
costeada por el hampa. De ser cierta esta novedad el dueño
directamente estaría vinculado pues parece que la fianza era
bastante abultada. Los dos hombres que nos habían seguido se
ubicaron en una mesa algo alejada de la barra pero no nos quitaban
los ojos de encima aunque de manera disimulada. Habituados a estos
menesteres, nosotros nos dábamos cuenta del seguimiento pero quizá
para otras personas pasaría inadvertido. Cuando una hermosa dama se
nos acercaba con la evidente intención de trabar relación el barman
nos indicó que el dueño nos esperaba en su oficina. Haciéndole una
seña a la señorita para que nos esperase y luego otra indicando la
charla con el propietario (Lecón levantó su dedo índice izquierdo
marcando la escalera del fondo y levantando sus cejas dándose
importancia) marchamos muy cautelosos hacia el despacho del patrón.
-Adelante-. Dijo en tono
perentorio una voz cavernosa desde el interior de la habitación.
-Mucho gusto. Mi nombre es
Augusto y mi amigo se llama Javier-. Comenzó Lecón su actuación
dando la mano al robusto y maduro bribón.
El malandra era alto, muy
corpulento pero de edad bastante avanzada; sin embargo conservaba
enhiesta su figura y denotaba, junto a su fortaleza física, una gran
lucidez mental que se puso de manifiesto en el diálogo subsiguiente
al chapurrar nuestro idioma.
-Me llamo Pietro Gello y me dijo
el camarero que Uds. desean hablar conmigo. Estoy a vuestra
disposición-.
-Le vamos a ser sinceros;
necesitamos ayuda pues nos busca la policía por el atentado al juez
Franco Falconette. Nosotros no fuimos pero la policía cree que sí y
nos está pisando los talones-. Dijo Augusto en tono suplicante.
-No sé que clase de ayuda puedo
brindarles-. Se excusó el señor Gello.
-Una muy importante.
Transitoriamente estamos hospedados en el hotel Cabiria pero nuestra
situación es precaria. Si Ud. pudiese cobijarnos aquí en alguna
habitación de su local la policía no hallaría nuestro paradero y
podríamos contactarnos con algún jefe de la sociedad para darle
información-. Manifestó Lecón con voz enigmática y bajando los
ojos en actitud humilde.
-¿Qué clase de información?-
Preguntó curioso Pietro Gello.
-Es un poco largo y difícil de
explicar. Luego en una reunión con jefes les contaría con detalles
pero en principio son datos de un gran embarque de mercadería que
viene al país y no tiene remito. Puede ser para cualquiera, el único
requisito es saber las contraseñas-. Expuso Lecón mirando fijo a
Pietro y sonriendo con picardía.
-Yo no estoy en ningún negocio
de mercaderías y no me interesa para nada el asunto. Buenas noches-.
Con tono airado el señor Gello se levantó de su sillón y nos
despidió secamente.
-¡Qué lástima! Despreciar un
embarque de diez mil kilos que anda a la deriva y sólo se necesita
una organización interesada y con disciplina. Buscaremos a la
competencia. Igual le agradecemos su fina atención y tanto mi amigo
como yo le deseamos prósperos negocios con las chicas. Buenas
noches-. Augusto Lecón se levantó y dándole la espalda al mafioso
salió raudo por la puerta sin detenerse ante el custodio que
pretendió cortar su marcha. Yo lo seguí sin entender en realidad
qué pretendía Augusto de Pietro Gello.
Al llegar a la barra la muchacha
nos estaba esperando pero Lecón con una seña me indicó la salida.
Los hombres que nos habían seguido continuaban en la mesa y al ver
que nos retirábamos del lugar se levantaron, dejando el dinero de su
consumición, y marcharon detrás de nosotros. En la puerta, Lecón
me hizo una seña para ubicarnos a ambos lados y, supuse, cortar el
camino a los individuos. Estos al vernos a sus costados creyeron que
los atacaríamos mas con gran rapidez Augusto, mostrando las palmas
de las manos, les pidió calma y luego, con dificultad, logró
hacerse entender por los hombres. Les solicitó hablar con su jefe
pues el Señor Pietro Gello no mostró interés en un negocio por
miedo a la policía y pensábamos que el jefe de ellos era más
valiente. Los hombres se mostraron desconcertados pero al oír las
palabras: negocio, policía, Pietro Gello y valiente comenzaron a
dialogar entre ellos en voz muy baja. Luego de varios segundos que se
hicieron interminables para nosotros agravado por lo inaudible de su
charla, nos pidieron que los siguiéramos. Estábamos por tomar un
taxímetro que se hallaba estacionado a unos metros de distancia
cuando repentinamente salió uno de los custodios de Gello que, luego
de un intercambio de palabras con los hombres, extrajo una pistola y
los amenazó. Los individuos tomados por sorpresa vacilaron y
terminaron huyendo del lugar precipitadamente. El custodio dirigiendo
su arma hacia nosotros nos ordenó regresar; ante el manifiesto temor
(a mí me pareció fingido) de Augusto que lo miró asustado y
solicitando clemencia, el malhechor bajó su pistola y pidió
disculpas alegando que los otros lo habían puesto nervioso. Con una
sonrisa de complacencia Lecón saludó con su palma derecha levantada
y pidiendo que yo lo siguiese, encaminó sus pasos hacia el despacho
de Gello.
-Queridos amigos, disculpen que
yo no interpretase con exactitud la propuesta que Uds. tan
gentilmente ofrecieron pero comprenderán que la dificultad del
idioma puede entorpecer la labor del más astuto. Me comuniqué con
el jefe que pidieron y él está dispuesto a tener una entrevista
mañana al mediodía en su residencia. Les pido que vuelvan a su
hotel; mis hombres los llevarán y mañana a las 11 horas pasarán a
buscarlos para almorzar con el jefe. No vean a nadie hasta tener la
charla con él y posiblemente el jefe los aloje y brinde protección
en su casa, así que mañana estén listos con sus equipajes. Tengan
Uds. muy buenas noches-. Al decir la última frase Pietro Gello
extendió su diestra estrechando las manos de ambos e inclinando su
cabeza con estudiada cortesía que contradecía su sequedad anterior.
Mientras los custodios nos
llevaban al hotel en un lujoso automóvil Lecón aprovechó para
lanzar frases misteriosas que confundiesen aún más a los maleantes.
Señaló, por ejemplo, que el señor Gello le parecía una persona
honorable y que le ponía muy contento hacer negocios de tanto monto
con él; que los jefes de nuestro país aprovecharían esta
experiencia para usufructuar en el futuro con otras operaciones; en
especial el jefe José Manzán que se encontraba temporariamente en
el gran país del norte pero que pensaba retornar pronto para
continuar operando como tan exitosamente lo había hecho en el
pasado. Ante la mención del señor Manzán uno de los custodios giró
su sesera y nos preguntó si lo conocíamos personalmente. Augusto
asintió con un vaivén de su cabeza y el malandra comentó que el
señor Manzán era amigo íntimo de los jefes Gianni Demichelin,
Cristino Rattazzo y de la principal accionista de la compañía
Telettrán la Sra. Susi Agnollo. Augusto aprovechó para mencionar al
señor Robertino Dromazo y a los acaudalados empresarios Francesco
Macrón, Ruperto Puerro y Godofredo Zafrán; ante nombres de tanta
enjundia y positivo valor para las relaciones intersocietarias
mundiales el custodio calló haciendo un gesto de cálida aprobación
y supremo deleite. La mención de gente tan prestigiosa nos abrió el
camino para calar más a fondo la investigación del futuro atentado.
Todo está interrelacionado: el ámbito empresarial es pieza clave
para entender cómo operan los gerentes políticos.
En el mundo actual el manejo
financiero es la cuestión básica. Los favorecidos con créditos
bancarios dirigen parte de los fondos a los políticos que a su vez
habían influenciado en el otorgamiento de los referidos créditos.
En este círculo político-financiero los "influyentes"
presionan para manipular los fondos crediticios a placer. Estos
"influyentes" operan muchas veces en partidos políticos
distintos pero usando la misma técnica y generalmente son amigos
entre sí; por supuesto que el partido más honesto (el que tiene en
sus filas menos corruptos) se perjudica con el accionar de estos
sujetos. El señor Manzán, mencionado por Augusto, es a su partido
lo que el señor Nosiglón es al suyo aunque según expresiones de
éste último, Manzán es su versión corregida y aumentada (!). Las
grandes empresas se ven favorecidas por el crédito "blando"
a bajo interés y largos plazos pero a su vez ellas deben financiar
las grandes campañas publicitarias, periodísticas, sociales (paros,
huelgas, asaltos de supermercados por bandas contratadas, etc.),
económicas (vaciamientos de empresas, inflaciones de las monedas,
evasión de divisas, etc.) que desestabilizan los gobiernos para
voltearlos cuando dejan de convenir a sus intereses y colocar a otros
mediante hábiles manejos de la opinión pública. En todo esto hay
traiciones (políticos que caen a pesar de haber cumplido sus pactos
verbales con el poder económico) y castigos (golpes de estado
económico) para aquellos políticos que resisten las presiones. Las
mafias de las drogas químicas y de las armas ya están en este juego
circular financiero-político colocando fondos a través del "lavado"
de divisas y son copropietarias de los grandes grupos económicos.
Este juego existe en todos los países del planeta de manera directa
o indirecta.
Al día siguiente estábamos en
el hall del hotel con nuestras valijas preparadas y esperando a los
mafiosos que pasarían a buscarnos. Mientras Lecón leía yo distraía
la vista en la contemplación de las señoras y señoritas que
entraban y salían [por favor, ruego no hacer interpretaciones
psicoanalíticas]. El hotel se estaba poblando de gente proveniente
de países disímiles; árabes con turbantes y chilabas se mezclaban
con trajes occidentales típicos (saco y corbata [¡ufa hasta
cuándo!] y, más propios del siglo XXI, ropa sport suelta y fresca.
Hacía calor y el ver a hombres con corbata me hizo transpirar; no
hay exageración en esto: el poder de la sugestión es enorme.
Precisamente es el poder que utilizan los hacedores de las drogas
psíquicas. Al pensar esto último dejé (¡milagrosamente!) de
transpirar.
-La policía nos sigue buscando
pero ahora con una descripción física diferente-. Balbuceó Augusto
sin abandonar los ojos fijos en el periódico.
-¿Cómo somos ahora?- Pregunté
con ironía.
-Petisos, feos, gordos, con
armas, pelo largo, saco y corbata y anteojos oscuros-. Enumeró
Augusto lentamente.
-¿Explica el porqué del
cambio?
-Sí. La Sra. Fabbi fue objeto
de un atentado pero salió ilesa del mismo. Según los sabios
periodistas la mafia intentó eliminarla por ser un testigo clave y
un comentarista, erudito en el tema, señaló que este acto mafioso
refuerza los dichos de la Sra. Fabbi, colocándola en pieza
fundamental de la inteligente investigación que se está realizando.
A partir de ahora la Sra. Fabbi tendrá custodia policial permanente.
Pero lee tú esto que figura al final-. Pidió Augusto cediéndome el
periódico.
ULTIMO MOMENTO: La Sra. Fabbi,
luego del intento contra su vida, aportó al comisario inspector
Tufillocanti, que está al frente de las investigaciones, un dato
importante para el esclarecimiento del hecho macabro que terminó con
la existencia del ejemplar juez de manos limpias. Según los
trascendidos llegados a nuestra redacción la Sra. Fabbi declaró que
el diputado involucrado desde el comienzo como el artífice del
atentado al juez fue visto días antes en el despacho de Franco
Falconette y ella asevera que ambos, juez y diputado, tuvieron una
discusión muy violenta. Parece que el intercomunicador había
quedado abierto y de ésta forma (milagrosamente) la Sra. Fabbi logró
escuchar el altercado. No mencionó antes esto por temor a la
represalia del Señor Diputado. Ahora al asegurarle custodia
permanente se atreve a hablar y marcar este hecho fundamental para el
transcurso exitoso de la pesquisa. De manera extraoficial sabemos el
nombre del diputado y lo volcamos al criterio del público como un
esfuerzo de la prensa libre para que el pueblo vaya formando sus
propias conclusiones. El legislador imputado es B. Garzonne, hasta el
presente uno de los adalides en la lucha contra el delito mafioso. La
Sra. Fabbi cree que el diputado Garzonne usa como pantalla su
quehacer antimafia pero que está ocultando la realidad de su
verdadero trabajo; como honesta ciudadana pide se investigue al
diputado previo retiro, por sus pares, de sus fueros parlamentarios.
Ella acusa...
La estupidez es una
característica básica de todos los homo sapiens y se trata de una
herencia genética, transmitida en el ADN, de nuestros ancestros más
lejanos como los dinosaurios. Hay una parte de nuestro sistema
cerebral denominado "complejo reptílico" por Paul Mac Lean
(director del laboratorio de evolución cerebral y conducta del
Instituto Nacional de Salud Pública más prestigioso del planeta) y
donde estarían radicadas las funciones más primitivas de la
evolución biológica. El comportamiento reptiliano aflora muchas
veces en el ser humano y substituye a las funciones más
evolucionadas de la corteza cerebral; esto genera el comportamiento
estúpido. En ésta conducta no actúa el pensamiento crítico,
analítico, propio del hemisferio izquierdo del neocórtex. Mientras
el pensamiento mágico o el mecanismo de las creencias (droga
psíquica) siga influenciando en nuestros actos, se repetirán los
errores que nos están llevando al colapso. La hipocresía es el
aspecto exterior de ése actuar erróneo. Pero ésa estupidez está
reforzada con otra característica básica: la codicia que hace
cometer atrocidades.
Uno de los custodios ya conocido
por nosotros se nos acercó y muy amablemente nos invitó a partir
para la casa del jefe. El automóvil que nos esperaba en la puerta no
era el mismo de la noche anterior y carecía de los detalles de
confort y lujo que adornaban al precedente pero observé que los
vidrios eran antibalas y supuse que toda la carrocería también lo
sería. Mi deducción fue inmediata: se temía un atentado del grupo
rival o un secuestro, en donde nuestras dos magras figuras serían el
objetivo. Efectivamente al doblar una esquina un camión nos cerró
el paso y bajaron de él cuatro individuos armados con metralletas
que vomitaron su fuego sobre los conductores del asiento delantero,
cuidando de no balear la parte trasera donde, ya echados en el piso,
estábamos Lecón y yo. Las balas rebotaban en los cristales y en la
carrocería de la fortaleza ambulante que resultó ser el modesto
automóvil. No sólo eso sino que además el conductor puso de nuevo
en marcha (había frenado instintivamente al cruzarse el camión) el
coche y arremetió contra el vehículo atravesado; la potencia del
motor era fenomenal; arrastró al camión durante un buen trecho y
luego lo dejó a un costado al girar el volante con gran habilidad.
El chofer exhibió una destreza digna de mejor causa pero sirvió
para salvarnos de caer en manos de...[que estoy diciendo: cualquiera
de los dos grupos son la misma peste; vaya uno a saber lo que nos
espera con nuestros anfitriones... Como dije antes la estupidez es
básica en los seres humanos y yo soy una prueba de tal aserción,
¡por todos los dioses!]...
La mansión del jefe era una
quinta que abarcaba varias manzanas y se hallaba ubicada en los
suburbios de la gran ciudad capital. La custodia del lugar era
idéntica a la que tienen los máximos representantes del pueblo en
los diversos Estados, es decir que se trataba de un palacio
inexpugnable. Podíamos estar seguros...[otra vez la estupidez; era
un mal día para mí]. Aparcamos ante el edificio principal. Había
innumerables construcciones que denotaban haber sido construidas
recientemente y todas ellas para solaz de los propietarios; realmente
me impresionó el lujo de la gran mansión. Se advertía el exquisito
gusto del dueño en todos los detalles. Un lago con cisnes, patos y
gallaretas en la superficie y bajo el agua peces de espléndidos
colores, al arrebujarse entre sí por la enorme cantidad, daban un
toque de soberbia casi imperial que impresionaba. El parque
circundante (fugaz surcó la reminiscencia de un circo) era
magnífico; árboles y plantas eran marco natural de lo edificado. El
conjunto revelaba un lujurioso vivir de los habitantes. Al bajar del
automóvil vimos acercarse hacia nosotros a un señor más bien bajo,
muy elegante en el vestir, con traje, corbata y pañuelo asomando en
el bolsillo superior de la chaqueta. Tendría unos setenta años pero
los disimulaba con un cabello renegrido por la tintura y evidentes
operaciones estéticas faciales. El pequeño hombre sin embargo tenía
un rostro grande; estando sentado luego nos parecería de mayor
tamaño pero así, de pie, era realmente petiso. Nos recibió
cortésmente con un cálido apretón de manos y una estudiada sonrisa
que pensé cautivaría a muchos menos a nosotros. Se advertía la
falsedad y la hipocresía a raudales aunadas a un imponente cinismo.
Lo seductor de su personalidad (de inmediato se puso a charlar
amenamente, mezclando palabras de nuestro idioma, como si fuéramos
amigos de largo tiempo) tenía fascinados a los colaboradores que lo
seguían como pollos a la gallina, rodeándolo y riendo por las
tonteras que desparramaba a diestra y siniestra. En pocos minutos fue
el eje de todo un grupo de aláteres que lo adulaban con meras risas
huecas o con interjecciones de admiración. Así el jefe nos llevó
paseando por el verde prado hasta un patio andaluz, finamente
ornamentado con plantas trepadoras y enredadoras, como él. El
séquito, con nosotros a la rastra, deambuló por el espacioso y
bello lugar con la evidente intención de estudiarnos; los ojos
escrutadores del jefe máximo saltaban de la escuálida figura de
Lecón a mi enjuta estampa y de sus gestos se derivaba un cierto
estupor; pensaría: "cómo puede ser que dos individuos tan
insignificantes puedan jaquear a la policía" o "¡estos
infelices son los ejecutores del atentado!" Sea como fuere
estábamos allí y él sentiría curiosidad por dialogar a fondo con
nosotros; ésta curiosidad se manifestó abruptamente al llegar uno
de sus custodios con el anuncio: todos los jefes menores estaban
reunidos en la gran sala del concejo esperando al jefe máximo... En
rigor, después constataríamos que no se trataba de un concejo
("concilium": corporación elegida para administrar) sino
de un consejo ("consilium": corporación consultiva
nombrada para informar); eran simples paniaguados del jefe máximo.
Todo el cortejo partió hacia la gran sala, acompañado de un gorjeo
de alabanzas por la inteligencia del jefe máximo al habernos hecho
pasear para combatir el estrés; la jornada sería ardua. Una enorme
mesa ovalada ocupaba el centro de la gran sala; previo a toda
conversación el jefe mafioso debía almorzar y los platos con sus
respectivos cubiertos orlaban el tablero que luego sería escenario
de la gran partida de un ajedrez mafioso. La comida transcurrió
lenta y parlanchina, regada con abundante vino. Los secuaces actuaban
en concordancia con su papel de tales: seguían a pies juntillas la
opinión del jefe máximo. La falta de criterio con algún sentido
crítico brillaba por su ausencia. Esta circunstancia hacia que la
charla y la comida fuesen insípidas; la primera, por culpa de los
truhanes y la segunda, por culpa del cocinero. A los postres (¡ídem!)
comenzó un diálogo un poco más interesante por la activa
intervención de Lecón. Conviene aclarar que a veces entendíamos
los vocablos de los malandras pero otras tantas, al utilizar ellos
dialectos (venían de distintas zonas del país), se nos escapaban
frases; Augusto luego me comentó que a él le pasaba lo mismo que a
mí y quizá por este motivo la conversación languideció para
nosotros. Es muy probable que ellos sintieran otras emociones pues
las risotadas restallaban como hojas secas pisadas por decenas de
botas (y pasadas por decenas de botas, de vino, también). Nos
enteramos de que el gran jefe se llamaba Carlo al irrumpir
intempestivamente un ayudante con la noticia.
-Don Carlo, el enviado del gran
país llegó-. Vociferó el palurdo.
-Ahora conocerán a mi hermano
de sangre-. Puntualizó Don Carlo mirándonos con orgullo.
Ingresó al lugar un señor
alto, rubio, delgado, con apariencia de astuto político pues comenzó
a saludar dando la mano, acompañada de amplia sonrisa, a todos los
comensales hasta llegar finalmente al sitio donde, con expresión de
gran satisfacción, lo esperaba el inefable Don Carlo. Ambos
prohombres se unieron en estrecho abrazo que fue rubricado por los
jefes menores con un prolongado aplauso. Lecón no perdía detalle de
la escena y sus ojos saltaban de uno a uno por todos los rostros y
manos como si quisiera perpetuar en su memoria el instante aquél.
-Comendador Carlo, hermano, ¡qué
alegría volver a verlo!- Exclamó el recién llegado juntando sus
manos delante del pecho y oscilándolas hacia adelante y hacia atrás.
-El júbilo es de todos. Llegas
en un gran momento. Estos señores nos han hecho un gran favor-. [Al
decir esto nos señaló con un amplio ademán de su brazo derecho,
seguido de un gesto satisfecho de su rostro algo lívido que me llamó
la atención. Miré a Lecón y noté que éste había advertido
también el extraño color amoratado del jefe pues me guiñó un ojo
y movió su mentón en característico mohín de reflexión con
expectación. Fugaz pasó por mi mente el hecho tan útil de que en
muy poco tiempo Augusto y yo pudiéramos transmitirnos mudos mensajes
con tanta precisión; sibilinos, ambos esperábamos algo]. -Se han
encargado del asunto juez Falconette. El diputado Garzonne tiene poco
aliento gracias a la hermana Fabbi que completa la tarea-. Prosiguió
Don Carlo.
Al escuchar estas palabras del
jefe, me inquieté y miré a Lecón quien también alteró su rostro
de manera evidente. Si Don Carlo sabía de Fabbi ¿cómo podía
pensar que nosotros éramos los autores? ¿Acaso ignoraba la cruel
faena de la Sra. mafiosa? Algo estaba funcionando mal. Por un
instante el miedo me paralizó pero me recuperé para sonreír al
visitante que nos observaba con curiosidad.
-Amigos, brindemos por el
magnífico trabajo de nuestros huéspedes-. Expresó Don Carlo. (Yo
lo sentí como un sarcasmo que me hizo temblar).
-¿Cuáles son los próximos
planes?- Preguntó de sopetón Augusto.
Todos se quedaron mudos y
perplejos. La confusión y la desorientación llegó al máximo
cuando el jefe replicó:
-Un gran atentado. El más
grande de la historia que demostrará nuestro poder y abrirá las
puertas para llegar tranquilos a la meta-.
-Para eso vine-. Dijo el enviado
del gran país del norte.
-Debemos tener todavía algo de
paciencia, hermano Cheeky. No hay que apresurar las cosas. El momento
oportuno llegará pero falta aún ultimar los detalles más
esenciales que hacen a nuestra seguridad. Recuerda que la índole del
arma hace sumamente peligrosa la ejecución. Antes tenemos que hablar
de otro asunto más pequeño pero tan importante como el anterior.
Aquí los amigos harán el trabajo acompañándote a tu país y tú
los ayudarás-. Manifestó el gran jefe haciendo palpitar
aceleradamente nuestros músculos cardíacos.
Lecón, por debajo de la mesa,
dio un ligero puntapié a mi pantorrilla izquierda y al girar yo la
cabeza en su dirección, él me guiñó un ojo y pasó fugazmente el
dedo índice de la mano derecha por sus labios; pedía mi silencio
pues iniciaría un ataque frontal.
-Para nosotros es un placer
hacer algún trabajo para Ud., recuerde que el anterior no fue
ordenado por su honorable sociedad. Somos simples ejecutores que
trabajamos por un precio. El otro jefe nos pagó mucho. ¿Cuánto
ofrece Ud. gran jefe Carlo?- Inquirió Lecón con voz almibarada.
-¿Cómo el asunto Falconette no
fue cosa suya, Don Carlo?- Preguntó asombrado el señor Cheeky.
-Bueno, lo encargó la otra
sociedad pero nos libró de un problema a todos; la Sra. Fabbi es
nuestra y está por liquidar a Garzonne con su testimonio. Además lo
fundamental es la consecuencia y no los ejecutantes-. Balbuceó muy
confuso el gran jefe.
Lecón y yo nos miramos. Si la
Fabbi trabajaba para Don Carlo ¿cómo éste ignoraba que ella había
sido la ejecutora? La cuestión estaba entrando en un abismo
incomprensible. La única contestación posible era que Don Carlo
sabía de nuestra impostura y fingía ignorancia por algún secreto
motivo. Con un leve movimiento de los ojos, Augusto y yo decidimos
seguir el juego hasta vislumbrar la respuesta.
-La cosa en mi país está muy
compleja. Tenemos el control de casi todo ya que hemos armado una
enorme telaraña y nos distribuimos las zonas y los poderes del
Estado entre las cinco organizaciones. Por el momento no hay luchas
por la supremacía; estamos conformes con la división y el negocio
rinde para todos. Salvo a veces que aparece algún codicioso que
pretende la hegemonía y en este caso lo suprimimos de común
acuerdo. Sin embargo presiento que algo raro puede suceder pues se
notan ligeros movimientos de turbación. Cada organización está muy
en lo suyo y concentrando fuerzas; esto me inquieta-. Comentó el
señor Cheeky.
-Don Carlo, ¿aún no contestó
cuánto nos ofrece?- Insistió Lecón retornando al tema del
trabajito.
-¡No saben de qué se trata y
ya hablan del precio!- Exclamó con tenue tono despectivo el gran
jefe.
-Los ejecutores somos así-.
Replicó irónicamente Lecón.
-¿Cuánto les pagó el hermano
Octaviano?- Demandó Don Carlo.
-Lo suficiente como para hacer
un buen trabajo-. Contestó evasivo Augusto y sonriendo con picardía.
-¡Y vaya si lo hicieron bien!-
Exclamaron a coro los secuaces de Don Carlo.
-Está bien, tendrán el doble
de lo pagado por el hermano Octaviano. Mañana les daré las
instrucciones y partirán junto con el hermano Cheeky para el gran
país a cumplir el trabajo-. Aseveró Don Carlo.
-¿Habrá problemas con la
policía en el gran país?- Quiso saber Lecón.
-Está todo bajo control. En el
gran país las organizaciones trabajan con esmero. Saben hacer lo que
conviene y conocen la codicia de los funcionarios-. Contestó el gran
jefe.
-Es una máquina perfectamente
"aceitada"-. Dijo el hermano Cheeky riendo con conocimiento
de causa.
-Cada hombre tiene su precio-.
Reflexionó Lecón con un dejo de tristeza que no fue advertido por
el resto de la tertulia.
-Los cárteles están haciendo
también un magnífico esfuerzo en el sur del continente-. Dijo
Cheeky desviando la atención hacia un punto que nos interesaba
especialmente.
-Tengo entendido que ya se está
logrando penetrar, gracias a la bien "aceitada" maquinaria,
en países hasta ahora renuentes-. Manifestó Don Carlo.
-Sí, logramos establecernos en
casi todos ellos con gran fuerza. Usamos una táctica original.
Buscamos políticos trepadores que buscan el acceso rápido al poder;
les proponemos que encabecen luchas antidrogas para, por un lado,
llamar la atención en especial a los jóvenes, y por el otro lado
les sirve de pantalla cuando sucede algo que pueda incriminarlos.
Esta pantalla de la lucha antidrogas es una idea genial. En los
últimos años logramos que aumentara el consumo en esos países de
una manera increíble-. Afirmó el señor Cheeky frotándose las
manos con entusiasmo.
Lecón me miró y en sus ojos
percibí la repugnancia que esos sujetos le ocasionaban; mi amigo y
yo estábamos en la cueva de los crápulas más asquerosos que se
deleitaban con el desastre de tantos desprevenidos. Sin embargo
debíamos sobreponernos y continuar la investigación pues quizá
sirviese para desenmascarar a los canallas que lucran con el dolor.
-¿Nadie sospecha de esos
políticos que trabajan con las organizaciones honorables?- Interpeló
Lecón mirando al enviado del gran país.
-Por supuesto que muchos
desconfían de ellos; hasta hay periodistas que denuncian los manejos
turbios pero...¿cómo probarlos? Queridos hermanos, no hay pruebas y
cuando las hay, las eliminamos. Aquí está el gran secreto.
Cualquier intento de investigación es frenado por la falta de
pruebas. Además tenemos a los jueces... El ejemplo de los jueces de
manos limpias no cunde en el resto del mundo. Les cuento una
anécdota. En uno de los países del sur incluso logramos hacer
nombrar, por ejemplo, jueces sin experiencia alguna en trámites
judiciales; ni saben redactar sentencias, hasta contratan abogados
para que se las confeccionen pues ellos lo ignoran. Hacemos funcionar
el amiguismo (conducta influida por la amistad en perjuicio de
terceros) para conseguir impunidad. Como les dije antes tenemos bien
"aceitada" la maquinaria en todos los resortes del poder.
El amiguismo, la destrucción de pruebas, la impunidad y siempre el
aprovechamiento de la codicia de tantos es nuestra genial estrategia.
Con estos elementos las organizaciones estamos logrando lo que ningún
poder hegemónico logró en la historia. Nuestro mérito es la
honorabilidad y el hacer cumplir lo pactado a rajatabla, con
represalias si es preciso; nadie puede evadirse de las honorables
sociedades-. Al decir ésta última frase el locuaz señor Cheeky nos
contempló a Lecón y a mí con una mirada que nos hizo estremecer
por un instante pero luego sonreímos al percatarnos de la valiosa
información aportada para la investigación que estábamos llevando
a cabo.
-Sin embargo puede reaccionar
alguno y llevar a cabo averiguaciones que lleven a la obtención de
pruebas irrefutables. ¿Qué pasaría en este supuesto?- Inquirió
Augusto con sorna.
-En ésa hipótesis, simplemente
lo compramos al denunciante. Le pagamos su precio y él retira la
denuncia. Si el juez sigue el caso de oficio (en los supuestos que
correspondiere hacerlo) oponemos las chicanas, todas las artimañas y
argucias legales para hacer dormir y luego fenecer el asunto. El
tiempo hace olvidar todo...-. Manifestó con el mayor cinismo el
señor Cheeky.
-Me dijo Pietro Gello que Uds.
le comentaron la persecución de la policía pero que no eran los
autores del atentado. ¿Cómo es eso?- Preguntó Don Carlo con una
risita que me hizo transpirar.
-Queríamos estar seguros y no
confiamos del todo en Pietro Gello; no sé porqué pero intuyo que
podría ser un doble agente. Disculpe Don Carlo pero los ejecutores
debemos tomar ciertas precauciones. El único que nos merece total
confianza es Ud.: estamos persuadidos de que no nos va a
defraudar...-. Expresó Lecón, rápido como el rayo y mientras yo
lento como la tortuga lo miraba atónito.
El gran jefe Don Carlo lo miró
satisfecho. Era sensible a la adulación y su labio inferior tembló
suavemente. Con voz tranquila, típica de un hombre del gran mundo,
con mirada bonachona, típica de quien sabe....¡que va a defraudar!
el gran jefe dijo: -gracias por confiar en mí; es verdad, estén
conmigo que no los voy a defraudar-.
-Ya que menciona a Pietro Gello,
¿le comentó lo de la mercadería?- Preguntó Augusto para diluir el
tema precedente.
Los ojos de Don Carlo brillaron.
Yo presentía que Lecón estaba exagerando nuestra averiguación y
que hacía peligrar más aún el pequeño hilo de nuestra
sobrevivencia. ¡Qué cuernos podríamos entregarle nosotros! Temblé.
-Sí. Hablemos ya de eso.
Hermano Cheeky ¿sabes tú algo de ése embarque a la deriva?-
Interpeló Don Carlo fríamente al enviado del gran país.
-Sabemos que anda suelto por
allí un cargamento. Puede ser que haya sido robado por algún osado
intermediario. En éste supuesto es peligroso apropiarse de él pues
la organización propietaria hará valer su derecho y la represalia
se pondrá en marcha. A ése intermediario le queda poco tiempo de
vida; entre nosotros no existe la impunidad, todo se paga. "La
venganza es el placer de los dioses" y nosotros nos parecemos a
ellos-. Se despachó el señor Cheeky, riendo y mostrando su pulida y
blanca dentadura acostumbrada a morder a placer.
-Tienes razón hermano Cheeky-.
Masculló el gran jefe, cabizbajo y meditabundo.
"¡Ay Lecón, en que lío
nos metiste!" Pensé al sentirme ya muerto de espanto y
soterrado.
-Cuenta tú todo lo que sepas de
ése cargamento-. Ordenó Don Carlo dirigiéndose a Lecón de forma
que no admitía réplica.
-En nuestro deambular de
ejecutores al mejor precio, nos enteramos que un gran cargamento
había sido incautado por las autoridades de un país. Las cifras del
embarque fueron oscilando, al principio se habló de una cantidad y
luego de otra menor; finalmente el juez de la causa ordenó quemar lo
existente que era un remanente del original. Parece que esto se hace
siempre en varios países y se va juntando hasta tener un buen
depósito que se comercializa en el mercado sin dueño aparente. Por
eso anda a la deriva hasta encontrar un comprador que lo hace a bajo
precio. Es cierto que son intermediarios que se apropiaron del
embarque pero también es verdad que el Estado respectivo tiene sus
derechos sobre la mercadería; en rigor el intermediario es un
testaferro del Estado que hizo la incautación y ése Estado luego
usa el dinero para fines útiles, calles, caminos, hospitales, etc.
es una manera de revertir un poco las ganancias entre la gente.
Además el comprador lo hace a un muy buen precio-. Relató Lecón
con expresión cándida y procurando confundir con su imaginario
alegato que sólo yo advertía.
-No me interesa negociar con
Estados bandidos-. Replicó el gran jefe como si él fuera un
inocente, puro, virtuoso y venerable patriarca.
El objetivo de Augusto se
cumplió; logró desviar la atención sobre la forma (la posesión
del dato del embarque) en que accedimos a su mansión y a su
"protección". Teníamos un pequeño respiro pero debíamos
proceder con rapidez pues en cualquier momento se descubriría la
superchería urdida.
-¿Cuándo viajamos al gran país
con el hermano Cheeky?- Preguntó Augusto con tono candoroso al
tiempo que brindaba al gran jefe una simpática y amplia sonrisa de
pleitesía.
La sumisión de Augusto Lecón
satisfizo la vanidad de Don Carlo; éste ansiaba el acatamiento de la
caterva incondicional que le rodeaba constantemente y el tener dos
más bajo su ala protectora de gran ave de rapiña lo colmaba de
placer. Mientras tuviese ése sentimiento podíamos respirar
tranquilos.
-Mañana les daré las
instrucciones y partirán por la noche. Ahora aprovechemos la tarde
para divertirnos-. Manifestó el gran jefe al tiempo que golpeaba sus
manos llamando a orgía.
Un fárrago de tarimas, sillas,
instrumentos musicales, fue ocupando la gran sala; comenzaron a
llegar mujeres que se echaban en los brazos de los pequeños jefes y
un rumor musical poblando el ambiente de juerga hacía presentir que
la orgía se transformaría en bacanal. Ingresaron prestidigitadores
y magos que de inmediato apabullaron con artilugios mientras las
mujeres bailaban y se iban desnudando al ritmo de una música
arrobadora. El desenfreno comenzó y todos participaban sin
inhibiciones. Lecón me hizo un ademán y lentamente nos fuimos
alejando hacia una de las puertas que daban al inmenso parque. Un
custodio nos miró interrogante.
-¿Podemos tomar un poco de aire
fresco en el patio andaluz?- Preguntó Lecón en tono amable y agregó
con un gesto cómico: -tomamos mucho y estamos un poco mareados-.
El guardia movió su cabeza y
sonrió cortés dejando libre el paso.
Con parsimonia fuimos caminando
y nos alejamos del jolgorio justo al tiempo que una tremenda
explosión nos hizo saltar y caer en el suelo a varios metros de
distancia. Desde el piso Lecón gritó inquiriendo sobre mí; yo
contesté que estaba bien y ambos atinamos a reptar hacia la puerta
de salida del parque. Un tumulto de proporciones se originó en la
parte principal de la mansión. Precisamente en la gran sala fue
donde estalló la poderosa bomba que hizo añicos la construcción y
dañó el resto del complejo palaciego. El coche que nos había
llevado a la quinta del gran jefe se encontraba a pocos metros del
sitio donde estábamos y Lecón se dirigió hacia él arrastrándose
para no ser visto por los guardias que tumultuosamente corrían de un
lugar a otro enloquecidos y sin atinar a hacer algo concreto. Yo lo
seguía a un metro y al llegar al costado del vehículo vi como
Augusto tomaba las llaves del coche que estaban puestas y con cautela
abrió el baúl. Llegué a su lado y él murmuró: -están nuestras
valijas adentro. Huyamos con el coche. Rápido-. Subir al automóvil,
ponerlo en marcha y partir hacia la puerta que se hallaba libre pues
los guardias habían abandonado el sitio dirigiéndose a la casa
principal, fue cosa de unos segundos. Al llegar al portón vimos que
un tablero electrónico regulaba el acceso; me bajé del automóvil e
intenté pulsar teclas sin resultado alguno; insistí hasta que una
de ellas abrió las pesadas rejas con un chirrido en los goznes que
me pareció una música sublime. Subí nuevamente al automóvil y
Lecón aceleró partiendo hacia la ciudad mientras en la quinta
continuaban los gritos y tumultos que lentamente se fueron perdiendo
como una pesadilla al despertar.
Rodamos al principio sin rumbo
fijo y luego comenzamos a preguntar por la calle del hotel; después
de varios intentos fallidos logramos ubicar la calle y finalmente
llegamos a destino. Dejamos el automóvil aparcado allí y tomamos un
taxímetro indicándole al conductor que nos llevase al aeropuerto.
Compramos pasajes para el primer avión hacia el gran país. Teníamos
varias horas de espera; optamos por quedarnos en el hall y de a ratos
deambular por un mercado con productos artesanales que estaba cerca.
Sin hablar de lo sucedido y sólo intercambiando mínimas frases del
momento fue pasando el tiempo hasta el despacho del equipaje y el
embarque. No sucedió nada anormal y nos instalamos en las butacas
con un gran suspiro de alivio. La enorme tensión nos había vuelto
mudos, absortos y taciturnos.
De repente vimos correr hacia el
avión a un pequeño grupo de personas. El corazón nos dio un brinco
en el pecho. Sin embargo se trataba de pasajeros retrasados que
subieron apresuradamente pidiendo disculpas. Al despegar la aeronave
finalmente pudimos respirar profundo, reír y chocar las manos con
euforia mientras el resto del pasaje nos miraba sin comprender...
10. En el gran país
Dormimos casi todo el viaje. La
enorme excitación dio paso a un total relajamiento que nos permitió
un merecido descanso. Ya tendríamos tiempo para dialogar y tratar de
comprender lo que había sucedido. Por el momento nuestro único
objetivo era disfrutar esa tibia sensación de bienestar que produce
el suave balanceo de un vuelo... De repente la aeronave descendió en
caída libre, hasta que los pilotos lograron estabilizarla el susto
fue mayúsculo; no obstante, el incidente logró retornarnos un poco
a la realidad.
-¿Un atentado del otro grupo?-
Pregunté mirando a Augusto al tiempo que sorbía un refresco.
-Sí. Lo extraordinario es cómo
lograron penetrar la cadena de vigilancia. Barrunto que los magos
tienen algo que ver. Al ingresar las mujeres y comenzar el jolgorio
uno de los magos dejó de realizar pruebas y mirando al gran jefe se
retiró aparentemente al baño. Quizá fuere ése movimiento o que no
me agradó aquélla mirada pues me pareció advertir odio o
simplemente intuición, el caso es que tuve el impulso de salir.
Menos mal que tú me seguiste y no te entusiasmaste con las bellezas
que danzaban desnudándose-. Dijo Lecón con ironía.
-¡Ya aprendí a seguir tus
impulsos!-. Repliqué moviendo la cabeza.
-Me preocupa la suerte de las
personas que estaban en la gran sala-. Susurró Augusto pensativo.
-Eran todos malandras-. Dije a
modo de consuelo pero sin convicción.
-Las pobres chicas no serían
tan malas-. Reflexionó Augusto.
-Quizá los prestidigitadores,
salvo quien llevó la bomba, y los músicos tampoco lo sean-. Afirmé
con tristeza.
-En realidad los grandes
malandrines eran Don Carlo y el Cheeky, el resto era una caterva de
imbéciles y genuflexos-. Expresó Lecón con desprecio.
-No estoy de acuerdo. Todos eran
delincuentes y en el mismo grado. Tanto el que da las órdenes
delictivas como quienes las cumplen son enfermos delincuentes que
dañan al prójimo. ¿Qué pasará cuando lleguemos al gran país?-
Inquirí de pronto preocupado por el futuro.
-Se me ocurre que nos seguirán
buscando. Deben saber que nuestra intención era viajar hacia allí.
Mientras tengan la filiación aportada por la Fabbi en especial con
respecto a nuestra apariencia corporal, podemos estar tranquilos.
¿Piensas que en el gran país encontraremos algo que ignoremos?-
Preguntó Augusto escéptico.
-Quizá tengas razón. Con todos
los datos que tenemos nos podríamos dar por satisfechos y regresar a
casa. Ya sabemos cómo se manejan las cosas en el gran país. Además
tenemos el testimonio del granuja de Cheeky. Por otra parte en todos
los países es más o menos la misma historia. El ser humano es
siempre el mismo y sólo cambian algunas costumbres menores: la
comida, el vestido, las chilabas de los musulmanes...a propósito
¿piensas que sólo ellos son capaces de cometer el gran atentado?-
Interrogué a Augusto mientras mordía un pequeño emparedado.
-Por supuesto que no. Pueden ser
fanáticos de cualquier signo pero lo más probable es que lo hagan
las mafias financieras-político-religiosas, es decir las
organizaciones mafiosas que controlan el poder financiero sobre el
que se sustenta la economía mundial. Y más probable aún es que sea
una gran lucha entre ellas mismas por el contralor. Pienso que ya lo
tenemos bien claro y evidente. ¿No te parece?- La reflexión de
Augusto sonó a final de obra.
-Sin embargo me queda una duda.
¿Recuerdas cuando Don Carlo mencionó un gran atentado?- Pregunté
moviéndome impaciente en la butaca.
-Sí. Además se refirió a un
arma colosal, dijo: "...la índole del arma hace sumamente
peligrosa la ejecución..."-. Recordó Augusto pensativo.
-Y mencionó que el momento
oportuno llegaría cuando estuviesen ultimados los detalles que
incidirían en su seguridad (la de su organización). Además le
pidió paciencia a Cheeky...- Dije, siendo interrumpido por Augusto
con un suave golpe en mi brazo.
-Justo. Señal de que reina la
impaciencia en el gran país y desean apresurar las cosas por algún
motivo ignoto. Entonces nos conviene averiguar; hicimos bien en
viajar-. Infirió Lecón siempre brillante y restregándose las manos
como un niño entusiasmado por una golosina.
-Me preocupa la frase de Don
Carlo; recuerdas cuando espetó refiriéndose al atentado: "...el
más grande de la historia que demostrará nuestro poder y abrirá
las puertas para llegar tranquilos a la meta..." ¿A qué meta
podrá referirse?- Interrogué cavilando.
-Probablemente a la hegemonía
de su organización. Recuerda que se trata de gente enferma,
mitómanos que buscan notoriedad-. Opinó Augusto reclinándose en su
butaca.
-Hay algo en todo esto que me
parece muy extraño-. Balbuceé antes de adormilarme.
Al aterrizar el avión y luego
de carretear largo rato por la pista vimos, con susto, que un grupo
de policías se dirigían hacia nosotros. Irrumpieron en la cabina
del piloto apenas frenado el aparato y luego penetraron bruscamente
en la carlinga. Sin vacilar (Lecón y yo estábamos hechos unos
ovillos en las butacas) se dirigieron a los pasajeros de último
momento que habían corrido hacia el avión en el instante del
despegue. Rápidamente los esposaron y los llevaron detenidos.
Augusto y yo nos miramos y echamos a reír.
Sin dilación hicimos los
trámites en la aduana y a la hora estábamos en la salida buscando
un taxímetro. Le indicamos cualquier hotel céntrico y el chofer nos
llevó al suyo, es decir al que le pagaría una comisión por
pasajero; aunque quizás en el gran país fuere distinto al
nuestro...
Llegamos en día de semana, por
consiguiente la actividad era febril; la enorme ciudad manejaba las
finanzas del planeta aunque en rigor también otra gran capital del
viejo mundo la acompañaba y casualmente hablando la misma lengua.
Quizá no sea tan casual: el gran país proviene del otro. Heredó su
lengua y muchas de sus costumbres; una de ellas, la de más
gravitación, el eficaz uso del dinero. Las finanzas mundiales se
manejan entre ésas dos grandes capitales y tibiamente aparece un
futuro competidor a pesar de ser una pequeña isla del lejano
oriente; el detalle de ser isla es lo de menos; justamente la gran
capital del viejo mundo está en otra isla...
Luego de comer algo salimos a
contemplar las últimas horas del ajetreo bursátil en las pocas
cuadras que lo impulsan. Logramos entrar, gracias a una hábil
maniobra del sagaz Lecón que supo cortejar pacientemente a una
hermosa empleada, a la Bolsa de Valores. A cierta distancia del foco
principal donde pululaban los agentes comprando y vendiendo a los
gritos (lógico pues la cantidad de personas era importante y además
la premura de los negocios exigía confirmación inmediata) nos
instalamos con la intención de hablar con alguno de ellos. Augusto
parloteaba bien la lengua del gran país y éste detalle nos ayudaría
sobremanera; inclusive conocía algunos vericuetos del casi dialecto
que usaban; la diferencia con el idioma original se hacía apreciable
en el final de las palabras: omitían sílabas y el tono era
distinto. Augusto se movía como pez en el agua; el idioma fino y
pulido que se hablaba en el viejo continente era manoseado bastante
pero en otras lenguas sucede algo similar; cosas del ser humano. En
un pequeño intervalo que se tomó un agente (cosa muy rara pero
tuvimos esa suerte) aprovechó Augusto para hablar con él antes de
que se reintegrase a la rueda bursátil. Mientras mi amigo charlaba
con el agente yo me dediqué a observar detenidamente cómo operaban
y me llamó la atención el grado de avanzado desarrollo electrónico.
Si bien ambos portábamos identificaciones bien visibles en las
solapas mucha gente comenzó a mirarnos pues no éramos conocidos.
Era la primera vez desde el inicio de la investigación que atraíamos
la atención de un grupo de personas. Me preocupó esto y al retornar
Lecón se lo comenté.
-Claro tonto. Somos los únicos
que estamos en camisa. No ves que todos visten saco y corbata-. Dijo
Augusto riendo.
Había olvidado que en las
finanzas se usa "uniforme".
Esa noche cenamos opíparamente
en el hotel; seguimos la recomendación del empleado quien aclaró
que era muy difícil comer bien en la ciudad; salvo los restaurantes
de lujo el resto era muy malo. Tenía razón: estábamos en el país
de la hamburguesa.
-¿Sacaste conclusiones de la
charla con el agente?- Pregunté intrigado.
-Sí, muchas. En principio
estábamos en lo correcto al pensar que en el viejo mundo está la
otra gran capital de las finanzas. Las Bolsas operan las veinticuatro
horas del día. Cuando abre aquí el mercado, cierra en oriente y
viceversa con la transición del viejo mundo. Entre las tres grandes
capitales manejan casi todos los negocios. Con la autopista
informática se mueven los capitales con tremenda rapidez. En rigor
casi todo es capital "golondrina", va a los sitios de mayor
seguridad pero además buscan la mejor tasa de interés y se
trasladan rápidamente de un sitio a otro. ¡Pobre del país que
dependa de estos capitales viajeros! Sus finanzas se harán añicos
en horas. En cambio los países mejor gobernados buscan producir y
exportar con capitales propios (privados y del Estado) o al menos
fijar algunos meses de residencia al capital externo para evitar su
pronta ida. Las noticias que manejan estos señores agentes hacen
circular los capitales a placer. En realidad tienen el control pues
dirigen la afluencia, dirección y monto de las inversiones; hacen
ellos mismos grandes negocios y se enriquecen muchas veces de forma
delictiva. Las organizaciones mafiosas ya están en éste negocio;
confirmado amigo Javier-. Aseveró Augusto Lecón levantando su dedo
pulgar de la mano izquierda.
-El manejo exacto de la
información, al hacer subir y bajar de continuo la Bolsa por la
afluencia o la huída de los capitales, permite ganar fortunas en
pocas horas. En los últimos tiempos este vaivén está acelerado y
se puede desestabilizar un país renuente a formar parte del cortejo
imperial. Ahora los golpes de estado son financieros. Tienes razón:
¡pobre del país que juegue a importar capitales "golondrinas"!-
Expresé con un suspiro cavilando sobre las vapuleadas naciones en
desarrollo.
-A eso agrégale el vaciamiento
de los tesoros públicos por parte de funcionarios delincuentes que
la justicia no puede condenar por "falta de pruebas" o
simplemente son sobreseídos por prescripción cuando huyen y luego
regresan "al aclarar". Las pruebas siempre las pruebas. O
se eliminan o no las consideran o es difícil hallarlas o el tiempo
cubre con un manto de silencio o un buen precio compra el mutismo o
directamente se quita de en medio al acusador o el juez se declara
incompetente o lo nombran para un cargo superior (la Cámara de
Apelaciones) cuando es un juez de manos limpias o sólo se condena a
un "chivo expiatorio" pero siempre los "cerebros"
siguen barajando el gran mazo-. Puntualizó Augusto con un dejo de
impotencia.
-Salgamos a merodear por algún
club nocturno. ¿Qué te parece?- Pregunté levantándome de mi silla
y sin dejar mucha opción al amigo.
Salimos en dirección sur pues
el empleado del hotel nos dijo que si caminábamos siempre al sur,
luego sería más fácil retornar y evitar extraviarnos: simplemente
volver hacia el norte. Muy astuto el botones. Andábamos por la
vereda riendo aún por "la valiosa información" cuando de
sopetón nos salieron al encuentro un joven blanco y otro negro
empuñando sendos cuchillos. Con su gangosa jerigonza nos intimidaron
primero y luego nos exigieron la entrega de dinero y relojes. Augusto
Lecón con jerga más nasal todavía les espetó un: -muchachos
llegan justo a tiempo. Necesitamos a dos valientes que nos acompañen
en un "negocio"...- [aquí hizo una entonación sarcástica
y movió sus dedos pulgar e índice de la mano derecha, frotándolos
con fruición] -...muy gordo. Guarden sus armas que no las vamos a
necesitar pero por las dudas ténganlas en el bolsillo del pantalón
y si es necesario úsenlas sin asco. Vamos, síganme que no los voy a
defraudar-. Al decir esta frase Doncarlona [fugaz pasó por mi mente
luego de Don Carlo, el jefe Don Corleone un padrino ejemplar cuyas
enseñanzas subsisten] el intrépido y valeroso Augusto Lecón
marchó, rozando a los maleantes, hacia adelante seguido por mí ante
el estupor de los jóvenes delincuentes. El paso de Lecón era lento,
como si esperase a los bandidos a su diestra; yo me ubiqué a su
izquierda sin mirar hacia atrás.
-Vamos muchachos. ¡Se hace
tarde!- Remató con énfasis el "delirante" y genial
detective.
En cinco segundos los
malandrines estaban a la par nuestra y miraban a Lecón con asombro y
no disimulado respeto. En silencio marchamos un trecho; el
heterogéneo grupo parecía la vanguardia de un pequeño ejército
que intentaría la conquista para gloria del gran jefe. Al llegar al
club nocturno, yendo siempre hacia el sur (dato importante para la
vuelta), entramos los cuatro sin hesitar y con paso firme (de
"ganso"); el portero casi impidió la entrada al ver la
traza de nuestros "compinches" que, por cierto, no era del
todo adecuada (pantalones y chalecos de cuero negro con grandes
tachas, pulseras de plata cubriendo sus fornidas muñecas y sus
hercúleos brazos repletos de tatuajes iridiscentes) pero un gesto
imperioso del inefable Lecón lo amilanó. Penetramos en la humareda
y nos ubicamos en una mesa cerca del escenario en el preciso instante
que un señor anunció la actuación de una famosa bailarina árabe.
Nuestros aláteres miraban a Lecón como esperando órdenes; éste
los palmeó amistosamente en los anchos hombros (se había ubicado en
medio de los dos jóvenes) y con simpática sonrisa los invitó a
pedir algo al llegar el mozo. Yo me senté enfrente de los tres de
tal manera que para observar el espectáculo debía voltear mi
cabeza. La hermosa danzarina comenzó a retorcer su cuerpo y a
cimbrar su cintura al ritmo de tambores, címbalos y cítaras. La
cadencia de sus caderas me fascinó y ya no pude quitar mi vista de
ellas. Por debajo de la mesa sentí un suave puntapié; giré mi
cuello a tiempo de ver a Lecón cómo guiñaba su ojo derecho primero
y luego estiraba las cejas señalando al mismo tiempo una lejana
puerta terminal de un largo pasillo. El ambiente estaba tenuemente
iluminado pero no obstante se advertía que hacia ésa puerta se
dirigían tres personas muy robustas con apariencia de
guardaespaldas; los matones miraban de soslayo a un señor que había
ingresado al local unos segundos antes y se hallaba de pie en la
barra. A todo esto nuestros amigos malandras no se daban cuenta del
juego de miradas de Augusto por el simple hecho de estar hechizados
regodeándose con la muchacha. El señor de la barra, también
corpulento, con andar cansino y sin llamar la atención [salvo a
nosotros dos, bueno, en rigor, salvo a Lecón] se dirigió hacia el
sitio donde estaban los matones, ahora me daba cuenta, esperándolo.
Augusto se levantó; con un ademán imperceptible me indicó que lo
siguiera. En la jerga, les dijo a los jóvenes que íbamos al baño;
éstos, embelesados con la mujer, aceptaron con un vaivén de la
cabeza sin quitar la vista del escenario. Con extrema cautela nos
acercamos a la puerta. A través de ella se oían voces sordas pero
indescifrables a pesar del empeño puesto por Lecón con su oreja
pegada a la madera; sus ademanes eran significativos: oponía el
pulgar a los otros dedos y agitaba la mano... De pronto Augusto se
puso firme y apoyó con más fuerza su oreja en la puerta. Una
palabra surgió en su boca con tenue vagido: "homicidio".
Regresamos a la mesa. El baile
estaba en su punto culminante; la danzarina habíase despojado de sus
ropas y el bellísimo cuerpo lucía con reflejos iridiscentes bajo
una luz tenue. El éxtasis de los espectadores había producido un
silencio expectante; quedaba una pequeña flor en su pubis la cual se
fue deslizando lentamente hasta rodar por el suelo. Un aplauso
general rubricó el brillante trabajo de la muchacha. [Brillante para
el público, no para nosotros que estábamos en ascuas pero por otras
circunstancias].
-Muchachos, mi amigo y yo vamos
a trasponer aquélla puerta; hay allí mucho dinero; si en media hora
no salimos vengan por nosotros y den sin asco a los que nos retengan.
Luego repartiremos el botín en partes iguales. ¿Estamos de
acuerdo?- Preguntó Lecón a nuestros "cómplices".
Éstos asintieron con un
movimiento de su cabeza; todavía estaban muy conmovidos por el baile
y no quitaban los ojos del ahora vacío tablado quizás evocando los
minutos previos o fijados por alguna ignota fuerza instintiva. En
realidad estaban excitados y eran presa fácil para cualquier evento
que demandara poco raciocinio. Seguirían las instrucciones de Lecón
sin chistar.
-Entremos a ése lugar, Javier,
el mastodonte
de la barra cometió un homicidio y está cobrando una gruesa suma de
dinero. Además están planificando un próximo atentado. Debemos
averiguar algo para evitarlo pues parece que es muy grande. Luego te
explicaré todo con más detalle; en especial cómo llegamos a este
sitio. Sígueme-. Gorgoriteó por lo bajo el increíble Augusto
Lecón.
Antes de entrar, Augusto golpeó
la puerta y sin esperar respuesta penetramos con paso decidido.
Alrededor de una gran mesa circular se hallaban varios individuos,
entre ellos los matones y el gigantón de la barra. Al vernos varios
de ellos llevaron sus manos a los sobacos en busca de armas pero el
buen Lecón con voz meliflua y en la jerga más gutural y nasal que
nunca antes había usado, les dirigió un pequeño discurso. Yo sólo
pude observar como los bandidos se calmaban y lentamente regresaban
sus manos sobre la mesa volviéndose a sentar e invitando al audaz
amigo a que hiciera lo propio. Parece que Augusto les comunicaba que
veníamos del viejo mundo donde la policía nos perseguía por el
atentado al juez de manos limpias. Ya cómodamente ubicados, Lecón
resumió nuestra historia (la narrada por la Fabbi) que de tanto
contarla me estaba convenciendo de nuestra "culpabilidad";
además Augusto la relataba con tanto énfasis que cualquiera le
creería a pesar de lo disparatado. [¡Cuántos mitos son creídos de
la misma forma! Todo reside en repetir, machacar y recalcar]. Lecón
les contó los detalles, dando nombres y lugares, de las
organizaciones mafiosas que habíamos "visitado" en el
viejo mundo hasta lograr convencerlos de nuestra identidad mafiosa.
Los malandras nos asociaron a su secreto: atentados masivos con un
gas letal para intimidar y luego dar el paso final que omitieron
decir pues esa orden vendría del viejo mundo. En ese momento
irrumpieron "nuestros cómplices" que, al ver mucho dinero
sobre la mesa, interpretaron que ése era el botín mencionado por
Lecón y sin hesitar se abalanzaron sobre los billetes; antes de que
pudiésemos reaccionar ya estaban trenzados en lucha con los
guardaespaldas; pero sus cuchillos no podían con las pistolas de los
dueños de casa y además el número de éstos era determinante. Lo
sorprendente fue cómo los tontos arremetieron, cegados por la
codicia, sin tomar en consideración su evidente desventaja numérica
y armada; es claro y evidente que eran "valientes" y como
tales, necios. Antes de que terminara la lucha, Lecón me había
tomado del brazo y con decisión dio un empellón contra la puerta
semiabierta (detalle curioso se abría en sentido inverso: de adentro
hacia afuera; quizá como medida de seguridad) y salimos mientras en
todo el local comenzaba un tumulto de proporciones. Los gritos de los
muchachos "ex cómplices" llegaban desde el interior pues
parece que eran karatecas. Seguí a Lecón hasta la puerta de salida
donde el custodio, abandonando su puesto, ingresaba para acoplarse a
la batahola; Augusto en tono marcial le dio "órdenes" para
que acabara con los intrusos, previniéndolo de que eran cinturones
negros. Salimos a la carrera por la oscura vereda en dirección al
norte salvador, buscando relaciones carnales. El baile nos había
excitado también, ¡qué embromar!
Al día siguiente con el
desayuno arribaban los periódicos con sus verdades y otras hierbas
que sirvieron para matizar un despertar algo tedioso por la falta de
estímulos. (La acción perpetua puede constituirse en una adicción).
Al término del copioso desayuno y ubicados en el gran hall del
confortable hotel comenzamos a hojear los diarios y vimos la
extraordinaria noticia. Con esfuerzo por mi escaso conocimiento del
idioma, aunque escrito me resultó más fácil, doy a conocer las
sagaces informaciones.
"SANGRIENTO ATENTADO EN LA
BOLSA DE VALORES.- En el día de ayer tuvo lugar un terrible atentado
en uno de los edificios más grandes y importantes de la ciudad. El
riñón de la economía mundial se vio conmovido por la gigantesca
explosión que ocasionó muertos y heridos hasta el momento sin
contabilizar pues se están removiendo escombros. Se sabe que hay un
cadáver más destrozado que el resto y por ello se supone que la
bomba fue colocada cerca de ésta persona; luego de un peritaje
exhaustivo se pudo precisar que el referido occiso es el presidente
de la Bolsa y que él era el objetivo directo. Lo terrible es que
para matar a una persona se maten a otras indiscriminadamente; estos
terroristas son salvajes y fieras que no pueden tener perdón. Deben
pagar con su vida la muerte de inocentes. ¿Qué culpas tienen los
empleados y demás agentes de la Bolsa? ULTIMO MOMENTO: Las
investigaciones ya están por buen camino. Nuestra poderosa e
inteligente policía tiene las filiaciones de los bestiales
terroristas. Se trataría de dos mafiosos que vinieron del otro lado
del océano contratados para cometer el inhumano atentado. Los
sobrevivientes del atentado a la Bolsa de Valores vieron a dos
extraños individuos, vestidos incorrectamente, merodeando por el
lugar durante la rueda bursátil. Inclusive uno de ellos estuvo
hablando con un agente de la Bolsa (probablemente requiriendo
información para sus deleznables propósitos); se supone que luego
el otro maleante colocó el artefacto al rato en el despacho del
presidente. Estos mafiosos serían los mismos que colocaron la bomba
hace pocos días al famoso juez Franco Falconette y que son buscados
intensamente en todo el viejo mundo. Recordamos a nuestros lectores
que en aquél atentado se involucró al también famoso diputado
Garzonne por la única y valiosa testigo Sra. Fabbi que está dando
la punta del ovillo a las autoridades. Además parece que hay una
guerra contra destacadas personalidades como Don Carlo que fue objeto
de un audaz atentado en los suburbios de la capital donde se
investigan las andanzas del ahora sospechado Garzonne. Por milagro el
empresario Don Carlo salvó su vida pero murieron doce personas que
se hallaban con él en una fiesta. Se sabe que los mencionados
terroristas también se hallaban presentes por lo que se descuenta
que fueron ellos los autores. Se trata de dos individuos
peligrosísimos y que no tienen ningún escrúpulo en su sed de
matar; además lo hacen por precio: son viles mercenarios. La
sociedad exige su pronta detención. CABLE RECIEN LLEGADO.- Las
autoridades informan que en un club nocturno se produjo una trifulca
de enormes proporciones al ingresar los dos asesinos luego de cometer
el pavoroso atentado en la Bolsa de Valores. Primero violaron a una
bailarina que actuaba en el lugar; mientras uno de ellos con una
metralleta mantenía a raya a los presentes el otro, arriba del
escenario, cometía el abominable delito. Parece que actuaron en
complicidad con dos jóvenes karatecas que se encargaron de robar
todo el dinero luego de una lucha desigual donde dejaron un saldo de
cinco muertos con el cuello destrozado por golpes de karate. El audaz
grupo huyó con el botín. Según informes de testigos se habrían
separado en dos subgrupos para intentar desorientar a las autoridades
policiales que, sin embargo, están detrás de su pista."
-¿Leíste los diarios?-
Pregunté viendo cómo Lecón paseaba su vista por las hojas sin
detenerse.
-Sí. Te habrás dado cuenta que
debemos irnos y lo antes posible; intuyo que en cualquier momento
puede caer la policía. La gente del club nocturno va a darles
nuestra filiación correcta pues piensan traicionar; somos los
"chivos expiatorios" ideales para su ejecutor, además al
soltar información como lo hicieron, gracias a mis enredos, andarán
con temores y ya sabemos que se desata una guerra entre
organizaciones. Mientras yo me encargo de los pasajes tú prepara las
maletas-. Solicitó Augusto, levantándose y dirigiéndose a la
cabina telefónica.
Sólo cuando el avión levantó
vuelo sentí la seguridad que tanto ansiaba. La tensión continuada
no es la mejor manera de vivir. Mientras Augusto hablaba con la
camarera logré adormilarme; al recuperar el nivel consciente vi como
el bueno de Lecón disfrutaba de un abundante almuerzo y decidí
acompañarlo.
-Prometiste explicarme cómo
llegamos a ése club nocturno donde precisamente estaban los
responsables del atentado a la Bolsa. ¿Cómo pudiste saber que eran
ellos? Además ¿cómo supiste del propio atentado?- Inquirí muy
interesado.
-En principio, no sabía del
atentado a la Bolsa hasta leer el periódico. Conocía que el
mastodonte
del club nocturno había matado a alguien y estaba cobrando su
"trabajo"; de eso me enteré al escuchar a través de la
puerta. Lo que sí puedo decirte es que cuando estábamos en el
edificio de la Bolsa tuve la intuición de irnos pronto; no me
preguntes cómo ni porqué. Sabes que soy intuitivo-. [Al decir esto
Lecón sonrió con picardía]. -En cuanto a ir precisamente a ése
club nocturno se lo debemos al botones del hotel; él nos recomendó
"ir al sur, allí está la mejor diversión y la más grande
fiesta" fueron sus palabras textuales-. Remató Augusto Lecón
con tono enigmático y una sonrisa irónica. ¡Ah!, además guiñó
un ojo...
INDICE
Prólogo..........................................................................................3
1. Augusto Lecón se
presenta......................................................5
2. La mansión del
placer.............................................................27
3. Comienza la
telaraña..............................................................51
4. Augusto Lecón en
acción.......................................................77
5. La telaraña se
agranda.........................................................105
6. Más allá del
océano..............................................................131
7. Jueces de manos limpias y la
cuna de mafias.....................161
8. La entrevista y Augusto
Lecón.............................................197
9. "No hay pruebas" o
las pruebas se fabrican.........................211
10. En el gran
país....................................................................239
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